Las dudas que levantó la obra de Doris Salcedo en la Plaza de Bolívar

La derrota del Sí en el plebiscito conmovió a Doris Salcedo. Dice una nota en la revista Arcadia que, dos días después de la votación, ella caminaba pensativa por los pasillos de la Universidad Nacional. Salcedo, quizás la artista que más ha insistido sobre la violencia en su obra, buscaba en su cabeza una idea para reaccionar al momento que vive el país.

La semana pasada empezó a rotar en prensa y en redes sociales una convocatoria que invitaba a distintos sectores de la sociedad a participar en una intervención que la artista haría el martes 11 de octubre en la Plaza de Bolívar de Bogotá. La idea de Doris Salcedo era tejer un lienzo gigante, con más de dos mil pedazos de tela blanca, que llevara estampados en ceniza los nombres de igual cantidad de víctimas de la guerra. Los nombres, me explicó una de las organizadores de la obra, fueron proporcionados “al azar” por el Centro Nacional de Memoria Histórica. En declaraciones a otros medios también han dicho que los nombres los dio la Unidad de Víctimas.

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“Han matado líderes políticos, candidatos presidenciales, soldados, guerrilleros, civiles, amigos, periodistas, y sin embargo este duelo, cuando nos mataron la paz, ha sido el más duro de todos”, explicó la artista, quien nombró a su obra Sumando ausencias.

A las víctimas y a los activistas políticos también los había conmovido el resultado del plebiscito. Tanto que, tras la multitudinaria marcha del martes de la semana pasada, algunos instalaron un campamento en la Plaza de Bolívar. Lo llamaron “Campamento por la Paz” y decidieron quedarse ahí para presionar que se mantenga el cese al fuego bilateral y que se llegue a un nuevo acuerdo lo más pronto posible.

El campamento estaba en el lugar que la artista quería instalar su obra. María Belén Sáez, quien asistió a Salcedo con la logística de la obra, me explicó que los que acampaban estaban informados de lo que iba a suceder desde el día que se les ocurrió la idea de usar la plaza. “Hubo consenso”, me aclaró. Lo mismo me dijo Leonardo Párraga, uno de los jóvenes del campamento: “El domingo nos reunimos cuatro o cinco personas con la artista; ella nos explicó qué quería hacer y de manera consensuada nosotros decidimos trasladar las carpas hacia el Palacio de Justicia por el tiempo que duró la obra”.

Así se hizo. Ayer, a 7:00 a.m., movieron las casi cincuenta carpas para despejarle el terreno a Doris Salcedo. Durante todo el día los medios cubrieron la instalación. En las pocas entrevistas que dio la artista explicó que era un homenaje a las víctimas. Sin embargo, a la vez que mucha gente se fascinaba por lo espectacular de la obra (siete kilómetros de tela, dos toneladas de ceniza, casi diez mil colaboradores), otros empezaban a hacerse preguntas. ¿Por qué se cercó la Plaza? ¿Afectaba la obra el hecho de que la artista no fuera carismática con los asistentes? ¿Por qué se decidió mover a los del campamento en lugar de hacer la instalación junto a ellos? ¿Las víctimas se sentían realmente homenajeadas por esos nombres estampados en ceniza?

En una carta abierta dirigida a Salcedo, Isabel Zuluaga, quien colaboró con la manufactura de las telas, aseguró molesta: “No puedo negar que inicialmente lo vi como un acto potente […] sabía que cada uno de los nombres correspondía a un muerto o desaparecido. Sin embargo, su afán por sacar no sé cuántos nombres al día le restó toda la solemnidad al asunto. Si bien a muchos nos estaban pagando por estar ahí, un gesto tan simple como dirigirnos la palabra para generar una reflexión colectiva habría bastado para darle alma a su obra”.

En redes sociales la discusión fue intensa. Durante el tiempo que duró la instalación se propagaron rumores de que había sido el Esmad quien había sacado a los del campamento, pero ellos mismos lo desmintieron. Se habló del ego de la artista, de su molestia con las fotos y las entrevistas, su carácter rígido para procurar que todo saliera limpio y bonito. Se dijo que había sido un error poner los nombres de las víctimas sin contexto, sin decir siquiera cuándo murieron o quién los mató. Se criticó que el nombre de la artista brillara más que los de las víctimas que se querían nombrar. Se puso en duda el papel de los medios que elogiaron casi sin reparo la obra.

A las 8:00 p.m. de ayer se desmontó el lienzo gigante y el Campamento por la Paz volvió a su lugar. Temprano esta mañana fui a contrastar con ellos los comentarios que surgieron de los asistentes al evento. Allá, en carpas con los nombres de los pueblos más azotados por la violencia, encontré activistas y víctimas del conflicto que habían llegado durante la última semana desde distintos lugares del país.

Isaac Valencia, desplazado de Riosucio, me dijo que se sentía indignado. Me contó que el domingo en la tarde, dos días antes de realizar la obra, Doris Salcedo se había acercado al campamento para socializar su idea. “Nos pidió que nos moviéramos, porque ella ya tenía las medidas de la obra y no cabíamos ahí. Nosotros, como víctimas, estuvimos interesados en participar de ese homenaje y le propusimos rodear la tela grande con nuestras carpas, se lo dibujamos en un tablerito. Finalmente todos queremos trabajar por la paz. Pero nos dijo que si no era como ella lo tenía planeado, pues no se hacía”.

Le pregunté por qué, entonces, había habido consenso para moverse de ahí. “Consenso es una forma de llamarlo. Lo que hubo fue presión. Imagínese cómo quedábamos nosotros si por nuestra culpa no se hacía esa obra tan importante”, me respondió. Lo mismo me dijo Carmenza Vargas, madre de un “falso positivo”: “Nosotros queríamos participar pero no pudimos. Luego no queríamos movernos pero nos tocó. Y ahora que quitaron la tela, ¿alguien aparte de nosotros recuerda alguno de los nombres que había ahí? Es que ahora las víctimas somos marionetas de todo el mundo pero al final no le importamos a nadie”.

María Belén Sáez me dijo que “hay diferentes clases de participación política y de acción política. Hay una que es la que estos muchachos están haciendo. Cada uno hace lo que puede. Doris Salcedo sabe hacer arte. Ellos saben hacer activismo político. El arte no es activismo político. A ellos se les invitó con todo el cariño. Pero no habrá nunca consensos, al menos unánimes. Eso no quiere decir que en algún momento hayamos peleado con ellos. Estaban dichosos y emocionados”.

En el campamento, Olga Giraldo, quien perdió a dos hermanos a manos de los paramilitares de Ramón Isaza, me dijo que sí había estado emocionada y conmovida. “Yo sí acepté la invitación y me puse a coser y en un momento dije, como por decir, que me iba a buscar el nombre de mi hermano, Gustavo Giraldo […] Y entre todas esas telas lo encontré. No sabía que iba a estar ahí y le agradezco infinitamente a la señora artista por ese homenaje que le hizo”.

Las víctimas que lograron pasar los filtros de la Plaza y entrar a coser las telas tuvieron, sin duda, un espacio de reflexión, un momento íntimo en el que sintieron que el país los estaba pensando. “A mí no me importó que el nombre de la señora Doris saliera primero en todos los periódicos. Lo que me pareció bonito fue ver a tanta gente mirando los nombres de las víctimas, y uno, al que le mataron a un hijo o a un sobrino o a la mamá, vea que hay gente a la que le preocupa que eso siga pasando”, me dijo Lydia Quintero, una víctima de desaparición forzada que participó en la obra.

No hay duda de que, como me dijo María Belén Sáez, “es muy difícil poner de acuerdo a todo el mundo sobre cuál es la mejor forma de pedir por la paz”. También es cierto que la Plaza de Bolívar es espacio público y allí debe caber tanto Doris Salcedo como el Campamento por la Paz. Sin embargo, a Isaac Valencia no le parece productiva la idea de que en aras de visibilizar una iniciativa de paz se eclipsen otras: “Yo no sé de arte. Sólo quería participar en un homenaje a los que son como yo, y lo quería hacer con lo que sé y con lo que tengo”. Sus palabras dirigen a la pregunta que se hizo ayer alguien en Facebook: “¿No cabían en la Plaza, al tiempo, la protesta de Doris y la de los que estaban acampando?”.

Poniéndolo en los términos que usó María Belén Sáez para defender la obra: ¿no cabían al tiempo el arte y el activismo? Ella, curadora de arte y amiga de Doris, cree que se deben separar los espacios. Otros, en cambio, creen que la visibilidad a nivel mundial que tiene la artista habría servido para hacer una obra distinta, “construida por todos”, “menos excluyente”. Así piensa Isaac, quien cuestiona que la obra de verdad haya sido un homenaje “porque las víctimas no entendíamos bien cómo cabíamos en la idea de ella”.

Por ahora, el Campamento está otra vez en su lugar. De la obra, ya recogida de la Plaza, no es claro el paradero ni qué destino tendrá. Queda, sin embargo, una imagen contundente: la de 10.000 colombianos tejiendo un manto blanco en homenaje a 8 millones.