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Siguen los Alcántara, estamos jodidos: TVE no se carga “Cuéntame”

La serie que ha hecho historia parecía tener los días contados por el tema de los papeles de Panamá, pero ahora TVE dice que no le importa y que quiere renovar el contrato.

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"¿Qué hemos hecho para quedarnos sin nuestra serie favorita?". Eso debieron preguntarse los fans, aunque en realidad, ellos como espectadores, no habían hecho mucho. La culpa parecía ser que la tenían los Alcántara, el matrimonio más amado por los televidentes patrios, esos que prefieren la ficción made in Spain por encima de los dragones y folleteos locos de Juego de Tronos.

Han pasado por muchas penurias —se han engañado, él se fue a vivir con otra chica más joven, sus hijos y la suegra les quitaban el sueño, un jefe cabrón y todo eso que se han inventado los guionistas—, han sido quince temporadas en pantalla, 300 capítulos, la audiencia pegada a la pantalla todos los jueves… Y, ahora, ¿se iban a ir tomar por culo? ¿Podía ser eso cierto? ¿Era éste uno de esos síntomas de que se acaba el mundo tal y cómo hoy lo conocemos?

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En un primer momento parecía que sí. Lo de los papeles de Panamá (y sus derivados) podía ser el único tsunami que acabara con la estabilidad de la familia más popular, más querida y más pesada, por qué no decirlo, de la historia de la tele. Ha sobrevivido a gobiernos, a elecciones a crisis, a Franco y a todo, pero el supuesto trinque de Imanol Arias y Ana Duato (de los cabeza de familia de los Alcántara, en definitiva) parecía que podía terminar con la saga familiar, con nuestra casa de los espíritus, nuestros cien años de soledad, con el gran culebrón televisivo de la historia hispánica.

Pero para culebrón, el de los dos actores protagonistas. Con cuentas creadas a través del famoso despacho Mossack-Fonseca (nombre que parece sacado de una novela de espías de la Guerra Fría de John LeCarré), paraísos fiscales en el Pacífico Sur, despachos chungos, fraude, blanqueo, declaraciones ante la Audiencia Nacional —como Bárcenas—, productoras con cuentas raras… Todos los elementos que no pueden faltar en una buena trama de este estilo. Como todas las que llevan semanas destapando El Confidencial y La Sexta en nuestro país.

A falta de confirmar todo esto, y también esperando a ver qué dicen los jueces, la televisión pública se ha tirado a la piscina, dice que no ve chachullos, y que todo apunta a que renovará una temporada más.

No ha habido valor de terminar a las bravas con la vida de los Alcántara, con San Genaro y con todo esto que durante quince años ha sido el paradigma de serie blanca, para toda la familia, que hacia llorar y reír a partes iguales, que mantenía en vilo al público semana tras semana y rescataba a actores clásicos, daba la oportunidad a jóvenes y también dejaba a alguno por el camino, como pasó hace unos meses cuando nos enteramos del despido de Isabel Punzano y de algunos mail extraños que se cruzaron por su proceso de despido. Ahí si parece que hubo cosas raras.

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TVE ya llevaba tiempo dándole vueltas a qué hacer con Cuéntame. No iba del todo mal de aundiencia (3,5 millones de espectadores en su última emisión), pero se le exigía más, como a Neymar en el Barcelona o a James en el Madrid. Son las estrellas de una parrilla que va dejando cadáveres ilustres, como el de Bertín Osborne. A la espera de ver en qué acaba la temporada de Cuéntame —cuando pensábamos que se acababa la serie nos imaginamos un final estilo el de Antonio Resines en Los Serrano, y se nos hizo la boca agua— vamos a repasar algunas cosas buenas que nos han dejado estos 300 capítulos que, todo sea dicho, solo hemos visto a saltos. Ser fan de la serie, haber visto todos y cada uno de los capítulos, debe ser algo parecido a someterse al Tratamiento Ludovico de La Naranja Mecánica. Puedes acabar como Álex, babeando, perdiendo el norte y sin poderte levantar de la cama el resto de tu vida.

En 2001, cuando todo empezó, el año que arrancaba la Wikipedia o salían a la venta los primeros iPod, por ejemplo, en España triunfaban las sit-com americanas, las series costumbristas (como Manolo y Benito, un abrazo para el fallecido Ángel de Andrés) y el panorama audiovisual era realmente jodido.

Todavía no había comenzado la segunda edad de oro de la tele (la de Los Soprano, la HBO, The Shield y todo eso) y Emilio Aragón dominaba el mundo televisivo con Médico de Familia. Entonces llegaron ellos con los ingredientes ya comentados. El primero, la unidad familiar. Y es que los Alcántara las pueden haber pasado putas, pero siempre han estado unidos, la familia ha ido creciendo, también ha habido fallecimientos, han tenido negocios locos (el padre quería comercializar vino en Francia), los hijos en la cárcel y en la droga, pero se han mantenido unidos. Como una familia de las de toda la vida: con padre, hijo y Espíritu Santo.

Por no hablar de ese costumbrismo de barrio, de barrio reproducido en un decorado de cartón-piedra que simula a duras penas ser un barrio deprimido cualquiera de Madrid. Donde había un quiosquero, una peluquería, el descampado donde hacerse las primera pajillas y darse los primeros besos con lengua, una parroquia con un cura rojo, una tienda de electrodomésticos y un balcón donde Antonio Alcántara salía a fumarse esos pitillos de tabaco negro, mirando a la Luna, y echando cuentas de lo puta que estaba siendo la vida con él.

Pura España de los 60, como la que nos han contado nuestros padres o abuelos (depende de la edad de cada uno), gris, franquista y con Massiel cantado el La, la, lá de Serrat, en castellano y en Eurovisión.

Así engatusaron los guionistas a la audiencia y, luego, como si fueran Marty McFly en Regreso al Futuro 2, hemos ido viendo sus vidas en diferido. Pasando por la muerte del dictador, el golpe de Estado, Suárez, Felipe, La Movida y el 12-1 de España a Malta. Todo muy nostálgico, muy naif, muy inofensivo, incluso didáctico. Como lecciones de historia de España adaptadas para dummies, y siguiendo al pie de la letra lo que dicta la Cultura de la Transición y su revisión de los últimos 40 años de vida de este país. Más útil para la versión oficial que lo que está escrito en los libros.

Todo eso se puede perder ahora, si se confirman los chanchullos fiscales de fondo. Se han hecho versiones en otros países, en Italia, por ejemplo, pero nadie llegará nunca a ser como Merche y Antonio. Nadie ha tocado el cielo como lo han hecho Ana e Imanol: dos auténticos iconos de ese tipo de tele plasta. Tiene sentido estirar el chicle de Cuéntame ahora que ya no tiene mucho sabor? ¿tiene sentido seguir con la serie ahora que sus actores principales parece que han dinamitado su imagen pública? ¿Seríamos más felices sin los Alcántara? Ahí dejamos las preguntas. Nosotros preferimos que todo haya sido un sueño.