tener siempre razón
Salud Mental

Cómo lidiar con alguien que cree que siempre tiene la razón

Tu opinión es solo eso, acéptalo.

Pasamos gran parte de nuestro tiempo hablando con amigos, en el trabajo, a través de redes, con la familia… Establecemos conversaciones superficiales, profundas, divertidas o conversaciones sin más. Pero, de repente, llega una frase que nos cae como una losa inamovible e inquebrantable, una frase sobre la que nos parece casi imposible debatir o incluso rebatir.

El contenido de la frase es indiferente, puede ser algo profundo como “el feminismo sigue siendo totalmente necesario” o algo tan naif como “con tu edad deberías tener un trabajo estable”. Lo importante, en este caso, es el mensaje subliminal que acompaña a la frase: “la verdad tiene un solo camino” o “hay una manera correcta de hacer las cosas “, acompañado de una idea implícita: “y es la mía”.

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La incertidumbre personal, laboral y relacional que vivimos en la actualidad incide en nuestro estado psicológico. El ser humano, en la búsqueda de bienestar psicológico, cree necesitar seguridad para reducir su incertidumbre y es en esa búsqueda cuando hace de sus opiniones certezas. Pero nuestras opiniones son solo eso, nuestras opiniones, nuestra visión del mundo, nuestra decisión.



Eso no significa que hay que desmerecerla, sino todo lo contrario, pues es imprescindible para nutrir nuestra autoestima, para echar raíces en relación con nuestros valores, para construir nuestro criterio propio, para relacionarnos y para conseguir nuestro bienestar psicológico, pero hemos de hacerlo aceptando que únicamente es nuestra opinión y que aunque puede ser compartida con muchos otros, no establece ninguna verdad objetiva y que no será el fundamento para nadie más que para nosotros.

La autonomía o bienestar psicológico no tiene que ver con certezas ni con la seguridad, sino que, como dice Manel Villegas Besora, “representa la culminación en la que se integran los diversos niveles morales, el desarrollo de un criterio propio. Parte de una clara percepción de las necesidades y deseos personales, de una firme voluntad para alcanzarlos, de una aceptación consciente y crítica de las leyes impersonales, establecidas y sancionadas por la sociedad, de un reconocimiento de los deseos, necesidades y la voluntad ajena y trata de tomar en consideración todas esas variables conjuntamente en el momento de tomar sus decisiones”.

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Volviendo al tema que nos ocupa, lo mejor en las conversaciones que estableces sería promover la escucha activa y el respeto mutuo para encontrar espacios nuevos de confluencia. Pero ¿qué hacer cuando la persona con la que hablas tiene un pensamiento rígido, impermeable al tuyo y piensa que está en posesión de la verdad absoluta? ¿Cómo gestionar esta rabia, impotencia, incredulidad o tristeza que te crean sus afirmaciones?

Lo peor de todo es que intentes gustar a esa persona, que busques su aprobación, porque para conseguirlo tendrías que prescindir de ti, de tus ideas, de tus gustos, de tu manera de ser, etc.

Si no quieres gustarle pero pretendes hacer valer tu opinión, podrías entrar en una batalla de gallos e intentar salir victorioso (algo que es poco probable, porque utilizará todas las argumentaciones y contraargumentaciones que tenga a su alcance para hacerte ver que el equivocado eres tú, además de que si entras en la lucha, estarás haciendo lo mismo que él).

Podrías, si aún tienes la esperanza de que cambie, invitarle de manera cuidadosa a la reflexión sobre su opinión, algo que también es difícil que pase.

¿Entonces? Una vez seas consciente de la inutilidad de la lucha y aceptes que hay personas que viven sentadas en un trono, busca opciones que te den una salida airosa, que no triunfante, de esas situaciones. Cuando te encuentres a alguien secuestrado por sus ideas, empieza por escuchar las emociones que eso te produce y trata de gestionarlas, pues no puedes escoger lo que sientes, pero sí que eres responsable de lo que haces con ello. Poner el foco en tus emociones para poder gobernarlas y colocar filtro a los comentarios de los demás para no ser reactivo te ayudará a dejarte de tomar como algo personal sus comentarios.

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Podrías decirte: “a ver que tonterías escucho hoy, voy a estar atento a como me siento ante eso”, que puedas conseguir que nadie altere tu estado de ánimo, que nadie te saque de tus casillas, sería un gran síntoma de maduración emocional. Que te digan que vives como un adolescente cuanto tienes ya una cierta edad puede resultarse ofensivo, pero ¿qué vas a conseguir si respondes a eso?, ¿no será mejor escuchar la rabia y conducirla hacia el humor o la ironía? “Gracias, no sabía que había una manera de vivir según la edad”.

A veces la emoción sentida puede ser tan impactante por la sorpresa del comentario como por lo inesperado que puede costarte dar una respuesta inmediata: no te preocupes, piensa que siempre estarás a tiempo para darla si finalmente lo decides así, aunque sea días más tarde.

Si aun así quieres ganar tiempo en ese momento podrías decirle: “lo que me dices me ha impactado, necesito respirar”. Y si no quieres dar explicaciones, busca el modo de escaquearte para poder buscar ese aire que te permita recolocarte y pensar qué hacer. Ten en cuenta que esta nueva manera de interactuar hay que entrenarla y que como todo entreno necesita tiempo. Una vez que se ha reducido el impacto emocional, escoge la respuesta más afín a ti: “escucho lo que me dices, pero no lo comparto” o “entiendo lo que me dices, pero pienso diferente”.

Otra manera sería simplemente asentir con la cabeza asumiendo que perder energía en intentar disuadirlo es en vano y que puedes poner el foco en fortalecer tu paciencia y tu saber estar.

También queda la alternativa de intentar evitar relacionarte a toda costa con esas personas, que siempre es una posibilidad. Y si todo lo anterior no nos sirve porque hemos de llegar a un pacto con él o ella, siempre nos quedaría decirle: “pensamos diferente, pero hemos de llegar a un acuerdo. ¿Cómo lo hacemos?”. Y con pico y pala, a ver qué sale.

Sigue a Laura en @lauraesquinas.