Diez preguntas que siempre quisiste hacerle a un ‘workaholic’

Aunque las drogas y el chorro son lo primero que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de adicciones, la dependencia física y psicológica puede darse con casi cualquier cosa que entre en la órbita de la vida de un ser humano.

El trabajo, por más aburridor que pueda llegar a ser para los mortales, puede generar un alto nivel de enviciamiento que, aunque parece ser menos grave que la drogadicción o el alcoholismo, tiene repercusiones perjudiciales para la salud mental y social en aquel que no puede parar de camellar.

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Es complejo encontrar a alguien que se declare a sí mismo un ‘workaholic’ —típico síntoma del adicto—, pero en este caso logré dar con un “rehabilitado”, quien se dio cuenta de lo improductivo que es estar a merced de su oficio todo el día, a toda hora.

Su nombre es Jorge —o ‘George’— Silva: un abogado de 37 años especializado en el sector de Fusiones y Adquisiciones (M&A). Actualmente trabaja en una firma prestigiosa en Estados Unidos y, de cierta forma, reconoce haber tenido un problema con su faceta laboral. Mientras charlábamos, me contó que en su época más ‘workahólica’ trabajaba unas 20 horas al día y dormía solo cuatro, sin tiempo casi que ni para comer o ir al baño.

Con varias preguntas en mi mente, hablé por teléfono con Jorge, quien cada 15 minutos me tenía que colgar para atender llamadas y correos. Sí: ya se rehabilitó pero eso no significa que no deba trabajar un viernes a las 11:00 de la mañana.

VICE: Jorge, ¿a qué tipo de persona considera usted un ‘workaholic’?
Jorge Silva: En mi experiencia, el ‘workaholismo’ es un destino al que se llega por muchos caminos y yo creo que existen tres tipos de adictos al trabajo. El primero se podría llamar la “persona avestruz” porque mete la cabeza para escapar de las cosas que no quiere afrontar: su familia, su sexualidad, su soledad. El trabajo se vuelve un refugio para no hacerle frente a preguntas mucho más difíciles e importantes de la vida.

La segunda categoría es lo contrario a la primera: es alguien que tiene una versión inflada de sí mismo. Se cree el redentor o el dios ‘workaholic’ y tiene que estar metido en cada decisión, en cada proyecto y en cada cosa. Es una creencia constante de que todo se va a desplomar si él o ella no están ahí.

El tercero es el ‘workaholic’ de vocación. Miguel Ángel o Da Vinci —quien no dormía—se dedicaban de lleno a lo que les gustaba. Yo me he sentido como parte de ese grupo porque son personas apasionadas por lo que hacen. Ocho horas de trabajo diario en algo que no te apasiona es tiempo desperdiciado, pero 20 en algo que amas puede darte una vida plena.

¿Desde pequeño era así?
Yo empecé a pasar derecho en primero de primaria. No sé qué tanto de eso era desorden o amor al arte, pero yo me desvelaba haciendo trabajos para algunas clases porque quería que quedaran perfectos. Mi mamá —que era la típica mamá burguesa— después del colegio me llevaba a clases de piano, de chino y de karate. Yo le preguntaba que por qué no podíamos ser como lo vecinos que iban a montar bicicleta, jugaban fútbol o veían televisión, pero ella no me ponía atención.

Mi madre era más ‘workaholic’ que yo en su papel de mamá. Esa adicción no solo se da con las personas de una firma o de una banca de inversión, sino que se puede generar con cualquier vocación.

¿Ha tenido que sacrificar alguna relación o algo por culpa del trabajo?
Yo formé parte del ‘workaholic’ número uno (“avestruz”) porque cuando te das cuenta del poder y la libertad que tiene el hecho de que siempre estés trabajando y la gente asuma que siempre estás ocupado, puede funcionar como un gran escudo. Si uno emocionalmente está inhabilitado porque terminó una relación de vieja data, se puede refugiar en el trabajo. Pero sí, yo he tenido que terminar varias relaciones porque mi trabajo no me permitía seguir con ellas.

¿Cree que el ‘workaholismo’ es una adicción o es más un hábito de trabajo y ya?
Yo no sé. Supongo que los síntomas son parecidos a los de una adicción. Hay personas que se mueren por trabajar, eso sí. Dejan de comer, de dormir y se mueren. Pero yo creo que eso es diferente de la persona que no puede dejar de tomar o inyectarse heroína, porque la naturaleza del trabajo es menos fungible que la de la adicción a una sustancia. Con eso me refiero a que el trabajo es un medio para terminar un proyecto, en cambio la droga es el fin.

¿La adicción al trabajo es tan perjudicial como cualquier otra adicción?
Ambas van de la mano. Hay grandes ‘workaholics’ que sufren de adicción a alguna droga. Hay muchos casos de abogados corporativos, banqueros de inversión, corredores de bolsa que mezclan el trabajo con el alto consumo de sustancias. Lo más dañino del ‘workaholismo’ es que te puede llevar al alcoholismo o a la drogadicción.

Por otro lado, a veces te sientas en una cena de trabajo donde estén los cónyuges y ellos empiezan a compartir historias sobre lo que es vivir con un abogado corporativo. Cómo se tiraron las vacaciones, cómo no llegaron a la presentación del niño, cómo les tocó trabajar durante el crucero y cuentos así. El costo que tiene que soportar una familia del ‘workaholic’ es muy alto: parecido al de alguien adicto a alguna sustancia.

Pero, ¿por qué ser adicto al trabajo? ¿Le genera placer como tal?
Eso es bastante interesante. Si tú me preguntas que si me gusta levantarme a las 7:00 de la mañana, luego de haberme metido no sé cuánto trago en mi cuerpo para atender llamadas y correos, pues la respuesta es obviamente que no. Pero a la vez sí hay algo en eso que a mí me genera placer porque es mostrarme a mí mismo que pude hacerlo, que lo logré. Es placentero retarse constantemente para llegar al máximo nivel de tus capacidades.

El primer chute de heroína siempre es el mejor y vas a querer sentirlo nuevamente. Con el trabajo puede pasar algo parecido: sentir la adrenalina que te generó el proyecto anterior donde retaste a tu intelecto y tus habilidades.

¿Cómo es tener una pareja para un ‘workaholic’?
Es difícil. Muchos no tienen tiempo para salir con alguien y ni les interesa. Pero por otro lado, están los que buscan pero no la encuentran. Cuando eso sucede, muchos se terminan metiendo entre las personas de la firma o de la empresa. Y sí, varias son relaciones genuinas pero es complicado saber en qué momento pasas de la relación a una situación de acoso por una disparidad del poder. En qué momento alguien se puede estar aprovechando de su posición laboral relativa frente a un hombre o una mujer más junior para lograr sus objetivos sentimentales o sexuales.

¿Qué es lo más extraño que le ha pasado por tener que trabajar?
Una vez que estaba de viaje en un lugar bastante remoto. Tenía que terminar un contrato de millones de dólares y donde yo estaba iban a cortar la luz, entonces me tocó pedirle al encargado que si podía apagarla más tarde. Me dijo que ya se iba a dormir entonces que la apagara yo. La planta eléctrica quedaba en una choza donde guardaban a los animales. Trabajé como hasta las 5:00 de la mañana —no había salido el sol todavía— y fui a apagar la planta.

Me tocó saltar por encima de chivos para encontrarla. El problema es que cuando uno apaga la luz en ese lugar, no se ve un carajo. La apagué, volví a saltar los animales y cuando salí, no tenía ni idea de dónde estaba parado. Hasta que no salió el sol no pude volver a mi hamaca donde estaba mi novia, preocupadísima.

Finalmente, el contrato se cayó (risas).

En esas firmas gringas, ¿el que no es ‘workaholic’ no triunfa?
Ahí podemos tocar la pregunta general: ¿Ser ‘workaholic’ paga? Según mi experiencia la respuesta es que no. No sirve tener grandes abogados que trabajen tres días seguidos porque se queman. Entonces desde hace un tiempo, las firmas como en la que estoy yo, el mantra general es: esto es una maratón, no es una carrera de 100 metros, así que hay que tranquilizarse.

¿Le da temor pensionarse?
No mucho, la verdad. Mi época de ‘workaholismo’ me permitió desarrollar una ética de trabajo donde creo que puedo tener un retiro cultural o ponerme a leer una novela o meterme a una clase de cualquier cosa y ser igual de productivo y seguir aprendiendo.

Pero sí conozco mucha gente que le tiene pavor. Un colega de mi firma, que es un abogado supremamente prestigioso, le tiene pánico a retirarse porque siente que va a pasar a ser un inútil. No concibe el hecho de pasar de ser un dios del derecho a ser un don nadie.