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Cultură

Las mascarillas no evitarán que mueras en una ciudad tan contaminada como Barcelona

Barcelona lleva años incumpliendo las exigencias de la Comisión Europea en cuanto a emisiones de gases contaminantes y una mascarilla no te salvará la vida.

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Hace tiempo que Barcelona te está matando. Hay muchas cosas que lo hacen —el embutido, el despertador a las 6:45 y esa relación tan rara que tienes con esa chavala de 18 años— pero que tu propia ciudad te escupa y cubra tu rostro de tierra es realmente decepcionante.

El caso es que, en el área metropolitana de Barcelona, la Generalitat nunca ha podido mantenerse dentro de los límites de calidad del aire recomendados por la Organización Mundial se la Salud ni ha podido cumplir con la legislación europea sobre la emisión de gases y partículas en suspensión. Barcelona fracasa en la emisión de uno de esos gases —el dióxido de nitrógeno (NO2)—, excediendo los 40 microgramos por metro cúbico permitidos y llegando, en algunos casos, a los 60 microgramos. Un estudio del Centre de Recerca en Epidemiologia Ambiental (CREAL) reveló una relación evidente entre la mala calidad del aire y ciertas enfermedades. Según David Rojas Rueda, médico epidemiólogo e investigador del CREAL, la contaminación no solo afecta al pulmón, también se asocia con enfermedades cardiovasculares, cerebrovasculares, diabetes, asma, cáncer de pulmón, bajo peso al nacer, partos prematuros y problemas de aprendizaje en niños, entre muchas otras. Desde esta organización aseguran que en el área metropolitana de Barcelona mueren cada año 3.500 personas debido a la mala calidad del aire (16.000 en toda España), hecho ocasionado, en parte, por la alta densidad de vehículos que existe (tenemos unos 6.100 vehículos privados por quilómetro cuadrado frente a los 1.500 que hay en París o Berlín).

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Ninguno de los dos proyectos de mejora de calidad del aire que se realizaron a partir de 2007 lograron cumplir los objetivos de la Unión Europea. Más que intentar mejorar los resultados obtenidos anteriormente, las instituciones pretendían utilizar estos planes para poder optar a la concesión de prórrogas por parte de la Comisión Europea, permisos que fueron sistemáticamente rechazados por no respetar los niveles de emisión de NO2. Lo mismo le sucedió a Madrid. Con este panorama, en 2009, la Comisión Europea abrió un procedimiento de infracción contra España que podría terminar con sanciones millonarias dictaminadas por el Tribunal de Justicia Europeo. Este límite de emisiones de NO2 es de obligado cumplimiento desde 2010 y España aún no ha logrado obtener resultados que no supongan un problema para proteger la salud de los ciudadanos. Casos como la manipulación de los motores Volkswagen —realizadas para saltarse las normas de emisión de gases contaminantes— no hacen más que convertir en utopía el día en que España pueda llegar a cumplir dichos objetivos.

Ante esto, ¿qué podemos hacer los ciudadanos? ¿Tenemos que vernos ataviados todos con mascarillas y filtros? El problema es la exposición constante y David Rojas del CREAL apunta que la solución no está en ponerse una mascarilla, ya que estas solo pueden reducir —y muy poco— nuestra exposición a uno o varios tipos de contaminantes. Por lo general solo filtran partículas grandes y algunos gases concretos pero no pueden hacer nada contra las partículas más pequeñas ni gases especialmente nocivos como el NO2 o el monóxido de azufre.

En todo caso sería mucho mejor elegir una buena ruta donde existiera menos tráfico, pudiendo reducir nuestra exposición hasta un 60%. De todos modos, Rojas asegura que el problema reside en el modo de transporte que elegimos, ya que somos nosotros los que generamos esta contaminación y somos nosotros quienes tenemos que empezar a reducir nuestras propias emisiones. Evidentemente para llegar a este punto tiene que existir una voluntad institucional para desarrollar políticas de movilidad y urbanismo que favorezcan modos de transporte más saludables e invirtiendo en un trasporte público eficiente y competitivo que promueva cambios de hábitos en los ciudadanos. Más áreas verdes y peatonales y menos tráfico ayudarían a sacar a la gente de los coches.

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El problema principal es esa falta de voluntad política. Ciertas decisiones que pueden ayudar a mejorar esta situación no resultan muy agradable para la población, como el pago de impuestos por el uso del coche; la reducción de espacio de estacionamiento o de circulación o la creación de tasas según la emisión de cada vehículo. Estas imposiciones —efectivas pero impopulares— tienen, en su mayoría, una repercusión negativa para los políticos, quienes prefieren evitarlas o utilizarlas como anzuelos populistas para arrancar votos (recordemos el caso de las limitaciones de velocidad).

Convive una clara falta de conciencia individual y colectiva para promover la sustitución del uso del coche o la moto con un evidente interés económico para mantener el status quo. Hace falta un cambio de mentalidad, empezar a percibir que este mundo está convirtiéndose en un auténtico vertedero. Farsas como las tasas por emisión, el fondo de carbono o el Protocolo de Kyoto se limitan mercantilizar la contaminación. No existe una conciencia real para solucionar el problema, ni por parte de las empresas, ni de los políticos ni de los ciudadanos.