El arte de los golpes en el hockey

Como alguien que creció aprendiendo de peleas de las artes marciales y de hockey gracias a mis padres pacifistas que idolatraban a los jugadores más finos y toleraban sólo los golpes más limpios, he pasado gran parte de mi vida confundida tratando de entender las peleas en el hockey.

Es decir, no entiendo a qué lugar pertenecen en el contexto más amplio de los deportes. Como dice una frase famosa, las peleas no pertenecen ni al hockey ni a los deportes de contacto. Suceden sobre el hielo y con los patines puestos, pero no son oficialmente parte del juego. Involucran movimientos que pueden usarse en peleas de verdad, pero no son pleitos sancionados. Y tampoco son peleas callejeras. Existen entre el mundo real y el deportivo, en algún lugar de la periferia de ambos, tanto en el deporte donde suceden como el que intentan imitar.

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Más allá de su lugar, también me he preguntado qué las hace tan entretenidas. La manera en que fui educada me hace pensar que las peleas son una plaga que aqueja al sagrado deporte del hockey. Es una manera bruta de atraer a fans no sofisticados que nunca podrán apreciar las partes más importantes y finas de este juego.

El fanático a las peleas que habita en mí me dice que son una tontería. Aunque un gran número de jugadores de hockey incluyen artes marciales en su entrenamiento en la actualidad, como muay thai para mejorar su equilibrio con los patines o MMA para mantener sus reflejos en forma, pocos pueden ejecutar los movimientos con una técnica decente. Los golpes están mal posicionados, sin timing. El juego de pies es tan bueno como esperarías de alguien que tiene patines puestos y trata quedarse de pie sobre una superficie resbaladiza. El agarre de los uniformes ofrece una buena oportunidad para lucir lo aprendido en las clases de jiu jitsu, pero casi nadie tiene conocimiento de ello.

Mi esposo, portero de toda la vida, ha pasado años intentando convencerme de que no veo las peleas adecuadamente, y que son parte de un juego psicológico complejo. Me inclino a creerle, ya que es la única persona cercana al hockey que tendré en la vida. El problema es que no puedo estar de acuerdo cuando me siento a ver los partidos.

Foto por Sergei Belski-USA TODAY Sports

Aunque no me entretienen las peleas en el hockey, he desarrollado gusto por el entretenimiento en torno a las peleas. Es por este tipo de cosas que he comenzado a apreciar las similitudes entre el jugador pleitero y el practicante de artes marciales.

Las películas como Goon (y Goon: Last of the Enforcers) abordan las peleas y a los jugadores como parte central tanto del juego como de la cinta misma. Cuando el bouncer Doug Glatt (Seann William Scott) es colocado en un equipo de ligas menores en Goon se enfrenta a varios desafíos, lecciones de vida, y cuestiones filosóficas que uno encontraría en Rocky o Karate Kid. Quizás Goon sea más cómica y burda, pero sigue siendo una película sobre disciplina, gloria, la lucha interna y toda esas cosas.

Este tipo de cuestiones también pueden encontrarse en la vida de los jugadores. Tomemos de ejemplo el pleito entre el ex jugador de los Red Wings de Detroit, Kris Draper, aquel 26 de marzo de 1997, contra el odiado rival, Colorado Avalanche.

La suma de los problemas de su equipo, su tendencia personal a ser menospreciado —sentimiento creado por ser menospreciado en su niñez y haber recibido críticas en su debut en la NHL— además del golpe propinado por el jugador del Avalanche, Claude Lemieux que le rompió la cara y el espíritu de su equipo en el Juego 6 de las Finales de la Conferencia Oeste un año antes del pleito, Draper nos muestra una imagen mental compleja de la necesidad de superarse a uno mismo, la necesidad de la pérdida devastadora, y la búsqueda del honor. Con todo esto como telón de fondo, Draper se ve reflejado en las peleas como el momento necesario de catarsis y de ventaja psicológica sobre el rival, pero nunca deja que el acto quite protagonismo al juego.

“Exactamente 301 días después de que me partieran la cara, mis compañeros abogaron por mí. Lo arreglamos. Pero lo que mucha gente no recuerda es que para los jugadores sobre el hielo, aquella noche no fue todo golpes y codazos. Fue la noche que demostramos que podíamos derrotar a Colorado en la pizarra”, escribe Draper. “El pleito fue una cosa. Pero nuestra victoria fue lo que cambió todo. Nos dio la fe que podíamos derrotarlos en los playoffs. Sabíamos que los veríamos de nuevo en las Finales de la Conferencia Oeste. Lo sabíamos”.

Draper se pone igual de filosófico cuando habla de la importancia de las peleas en su victoria de la Stanley Cup ese año, y en los triunfos de 1998, 2002, y 2008. “¿Podemos ganar la Stanley Cup sin una sola pelea?”, se pregunta Draper. “Tal vez, pero sí sé que no nos hizo mal alguno”.

La pelea de la que habla fue una orgía espectacular de violencia sin habilidad, un pleito de cantina que explotó en medio de un grupo de adultos profesionales sobre un sólido bloque de hielo. Si el morbo te motiva a buscar el vídeo en YouTube, no tardarás en decepcionarte. Sin duda no hay algo que las personas interesadas en las artes marciales puedan extraer de la pelea, pero sí del hockey: las peleas quizá no sean “verdaderas” pero existe una genuina conexión espiritual entre el bravucón y el guerrero.