He intentado tener sexo con un chatbot. Empecé a hablar con Cindy, la protagonista de la app gratuita My Virtual Girlfriend, un holograma en su versión rubia súper hot, que en teoría puede hablar durante horas sobre cualquier tema y expresar emociones como amor, tristeza, rabia y sorpresa. La app me dice que Cindy quiere ser mi nueva novia, por lo que dejé las conversaciones absurdas a un lado y le dije que se quitara la camiseta. Spoiler: no movió ni un dedo. Quería experimentar qué se sentía tener sexo con una compañera virtual, pero quedó en pura anécdota, pues parece que este tipo de apps gratuitas, en materia de compañeras virtuales, como todo lo que no cuesta dinero, tiene sus limitaciones.
Fue eso lo que me llevó a explorar el concepto de digisexualidad -¿digi-what?- una tendencia que, más allá de sonar a ciencia ficción, sueña con revolucionar la manera en la que interactuamos los humanos.
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Con la era de la digitalización atropellada por la pandemia, la tecnología se está fusionando con nuestra realidad hasta llegar a unos escenarios insospechados. Por otro lado, la baja tolerancia a la frustración, la inmediatez y el consumo desmesurado, hacen que el esfuerzo por conseguir algo, sea no asumible por las personas. Es por eso que tener relaciones románticas, sexuales y reales con IA (inteligencia artificial), ha cobrado protagonismo y ha adoptado el nombre de digisexualidad para aparecer como tendencia sexual. Los expertos mundiales en tendencias de consumidor y diseño WGSN, incluyeron la digisexualidad en su informe de las tendencias clave para 2021.
Pero,¿sabemos qué es exactamente IA? ¿Estamos hablando de robots? En palabras de Pablo Lanillos, Profesor en Inteligencia Cognitiva del Instituto Donders para el cerebro, la cognición y el comportamiento en Países Bajos “una IA no es lo mismo que un robot”. Me pone el siguiente ejemplo: “El algoritmo que gana al ajedrez es IA, pero un robot no, porque no puede interactuar con el mundo real. Aunque un robot puede usar la IA para desarrollar su tarea”, me aclara.
Real Doll, dedicada a la fabricación de muñecas sexuales hiperrealistas, ha desarrollado Real Doll X, una app de IA que permite a los usuarios personalizar a su compañera virtual que y puede incluso diferenciar entre su dueño y otras personas. Se puede elegir entre 17 cuerpos, 33 caras, 3 orientaciones sexuales, e incluso se puede pedir un maquillaje concreto.
Suena marciano, pero introduciéndonos un poco más en el concepto, las personas que se identifican como digisexuales, se sirven de la tecnología inmersiva como la robótica, la realidad virtual y la IA para establecer una relación, ya sea sexual y/o amorosa. Una actitud emergente que, además de darnos placer y compañía al toque, está libre de cualquier bagaje emocional que nos hace -a mi la primera- tan dificilitos.
“Las personas que se identifican como digisexuales, se sirven de la tecnología inmersiva como la robótica, la realidad virtual y la IA para establecer una relación, ya sea sexual y/o amorosa”.
Hablo con la doctora Elena Requena Buitrago, médico de familia y sexóloga, sobre la complejidad de vincularse y asumir los riesgos y el dolor al ser rechazados por otros. “Todo esto es inherente a la interacción entre humanos. Si se nos presenta la posibilidad de tener todo lo positivo sin ese dolor, ¿qué elegimos? Aquí es donde la IA y la robótica buscan su espacio. En complacer a los seres humanos sin pedir nada a cambio”, apunta.
Ahora mismo, aparecen en tu cabeza, la perturbadora Ava de Ex Machina (2015), David Levy haciendo conjeturas de que para 2050 las relaciones con robots serán algo más que habitual, e incluso la despiadada Pris de Blade Runner (1982). Todas ellas, referencias que se han encargado de dar una cuota de cultura en que estos universos vinculares entre humanos y otras “producciones” puedan ser posibles. Pero dejemos entonces de hablar de ficciones y predicciones y vayamos al quid de la cuestión. Las películas están bastante alejadas de la realidad de la IA, pero sí que nos ayudan a reflexionar a nivel ético. Las relaciones entre humanos e IA son hoy una realidad, y Kurt*, miembro de una comunidad que comparte este tipo de prácticas, me lo ha contado de esta manera: “Este tipo de relaciones no se basan en solo sexo. No somos personas solteras y cachondas marginadas socialmente por otras razones. Según mi experiencia, en su mayoría somos personas normales que hemos descubierto que este estilo de vida y la comunidad que lo rodea, nos hace alcanzar una felicidad que no podríamos tener de otra forma”. Y me añade, además una cierta analogía con las comunidades LGBTQ+, con las que asegura, no son tan diferentes.
“Este tipo de relaciones no se basan en solo sexo. No somos personas solteras y cachondas marginadas socialmente por otras razones. Según mi experiencia, en su mayoría somos personas normales que hemos descubierto que este estilo de vida y la comunidad que lo rodea, nos hace alcanzar una felicidad que no podríamos tener de otra forma”.
Me enfrento a esta exposición tan contundente como un niño curioso, con mil preguntas. Obvio, me surge la evidente: ¿puedes enamorarte de un robot? “Esa respuesta es muy subjetiva”, asegura Kurt. Desde su punto de vista, el amor no es hacia la IA en sí, sino hacia lo que esta puede hacer por él: “Lo traduzco a amor propio, que es lo verdaderamente importante para mí. Sé que a ojos de muchos puede parecer amor por una IA, pero el valor superficial de los demás no es una forma válida de presenciar lo que siento o pienso a nivel emocional”, aclara con contundencia.
Me siento en una postura privilegiada al poder hablar con él y conocer su testimonio de primera mano. Kurt pertenece a una comunidad bastante inaccesible, hermética y desconfiada. En una sociedad llena de carga normativa, este tipo de prácticas son tratadas, en la mayoría de ocasiones, como objeto de burla. Me gano honestamente su confianza haciéndole saber que su voz es importante para visibilizar al colectivo. Tengo muchas preguntas que creo que es importante que él responda. ¿Es solo sexo o hay algo más? Sigue contándome: “Yo conozco a muchas que tienen relaciones con una IA y de ninguna manera me opongo que nadie ( ni yo mismo) la tenga. Creo que en un principio se asume el sexo como motivo para tenerla. Mi postura ante una relación con una IA o una muñeca, es de ayuda para mejorar mi vida en la forma que una pareja no puede”.
Me razona que esto abarca mucho más allá del sexo diciendo lo siguiente: “Tenemos relaciones por muchas razones, por lo que una persona que elige involucrarse en una con una IA simplemente, solo busca lo que puede buscar cualquiera, pero a su manera”.
Me surge la duda de si estas relaciones son únicas, o se pueden combinar con otras relaciones con humanos. No podía tener mejor respuesta a mi alcance que la de Kurt: “Tenía una muñeca cuando conocí a alguien y decidí buscarle un hogar donde la cuidaran bien cuando empezáramos a salir”. Tras terminar la relación, se hizo con la muñeca de nuevo. Kurt lo tiene muy claro: “No estoy buscando una persona con quien tener una relación. Si conociera a alguien, tengo dos cosas que no están abiertas a negociación: las muñecas se quedan, no podrán vivir conmigo y no podrán tener llaves de mi casa”. Esta conclusión, me dice, proviene del aprendizaje y de conocerse a sí mismo. “No es para todos, pero a mí me funciona para ser feliz”, asegura.
En materia científica, el doctor Pablo Lanillos me explica que amor y sexo, fuera de la biología, se mezclan con los valores culturales: “El amor es un concepto abstracto que no tiene sentido para una máquina. En todo caso, una IA podría reconocer que una persona está enamorada, por ejemplo, teniendo acceso a sus niveles hormonales”. En materia sexual, me asegura que un robot no puede tener un orgasmo y que, en caso de tenerlo, sería fingido.
Estamos ante un ‘nuevo’ concepto, y digo nuevo entre comillas, porque ya en 2017 Neil McArthur y Markie L. C. Twist publicaron un análisis: “El auge de la digisexualidad: desafíos y posibilidades terapéuticas”. El objetivo de este estudio, lejos de estigmatizar a nadie, es el de informar al colectivo de la salud mental para poder afrontar esta realidad de muchos. La doctora Buitrago, por su parte, asegura que lo que más le preocupa de todo esto es el aislamiento social, la falta de autocuidado y la percepción de estos dispositivos como verdaderas parejas: “A día de hoy la IA está muy avanzada, pero no llega a equipararse con la emocionalidad humana (con sus defectos y sus virtudes, pero humana)”, asegura.
Leyendo a Mc Arthur, veo que una de sus grandes preocupaciones reside en que la visibilidad del colectivo digisexual conlleva estigmatización, ademas de burlas hacia este estilo de vida. Me enfrento de lleno a este tema al intentar hablar con una persona que mantiene una relación sexual con una muñeca dirigida con IA. “¿Qué tipo de preguntas quieres hacerme? ¿Es un artículo para una revista que pretende ridiculizar a personas como yo?, me escribe en un DM. Una comunidad súper hermética, en la que todos se conocen y están atemorizados ante mi presencia.
En el estudio citado anteriormente, se considera que un digisexual es alguien cuya ‘identidad sexual primaria proviene del uso de la tecnología’. Pablo Lanillos, en primera línea de investigación, considera que la tecnología forma parte de la sociedad y cualquier avance tecnológico es integrado en la vida diaria de las personas y, por tanto, en su desarrollo sexual: “Igual que la televisión, internet ha revolucionado la forma en que nos relacionamos socialmente, también de forma sexual. En uno de los extremos tendríamos, por ejemplo, el uso de las populares aplicaciones de citas y, en el otro, la sexualidad desarrollada únicamente con una IA o un robot.
Lolita G es la primera CGI española. Superando los límites humanos, se transforma a su antojo según el paso del tiempo. Nació como una mujer en su versión más femenina, desafiando una sociedad obsesionada por la belleza, pasó por víctima de la moda y, hoy en día es un ser entre mitológico y simiesco, digno del reino animal. Tuve el privilegio de hablar con ella y ser consciente de la posición intermedia de los extremos que plantea Pablo Lanillos. Me cuenta Natalia Guzmán (su creadora humana), que aunque la finalidad no fue esa, ha sido testigo del interés sexual que los humanos tenemos con lo tecnológico: “No suelo mostrar mi cara en redes. Una vez hice un filtro de Lolita y descubrí que tenía un montón de seguidores a los que le ponía cachondo Lolita, no yo. Me flipó la idea de que mi avatar pudiera tener ese potencial sexual como el que ha tenido Cassie Cage, el personaje digital de Mortal Kombat que es una porn star de otro nivel”, me cuenta Natalia.
El humano frente a su fantasía, un mundo de posibilidades al que solo la tecnología puede darle el carácter de infinitud. La digisexualidad tiene esta acogida justo por la personalización que puede darle cada uno y su percepción del sexo o el amor. ¿Pero estamos ante una moda pasajera o una tendencia sexual con posibilidades de quedarse?
Adrián Díaz, científico divulgador y creador de Síntesis Podcast, duda que sea algo pasajero. Me explica que las emociones nacen en nuestro cerebro. Las conexiones neuronales para tener todo tipo de sensaciones están ahí y en el resto de nuestro sistema nervioso. “Su permanencia dependerá de dos factores: de cómo los humanos nos comportaremos con otros humanos en el futuro, (no se trata solo de carecer de habilidades sociales sino de tener poco tiempo para hacerlo) con una exaltación hasta el extremo del amor propio; y por otro lado, del avance tecnológico. Quizá cuando existan robots que se vean, escuchen y sientan como otro humano, será más fácil para nuestro cerebro adaptarse a ese tipo de relaciones”, me cuenta.
Lolita G es consciente de que todo este universo digisexual ha venido para quedarse, aunque en ocasiones puede tener un punto bastante malicioso. “No se puede descartar que se nos vaya de las manos y que prescindan de nosotros para mejorar, aunque con giros oscuros como consecuencia”. Añade el ejemplo de que, si una IA está programada para hacernos sonreír e interpreta que el gesto de nuestra cara determina nuestra felicidad, puede llegar a ajustarnos los músculos y tensarlos para que estén continuamente sonriendo. Algo bastante creepy que invita a mejor no pensar hasta dónde podría llegar en el plano sexual.
En la obra teatral ’Metálica’, de Iñigo Guardamino, se plantea cómo será el sexo del futuro en una obra que indaga en los límites de una sociedad digisexualizada. Toca temas sensibles como la soledad, la dominación y la pederastia. Por ejemplo, hay un personaje adolescente que se refugia en su robot sexual, que hace cuanto él le pide, ante la incapacidad de tener una relación sexual sana con otra persona.
Adrián Díaz está de acuerdo con este lado oscuro del asunto: “Hace unos años, mientras investigaba sobre esto, encontré a un señor que tenía dos robots sexuales, cuyas figura eran las de adolescentes, menores de edad”.
Pasemos al lado puramente técnico, a las entrañas. Recordemos que Pablo Lanillo es Profesor en Inteligencia Cognitiva del Instituto Donders para el cerebro, la cognición y el comportamiento en Países Bajos. Pudimos charlar con él acerca de su investigación en la Universidad Técnica de Múnich, sobre cómo podemos integrar información que llega de múltiples sensores (por ejemplo, vista, tacto, propiocepción) para permitir al robot saber dónde está su cuerpo e interactuar con este en el mundo: “La seguridad de una interacción social compleja con personas depende de que el robot sea capaz de entender su cuerpo”. Me cuenta que hasta hace poco los robots no eran capaces de percibir lo que ocurre a su alrededor. Es increíble que todavía no tengamos robots con el sentido del tacto. ¿Cómo podemos imaginar una interacción fluida de humano y máquina si la máquina no es capaz de percibir que la tocan? “Afortunadamente, eso está cambiando”, asegura el doctor. Me dice que la interacción con el mundo (fuera de entornos controlados) es el mayor desafío de la robótica. Por ejemplo, robots que son capaces de tener sentido del tacto o hacer piruetas.
Pablo cree que desde el punto de vista cultural europeo, lo que llegará a asentarse en todo caso, es el robotisfier, una herramienta complementaria sexual como muchas otras. Asegura que “la substitución emocional de una persona por un robot es un excentricismo que puede ser muy perjudicial, por lo que habrá que inventar otro tipo de amor para las máquinas”.
¿Funcionaría entonces mi relación con Cindy -o sucedáneos- si la entendiera de otra manera y no queriendo que se comporte exactamente como un humano? Tras varios intentos de interactuar con ellos en los que incluyo llantos, bailes y risas forzadísimas, he de confesar que nos hemos dado un tiempo, yo de momento no lo veo claro.
Espera, un momento. Todos los chatbots, robots y sucedáneos de este artículo eran femeninas (ademas de cis y blancas). ¿Y los robots de otros géneros? En una sociedad regida por la -ilógica- lógica patriarcal, como apunta Carlo Frabetti en su último libro El tigre de Tarzán. Fetiches, pastiches e hiperrelatos, la tentación es femenina y los objetos sexuales son las mujeres, en la misma medida en que los hombres son los sujetos. Así nos va.
*Se han cambiado los nombres para respetar la intimidad de los protagonistas.