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Viajes

La isla de los batidos de setas mágicas

Hemos encontrado el paraíso.
Jamie Clifton
London, GB

A principios de año, en un bar de surferos de Bali, conocí a un ex convicto con un tatuaje enorme de un dibujo sobre Carolina del sur que se llamaba Big D y que nos habló, a mis amigos y a mí, de la existencia de un sitio llamado Gili Trawangan, una isla donde se vendían batidos de setas mágicas sin ningún tipo de problema. Conscientes de que los ex convictos que se pasan el día en los bares de Bali suelen saber dónde ir de fiesta, nos pareció acertado hacer un viajecito a Trawangan. La isla está a dos horas en barco de Bali. Podríamos haber ido en avión hasta Lombok, la isla vecina, y coger un taxi de agua desde allí, pero un avión más pequeño que hacía la misma ruta se había estrellado la semana pasada. Nos cagamos un poco.

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Nuestro barco se llamaba Rizky Bone, que, casualmente, era el nombre que yo quería ponerle a mi banda de nu metal de cuando tenía 12 años.

A primera vista era la típica isla de postal, el destino perfecto para unas vacaciones: arena blanca, aguas turquesas, alemanes viejos con bañadores pequeños y un montón de suecas buenísimas. La única diferencia con unas vacaciones idílicas era que en todas las tiendas se vendían batidos de setas y las calles estaban llenas de carteles que decían “Setas súper mega radicales – un viaje a la luna”.

30 segundos después de haber puesto pie en la isla nos dimos cuenta de que no había escapatoria posible a las setas. Esa misma mañana, mientras desayunábamos, una mujer que parecía tener 200 años nos intentó vender una bolsa.

En la isla predominan los musulmanes, aunque la mayoría de los adolescentes que viven ahí toman setas constantemente. Un chico me contó que su padre le había dicho que lo mataría si le pillaba bebiendo, pero que si tomaba setas no pasaba nada. (Soy consciente de que algunas fotos son una mierda. No intento ser conceptual y “hacer una réplica del viaje”, simplemente son fotos que tomé con mi cámara de vídeo).

Además, en Gili Trawangan no hay coches, sólo carros tirados por caballos. Cuando estás colocado y te meas de risa porque ves un caballo viniendo hacia ti, realmente es un caballo viniendo hacia ti.

Entre carros tirados por caballos e indonesios con rastas tocando el bongo, había un hombre delante de una cafetería que afirmaba tener las mejores setas de toda la isla en su nevera. Es algo que normalmente los traficantes no van gritando por ahí, así que fuimos a preguntarle de qué iba eso.

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Aparentemente el tío tenía un montón de setas frescas que le estaban ocupando la mitad de la nevera de la cafetería, y su madre necesitaba el espacio para guardar su carísima soda. Esa bolsa podría haber alimentado a una familia entera durante una semana, y sólo costaba unos 3 euros. ¡Un regalo!

Después de comernos unos puñados de las setas psicoactivas de ese hombre, nos pareció que ir a hacer snorkel sería la bomba. Por lo visto, cuando estás en el paraíso todas tus decisiones parecen ser la caña, porque aunque ahora no lo parezca, la tortuga que vi fue lo más gracioso que he visto en toda mi vida.

Cuando salimos del agua vimos una nube gigante y apocalíptica viniendo hacia nosotros. De no estar colocados nos habríamos meado encima, pero en aquel momento aún nos partimos más de risa. Creo que mi amigo dijo algo sobre que se parecía a Dios después de haber exhalado una calada de un peta, lo cual ahora suena tristísimo, pero la verdad es que después de haber tenido una experiencia con una tortuga que te ha cambiado la vida, ya nadie puede decirte nada por reírte de una nube.

Salimos de la playa con todo el subidón y nos topamos con un montón de gatos callejeros que nos embajonaron bastante, no sé por qué.

Para salir de la depresión gatuna fuimos al puesto más lujurioso de batidos de setas y vimos cómo un hombre nos preparaba narcóticos bebibles en la cocina más engalanada que he visto en mi vida. Nos contó que sus amigos y él se ponían enfermos después de beber los batidos porque “realmente te hacen volar”. Yo creo que todo eran cuentos chinos.

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Esa cosa que parecía una fosa séptica contenía piña, plátano, lima y batido de setas. Sabía como si alguien hubiese dejado un smoothie de Tropicana en una fosa hasta que caducase.

Es raro que, en un sitio en el que está totalmente aceptado pasarse cuatro horas mirando una pared embobado y colocadísimo, te puedan caer hasta cinco años en prisión si te pillan fumando marihuana, y si te libras de la pena de muerte si te cogen traficando es que eres un tío con suerte. A este tío, la verdad, no le importaba mucho vivir o morir. Después de pagarle los batidos, se sacó un calcetín lleno de marihuana del bolsillo del pantalón e intentó vendernos un poco antes de asomarse al balcón y empezar a gritar sus ofertas para liar a algún turista.

Aparentemente, Gili Trawangan es la isla más pequeña del mundo que tenga un pub irlandés, lo cual era al mismo tiempo graciosísimo y la hostia de deprimente. Estuvimos por ahí haciendo las típicas gilipolleces que uno hace mientras está bajo los efectos de las setas: reír como idiotas por cualquier cosa y creer que teníamos conversaciones profundas sobre el color y la apariencia de nuestra mesa. Después decidimos dar un paseo hasta la montaña de la isla; una decisión de la que más tarde nos arrepentimos infinitamente.

Subiendo a la montaña encontramos una explanada llena de trastos de los hoteles de la isla: sillas del bar, televisiones rotas y bolsas con un montón de mierdas que habían desechado. Si escarbabas un poco, podías encontrar algunos tesoros. ¿Podéis imaginar un escenario mejor cuando lo único que te apetece es quedarte embobado con cualquier cosa y ver las formas y las ondas de los objetos?

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Ahora parecía que los árboles nos estaban invitando a entrar, y todos empezamos a decir cosas estúpidas y vergonzosas; por ejemplo, lo receptivos que nos sentíamos a las vibraciones de la naturaleza.

Un tío nos dijo que ya estábamos a punto de alcanzar la cima de la montaña, pero pasamos de él y caminamos a través de un montón de plantas con espinas y de ramas que nos parecían serpientes. Justo después vimos las escaleras que llevaban a la cima y nos acordamos de lo que había dicho el tío ese, y nos pusimos contentísimos.

Esta es una foto malísima de la vista desde la cima de la montaña. Lo siento por no haber tenido en cuenta las 3 dimensiones. En aquel momento estaba convencidísimo de que lo veía todo en 2 dimensiones.

Al final, el efecto de las setas empezó a disiparse y cogimos el barco de vuelta a Bali. Fueron dos horas muy esclavas, creíamos que íbamos a morir en cualquier momento. La experiencia fue un poco así como coger el paquete de vacaciones más raro y confuso del mundo, donde los pensionistas te ofrecen droga y las probabilidades de morir aplastado por un caballo se multiplican por diez, lo cual supongo que es exactamente lo que se debería buscar en unas vacaciones.