Para Abel Azcona cada proyecto forma parte de un continuo aprendizaje. En el caso de ‘La Calle’, sus maestras fueron las prostitutas transexuales del barrio de Santa Fe en Bogotá. ¿Y las lecciones que aprendió de ellas? “Cómo depilarme, maquillarme, ponerme tetas, vestirme, caminar con tacones, adquirir o tomar cocaína junto a ellas y los clientes… También aprendí a hacer una felación exprés para que el cliente eyacule en menos de tres minutos, y conseguí adecuar mi tanga para ocultar mi pene”.
Su aprendizaje se puede ver en estas fotos, que son solo una parte del proyecto que el artista multidisciplinario nos adelanta en exclusiva. La gestación tuvo lugar entre septiembre y octubre del año pasado en Bogotá, concretamente en el barrio de Santa Fe, que está muy bien considerado en el ranking de los lugares más peligrosos del mundo.
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Durante el primer mes, Abel se dedicó a investigar todo lo que se movía alrededor de la Calle 20. Es lo que Abel llama “trabajo de campo”. Lo realizó junto a su equipo y le permitió conocer “a diferentes prostitutas, espacios donde se ejercía, casas de citas o prostíbulos con diferentes temáticas”. Dar pequeños pasos para entrar primero en su espacio privado y luego en su intimidad, dos lugares distintos, aunque muchas veces confundidos.
En octubre comenzó su transformación. “Ya acompañado por mis compañeras y amigas, todas ellas prostitutas transexuales de la Calle 20. Fue un proceso compartido de acompañamiento, ellas mismas me apoyaron en el cambio y me enseñaron todo lo que necesitaba. De hecho, se crearon vínculos estrechos con varias. Fue absolutamente fascinante como ellas, viviendo un infierno, aceptan y reciben a una extranjera. Me sentí querida por algunos y también odiada y mal vista por otras. Es lo complejo de este mundo”.
El proyecto de Azcona tiene varios puntos: “Lo sexual, la drogadicción y el proceso de cambio y hormonización”. Antes de exponerlo públicamente, le pedimos que nos hable sobre él para entender mejor las fotos que acompañan este artículo.
Prostituirse (ahora) en la calle
“Nací de una madre que la ejercía, y fui gestado en un intercambio económico-sexual. Posteriormente, a lo largo de la infancia y en mi adolescencia, siempre me ha acompañado de diversas formas. Gran parte de mi obra personal está marcada por esta herida, y es una investigación en primera persona. Primero mantuve relaciones no completas en un barrio de Madrid, posteriormente realicé mi proyecto ‘Empathy and Prostitution’, en Bogotá, Madrid y Houston. Pero tenía la sensación de que al ser ejercido en espacios de confort, como un museo o una galería, el proyecto no podía implicar la empatía real que yo buscaba con mi propia madre en ese día de mi gestación. Hace tres años localicé a mi madre biológica, y ella me contó que era incapaz de empatizar conmigo, porque no me gestó con amor, sino por dinero y por accidente; además no pudo abortar por la situación de las madres solteras en los años ochenta. A partir de ahí decidí intentar empatizar con ella, ya que ella no lo puede hacer conmigo. Este tercer proyecto donde la prostitución es la protagonista debía ser más real, debía sentirme exactamente como se sentía ella. Salir a la calle”.
La ‘guerra’ interior de las hormonas
“Aprendí dónde adquirir las hormonas y trucos para tomármelas con leche tibia para una más rápida hormonización. Fue, sin duda, uno de mis obstáculos a superar durante todo este proceso. El tercer día ya sentía hipersensibilidad en los pezones, calenturas, taquicardias y descomposición. A partir del cuarto día era evidente que mi carácter cada vez era más irascible. Soy consciente que mi trastorno de personalidad y mi trastorno obsesivo compulsivo. Junto con mi hiperactividad, no eran en absoluto buena combinación con una de las mayores guerras que se han desencadenado en el interior de mi cuerpo. Si iba a compartir un proceso tan íntimo y personal con mis compañeras prostitutas, debía hacerlo hasta el final. Quería sentirme como ellas, empatizar con ellas en todos los sentidos. Si ya pasar muchas horas en tacones de aguja, semidesnuda, consumiendo de forma compulsiva cocaína y alcohol era muy complicado, añadir los cambios en mi cuerpo, el estado de ánimo y todo el proceso que las hormonas detonaron en mí fue realmente avasallador. Cada noche, cuando regresaba a casa, lloraba por horas”.
La calle es jodida
“No dejo de ser un hijo de puta que vengo de la calle. Uno de los motivos por los que se le retiró mi custodia a mi madre fue por pasar horas sentado en el sillón de un bar y estar hasta altas horas en las calles cuando era niño. Necesitaba que este proyecto, para ser real, ocupará el lugar que la prostitución tiene en mi vida. La calle es dura, marca en todos los sentidos. Ahí me sentí unida a mis compañeras y bienvenida, pero muchas veces también me sentí sola, desprotegida. Pocos días antes había muerto una compañera, lanzada por un cliente por una ventana. Estábamos todas juntas, unas cincuenta, pero de alguna forma cada una nos sentíamos solas. Cuando estás a disposición de los clientes, sientes que no eres nada. La vida te ha abandonado. Por eso este proceso es acompañado desde primera hora con consumos, por lo que en la noche ya estamos completamente ebrias y colocadas, lo suficiente como para no recordar algunos procesos desagradables de intercambio sexual”.
Creo en el arte como catarsis
“Mi obra es una exposición plena y total de mi cuerpo, mi experiencia y mi historia personal. Hace años estaba perdido, por no saber y ocultar lo que yo realmente era. He aprendido a conocerme, a aceptarme y a descubrir artísticamente quién soy. No creo en el arte contemporáneo que no sea crítico, social y político. Un arte que no haga temblar al artista y al espectador no me interesa. Quiero que mi piel se erice, quiero temblar, quiero dejar mi zona de confort, quiero aprender, quiero llorar y quiero que cada experiencia construya en mí y me sirva como herramienta de autoconocimiento. Creo en el arte como catarsis. Creo en una implicación extrema del artista”.
Convivir con mis fantasmas
“El crecimiento de mamas, la dificultad de volver a crecer vello en algunas partes de mi cuerpo, inestabilidad física y mental… También me ha supuesto un nuevo ingreso en psiquiatría y un pequeño episodio de adicción a tóxicos. Soy una persona que ya traía un equipaje personal terrible, y de alguna forma añado más, pero también descargo parte. He aprendido, he liberado y he construido. Ha sido una experiencia dolorosa y complicada. Cuando volvía a casa cada día, me decía cancelamos. Pero al día siguiente volvía a maquillarme y a subirme a los tacones. He vuelto a lo que era, sufrí maltrato y abusos en mi infancia. Ahora, como adulto he vuelto a sufrirlos, pero he elegido libremente el hacerlo. He colocado heridas, sentimientos y he aprendido a convivir con mis fantasmas y mi propia realidad”.
Trabajo con mi cuerpo, y ese es mi límite
“Hasta que ya no pueda más. Creo en la muerte como parte de mi obra artística, y creo en explorar corporal y mentalmente hasta el límite. En mi tesis hablo de la muerte como proceso de creación y como parte de la obra vital. De alguna forma pienso que nací como una obra política. Y considero que ya llevo casi treinta años de ventaja, ya que si a mi madre se le hubiera permitido abortar, no estaría aquí. Nací, y ahora tengo la oportunidad de convertir todo esto en una obra crítica, social y política hasta el final”.