Por los siglos de los siglos se ha culpado al sexo de agotar a los atletas y gastar energías que deberían aprovechar en saltar la pértiga, lanzar una bala de cañón o hacer piruetas antes de caer a una piscina. Se trata de una mentira muy arraigada en el imaginario popular y muy vieja, al parecer, pues hasta donde recuerdo el mismísimo Gilgamesh había urdido el plan de enviarle una prostituta a uno de sus rivales con el fin de verlo disminuido (eso hace algunos miles de años). Desde entonces, los entrenadores han aconsejado a sus pupilos llevar una vida de monasterio. De hecho, Mickey, el entrenador de Rocky Balboa, ha resumido dicha filosofía en una frase célebre:
“Las mujeres debilitan las piernas”Videos by VICE
Sin embargo, nada ha demostrado que los sujetos frustrados por falta de sexo tengan mejor rendimiento en el box, el esgrima o el baloncesto. De ser así, los autores de esta columna estaríamos ahora en Londres y no escribiendo.
El experto Ian Shrirer dice que no hay de qué preocuparse: “Tener relaciones sexuales en la víspera de una competencia no afecta la fuerza, ni la resistencia, ni ninguna otra de las condiciones físicas de un atleta”. Por su parte, el especialista John Bancroft asegura que el único problema podría relacionarse al “periodo refractario” posterior al sexo. Se trata de esa etapa en que es prácticamente imposible lograr una nueva erección (y cuyo lapso de tiempo puede ir de los 20 minutos en adolescentes a las 24 horas en empleados de VICE). En todo caso, nosotros no vemos dónde esté el problema: no es que ninguna de las competencias olímpicas requiera del miembro duro de los contrincantes.
(Claro, a menos que se trate de esta disciplina)
Y aunque la abstinencia parece ser casi un mandamiento deportivo, el equipo de A tranquear el Zorro cuestionan: ¿puede ser esto posible? Es decir, ¿pueden los mejores cuerpos de un país asistir a una reunión con los mejores cuerpos de otros países y no sentir nada, especialmente cuando todos se pasean en ropa entallada, trajes de baño recién humedecidos e incluso ropa de judo a punto de desabrocharse?
Por otro lado, los miles y miles de condones que se reparten en los Juegos Olímpicos demuestran que las villas son un hervidero de hormonas, y no los culpamos. Carajo, entrenan diez horas al día, están sometidos a cargas inimaginables de estrés, tienen un 99.99 % de posibilidades de volver a sus países con las manos vacías. ¡Hacen ya demasiado! ¿Con qué derecho les prohibimos un poco de sano contacto con las chicas y chicos de otras delegaciones?
Por fortuna, la abstinencia no es algo que vaya a la alza en las concentraciones de deportistas.
La evidencia indica que la única manera de lograr un poco de castidad en las villas es que todo mundo se parezca a Ana Gabriela Guevara. Si hemos de creerle a la guardameta del equipo estadounidense de futbol, Hope Solo (y las imágenes nos dicen que hay que creerle), la cosa está que arde ahí dentro: “Hay mucho sexo. He visto gente teniendo sexo en la hierba que hay entre los edificios”.
No lo dudamos.
El debate respecto al sexo anterior a las competencias va para largo: hay quien asegura que cualquier acción sexual actúa en el autoestima de las personas de tal modo que harán mejor su trabajo. La postura contraria también tiene argumentos convincentes (y mucha frustración): señores, el problema no es el sexo en sí, sino todo lo que conlleva conseguirlo. Eso sí desgasta.
Y sobre todo, el sexo es lo que antiguamente conocíamos como “vida”.