Recuerdo que un día vi una película italiana —de Terence Hill y Bud Spencer, para más señas— donde escuché una frase que me impresionó. El bueno de Bud, en camiseta de tirantes y con una gorra de la Guerra Civil americana, decía lo siguiente: «No hay nada peor de un hombre bueno cuando se convierte en hombre malo».
Justamente esto pensé al verle la cara al boxeador estadounidense Deontay Wilder, que el pasado día 26 de septiembre derrotó al francés Johann Duhaupas. Tú le miras y ves a un tipo grandote de 29 años, originario de Alabama y con aspecto de buen chaval. ¿No?
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Pues en realidad no. El tío es un puto killer, un campeón de los pesos pesados WBC que lleva 35 combates sin perder. De esos 35, 34 los ha ganado por KO. Sus brazos destruyen lo que tocan, los abdominales le protegen el cuerpo como si fueran de piedra, su cráneo es de metal… y bueno, probablemente tenga una batería de litio en vez de un corazón detrás de las costillas, que seguramente sean de vibranium y no de hueso como los demás mortales.
¿No me creéis? Echadle un vistazo a este vídeo con sus 29 primeras victorias por KO y me contáis.
Sí, el amigo Deontay parece un buen mozo, pero evidentemente cuando sube al ring se convierte en una maquina de demolición. Eso sí, no por ello deja de tener su simpatía. Incluso hay un libro infantil (!!) en su honor.
En la pelea contra Duhaupas, Deontay se llevó un ojo morado; el francés terminó noqueado en el suelo. Estás avisados: id con cuidado, que los buenos son los peores.
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