Música

Vida y obra de Diomedes: El último rockstar colombiano

El artista más grande del vallenato. El número uno de las ventas de discos en Colombia. El guajiro que con su magnetismo sobrenatural reclutó masas y transformó conciertos y parrandas en rituales de una inmensa fanaticada. Diomedes Díaz Maestre, conocido como El Cacique de La Junta, fue un destripador de cantantes amateur, poderoso intérprete, ágil verseador y brillante compositor, que partió en dos la historia del vallenato. Una estrella con proezas musicales irrepetibles y el protagonista de un expediente con episodios oscuros que, pese a la controversia y al escándalo, permanece encumbrado en lo más alto del folclor nacional.

Relatos sobre su vida, que mezclan la fantasía y la realidad, se funden y completan el mito de un campesino de sangre indígena que con talento de sobra y guerreándola, llegó a la cima de la música en medio de una biografía de fama, dinero, mujeres, enfermedad, drogas y alcohol. Con todas sus hazañas, El Cacique sigue hoy, cuatro décadas luego del despegue de su carrera y más de dos años después de su muerte, reinando en el trono del vallenato. Continúa siendo noticia, sonando en la radio e insertó con sus cantos en el inconsciente colectivo del país.

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Diomedes, el Sid Vicious guajiro, el Keith Richards costeño. El artista vallenato más punketo de todos. Su personalidad detonante, su extenso legado musical y toda la pirotecnia que estalló alrededor de su persona, lo rotulan como el máximo rockstar colombiano.

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Diomedes y Juancho, la tapa del vallenato

Un delirio parrandero se siente en el Coliseo Cubierto Humberto Perea de Barranquilla durante el Festival de Orquestas y Acordeones de 1990. Es lunes de carnaval y el público currambero está alborotado. Armado de pancartas y pañuelos responde ante cualquier movimiento de Diomedes, que desde el escenario bota tremenda descarga de sabor. El cantante mientras interpreta el tema “La chambaculera” dice: “Vamos a ver, hay que está’ a la moda, ¡mi abrazo a Barranquilla!” y empieza a mover los hombros agitando los brazos cada vez con más velocidad. La euforia de los miles de asistentes a su show se desborda. Todos siguen obedientes las órdenes de la oscilación de sus manos. Da la espalda a la audiencia por un instante, con movidas de director de orquesta imparte indicaciones a su agrupación y luego abraza a su acordeonero Juancho Rois. Acaban de ganar el Congo de Oro, máximo galardón del evento. Se le ve alegre, como la camisa de palmeras que lleva puesta, y poderoso, como la pesada medalla de oro de la Virgen del Carmen que carga al cuello.

Diomedes es un tipo de 33 años, un metro setenta y cinco, de piel morena, con un rostro de rasgos indígenas, un ojo con el párpado caído (que le quedó sin visión por una pedrada que recibió en su infancia), y una sonrisa expresiva. Un campesino de La Junta, Guajira, desparpajado e histriónico, que tiene al pueblo sometido ante su canto. Las personas en sus conciertos quieren tocarlo, brindarle un trago, ser parte de sus ceremonias. Unos suben a la fuerza a la tarima para sentirlo cerca, algunos le piden que los bendiga, otros se matan por agarrar las toallas que arroja untadas de sudor y de María Farina, como él llama a su colonia Jean Marie Farina. Las mujeres lo asedian. Histéricas, le gritan que lo aman o que quieren tener un hijo suyo, y los fans más extremos le tienen templo y le rezan.

Es el cacique de la tribu y cuenta a su lado con el acordeonero que está rompiendo los moldes, Juan Humberto Rois, un virtuoso del instrumento, que aunque está pegado a las raíces del folclor, innova en la forma de interpretar los ritmos clásicos del vallenato (paseo, puya, merengue y son) inventando fórmulas voladas con su fuelle, acudiendo a elementos de estilos que ha estudiado como el merengue dominicano o la música clásica. Juancho, ‘El Fuete’ o ‘El Conejo’, como le dicen, está marcando la manera de tocar de jóvenes acordeoneros y es el gran complemento de Diomedes porque, en el vallenato comercial, desde los 70, cuando dejó de ser una misma persona la que cantaba y tocaba el instrumento, acordeonero y cantante van ligados. No son el uno sin el otro.

El Cacique había tenido una fugaz unión con Rois en el 78, para el disco La locura (citado entre los mejores de todos los tiempos por la crítica vallenata) y diez años después volvió junto a él. Ahora está imparable, sus giras y presentaciones son multitudinarias y la devoción de sus seguidores se sale de proporciones. Ellos, fieles, esperan los lanzamientos de sus discos cada 26 de mayo, día de su cumpleaños. Si es necesario, van de los pueblos a las ciudades a conseguirlo, hacen fila desde la madrugada en las entradas de las tiendas esperando que abran para comprarlo y celebran desde el Cabo de la Vela hasta Leticia con parrandas descomunales y hasta con propuestas de declaración de día cívico en alguna capital. El 26 muchos no trabajan ni estudian. Engrosan los desfiles que se arman por la salida de los álbumes, en los que, subido en un carro de bomberos o en una camioneta, cargando la estatua de su patrona la Virgen del Carmen acompañado por su acordeonero y algunos amigos, El Cacique recorre Valledupar. La gente, a pie, en carros, en cicla o en moto, lo sigue en caravana, luciendo afiches con su imagen o réplicas de la virgen, con bullicio, pitos, sirenas, echando voladores y sonando a todo timbal las canciones del disco. Así son sus seguidores, su “fanaticada”, como el cantante se refiere a su audiencia, a la que le ha compuesto varias canciones. Esa muchedumbre codificada como “Diomedista” a la que le canta “¡con mucho gusto!” y a la que además de agradecer con su arte, también le retribuye su admiración, regalándole su plata.


Portada ‘La locura’

No es raro verlo en un viaje por carretera repartiendo millones a los vendedores de comida en la vía o pagándoles mil veces más de lo que valen sus productos. Sus amigos afirman que lo conmueve muchísimo la pobreza, que lo han visto mandando cambiar cheques para después compartir ese dinero a diestra y siniestra en la calle con sus admiradores, que eso es normal en él. Hay quienes cuentan que a veces bota billetes por la ventana, que cuando tiene plata guardada en la casa y la gente le golpea para pedirle, sale y reparte altas sumas. Otros aseguran que hasta obsequia sus cosas a personas que se le acercan buscando ayuda: sus joyas, sus camisas, zapatos y hasta los Discos de Oro que obtiene por las ventas de su material. Dicen que desde hace años es benefactor de muchos: que le da plata al uno porque le pide para las medicinas de la mamá, al otro para pagar el colegio de los hijos, que les compra chivos y viviendas a los indios y que, quizá, hace todo esto por haber nacido en un hogar humilde y haber tenido que trabajar desde niño en el campo, tejiendo mochilas y vendiendo yuca o bollo limpio para ayudar a sus padres a buscar el sustento. Sus críticos alegan que es una expresión de poder y extravagancia, y sus cercanos aducen que, simplemente, es generosidad. Sobre esto, le dijo a uno de sus managers que “hay que compartir el pan”. Y en la radio, al interrogarlo sobre su plata, alguna vez afirmó: “No es que tenga mucha, pero con qué comé y comprar manteca pa 10 años sí tengo”.

La plata también le alcanzó a Diomedes para pagar excentricidades como el diamante que se incrustó en un diente en esta década. Una revancha con la vida por la sonrisa desmueletada que se vio obligado a exhibir a inicios de su carrera en una de sus portadas más famosas, la del disco Tres canciones (1976), que grabó al lado del acordeonero Elberto ‘El Debe’ López —que incluye el éxito compuesto por él, que da título al álbum y que canta a la hoy popular “ventana marroncita”—, en la que aparece con gafas oscuras (que ocultan su defecto en el ojo) y sin un diente. En entrevistas el guajiro cuenta que en aquel tiempo le daba pena sonreír por la falta del diente y que para la sesión de fotos de esa carátula le pedían hacerlo. Él, renuente, trataba de disimular, pero la única foto que terminó sirviendo fue la que se publicó, disque porque a un personaje presente le gustaba mucho fumar y en todo el resto de tomas se veían sus cigarrillos en un cenicero. El Cacique justifica el diamante asegurando que es “para brindarle una sonrisa más bonita a los seguidores”, y argumenta que para guardar la plata en los bancos y que se la roben, prefiere metérsela en la boca.

Diomedes había empezado a acumular fortuna durante una unión con el acordeonero ‘Colacho’ Mendoza y, al lado de Juancho, siguió vendiendo discos como pan caliente y conjugando dinero y fama. La segunda temporada de este tándem se inauguró con el álbum Ganó el folclor (1988) que traía entre otras la sonada “Los recuerdos de ella” que decía: “Voy a poné una tiendecita pa vender cerveza, para yo tomarme una de vez en cuando”. Vinieron luego trabajos como El cóndor herido (1989) que tomó el título del corte en el que Diomedes narra sus penas y se compara con un cóndor que cayó lastimado cerca de La Junta; Canta conmigo (1990) que puso a bailar con la canción “Lucero espiritual”; Mi vida musical (1991) que carga la composición autobiográfica del mismo nombre en la que el cantante cuenta los pasos en su carrera; o El regreso del cóndor (1992), que tiene la continuación del “Cóndor herido”.


Portada Tres Canciones

Cada año salía un trabajo al mercado y con cada uno El Cacique superaba el nivel del anterior. Por ejemplo, con el álbum Título de amor (1993), el de los súper hits “Mi primera cana”, “Tú eres la reina” o “Amarte más no pude”, arrasó en radio haciendo sonar todos sus 11 temas como sencillos (algo nunca antes visto), y hasta se le vio en televisión recibiendo por primera vez en Colombia un Disco Cuádruple Platino (por 400.000 copias vendidas). Y con la producción 26 de mayo (1994) metió un gol en el track “Yo soy mundial”, hecho especialmente por la participación de la Selección Colombia en la Copa Mundial de Fútbol del mismo año. También, con esa placa, puso al país a repetir como un mantra el famoso verso de la canción “La plata” de Calixto Ochoa: “Por eso la plata que cae en mis manos, la gasto en mujeres, bebida y bailando”.

Pero el romance no fue duradero. Su compañero Juancho Rois murió el 21 de noviembre del 94 al accidentarse una avioneta en la que viajaba rumbo a El Tigre, en el estado de Anzoátegui, Venezuela. Estaban de gira y el acordeonero quiso volar para tocar en una celebración privada (a la que El Cacique se negó a ir) acompañado por otros integrantes de la agrupación: el bajista Rangel ‘El Maño’ Torres, el cajero José ‘Tito’ Castilla y el técnico de acordeones Eudes Granados. En el lugar del suceso fallecieron el piloto de la nave y Eudes. ‘El Maño’ y Juancho murieron en el centro médico al que fueron conducidos luego de la tragedia. El folclor estaba de luto.

Diomedes entró en shock y, devastado, no tuvo fuerza para ir al entierro de sus amigos. Se sumergió en la depresión y por un lapso de tiempo se refugió en el silencio. “Compadre Juancho, no fui a su entierro porque no quise verlo enterrar, porque así yo me hago la idea de que usted está viajando lejos, que está con Dios allá en el cielo, sentado con el padre a su diestra. En cambio, aquí en el cementerio, compadre, ¡me mata la tristeza!”, compuso en la canción “Un canto celestial” (1995) dedicada a su compañero. Era el fin de la pareja más exitosa del vallenato.

El camino para ser Cacique

Los temas de Diomedes llevan plasmada buena porción de la historia del país. En sus interpretaciones y en sus saludos aparecen citados compositores como Gustavo Gutiérrez o Escalona. Narcotraficantes como Raúl Gómez, ‘El Gavilán Mayor’. Guerrilleros como ‘Simón Trinidad’ —Ricardo Palmera, cuando aún no se alzaba en armas—. Deportistas como ‘El Pibe’ Valderrama, Higuita, Juan Pablo Montoya, Edgar Rentería. Personajes del talante de García Márquez, Botero, Alejandro Obregón, Edgar Perea. Y delincuentes del corte de Emilio Tapia.

En sus composiciones evocaba amores y parrandas. Le escribía a su tierra, a la naturaleza, a las mujeres, a los amigos, a sus padres y contaba historias con líricas sencillas; unas con mucho toque de campo y tradición, otras impregnadas del sabor caribe, con ocurrencias y dichos jocosos, y muchas, llenas de romanticismo.

La verdad de lo que fue la vida del artista está en los temas que escribió, porque fue precoz creador de cantos, muchos de ellos autobiográficos, y afirmaba: “mis mejores canciones las hice entre los 12 y los 20 años”. Entre esos temas a los que aludía están éxitos como “Bonita” que decía: “oye bonita cuando me estás mirando, yo siento que mi vida cubre todo tu cuerpo”, “Te necesito” en la que cantaba con toda el alma “a la mujer más linda, en una noche de luna llena en Valledupar”, o “26 de mayo” en la que narraba su nacimiento, infancia y juventud.

Se cuenta que la intención primigenia del guajiro no fue ser cantante sino triunfar como compositor (en el vallenato no siempre el vocalista compone y el autor que no canta es una figura muy usual), y que sus cualidades musicales salieron a flote desde muy chico cuando, pastoreando ovejas a los siete años, compuso sus primeros versos.

Transcurrían mediados de los 70 y dos cortes suyos, “La negra” y “El cantor campesino”, fueron grabados y llevados al disco por unos de sus amigos. En esa época, entró a trabajar a Radio Guatapurí de Valledupar como “mensajero en bicicleta”. El problema era que no sabía montar, así que, para que sus jefes no se dieran cuenta, dejaba la cicla escondida y hacía sus respectivas vueltas a pie, bajo el sol achicharrante. Todo para tener el nexo en la emisora, hacerse amigo de locutores y controles, y que le sonaran estas canciones. Además de trabajar, cursaba primero de bachillerato y participaba en concursos musicales que se armaban en el Colegio Nacional Loperena. Uno de sus contendores en esos eventos fue Rafael Orozco (fallecido cantante del Binomio de Oro), quien le achacó el apodo que lo acompañó por siempre, cuando en el 75 le grabó su composición “Cariñito de mi vida” y en un saludo lo bautizó: ‘El Cacique de La Junta’.

Luego de renunciar a la emisora y dejar el colegio iniciando el bachillerato, Diomedes se enroló como utilero de agrupaciones vallenatas. Insistía en que su camino fuera el de la música y su perseverancia continuó dando frutos. Se inscribió en el Festival de la Leyenda Vallenata del 76 con un corte de su autoría. Como no tenía dinero, se metió a una finca ajena, recogió un saco de limón y lo vendió para pagarse el pasaje de La Junta a Valledupar. Así pudo llegar al encuentro, ejecutar su canción y ocupar el tercer puesto. El campesino de La Junta, ese que se colaba en los bailes para que lo dejaran actuar aunque fuera un ratico, el que en un inicio fue bautizado como ‘voz de chivo’ por su desafinada manera de interpretar, tomaba impulso además como cantante.

Tras su logro en el festival, un reputado acordeonero lo recomendó para grabar en Codiscos junto al Rey Vallenato de ese año. Así llegó su primer álbum, Herencia vallenata (1976). En su carátula se leía: “Náfer Durán y su Conjunto, canta Diomedes Díaz”. Sobre este trabajo decía el artista: “con Naferito grabamos el disco casi sin ensayarlo. Para esa grabación me llevaron hasta en chancletas en un avión hacia Medellín, era muy pelao. A las 8 de la mañana me metieron en un estudio y me compraron media de aguardiente, a las 3 de la tarde ya estaba el disco listo hasta con carátula y a las 9 de la noche yo estaba intoxicado en la clínica. En el estudio el productor estuvo un rato conmigo pero luego salió a la calle y grabé como tres canciones solo, yo creo que quedaron bien desafinaditas”. Ese fue el despegue del muchachito humilde que entonces andaba con guaireñas o a pie pelado y muchas veces con pantalones remendados, como lo recuerdan quienes contribuyeron a impulsar su carrera.


Portada ‘Herencia vallenata’

Con un par de discos más al lado del acordeonero Elberto ‘El Debe’ López, Tres canciones (1976) y De frente (1977), sus temas pasaron de sonar en emisoras locales a convertirse en hits regionales en el caribe. De estos trabajos, muy traqueados fueron los títulos “Tres canciones”, “Cristina Isabel”, “Frente a mí” y “Me deja el avión”. Sus admiradores se incrementaron y empezó a vivir de la música. Iba en ascenso.

“Diomedes llegó rompiendo el patrón que tenían en los 70 los cantantes de vallenato, con esa forma particular que guardó el poder de los Jayeechi (cantos Wayúu)”, dijo Carlos Melo, veterano locutor, quien rotó en la radio temas de los primeros álbumes del artista. En esa época se destacaban nombres como Jorge Oñate o Alfredo Gutiérrez, que mantenían la forma de cantar de sus anteriores generaciones, y el guajiro apareció con un estilo que se alejaba de ellos, con voz cálida, un poco ronca, con una manera de interpretar que como en esos cantos wayúu, a veces matiza y parece que murmura, pero luego con más fuerza casi con un grito afirma, expresando alegría o lamento. Y aunque quienes lo precedían eran buenos cantantes, ‘El Cacique’ vivía las canciones de una forma más intensa que todos, con un toque incluso dramático cuando se requería, virtud que no desplegaban los demás.

Pero la bomba de lo que fue Diomedes explotó realmente cuando se juntó con el veterano acordeonero Nicolás Elías ‘Colacho’ Mendoza, Rey Vallenato de 1969, muy reputado y de los grandes de la historia, que por su recorrido haló al cantante, y le enseñó muchas cosas de la música en un periodo que duró desde finales de los 70 hasta mediados de los 80. Fue ahí cuando se convirtió en el ídolo con ocho discos cargados de hits que fueron programados por la radio en toda la nación, como Para mi fanaticada (1980) que puso a rodar el tema “La Juntera” o la canción del título dedicada a su audiencia; Tu Serenata (1980) con una portada muy recordada en la que aparecía con camisa amarilla de pepas negras y haciendo una pose característica con sus manos, y que lució batatazos de la belleza de “Fantasía”; Todo es para ti (1982) que incluía la romántica “Te quiero mucho” de su autoría o El Mundo (1984) en el que grabó “Mi muchacho”, la canción que le compuso a su hijo Rafael Santos y su favorita en toda su carrera.


Portada ‘Tu serenata’

‘El Cacique’ además de sonar todo el día en la radio, llenaba estadios en Colombia, seguía yendo de gira a países suramericanos, salía en programas de televisión, tenía comercial televisivo (fue el primer artista vallenato con este recurso), era el elegido para los saques de honor de partidos de futbol y hasta hizo su aparición en el cine nacional en la película Ay Hombe de 1983. Era un costeño animado, mamagallista, dicharachero, expresivo y en escena, empezaron a verse con más frecuencia sus pintas singulares, esas camisas coloridas o brillantes que sólo él se ponía, junto a sus botas vaqueras, y además, afloraron sus populares expresiones como “mi fanaticada”, “¡con mucho gusto!” y otras tantas que marcaron a su público. En tarima se desdoblaba, daba brincos y aunque no era buen bailarín tenía un pasito chistoso, y acudía a su movimiento de hombros, a maniobras con el micrófono y a la cruzada de brazos que denotaba cariño hacia su audiencia.

En esa época en la que el éxito y la fama se dispararon, también llegó la droga a la vida del cantante. Narró su amigo, el compositor Marciano Martínez: “él comenzó en su vicio en 1982. Se rodeó de una cantidad de gente inservible que lo único que hacía era estar a su lado para darle vicio, aprovecharse y sacarle plata”. Su inclinación por el licor también era evidente, en algunas actuaciones en casetas se tomaba todo lo que le pasaran, lo que le cabía. Como era de esperarse, con su triunfo surgieron las rivalidades con figuras vallenatas y las críticas por parte de algunos medios, a lo que Diomedes contestaba cantando: “Yo no sé si sea el primero, pero el segundo no soy”, frase del tema “La rasquiñita” (1984).

Después de ‘Colacho’, El Cacique continuó junto al joven acordeonero Gonzalo Arturo ‘El Cocha’ Molina con quien grabó canciones entre las que se cuentan “Brindo con el alma” la de “no me la llames más, no me la molestes más”, la traqueada “Sin medir distancias”, “Tu cumpleaños”, que se convirtió en el Happy Birthday nacional, o “El líder”, para un periodo de fiebre de ciclismo en el país en el que todo el mundo estaba pendiente de los logros del pedalista Lucho Herrera. El cantante —que con ‘El Cocha’ llegó a Estados Unidos de gira por primera vez—, fue convocado además por el gobierno para hacer el tema bandera de una campaña de alfabetización nacional llamada Camina que se dio entre el 85 y el 86. ‘El Cacique’ ya maduro como cantante y como compositor quería seguirla rompiendo, y tras finalizar con ‘El Cocha’ Molina, decidió retornar con el acordeonero Juancho Rois con quien siguió trabajando incansable.

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Diomedes: prófugo y tras las rejas

Un capítulo escabroso opacó el esplendor que vivía ‘El Cacique’. En mayo del 97, —justamente el año en que obtuvo el primer Disco de Diamante en la historia de Colombia por vender más de un millón de copias con el álbum Mi biografía al lado del acordeonero Iván Zuleta, sucesor de Juancho—, una de sus amantes, Doris Adriana Niño, quien había estado con él en una fiesta en el apartamento asignado por su disquera en Bogotá, fue hallada muerta al día siguiente cerca de Tunja. Diomedes (que esa noche se encontraba acompañado también de Luz Consuelo Martínez, su última compañera sentimental) se declaró inocente y narró que Niño salió viva de su apartamento a tomar un taxi, acompañada por uno de sus escoltas. Se inició un proceso en su contra largo y polémico.

El artista fue condenado por homicidio culposo (lo que significa que no hubo intención de causar la muerte a la víctima). Estuvo cinco meses detenido en el Departamento Administrativo de Seguridad y salió en libertad a fines del 98. En ese tiempo fue atacado por el síndrome de Guillain-Barré (una afección en la que el propio sistema inmunológico ataca las células nerviosas), que paralizó casi todo su cuerpo. Como su proceso judicial seguía su curso, y se decidió que debía perder la libertad, por su enfermedad, tuvo el beneficio de casa por cárcel.

En su vivienda de Valledupar, al lado de Betsy Liliana González, —la mujer con la que vivía en unión libre luego de haberse separado de su esposa Patricia Acosta— recobró su salud y en agosto de 2000, al enterarse de que por su mejoría iba a ser trasladado a una prisión, se dio a la fuga.

Estuvo prófugo bajo el cuidado de gente de la región y, en la clandestinidad, era visitado por sus mujeres, celebraba sus cumpleaños y hasta llegaron a aparecer grabaciones de canciones en parranda realizadas en esos días, como “El tigrillo”.

Pero no podía esconderse eternamente. En septiembre de 2002 se entregó y fue encarcelado en Valledupar. Figuras como Juanes y Carlos Vives llegaban al penal a visitarlo, y obviamente su familia, amigos y sus mujeres Betsy Liliana y Luz Consuelo. Tras unos meses, tuvo autorización de salidas para grabar el disco Gracias a Dios en un estudio de la ciudad,y por la polémica que esto generó se acondicionó un estudio dentro de la cárcel para otra entrega musical, Pidiendo vía (2003) con el acordeonero Juancho De La Espriella. En octubre de 2004 el cantante recobró la libertad.

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De nuevo con mi gente

El estadio Nemesio Camacho El Campín, el 4 de marzo de 2005, fue el espacio para la vuelta al ruedo del Cacique. Desde el techo de la tarima Diomedes, más gordo que de costumbre y con la nariz operada, elegante, con saco y corbata, descendió en una especie de caja de vidrio con sistema de poleas. Dio un súper concierto y con un poderoso repertorio emparrandó a la capital. Así despegó una gira por el país y tuvo de nuevo encuentros gloriosos con su incondicional público.

Durante y después de su proceso judicial, las críticas hacia él se hicieron muy fuertes en círculos sociales y en algunos medios, sobre todo del interior del país. Salían a la luz pública cada vez más demandas de supuestos hijos que reclamaban la paternidad o pleitos por incumplimiento de shows en los que el cantante había sido anunciado. Desde los 90, conocido fue su rótulo de ‘Novienes Díaz’ por aquellos eventos a los que no asistió o llegó tarde. “A los que me dicen ‘Novienes Diaz’, les cuento que yo vivo es de esto. Yo pago luz, impuesto predial, agua. Y a veces no hay adelanto. Si pagan voy, si no pagan no voy”, afirmó en una emisora.

Por todo eso, se volvió muy alérgico a la prensa, y punzante cantaba a sus detractores: “No se molesten, no sufran tanto, porque yo canto es para mi gente. Quien me critica no se siente competente y eso trae que de repente, se puede morir de infarto”, del tema “No se molesten” (2007).

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“La llevo del alma prendida, a toda mi fanaticada y el día que se acabe mi vida, les dejo mi canto y mi fama…” de la canción “Muchas gracias” (1996)

El 21 de diciembre de 2013, Diomedes dio su último show en la discoteca Trucupey de Barranquilla. “Una noche yo pensaba en la vida de los artistas, que muchos la creen bonita y es lo suficiente amarga”, fue el verso de la canción “La vida del artista”, con la que abrió. Su nuevo disco había salido al mercado ese 18, sonando en emisoras de todo el país y rodando las 24 horas en algunas estaciones. Según cuentan, desde ese día el cantante estuvo en su casa de Valledupar oyendo su trabajo en la radio y tomando whisky sin descanso hasta el momento de su concierto. Al regresar a su morada, siguió en la misma tarea etílica encerrado en su cuarto hasta casi las dos de la mañana del 22, cuando se acostó a dormir y ya no despertó.

En los últimos años su salud se había deteriorado. Sufría de insuficiencia cardiaca. En 2007 tras un infarto, tuvo una operación a corazón abierto y en 2013 nuevamente fue intervenido por tumores en la columna. Luego de unos meses de su operación, firme, volvió a los estudios a grabar el que fuera su último álbum, La vida de la artista, una poderosa lección de vallenato, —que tal vez supera el disco Listo pa la foto con el que ganó el Grammy Latino en 2010—, y una bofetada musical a quienes lo criticaban porque se le olvidaban las canciones en los conciertos, o porque en ocasiones subía embriagado al escenario. Era cierto que en sus últimos tiempos, una noche podía tener show impecable, funcionar como con un metrónomo en la cabeza y a la siguiente, aparecer alicorado y valerse en gran parte, de sus coristas. Asuntos a sus adeptos, no les importaba mucho, porque el interés era verlo, como fuera, pero verlo.

Diomedes llegó a su show final con una camisa de tigre, despeinado, con dolores en la espalda, borracho y contento por el discazo que se había fajado. Quizá por un presentimiento o algo sin explicación, les dijo a sus músicos que ese iba a ser el último concierto que iba a dar y así fue.

El Cacique había muerto por un paro cardiorrespiratorio. El vallenato estaba triste y la masa dolida. El músico fue velado en la tarima de la Plaza Alfonso López de Valledupar el 23 y 24 de diciembre. Miles de admiradores hicieron fila para ver el féretro. Reconocidos exponentes del vallenato y sus hijos Rafael Santos y Martín Elías, se congregaron y subieron a la tarima a interpretar cantos de homenaje al artista. En el lugar se reunieron sus amigos, hijos y mujeres.

Como él mismo imaginó su sepelio y se lo contó en el 91 al periodista Ernesto McCausland en una célebre entrevista: “Pinto mi entierro ‘erda, bonito. Un cajón allá en el medio y la gente, los pelaos, los gamines vendiendo chicle, los otros vendiendo gaseosa, pastelito y vaina. La viuda con pastillas pa que no llore, porque ya tiene plata…”, así fue su despedida.

El ataúd de Diomedes fue trasladado al cementerio en un carro de bomberos —como en sus mejores lanzamientos—, escoltado por la policía. Un mar de gente invadida de melancolía, marchando lo seguía. Acompañaba el féretro ovacionándolo, entonando sus versos, armada de afiches, pancartas, discos, banderas y fotografías. Para su fanaticada era difícil aceptar que el cantante se había ido.

Todos querían entrar a despedirlo. Se desataron los disturbios. Hubo pedradas y personas heridas. Las vallas puestas en el cementerio para evitar el paso de la muchedumbre, fueron derribadas. Diomedes era del pueblo y el pueblo quería llorarlo y celebrarlo hasta el final. Se había ido ‘El Cacique de la Junta’.


Portada ‘La vida del artista’

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El Inmortal

Tras la muerte del artista empezaron los tributos y no han parado. El Festival de la Leyenda Vallenata 2014 en Valledupar fue en su homenaje, de la misma manera lo hicieron varios encuentros musicales. El merchandising con su imagen inundó las calles del Cesar y La Guajira. Se vieron entre el público, muchas cabezas con peluqueado de letrero Diomedes, y también tatuajes con su figura. Se televisaron decenas de especiales en el país, una novela sobre su vida y hasta los medios que alguna vez lo censuraron, empezaron a llamarlo al aire “maestro”.

La Gobernación del Cesar armó “La ruta del Cacique” para promover el turismo en la región con la peregrinación a los lugares en los que vivió y se construyó un Museo de Diomedes en Carrizal donde pasó su niñez.

Sus seguidores continuaron venerándolo y atribuyéndole milagros. Cientos de personas que convirtieron la fecha de su muerte y el número de su lápida en cábalas, que han ganado apostando en el chance, afirman que es por obra de Diomedes. “Es que él nos cuida desde el más allá”, fue la explicación de una de sus fanáticas. Y el pueblo, sigue “cuidando de él”, con romerías a su sepulcro y hasta con serenatas el día de su cumpleaños y el día de los muertos. Se cuenta que recién sepultado, se requirió reforzar la vigilancia en el cementerio porque llegaban a visitarlo con música a cualquier hora, porque hubo personas que quitaban la tierra alrededor de su lápida y la vendían en paqueticos, y por miedo a que algún fan extremo intentara desenterrarlo. De pronto por ese mismo temor a que se llevaran algo del ‘Cacique’, fue que su compañera, Luz Consuelo, decidió extraer el diamante de su diente y portarlo en un anillo.

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To´el mundo pelea si dejo una herencia…

“To´ el mundo pelea si dejo una herencia, si guardo un tesoro no lo gozo yo, se apodera el diablo de aquella riqueza y entonces no voy a la gloria de Dios” cantó Diomedes en “La plata”, un hit que fue premonitorio. Las pugnas por su herencia entre sus mujeres, hijos y manager han sido material que ha llenado noticieros y programas de farándula. Un capítulo en el que todos se han agarrado de las mechas, en el que ha habido demandas, procesos de filiación por parte de supuestos hijos (se cuentan alrededor de 30 en total) y hasta peleas a puño limpio.

Pero las contiendas luego de su deceso no sólo se han dado entre familiares y allegados, también hay discusión en la Cámara de Representantes sobre si se aprueba o no un proyecto que pretende declarar Patrimonio Cultural de la Nación la obra musical del Cacique de La Junta. Además de esto, hay enredos por los recursos y el lugar para instalar una estatua del cantante en Valledupar. El Cacique revolcándose en su tumba.

Mucho se sigue hablando sobre la herencia y los proyectos alrededor de Diomedes. Lo cierto es que su voz aún truena en los reproductores de fans que lo invocan como ‘El Monstruo’, ‘Diosmedes’, ‘Diomeiden’ o ‘El Papá de los Pollitos’. Es cierto que El Cacique dejó unos hijos que tienen algunos de sus dotes sonoros y también que ha influenciado nuevos exponentes del folclor. Pero es claro que es un fenómeno inigualable con sus 34 discos grabados que han vendido alrededor de 20 millones de copias. Con la pérdida que ha sido para el vallenato la partida del artista, la historia de la música local reafirma que ‘El Cacique de la Junta’ es irremplazable y que como él lo sentenció en una sus sonadas frases: “Como Diomedes no hay otro, eso nunca nacería, y si nace no se cría y si se cría se vuelve loco”.