Chuck y el Hombre Gato. Todas las fotos cortesía de Chuck Harris
Chuck Harris se califica a sí mismo como el «mayor proveedor de rarezas del mundo». A sus 70 años, Harris luce una mata de pelo gris y unas enormes gafas. «Trato a estas personas como trataría a cualquier otra que sea, a falta de una palabra mejor, normal», dice, en referencia a sus clientes.
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¿Necesitas un tipo que mantenga un frigorífico en equilibrio sobre la boca, se meta clavos en los brazos o sea capaz de escapar de una lavadora en marcha? Chuck Harris te lo encuentra. «Soy el representante de los gemelos siameses (unidos por la cabeza) de más edad que existen», se pavonea Harris. «Los heredé porque fueron muy amables con la mujer que dio a luz a los gemelos siameses más jóvenes». Si te parece cruel es porque no has pasado el tiempo suficiente con él. «Me encantan estas chicas. Yo siento el dolor por ellas. pero las trato como si fueran iguales que los demás», añade. Se siente muy unido a sus clientes. «No son diferentes a ti o a mí», afirma.
El propio Harris fue una estrella infantil, además de cómico y un veterano del cine y la televisión. Pisó un escenario por primera vez a los cinco años, acompañado de su padre, en la representación Miller’s Mighty Minstrels (su nombre de pila era Oaky Miller). Como actor, ha aparecido en Esa chica, Mis adorables sobrinos y Mis tres hijos. Pero a los 50 años y cuatro hijos, dos exmujeres y una hipoteca, Harris pensó que estaba acabado.
«Mi vida se había acabado», explica. Recuerda haber oído a un agente decir, «¿Oaky Miller? ¡Es cosa del pasado! ¡Está acabado! ¡No quiero hablar con ese perdedor!».
Fue muy duro sentirse como un desecho del pasado, sin saber qué hacer. Se lo comentó por teléfono a su madre, quien le dio una bofetada verbal. «Deja de lloriquear», le regañó. «¡Tienes toda una vida por delante!».
Harris siguió su consejo y, de un día para otro, se reinventó. Oaky Miller pasó a llamarse Chuck Harris y decidió dedicarse a representar a los marginados del mundo del espectáculo. Hoy día es el agente / productor de rarezas con más éxito de la meca del cine.
«Mi experiencia en el negocio me enseñó a ser tolerante con los demás», explica Harris sobre cómo es trabajar con algunos de los individuos más extraños del planeta. «Muchos de ellos son personas amables y tiernas. Son normales, excepto quizá porque tienen el cuerpo cubierto de pelo, se han transformado en tigres o tienen lengua bífida, como el Chico Lagarto».
La fortuna dio un giro inesperado para Harris con el primer cliente que representó, el Increíble Christopher, un hombre que, según la descripción de Harris, «sube al escenario con cuatro muñecos de tamaño real unidos a su cuerpo por unos palos muy largos y actúa como si fueran los cinco componentes de Village People».
Ambos llevan juntos 20 años, y Harris asegura que «no ha pasado un año desde que estamos juntos en que este hombre –que hace un número de seis minutos- no haya ganado más de 500.000 dólares».
Harris ha ofrecido los servicios del Increíble Christopher a personajes de la talla del mexicano Carlos Slim, el segundo hombre más rico del mundo. También puso su mejor elenco de espectáculos a disposición de Eddie Murphy para su legendaria gira Raw, que le valió un éxito rotundo. Harris le aseguró el espectáculo tras hacerlo aparecer en el Show de Arsenio Hall, y el presentador le puso en contacto con su amigo cómico. Harris, todavía nuevo en el mundillo, intentó mantener la compostura mientras negociaba con el manager de Murphy y le pidió 1.500 dólares por su cliente. Su intención era pedir esa cantidad por semana, pero cuando le devolvieron el contrato, vio que «eran 1.500 dólares al día. Así fue como ocurrió: aprendes a mantener la boca cerrada, eres sincero con la gente y ¡bum!, atraviesas el techo».
Actualmente, Harris cobra 8.500 dólares por la aparición de clientes como la mujer que es capaz de hacer salir de la punta de sus dedos rayos de electricidad de 500 millones de voltios o el tipo que es capaz de meter el dedo en el enchufe sin electrocutarse. «Nació con una enfermedad que impide que la piel transpire, por lo que no es conductora de la electricidad», explica. «Si te tocara con las dos manos, podría matarte si quisiera. Ese es su poder».
Harris gana dinero con estos espectáculos, pero no tanto como el que gana con sus clientes de variedades. El sustento cotidiano lo obtiene con actuaciones como las del hombre capaz de meterse entero en un globo, el malabarista manco o el tipo que se escapa de una lavadora en marcha maniatado con ocho pares de esposas. Harris se acoge al principio de que más vale tener seis clientes por menos dinero que dos por mucho. «Mis clientes están contentos porque no paran de trabajar; de esa forma me son más leales, porque saben que les puedo conseguir buenos tratos».
Muchos de sus clientes ganan más dinero con Harris del que podrían conseguir trabajando por su cuenta. «El Chico Lobo concedía entrevistas a la televisión sin cobrar nada», gruñe Harris. «Regla número uno: si trabajas gratis, adivina cuánto gana el tío Chuck? ¿Qué porcentaje se obtiene de nada? ¡Nada! No se trabaja gratis, ¿ha quedado claro?».
Harris rechaza a las cadenas de televisión que intentan convencer a sus clientes para que actúen sin cobrar, argumentando que la consecuencia es la exposición. Su frase favorita es: «Los miembros de la expedición Donner murieron por exposición cuando intentaban descubrir California».
Uno de los clientes por los que Harris siente especial debilidad es el Hombre Gato. Dennis Avner se hizo famoso tras haber gastado miles de dólares en operaciones y tatuajes para transformarse en un tigre. Adoptó su nombre original como nativo americano, «Gato Acechante» y se sometió a una intervención para dividirse el labio superior, afilarse las orejas e implantarse prótesis de silicona en los pómulos y la frente. Se afiló los dientes y las uñas para que parecieran garras.
«Siempre he pensado que Gato sufrió acoso de pequeño», afirma Chuck. «Es una de las razones por las que quiso transformarse para parecer un felino: así podía ocultarse tras una máscara y a la vez era una forma de empoderarse y poder responder a los acosos. Quizá eso le ayudara a empoderarse, pero era un tipo muy, muy deprimido; ser diferente le hacía feliz».
Harris recuerda lo furioso que se ponía su cliente cuando la gente le hacía fotos sin permiso: «Le dije, “Cat, eres muy distinto a ellos, es normal que quieran hacerte fotos”».
Avner se ganaba la vida principalmente haciendo apariciones en televisión y firmando autógrafos en congresos de tatuajes. Cuando colaboró en la inauguración del museo de los Guinness World Records de Londres, él era la persona más buscada entre el elenco de clientes excéntricos de Harris y ocupó las portadas de varios periódicos. «De media podía ganar entre 6.000 y 10.000 dólares anuales», afirma Harris. «Sobre todo, era feliz por poder trabajar».
Pero en 2012, Avner se suicidó, a los 54 años. Fue hallado muerto en su caravana en Tonopah, Nevada.
Harris cree que el legado de Avner es que logró pasar de ser un muchacho víctima del acoso a dedicarse a algo que le hacía feliz de algún modo.
«Hizo algo que nadie más ha hecho. Y dejó otro legado en forma de mensaje moral: no abuses de la gente, todos somos iguales», sentencia Harris. «Me gustaba ese hombre. Era un alma torturada, pero en el fondo era amable y sensible. Me sentía muy mal por él y sé que me consideraba su mejor amigo, y no se puede decir que sea el mejor amigo de mucha gente, sobre todo si veo a esas personas solo dos o tres veces al año».
Harris ha logrado sobrevivir a su competencia en este negocio. «Me enorgullece decir que no tengo un rival importante», afirma. Su hijo menor, Adam, ahora trabaja con él en la agencia. Harris lo tentó diciéndole que, no importa a lo que se dedicara, él le daría 5.00 dólares más al año.
Adam conserva el apellido legal de su padre, Miller, por lo que no todo el mundo los relaciona como padre e hijo. Además, ambos tienen formas muy distintas de abordar el negocio. «Adam es de otra escuela», explica Harris. «Yo aprendí a palos y él tiene un bagaje más generoso. Me llena de alegría ver lo lejos que ha llegado».
Lo cierto es que Harris necesita de alguien que le eche una mano. Cada año recorre unos 240.000 kilómetros viajando por trabajo. Hace poco volvió de Brasil, donde está produciendo un espectáculo de variedades para la televisión muy popular. «Por suerte o por desgracia, quieren que vaya cada semana, pero yo no quiero ,así que intento ir una o dos veces al mes como mucho».
Todos los años, Harris también viaja a Columbus para ayudar a Arnold Schwarzenegger con el Arnold Sports Festival, la competición anual de culturismo que organiza Terminator.
Cuando no está en la carretera, Harris se relaja en su casa de West Hollywood, una especie de altar virtual del negocio del espectáculo, atestada de vitrinas que atesoran recuerdos y piezas de coleccionista: juguetes de cómicos consagrados, muñecas y figuras de la era de oro de Hollywood, un santuario cinematográfico que arrancaría una lagrimilla hasta al más prolífico coleccionista… También guarda inmensas colecciones de artículos teatrales y de objetos relacionados con Charlie Chaplin. Asegura que hace unos años, Sotheby valoró su colección en más de un millón de dólares.
Pero la colección más valiosa de Harris la componen, por supuesto, sus clientes. No hace falta mucho para ver que son más que un negocio para Harris.
«De vez en cuando viene alguno a verme porque necesita 1.000 dólares para pagar el alquiler», explica. «Yo les digo: “Te haré el favor si tú me haces otro a cambio: nunca le digas a nadie que soy un buen tipo porque, si lo haces, vas a arruinar mi reputación y mis días en este negocio estará contados”».
Traducción por Mario Abad.