¿Dejaría que su hija salga con un trapero? ¿Cuál es el problema de que Duki haga cantar a 8 mil pre adolescentes sobre putas, cadenas y Xanax? En un país como Argentina, donde la iglesia católica busca activamente limitar la educación sexual en las escuelas y la generación de sus padres no saben cómo tratar la epidemia de adicciones a los psicofármacos, que un músico nuevo trate esos tópicos no es desafiante, es más bien un servicio de asistencia social.
¿Hace falta explicar quién es Duki? Se puede decir que es un pibe del barrio La Paternal en Buenos Aires, que “flasheaba con ser un nigga del Bronx.” Un freestyler equilibrado, con más flow que punch, que formó parte de la mítica historia de El Quinto Escalón, la liga de batallas de freestyle callejera que generó uno de los recambios musicales más abruptos del cono sur. Duki ya estaba sacando su primer tema “No vendo trap”.
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Su retirada de las batallas marcó el principio del quiebre que se produjo entre hip hop y trap argentinos a partir del año pasado. Cosechó miles de seguidores y miles de haters sin un contrato ni un disco. La viralidad 2.0 se opuso a la noción televisiva de que para consagrarse las estrellas deben contar con el beneplácito de un jurado de notables señalados a dedo. ¿Alguien leyendo en 2018?
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“Yo prefiero a Los Charros, la Nueva Luna. Ellos escuchan esto todo el día, esto y Bad Bunny”, dice un padre en la panchería frente al Luna Park, mientras intenta manejar la ansiedad frenética de su hijo, que cumple 9 años y tres de sus compañeros de primaria, que apuran unas hamburguesas y cuentan los minutos para que empiece el recital de Duki. El padre está a punto de contarme por qué prefiere la cumbia romántica antes que el trap teen de Duki, pero los nenes lo interrumpen para pasarse un aerosol verde como el color del pelo de su ídolo. Un revendedor anuncia que es barrabrava, que las entradas del último River-Boca llegaron a cotizar 12 mil pesos y que lo recaudado lo invirtió en pañuelos en contra del aborto, que ya agotó, y en pañuelos naranjas y verdes a favor de su legalización para la convención de mujeres en Rawson.
En la puerta los mayores tienen 20 y el más joven de un grupito les comenta al resto que “los del hip hop viven diciendo que están desde antes, pero están hablando de tres años de diferencia”.
No hay asientos vacíos en todo el templo del box y desde el primer segundo una ovación arrolladora deja claro que el fanatismo por Duki es incondicional. El trapero canta “Rockstar” en un mini escenario colocado más arriba que las pantallas, con el escenario principal dividido entre la banda y el DJ. En seguida aparecen sus compañeros de Modo Diablo, Alejo (ex host de El Quinto) y Neo-pistea, que repite en su hit el apellido “Messi” casi tanto como Ecko dice “Piso“.
El mayor rugido de la noche se lo lleva Cazzu cuando sale para “Loca”, única presencia femenina sobre el escenario. Cro, el MC que representa el lado más melódico de los boom bapers Bardero$ canta una bien sad. La estética del rap en todo el espectáculo es inofensiva, es lo que mantiene a los rockeros conservadores enojados en las redes y a las madres tranquilas esperando a sus hijos fuera del recital.
El MC Luchito, de 16 años, tiene el manejo escénico de un artista consagrado y un buzo de Motley Crue. Después de adelantar un tema de su primer disco, comienza a lanzar remeras a la audiencia con una bazooka y por un momento imagino el titular de lo que sucedería si cae donde estoy: “Duki detona el luna” y en un pequeño recuadro con una tipografía ilegible: “Periodista de Noisey en Español muere aplastado por pandilla de instagrammers.”
Después de una pausa entre feats, Duki sale vestido de boxeador y aunque es una intro para su tema sobre mota “Hello coto”, es inevitable recordar a otro artista popular que homenajeó la tradición pugilística del Luna, el cuartetero Rodrigo.
Mientras todo termina, una fan en las primeras filas logra conectar visualmente con su ídolo y se derrite en el suelo. Creo que todavía sigue ahí.
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