Música

El beat de la guerra silenciosa: algunas personas nos cuentan cómo fue el tiroteo del BPM

Todas las fotos por Ernesto Álvarez.

Cuando el tiroteo empezó, todos los bares estaban llenos porque eran las últimas horas del festival BPM. “Nuestro bar está a diez metros del Blue Parrot. Yo estaba en la barra cuando afuera empezaron los gritos y la alerta por los disparos. Me volteé y vi cómo una multitud corría calle arriba, hacia el (bar) Mandala, hacia la (calle) quinta. Decidimos bajar la cortina, con toda la gente adentro”, explica María, que no se llama así, pero que así llamaremos por seguridad. Todos los nombres que aparecen en este artículo han sido cambiados, salvo cuando se indique.

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Uno de los meseros que había quedado del lado de afuera de la cortina pudo ver el caos: “Eran como las tres de la mañana cuando vimos que una multitud empezó a correr. Entonces escuché las detonaciones. La gente corría con desesperación, asustados. Como turba se metieron todos los que pudieron para adentro de nuestro bar antes que bajáramos la cortina. Muchísimos. Yo no sé de dónde salió toda esa gente. Los que quedamos afuera nos tiramos al suelo y buscamos dónde resguardarnos. Todo pasó tan rápido, fue momentáneo”, explica Esteban, que estaba presente en la madrugada del lunes 16 de enero.

El BPM es un festival de música electrónica que comenzó a celebrarse diez años atrás, para recibir el año en las playas del caribe mexicano. Uno de los más grandes del género, que reúne a casi 300 DJs durante los diez días de fiesta. Este año el día seis fue clausurado por las balas. El Blue Parrot fue uno de los primeros clubes en establecerse en Playa del Carmen, hace 30 años: su puerta está al final de la calle 12, por dónde se accede al bar, sobre la playa. “Balacera en la doce”, fue la frase que rompió la calma, más aparente que real, del pequeño paraíso para los amantes del beats per minute.

El reporte que emitió al día siguiente la Fiscalía General de Justicia, publicado por el medio local Playa Ahora, da cuenta de cinco personas fallecidas a raíz del tiroteo que ocurrió en la puerta de ingreso del Blue Parrot. Tres de ellos eran parte del staff del BPM —Kirk W, canadiense; Daniel P, italiano; Geovanni R, mexicano originario de Veracruz— y las otras dos personas, asistentes del festival: Rafael P, mexicano, originario de Veracruz y Alejandra V, estadounidense. Otras 15 personas fueron heridas de bala, de las que hay entre una y tres heridas de gravedad, según distintos reportes.

La justicia localizó 20 casquillos gatillados en el lugar, pertenecientes a tres tipos de balas distintos (seis calibre 38 super, ocho calibre 9 mm y otros seis casquillos calibre 380), además de un revólver Taurus calibre 38.

Cuatro horas después del tiroteo, los organizadores del festival emitieron un comunicado en el que informaron sobre cuatro fallecidos (el quinto, Rafael Peñaloza murió en la emergencia del IMSS 18) y confirmaron la muerte de tres de sus trabajadores. “El acto de violencia inició en Calle 12 frente al club y tres miembros del equipo de seguridad de BPM están entre esas vidas que perdimos, mientras trataban de proteger a los asistentes en el interior de la sede”.

Según los reportes iniciales, Alejandra, la chica estadounidense, falleció aplastada por la turba que salió huyendo del lugar. Fuentes explicaron que cayó al piso luego de recibir un impacto de bala en una pierna, pero es un dato que este medio no logró confirmar.

Soldado salta de tanque. Tras la balacera en la Fiscalía General del Estado y el centro de comando y vigilancia del C4 en Cancún, se activó el código rojo en esa localidad del municipio de Benito Juárez. Dos días antes otra balacera causó 5 muertos y 15 heridos en el Festival BPM en Playa del Carmen, municipio de Solidaridad.

Comprar: por qué el festival era intocable

“Mi novio y yo llegamos al festival el primer día porque nos encanta la música. Por internet se venden las entradas de tres días, de siete o para los diez días que dura el festival. Las de diez días costaban 15 mil pesos (unos 700 dólares) pero nosotros nos arriesgamos y fuimos a la puerta a ver si conseguíamos entradas de reventa. 2100 pesos por persona (cien dólares) nos costaron las entradas. Había un montón de drogas, coca, mota, tachas, perico. La mitad de la gente que estaba en el lugar las vendía. Y todo estaba súper carísimo, desde las aguas chiquitititas esas, que costaban 150 pesos (7 dólares), hasta estos tipos que vendían y se estaban llenando bien cabrón de dinero”, relata Analía, para recrear el ambiente que vino a intervenir el tiroteo.

“Todos los días que salimos pasó lo mismo: se agarraban a putazos porque los de un cartel topaban a un tipo que estaba vendiendo drogas, pero no era de la compañía. Ellos vendían su material en bolsitas de cierto color. Si traías bolsa de otro color, te jodían. Tengo amigos que llevaban sus propias drogas de afuera, y se tenía que andar cuidando para que no los vieran tomándolas”.

El Chino tenía 20 años cuando empezó a vender drogas para “Los Pelones”. Su entrevista de trabajo fue en la cárcel. El jefe estaba preso. Los Pelones respondían a una especie de coalición que los otros grandes carteles del país habían armado para combatir el avance de los Zetas, el cartel surgido en Nuevo León y Tamaulipas, creado por ex militares de un cuerpo de élite del Ejército Mexicano, que habían llegado a Cancún cuatro años antes. “Primero se empezaron a comer a los jefes de gobierno, alguno que aparecía decapitado o que tiraron el avión privado en que viajaba un funcionario”, recuerda El Chino de ese momento, cuando aún era un adolescente de Preparatoria.

En Noviembre del 2012, el Chino pagaba a Los Pelones siete mil pesos (unos 330 dólares) por un kilo de marihuana y lograba revenderlo en doce mil (unos 570 dólares). El cartel funciona para él y el resto como un mayorista que distribuye el producto entre los vendedores chicos. Ese mismo kilo que el cartel les vendía a siete mil, explica ahora, costaba entonces mil quinientos pesos en la Ciudad de México. El precio lo ponía el distribuidor. “Por eso la droga era tan cara en Cancún o en Playa del Carmen, por eso alguien llegaba a pagar mil pesos por un gramo de perico hace cuatro años”.

A él le tocó ir a vender al BPM cuando trabajaba para Los Pelones. “Yo estaba autorizado para poder surtir. Más bien, lo que tenías era tu punto de venta, en dónde podías estar y en dónde no. Todo el festival estaba dividido, de tal parte tal y de este, aquel otro. Puedes vender en dónde sea, siempre que sea una zona establecida”.

¿Qué pasaba si te agarraban fuera de zona? “Había ojos por todos lados que te sacaban, pero yo no me dedicaba a eso, yo sólo vendía; Para eso están los de la seguridad, para levantar, golpear y amedrentar. Si te agarran vendiendo te llevan a otro lugar, pero con mucha discreción. Ese año, tenían cuartos con gente encapuchada dentro de los bares, en dónde te metían si te agarraban vendiendo material ajeno. Nunca era algo público, porque no les convenía hacerse mala publicidad. Por eso creo que lo del Blue Parrot no fue algo planeado, porque no le conviene a nadie”.

Explica el Chino que en la fiesta BPM que le tocó trabajar “podías vender al precio que quisieras. Yo hacía 50 baros en cada noche (50 mil pesos, casi 2500 dólares hoy) y siempre se me acababa la mercancía. Vendía todo el material en seis o siete horas, aún con el precio inflado. Y eso lo puedes hacer porque todos compran. Y compran porque compran, porque no les queda de otra. Aunque en esas fiestas esté todo controlado, todo el mundo vende”.

¿Y la policía? “Se hacían los locos. Cuando me tocó que me pararan a mí, le mencioné a alguien que me daba su respaldo y no pasó nada. Ese negocio lo pagan los chonchos, eso ya viene de más arriba. Tú llegas a fiestear con tu material y un nombre o una clave, que indica para quien estás trabajando y que no haya problema”.

¿Y los dueños de los bares? “No les queda de otra. En mis tiempos, hace cuatro años todos tenían ya que pagar cuota. Voy a entrar a tu bar a vender y por vender, me vas a tener que pagar”.

Explica que él no estuvo presente en el momento del tiroteo del Blue Parrot, pero sí se mostró sorprendido, porque le pareció que armar ese desmadre es como matar a la gallina de los huevos de oro. “Todo cambia con el paso del tiempo; Playa siempre fue un punto muy controlado en que no pasaba nada, pero hoy ya matan en la zona. Y yo creo que les valió verga que el lugar estuviera controlado por otro cartel, quisieron meterse y se armó la machaca”. Dice que él dejó de vender porque el ambiente se estaba tornando muy violento. “Por más que estés como patrón, no puedes estar tranquilo al final”.

Ex –vendedor del BPM camina en Cancún durante entrevista. La entrada del Grupo delictivo Los Pelones, en Quintana Roo desató una guerra silenciosa contra los Zetas, en un territorio totalmente turístico. El Cartel de Golfo, según el informe de la National Drug Threat Assessment Summary (DEA) es el que opera en Quintana Roo. Tras el tiroteo que dejó cinco muertos y 15 heridos en Playa del Carmen durante un festival electrónico, al día siguiente aparece una manta firmada por “El FayoZ vieja escuela” en donde se adjudica el ataque mencionado.

Violencia ¿cotidiana?

A pesar de que la primera versión del gobernador de Quinta Roo fue argumentar públicamente que la causa de la balacera fue una riña entre particulares, para María y Esteban, que trabajan desde hace buen tiempo en la zona de bares de Playa del Carmen, no hay duda de que el tiroteo fue ocasionado por la venta de drogas.

“Supimos que al tipo que disparó no lo dejaron entrar. La seguridad del Parrot la hacía gente contratada por el festival y supongo que ellos están más preparados para algunas situaciones. Pero los que venden están acostumbrados a entrar a todos lados como Juan por su casa. Entonces, cuando a este man no lo dejaron entrar, se fue, regresó con otro y tiroteó el lugar”, explica María.

Sigue Esteban: “La puerta del bar dónde dispararon es una bajada a la playa. Algunos comentan que el ataque estaba planeado, pero no sé si creerles. Dicen que es una pelea por la plaza y que los disparos fueron porque no los dejaron entrar a vender al Blue Parrot, pero yo siento que fue una pelea entre narcos. Todo pasó afuera, pero como la entrada es de rejas nada más, las ráfagas llegaron hasta la parte de adentro”.

Estrictamente, nadie en Playa del Carmen, ni en Cancún, ni siquiera en Tulum, cree que lo sucedido no haya sido un conflicto de drogas y mucho menos después que una “narco manta” se atribuyó la autoría del ataque armado.

El martes 16 de enero en la colonia Ejidal de Playa del Carmen, —en la Avenida 85 y 90 con 11 Sur, según el medio local Playa News— amaneció colgada una sábana con un mensaje escrito en aerosol: “Esto es una muestra de que ya estamos aquí fue por no aliniarte PHILLIP -BPM, es el inicio vamos a cortar las cabezas de Golfos, PELONES y chapulines, Atte el FAYO – Z de la vieja ESCUELA (sic)”.

Esa mismo día, Cancún sufrió al menos dos balaceras simultáneas, en las que un grupo armado rafagueó a tiros una plaza comercial en el borde de la zona turística y también, la sede de la Fiscalía General de Justicia, en donde tres personas fueron asesinadas y varias resultaron heridas.

“Estuvo bien feo, recibimos mensajes de que había cinco balaceras a la vez, pero algunas no eran verdad. Hubo mucho ruido en las redes porque la gente también comparte cualquier cosa”, explicó una residente de Cancún, que pidió anonimato y a quien llamaremos Laura.

Una hora por carretera separan a Playa del Carmen de Cancún. Solidaridad es el municipio que alberga a Playa, y Benito Juárez el de Cancún. Su proximidad obliga a cuestionarse si los tiroteos de Cancún tienen que ver con lo sucedido en el Blue Parrot.

“A lo mejor sí tiene que ver. Cancún ha estado muy feo, pero hasta ahora habían sido más discretos con las balaceras y los ejecutados. En lo que va del año, aparte de la de este martes, sé que ha habido otras tres más”, explica Laura. El problema, cree, es que las noticias también se difunden con un poco de miedo de que, como ocurrió con el tiroteo en el BPM, las imágenes se vuelvan virales y “todo esto se vaya a la mierda”.

Por lo pronto, ya se anunció que el festival BPM no volverá a realizarse en Playa del Carmen.

Para Héctor Valdés, periodista de larga data y responsable del portal Tulum en Red, el problema está en que la racha de violencia se está radicalizando. “El norte del estado de Quintana Roo siempre ha tenido chispazos de violencia y la presencia de al menos tres carteles: los Pelones, los Zetas y el del Golfo, pero que hasta ahora estaban conviviendo permanentemente. Aparentemente, se trataría de una pugna iniciada por los Zetas para recuperar posición a nivel nacional, luego de haberse debilitado”.

Poste marcado con una letra zeta y manchado de sangre. La guerra silenciosa por la plaza turística en Quintana Roo comenzó con la entrada del grupo Los Pelones, en territorio controlado por Los Zetas. “Las balaceras, mutilados, extorsiones y alcaldes acusados de vínculos con carteles (como el ex alcalde Gregorio Sánchez, preso por sus vínculos con el narcotráfico) no son temas nuevos en Cancún, sólo que ahora son temas públicos”, afirma una residente.

No es menor lo que señala Valdés cuando dice “aparentemente”. Cualquier lector con el ojo un poco aguzado debería desconfiar de la información vertida en estos párrafos acerca de la lucha intestina de las organizaciones criminales que altera la vida de las localidades de la Riviera Maya. Allí, y no sólo allí, todo lo que tiene que ver con el narco está cubierto por una capa gris de duda, como cuando se mira a través de un vidrio esmerilado, que apenas se distinguen las siluetas difusas de los que están del otro lado. Para el periodismo esto es un reto doble, ya que el mundo narco le impide realizar el ejercicio básico de su tarea: confirmar la información que se recibe como un dato, con otras fuentes independientes. Todo es un cuento a medias, que rara vez tiene un autor original o un participante directo en los hechos relatados.

El periodista de la península agrega que en la misma noche del ataque al Blue Parrot, se produjo una balacera en la Región 209, uno de los barrios populares de Cancún, en la que dos personas fueron asesinadas. Y como esa, hace dos meses, el portero de un bar fue ultimado mientras trabajaba. Incluso a Tulum llegó la violencia, cuando también fue balaceada una rave en el cenote llamado “Dos Osos”, el septiembre pasado.

Para Valdés todo tiene que ver con que Quintana Roo no tiene una política de seguridad sólida que contenga el avance de la delincuencia organizada y también, por la descoordinación que se da entre los niveles de gobierno, que tienen distintos tintes partidarios.

Mientras tanto, las directoras de la policía turística, Dulce Yuridia Ortega Gómez y de la policía de y tránsito Diana María Ortiz Echeverría fueron cesadas de su cargo horas después del ataque en el Blue Parrot, sin haber llegado a cumplir ni tres meses en la función pública. Habían sido nombradas por Cristina Torres, la alcadesa de Solidaridad, el municipio al que pertenece Playa del Carmen, en octubre pasado. Fuentes indicaron que por las redes sociales circula una fotografía de ambas, luciendo playeras con el logo del BPM, dada su estrecha colaboración con la organización del festival.

La investigación oficial se vio obligada a contemplar el elemento narco en la cuestión. Según anunció el fiscal de Quintana Roo, Miguel Ángel Pech Chen, las principales líneas que sigue la justicia son dos: que se trató del cobro de piso por parte de un grupo criminal; o que se trató de un conflicto entre narcomenudistas.

Una gaviota vuela sobre una de las tres playas públicas de Cancún, en el municipio de Benito Juárez. El alcalde de Benito Juárez, Remberto Estrada pidió que los “cancunences mantengan la calma” tras la balacera en la Fiscalía y el centro de vigilancia C4 de Cancún, Benito Juárez que dejo tres muertos, que se suman a los 5 muertos y 15 heridos del tiroteo en Playa del Carmen, Solidaridad durante la madrugada anterior.

Sólo el Blue Parrot permanece clausurado y el resto de los bares en Playa del Carmen ha vuelto a su relativa normalidad, “o que pareciera normal”, explica Carlos, que también vive en la localidad bañada por el Mar Caribe. “El tránsito sigue fluyendo, el turismo sigue llegando, el movimiento no ha mermado, pero la noticia ya recorrió el mundo y de alguna manera va a afectarnos”.

Carlos explica que los locales se dividen entre la explicación de una riña entre particulares que se fue a más y un conflicto entre narcomenudistas que acabó a los tiros. Para Esteban y María, su experiencia cotidiana los inclina hacia la hipótesis de una pelea por el comercio ilegal, porque desde hace un tiempo se volvió cada vez más frecuente que en las calles de Playa del Carmen se vendieran drogas a plena luz del día. Explica María: “vas con tu familia y te ofrecen, entras a un bar y te ofrecen. Nadie duda que el tiroteo fue ocasionado por un problema de drogas. Me preocupé al ver a la gente entrando en pánico a nuestro bar, pero creo que en algún momento tenía que pasar. Me sorprende hasta qué punto ha llegado la situación. Trabajando en los bares se ve cómo la gente saluda a los que venden drogas como si fueran sus amigos, eso a mí, me causa impotencia. Sí ellos están ahí, es porque les compran. Todos se quejan del gobierno, pero también son parte de esto. Yo no consumo ni compro y aun así me siento parte. Veo cómo venden y cómo se meten a la barra a pedir una cerveza cuando pasa la policía; y también veo cómo la policía les revisa hasta el celular a los que no tienen nada que ver. Están súper coludidos, jamás los van a agarrar”, explica María.

¿Nunca han intentado echarlos del bar? Responde Esteban, también trabajador de un bar de Playa: “Es que son muchos. En todos lados hay, todos los días están activos. Tengo cinco años trabajando en este bar, y cuando llegué no había esta cantidad. Encontrabas dos o tres personas vendiendo en la calle, pero en los últimos dos o tres años se expandió. La gente los demanda, es a eso a lo que viene la mayoría de los extranjeros de todo tipo”.

¿Es una fiesta de drogas entonces? “Sí”, responde María. “Así como hay jaladores para meterte al bar, hay jaladores que te ofrecen drogas. Es súper descarado todo eso. Y si no les pagas, llegan y te cierran el bar. En el que trabajo hay como siete tipos vendiendo, y eso que es un bar chiquito, en el que entran 300 personas como mucho. Pero a nosotros nos pesa y nos da mala imagen. Hasta a mi familia le ofrecieron las veces que me fueron a visitar a mi lugar de trabajo”.

Ambos coinciden en que son jovencitos locales, de entre 17, 18, capaz 20 años, la carne de cañón de esta tarea callejera. Son la cara visible de una organización de la que no se conocen límites. “El rollo es que no tienen ley, no obedecen a nadie. No hay forma de negociar con ellos. Era insostenible que el gobierno del estado negara que el tiroteo tuviera que ver con esto, ¿cómo se hacen los locos si saben que en cualquier baño venden drogas? Su doble moral era evidente”.

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Este artículo se publicó originalmente en Vice México.


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