Este artículo es presentado por Escudo
Psicodelia. Una etiqueta demasiado manoseada, pero que al mismo tiempo resulta esencial para describir la paleta sonora y temática de The Holydrug Couple, quienes desde el 2008 brillan como profetas del género. Y hoy, el onírico viaje de los chilenos Ives Sepúlveda y Manuel Parra suma una cuarta parada.
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Mientras en pleno 2010 la vereda nacional relucía como la meca del pop, el under de guitarras forjaba sus cimientos a punta de experimentación y psicodelia. Ahí habitan los responsables de los viajes más emblemáticos de Chile en la última década. De ensayos y amigos por el 2008 al primer trabajo discográfico titulado Awe [BYM Records] en 2011. Su misión: hacer ruido en todos los niveles, desde la audiencia hasta la capacidad de ir un poco más allá en la norma cotidiana de las tonadas melosas de la música más popular.
El grupo ha pasado de ser novedad y vanguardia del rock en Chile, a convertirse en una de las bandas esenciales del género hoy en día. Y en ese tiempo, tanto sus integrantes como su música han mutado. “No sé si se nota tanto en los discos, pero es evidente en la edad”, dice Ives. Porque tener 21 no es lo mismo que 31. El salto es grande, y cuando se trata de gente que vive por buscar nuevas experiencias, los espacios para cambiar son eternos.
No lo dicen en voz alta en este bar que nos recibe un 11 de septiembre –fecha clave para hablar de qué es Chile, ser chileno y hacer música en esta parte–, pero se saben visionarios en una tierra que recién se repone del desabastecimiento cultural de la dictadura. Pasó con el Moonlust del 2015, su disco puente para convertirse en imperdibles internacionales (publicado por Sacred Bones, sello independiente americano, hogar de David Lynch, que funge como su hogar desde 2011). “Es un disco que mejoró con el tiempo. Cuando salió no pasó mucho, pero tiene elementos que se pusieron de moda después”, dice Ives. Y si de recién estrenado la gente no logró entenderlo tan bien, sólo bastó que el contexto musical se tornara a su favor para que hoy suene reluciente y fresco.
Ahora, la banda presenta Hyper, Super, Mega, su luminoso cuarto LP, que coquetea con el high-fi, y que para la banda representa dos cosas distintas pero complementarias: tanto una retrospectiva del camino recorrido y la manera en que han cambiado las cosas desde entonces, como una mira hacia todo lo que el futuro tiene que ofrecer.
“El disco es como la vida de dos personas que miran 10 años hacia atrás”, comenta Ives. “Agarramos las épocas que disfrutamos, lo que aprendimos, lo compartido en giras, con amigos. Es el repaso de una historia que parte en el 2008, pero que permite involucrar todo lo que nos haya formado desde atrás. Es como la radio, que pone una canción de los setenta seguida de una del 2018.”
Estamos frente al resumen de 10 años, el último anuario de un ciclo que comienza a cerrarse para darle paso a nuevos viajes. Y si algo ha cambiado en ese tiempo, es la manera en la que accedemos a la vida: a los vínculos, a los discos. De eso justamente va Hyper, Super, Mega, “una ironía sobre la exageración y lo superlativo. La necesidad digital es demasiado falsa y la información que sientes que necesitas y consumes, es falsa”, cuenta Sepúlveda, quien guarda en su bolsillo un teléfono que lo mantiene desconectado si es que no hay una red de Wi-Fi cerca. “Estás todo el día en Instagram, pero no sacas nada al limpio. Los milénicos piensan que cachan todo y no saben nada, y por eso el disco parte con esta canción que se llama ‘Hyper, Super, Mega’, con un ruido que cruza todo el disco a medida que se va diluyendo, como los contenidos que consumen”.
El álbum está dividido por un lado A rápido y ruidoso, y culmina con una segunda parte final que entra en la suavidad sin tocar el letargo, todo quebrado por ‘Lucifer’s Coat’, “esta canción barroca que es como un cover de Bach, una reversión del preludio en Do menor”.
Si pillas olor a Primal Scream o un guiño a The Andrew Oldham Orchestra, no estás tan alejado de la frecuencia del dúo, aunque de etiquetas estos chicos ya escucharon demasiado. Es una de las principales críticas de todo el concepto del trabajo: ¿para qué esta necesidad hiperconectada de etiquetar todo lo que se te cruza?
Lo grita la tapa del disco con su globo terráqueo, creación de Ives. “Quería una foto del planeta porque sentía que es algo que va a desaparecer. Este disco es como una muestra del planeta en su modernidad, o incluso, postmodernidad”. Se imaginó mirando la Tierra desde una pequeña ventana, como si estuviera en la Estación Espacial Internacional, y con toda la nostalgia no le quedó más que decir chao, nos estamos yendo y esto queda atrás. “El disco es como eso, lo que queda atrás. No es lo que va para adelante”.
Y el globo terráqueo queda al revés porque es su trabajo y puede hacer lo que se le pinte la gana. “Siempre está para un lado, pero podría estar para cualquiera. Ahora Sudamérica està arriba porque el disco es chileno aunque esté en inglés” –eso sí, sin paternalismo o moralidad patria. No importa que sea septiembre en el universo de The Holydrug Couple.
“Si esto fuera un libro, este es el último capítulo”, adelantan, tomándose más atribuciones irónicas, como cuando ya sabes que la historia se torna irreversible. Las últimas páginas donde la crítica se afina un poco para apuntar a aquellos que viven en la frustración instantánea digital.
¿Aspiran a otra década? Misterios para Ives y Manuel del futuro, aunque salen a la mesa personajes de larga trayectoria como Brian Eno. “Puedes ser un bacán como David Byrne o una huea muy fea como Kid Rock. Tengo una necesidad más que ganas de seguir, pero uno ya está en esta. Es el hambre de levantarse y hacer esto, y eso es poco probable que cambie”.