Violencia contra cultos religiosos afrodescendientes en Brasil

Todas las fotos por Matias Maxx. 

Recientemente, alguien puso ​una bomba en uno de los patios en donde se realizan cultos afrodescendientes en el sur de Porto Alegre, Brasil. No fue un evento aislado. Los ataques contra practicantes de religiones de origen africano están aumentando en todo el país. Una de las situaciones más graves sucede en las favelas de Río de Janeiro, en donde las iglesias evangelizan a los narcotraficantes y los presionan a acabar con los patios y las manifestaciones de cultura afrobrasileña de las comunidades. Un estudio de la universidad Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro (PUC) ​concluyó que existen 847 patios en el estado. De esta cantidad, en 430 se presentan actos de discriminación, y 132 ya han sido atacados por los evangélicos.

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Una noche, yo estaba en un baile funk dentro de una comunidad controlada por un narco, rodeado de personas ebrias. De repente, la música se detuvo para darle paso a un pastor evangélico que se subió a la tarima y, frente a miles de personas, empezó a orar. Entonces pensé: “Si esto es parte del culto del candomblé, ¿por qué los evangelizadores permiten que un grupo de funk suene libremente por las comunidades controladas por el narcotráfico evangelizador, con sus fusiles norteamericanos que tienen pegadas calcomanías en las que se lee ‘soldado de Cristo’? ¿Por qué el funk, con sus letras que elogian al alcohol y atentan contra los 10 mandamientos al son de sus tambores y al ritmo del candomblé, no solo es tolerado sino inclusive alentado por las figuras religiosas?”

Para encontrar una respuesta a esta pregunta, fui a un patio que existe hace más de 50 años, en Baixada Fluminense, una región de Río de Janeiro, para hablar con Adailto Moreira, antropólogo y uno de los líderes del movimiento contra la intolerancia religiosa. Nos sentamos bajo un árbol, en medio de un patio adornado con estatuas e imágenes históricas de la cultura etnolingüística del oeste africano, llamada yoruba, y comenzó a hablar.

“Este tipo de intolerancia tiene como base el racismo. Una gran parte de los seguidores de las religiones con raíces africanas son negros, mujeres, pobres, homosexuales. Es decir que a la burguesía evangélica y elitista de este país no le gusta. Y existen pastores evangélicos dentro de las comunidades que convierten a jefes del narcotráfico y los usan para expulsar de estos patios a estas comunidades. Hoy en día se han tomado muchos lugares, como las favelas de Maré y Jacarezinho, en donde las personas no pueden ni prender un incienso. El estado guarda silencio frente a la situación.

Trabajé en una investigación de la PUC, y la mayoría de los practicantes de las religiones de origen africano nos dijeron que han sido discriminados y violentados física y emocionalmente, y que los ataques van en aumento. Y no solo los patios de culto afrodescendiente, sino los de samba y jongo (ambas danzas brasileñas), también están desapareciendo de las comunidades. Es como un proyecto de colonización moderna”.

“¿Y el funk?”, le pregunté, “¿por qué se tolera? ¿Será que los pastores evangélicos creen que es más fácil lidiar con él porque pertenece al diablo, mientras que el candomblé representa otra forma de interpretar el mundo por fuera de la concepción cristiana del universo?”

“El funk no es una religión y tiene otra implicación cultural y política con la que las religiones de origen africano no pueden tratar”, me respondió. Además, detrás de la promoción de la salvación existe un proyecto económico muy grande. Los milagros ocurren, sobre todo, en las organizaciones más lucrativas”. 

Me dirigí hacia Maré, un conjunto de 16 comunidades con 130. 000 habitantes, porque me enteré que allá solo queda un patio de culto. Busqué a Carlos, un extraficante, evangélico y líder comunitario, para escuchar otra opinión sobre el tema. Después de encontrarnos en Favela New Holland, me dio un paseo por el parque Praça do Forró do Parque União, donde hay varios bares y restaurantes. Nos detuvimos junto a una quebrada y le pregunté sobre los patios erradicados de Maré.

“Sucede en todas partes, pero sé que hay algunas comunidades en las que el narcotráfico acabó con los patios”, dijo, “como sucedió en Morro do Dendê. Hace veinte años, había jefes aficionados a la evangelización y acabaron con los demás cultos. Creo que para los negros de las favelas seguir la religión evangélica tiene más sentido, y el candomblé está subiendo de estrato, ya que la clase media está empezando a practicarlo”.

“¿Y los bailes?”, pregunté. “¿Por qué un evangélico permite la existencia de un lugar en donde se bailan canciones que hablan de temas como la promiscuidad y la violencia?”

“La danza es una tradición que viene de hace muchos años, antes de la llegada de la religión. Además, trae beneficios para el narcotráfico, por supuesto. A veces, durante el baile, se hacen alabanzas y se le dan cinco minutos al pastor para hablar. A veces, el baile, el narcotráfico y la religión se convierten en uno solo. Cada uno tiene su espacio y debe respetarse”.

Se respetan los espacios porque existe una asociación económica entre el funk, las drogas y la religión. No se puede decir lo mismo de los cultos afrobrasileños, como el candomblé, que existen hace bastante tiempo en el país. Si el proceso de conversión es una cosa natural, como promulgan los evangélicos, ¿por qué el uso de la violencia? ¿Por qué el Jardim Vale do Sol, un patio en Duque de Caxias, en Río de Janeiro, fue ​ocho veces atacado por evangélicos? ¿Será que debido a algunas personas involucradas esto termina haciendo parte de un proyecto económico?