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Las Torres Gemelas de las FARC

El 21 de diciembre de 1997, a las dos de la mañana, más de 300 guerrilleros del Bloque Sur de las farc se tomaron el cerro de Patascoy, y destruyeron la Base de Comunicaciones que allí tenía el Ejército. Esta es la historia de las dos torres de madera...

Las únicas torres gemelas que conocí no estaban ubicadas en Nueva York; fueron dos construcciones improvisadas, a una orilla de la Laguna de la Cocha, en Nariño, que servían de mirador estratégico de la guerrilla.

El 21 de diciembre de 1997, a las dos de la mañana, más de 300 guerrilleros del Bloque Sur de las Farc se tomaron el cerro de Patascoy, ubicado a 4.100 metros sobre el nivel del mar, y destruyeron la Base de Comunicaciones que allí tenía el Ejército. Once militares muertos, cuatro heridos y 18 más secuestrados, fue el saldo que dejó la madrugada más fría que ha tenido el sur del país.

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La guerrilla bajó y se tomó todo lo que había alrededor del cerro. La mayoría de veredas del corregimiento de El Encano tuvieron presencia de las Farc y en una de ellas, en Santa Lucía, obligaron a la gente de allí a levantar, con trozos de madera y todo lo que sirviera, dos torres de casi 10 metros para controlar el paso de lanchas hacia la vereda.

"Cuando alguien se emborrachaba o se ponía a pelear lo mandaban a trabajar a las dos torres", recuerda, sin dudar, Servio Botina, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda.

Escogieron estratégicamente Santa Lucía porque solo hay dos formas de llegar allá. Una es descendiendo del cerro -controlado por la guerrilla en esa época- a seis horas de camino y dos en bote, y la otra es por la Laguna de la Cocha, a 27km de Pasto, de la civilización y del control del Estado.

Desde la capital de Nariño, se sale por el barrio Popular -uno de los más peligrosos de la ciudad-, tomando el corredor oriental que conecta con el Putumayo. Luego toca pasar por varios corregimientos hasta llegar a una de las señales colombianas más efectivas: la imagen de una virgen. De ahí queda bajar hasta El Encano y continuar por una trocha donde el calificativo de destapada por momentos aparece como un elogio, hasta llegar al puerto.

Con ocho grados de temperatura y 4.240 hectáreas por delante -más de diez parques Simón Bolívar juntos-, aparece la imponente Laguna de la Cocha. Es la segunda de tipo natural más grande del país después de la de Tota, en Boyacá y está formada por el santuario de flora y fauna Isla de La Corota: un parque natural lleno de selva y con un árbol gigante que representa un punto energético al que creyentes y no creyentes se lanzan a abrazar para 'recargarse', tomarse fotos, rezar o lo que se les pase por la cabeza.

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Cinco años atrás, encontrar un lanchero que se atreviera a cruzar toda la laguna era casi imposible, pero hoy, aunque tampoco es algo que muchos deseen hacer, resulta más fácil conseguir un bote que atraviese los más de 15km que separan un extremo del otro.

Dependiendo el motor de la lancha, el tiempo en que se demora el recorrido desde el puerto hasta las dos torres varía. Con uno de motor 25HP más o menos una hora y con uno de 30 son cerca de 40 minutos. En cualquier caso, no hay forma de evitar que las nalgas se duerman sobre las tablas del bote y no quede de otra que distraerse tomándose selfies y belfies y todas esas costumbres bobas que se inventan en Estados Unidos y pegan acá.

Las dos torres, equipadas además con reflectores, resultaba funcional para la guerrilla porque se hacían invisibles desde la otra orilla. Había que estar mínimo a 5km de distancia para poder visibilizar las dos construcciones de madera, que están sostenidas por ocho cuerdas para que el viento no se las vaya a llevar y unidas por un puente colgante donde es prudente no forzarlo con mucho peso. Son lo primero que se aprecia mientras la lancha se va a acercando a Santa Lucía y, dada la soledad de la zona, resultan imponentes y curiosas. Atrás de ellas se ve una casa pintada de un rosado vivo y otra a medio pintar de dos pisos, que dan la impresión que son las únicas que hay en la vereda.

Al desembarcar en las torres se siente el aura pesada de un lugar sin vida, con un silencio que ni tranquiliza ni termina de atemorizar, y la sensación de estar siendo observado por varias personas que, sin embargo, no se atreven a salir de sus casas. Arriba, desde las torres se aprecian las dos realidades del lugar: la inmensidad y belleza de La Cocha y la extensión de Santa Lucía, una vereda de 55 familias, con una escuela a la que se le está cayendo el piso y de 28 casas más con cortinas y bolsas negras en las ventanas. Hay infinidad de cables llenos de ropa húmeda, dos arcos distanciados por un barrial que se supone forma una cancha de fútbol y varios cultivos de carbón vegetal.

En 2001, el cerro fue recuperado por el ejército, cumpliendo con las lógicas del Gobierno donde la prioridad claramente no eran las 210 personas que sufrían en Santa Lucía la hostilidad de la guerrilla. Otros tres años se demoró la salida de la guerrilla de esta vereda. Hoy, las torres lucen arregladas y pintadas (trabajo de la comunidad) y los pocos visitantes que llegan hasta acá pueden incluso ascender al lugar desde donde controlaba toda la zona el Bloque Sur.

Al final del pueblo lo único que queda para los pocos turistas que llegan a esta zona, es mirar hacia la inmensidad de Patascoy, evitar incomodar a la gente y regresar a las dos torres, símbolo de identidad que reconstruye la historia de una vereda gobernada en una época por el ejército, en otra por la guerrilla y ahora por el miedo.

Esto se corrobora caminando por la vereda. Es lo más parecido a recorrer un cementerio de noche lleno de almas que en silencio observan y escuchan desde los lugares menos pensados. Pareciera que el temor por la presencia de la guerrilla todavía estuviera presente. Pareciera que otra borrachera, que otra pelea los condenaría a trabajos forzosos, a llevar madera para las dos torres, a pagar multas de dinero. Ese miedo, esos abusos, identifican hoy a ese lugar aislado de mermeladas, de políticas públicas y mucho más de democracia. En definitiva, una vereda colombiana más, olvidada por el Gobierno de turno, con rondas esporádicas del ejército en tiempo de elecciones, pero con dos torres que, a pesar de los enfrentamientos entre guerrilla y fuerza pública, siguen ahí, de pie, esperando ser visitadas por algún otro curioso que ya no podrá conocer las que estaban en Nueva York.