Después de una interminable y dolorosa elección presidencial que se prolongó hasta el último minuto, los estadounidenses —quienes habían pasado 18 meses gritándose de todo entre ellos, ciegos ante el hecho de que son compatriotas, les guste o no, a bordo del mismo barco— deberían ser capaces de recurrir al efecto reconfortante de sus grandiosos eventos deportivos para sanar las heridas colectivas, libres por fin de los pesares del partidismo, y encontrar una vez más algo de paz en el prójimo en lugar de encontrarlo en el desdeño divisorio. De todas formas, así es como nace la esperanza, y ha sido una verdad histórica: el deporte, incluso más que el devenir del tiempo, es lo que cura las heridas de los Estados Unidos. Se dice que durante la Guerra Civil, los soldados enseñaron a los prisioneros de guerra sureños cómo jugar beisbol, y solían darse partidos entre ambos lados en los campos de prisioneros. Nada puede unir a un simpatizante de Trump y Clinton como el amor compartido por un equipo. Los eventos deportivos después de una elección presidencial deberían ser oportunidades para despojarnos de los asuntos partidistas, una salida para recordar nuestras semejanzas, nuestros vínculos de sangre, en lugar de reproducir la animosidad del último año y medio.
Especialmente cuando dicho evento deportivo es tan significativo para la historia y un reflejo de las esperanzas perdurables de toda una fanaticada como lo es UFC 205; el cual será el primer y más grande evento de las artes marciales mixtas en Nueva York en casi 20 años, el primero después de una casi una década de lucha para legalizar este deporte en el estado, y el primero que se llevará a cabo en el Madison Square Garden, la maravillosa catedral de los deportes de combate. UFC 205 debería significar una victoria para todos los seguidores de las artes marciales mixtas. Un bien sin precedentes. Un puerto en medio de la tempestad. Un refugio de la tormenta. Una noche de libertad, despojada de tanta locura. Una gran organización. Un mismo cúmulo de corazones heroicos.
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Pero en su lugar, corre el rumor de que el ahora presidente electo de EE.UU, Donald Trump, podría presentarse a las peleas, y repentinamente todo se pone turbio de nuevo.
Anoche, el presidente de UFC, Dana White, seguidor de Trump desde hace muchos años y quien participó en la Convención Nacional Republicana en julio, comentó para TMZ, “En un principio, Donald me dijo que iría a la función si ganaba”, confesó White. “No creo que Donald de verdad haya creído que ganaría y ahora sus obligaciones son otras. Creo que se verá hoy con [el presidente Barack] Obama, no lo sé, ya veremos”. Desde luego, White tiene razón: Trump está muy ocupado últimamente, reuniéndose con el presidente Obama en el Despacho Oval y armando su lista de deseos para diseñar un gabinete capaz de infundir terror en los corazones de la izquierda estadounidense, y por lo tanto asistir a una pelea de MMA podría estar hasta el fondo de su lista de prioridades. De todos modos, aunque White dijo que no presionará a Trump para que cumpla su palabra, “no estaría mal si viniera”.
Tal vez para White, y para muchos fans y peleadores de UFC no sería una mala idea. Pero para otros sería una pequeña catástrofe, una cachetada burlona en medio de una celebración después de una semana decepcionante. El problema no tiene que ver con una cuestión partidista, sin importar mis afinidades personales. Si hubiese ganado, la presencia de Hillary Clinton habría sido una cachetada similar para el resto de la grada en UFC 205. Es complicado que los eventos deportivos ejerzan su cualidad curativa cuando una parte del recinto se regodea y la otra se queja durante toda la velada.
Por supuesto, Donald Trump puede hacer lo que quiera. La aparición de un presidente electo —en realidad cualquier presidente electo— en un evento de UFC sería un momento primordial en la evolución cultural de un deporte que alguna vez fue considerado como la prueba del declive de la civilización occidental: si existe algún presidente indicado que pueda sentirse bien irrumpiendo en un evento de UFC ese es Donald Trump, ya que fue él quien acogió a la promotora cuando solía estar en la oscuridad a principios de los 2000 y le dio un hogar, y cierta legitimidad, en sus casinos de Atlantic City, pavimentado el camino para el éxito de las artes marciales mixtas para, finalmente, llegar al Madison Square Garden.
Pero por el amor de dios, luego de una temporada electoral interminable llena de dolor y esperanza, ¿de verdad es mucho exigir un descanso del ruido y de la ira, y poder unirnos por un segundo como los Padres Fundadores de la Independencia y decir, “Esta noche nos vamos a reunir, como estadounidenses, en una gigantesca arena en la ciudad más maravillosa del mundo para ver cómo algunos humanos se golpean hasta el cansancio dentro de una jaula para nuestro entretenimiento”.
Después de 19 años en lo desconocido y 18 meses en las trincheras, ¿acaso no hemos aprendido algo?