El hombre oso polar

“Y enfrentar la noche, las tormentas, el hambre, el ridículo, los accidentes, los desaires, como lo hacen los árboles y los animales”.

—Walt Whitman, “Me Imperturbe”, Hojas de hierba

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Los excursionistas se despertaron con el sonido de los gritos.

—¡Ayuda! ¡Ayuda!

Eran las 3:30 a.m. en el fiordo Nachvak, un terreno desolado cubierto de hierba en la región subártica de Canadá, cuando el sonido estalló en medio del silencio como un disparo.

El fiordo está ubicado a unos 850 kilómetros del círculo polar ártico y tiene su misma temperatura. Para llegar allá se necesita tomar más de una avioneta, o hacer un viaje de diez horas en barco sobre aguas turbulentas, llenas de icebergs que parecen cubos de hielo nadando en un vaso gigante de agua helada. El banco, el bar o la tienda más cercanos están a casi 320 kilómetros de distancia, aunque ¿quién necesita algo de eso cuando en el fiordo se puede beber agua limpia directamente de los arroyos? Además de la trucha alpina, se ven ballenas chapoteando en el mar y perdices nivales, y cráneos sellados en las playas, restos de la comida que dejan los casi 2.000 osos polares que viven en este lugar.

Rich Gross, el guía turístico del Sierra Club, quien había ayudado a organizar el viaje, se despertó con los gritos. Cogió una pistola de bengalas que tenía escondida dentro de la bota que había puesto cerca de su cabeza, abrió su saco de dormir y saltó fuera de su carpa.

Marta Chase, la otra guía del grupo, descansaba en otra carpa cercana a la de Gross. Estaba aterrorizada. Mientras él salía, ella miró a través de una pequeña ventana y vio a un oso polar a pocos metros de su carpa. Parado en cuatro patas, se veía tan alto como ella. Era enorme y absolutamente blanco, excepto por el negro de sus ojos y la nariz. El oso se volteó y la miró fijamente.

—¡Rich! —gritó.

Su marido, un hombre llamado Kicab Castañeda-Méndez, salió en puntillas de la carpa mientras Chase buscaba su pistola de bengalas. Cuando salió, Gross ya estaba sobre la hierba, en ropa interior, apuntando con el arma hacia un oso que comenzaba la huida. Era un objetivo en movimiento, a unos 23 metros de la playa, que se desplazaba hacia la orilla del fiordo.

Para ese momento ya eran las 3:31 a.m., quizá las 3:32. La noche no estaba absolutamente negra como podría haberlo estado en una película de terror, pero aun así estaba oscuro. Era ese crepúsculo sombrío típico del lejano norte, en el que el aire se siente tan pesado como el humo cuando desciende. En otras palabras, sí, estaba oscuro, pero no como para que Gross y Chase no pudieran ver al oso polar huyendo hacia lo profundo de la noche con algo entre sus dientes: uno de sus compañeros de viaje. Matthew Dyer ya no gritaba más “¡Ayuda!”.

La autora, a la izquierda, y Matt Dyer en el fiordo Nachyak, donde fue atacado el 24 de julio de 2013.

Nueve meses antes, Dyer, de 49 años, había leído un anuncio publicitario en la edición de otoño de 2012 de la revista Sierra. En él se ofrecía exactamente el tipo de aventura que había estado esperando: dos semanas de senderismo en la parte baja y virgen de la tundra del Ártico canadiense, con la posibilidad de ver al carnívoro terrestre más grande del mundo: el oso polar.

Los participantes de esta aventura debían ser excursionistas experimentados que tuvieran estado físico, advertía el anuncio. También tenían que ser conscientes de los riesgos que implicaba la aventura, incluyendo la falta de acceso a atención médica de emergencia. La recompensa, sin embargo, sería grande.

“Si sueñas con la experiencia de ir a un lugar inmaculado y mágico al mismo tiempo, una tierra de espíritus y osos polares que pocas veces ha sido vista por los humanos, este es el viaje que has estado esperando”, decía el anuncio.

Dos guías experimentados del Sierra Club, Rich Gross y Marta Chase, liderarían la aventura “Espíritus y osos polares: senderismo por el Parque Nacional Montañas Torgnat”. Gross, de 61 años, trabajaba para una organización sin ánimo de lucro en San Francisco, pero desde 1990 se había dedicado a guiar excursiones del Sierra Club en lugares remotos del mundo, por una o dos semanas. Chase, de 60 años, era una consultora de diagnósticos médicos, que lideraba este tipo de expediciones desde que estaba en bachillerato. Ella y Gross habían guiado 14 excursiones juntos.

Gross fue quien tuvo la idea de entrar al Montañas Torngat, uno de los parques nacionales de más reciente creación en Canadá, situado en el nororiente de Labrador. Gross analizó fotos de este territorio y descubrió que tenía un aspecto místico, con sus montañas afiladas y fiordos que llegaban hasta el parque por la costa del mar de Labrador. Cada año, solo unos pocos cientos de personas se aventuran a ir allá, y Gross quería ser parte de ese grupo exclusivo.

Chase también quería visitar el parque, pero le preocupaban las caminatas por la tierra de los osos polares.

Un oso macho grande puede llegar a medir tres metros de altura y pesar 772 kilos. Aunque han evolucionado para comer focas, estos animales, a diferencia de la mayoría de las especies, cazan humanos en ciertas ocasiones, especialmente si no son capaces de acceder a su presa habitual. Cuando se derrite el hielo del mar en verano, los osos llegan a tierra firme. Si hay un momento y un lugar indicados para verlos, es en el Torngat, durante esa estación.

Los osos polares están en problemas en el mundo entero. Las dos poblaciones más estudiadas se encuentran al occidente de la bahía Hudson, en Canadá, y al sur del mar Beaufort, en Alaska, y ambas están en declive. Los expertos predicen que es solo cuestión de tiempo hasta que en otros lugares empiecen a caer en picada. ¿Por qué pasa esto? El hielo marino donde los osos cazan focas se está derritiendo como resultado del aumento de las temperaturas y el cambio climático, lo que a su vez ha generado que su temporada de caza se reduzca. Además, los osos se están reproduciendo menos y deben migrar cada vez más lejos para encontrar comida. Alcanzan a llegar incluso a zonas urbanas, como la ciudad canadiense Arviat, ubicada a más de 1.600 kilómetros de las montañas Torngat. Arviat contrató recientemente a un “detector de osos” armado para protegerse de los animales.

Todo lo anterior ha acarreado un aumento en el número de interacciones entre osos y humanos. En los 60 y 70 se reportaron ocho o nueve ataques por década, según el biólogo James Wilder. Las tendencias actuales, entre tanto, indican que en esta década se registrarán alrededor de 35. Aunque ningún incidente en particular puede atribuirse al cambio climático, el aumento en las interacciones es, para los biólogos, una consecuencia de que los osos estén perdiendo su hábitat. Situación paradójica: un número menor de osos polares en el mundo podría significar una mayor cantidad de ataques a humanos.

Gross había oído algo de esta situación en la época en la que recibió un correo electrónico de Matt Dyer, el 17 de noviembre de 2012. Dyer estaba dispuesto a pagar 6.000 dólares (cerca de 15 millones de pesos) por este viaje hacia lo desconocido y quería inscribirse. Sin embargo, no estaba seguro de que Dyer estuviera listo para una aventura tan extrema.

“Este viaje requiere de experiencia y yo no veo que la tenga en ninguno de sus formularios”, le escribió Gross a Dyer en un correo electrónico después de leer la solicitud. “Este es un viaje especialmente difícil, el sendero no tiene iluminación y llevaremos un equipaje bastante pesado (más de 22 kilos). La zona es remota y solo es posible evacuar en helicóptero”.

Dyer le dijo a Gross que él estaba en forma, y que durante años había acampado y hecho caminatas en Nueva Inglaterra. Incluso había hecho algo de senderismo con el club de montañismo Appalachian.

“No soy un citadino (crecí en una isla a unos 12 kilómetros de tierra firme), así que estar algo lejos de la tienda de la esquina no me va a molestar”, escribió Dyer. “Entiendo que usted tema que me convierta en una carga para usted, a miles de kilometros de la nada, pero realmente creo que soy capaz de hacer esto”.

Dyer se comprometió a seguir un plan de entrenamiento estricto y Gross aceptó llevarlo.

Matt Dyer no cree que tener un arma lo habría salvado del ataque. “Incluso de haber tenido una AK-47 en mi tienda, no habría tenido tiempo de usarla”.

El 18 de julio de 2013, Dyer entró con su mochila de 23 kilos al hotel Quality Dorval en Montreal, donde se encontró con sus compañeros de viaje para luego volar hasta el parque Torngat. Para ahorrar dinero, había tomado un bus nocturno que hacía un recorrido de 12 horas desde Lewiston, Maine, y una vez llegó, se pasó la mañana paseando por la ciudad y luego registró su ingreso en el hotel.

Larry Rodman entró al mismo tiempo que Dyer al lobby del hotel. El hombre de 65 años, quien había tomado un bus desde el aeropuerto, después de un corto vuelo desde Nueva York, era un abogado corporativo en Manhattan, y las paredes de su oficina estaban adornadas con las fotos que había tomado en otras expediciones silvestres. A pesar de haber hecho antes ese tipo de viajes, Rodman tampoco había visto nunca un oso polar, y se había inscrito a la excursión el mismo día que leyó el anuncio “Espíritus y osos polares” en la página web del Sierra Club.

El abogado de la gran ciudad y el abogado de asistencia jurídica con una despelucada cola de caballo gris se entendieron de inmediato. Ambos amaban la ópera y la esgrima, y tenían un sentido del humor similar. Dyer se sintió aliviado. Había estado más preocupado por las personas con las que estaría atrapado en la mitad de la nada, que por el duro camino que tendría que recorrer.

Gross y Chase habían volado el día anterior para comprar insumos y hacer arreglos de último minuto. Cuando vieron a Dyer, se veía más preparado que nadie para empezar el viaje.

Lucía como un tipo duro, tenía tatuajes y parecía llevar una sonrisa permanente en la cara.

Más tarde esa noche, Gross y Chase reunieron al equipo para repasar los últimos detalles de la expedición. Otro miembro del grupo, un médico de Arizona llamado Rick Isenberg, llegó a Montreal después de medianoche, y a la mañana siguiente todos abordaron un avión rumbo al norte.

Hay dos formas principales de entrar a las montañas Torngat. La primera es a través del Campamento Base y Estación de Investigación de las Montañas Torngat, un pequeño centro con carpas y casetas que sirve como entrada oficial al parque. El gobierno de Canadá abrió este espacio en 2006, pero en 2009 se lo entregó al gobierno local de Nunatsiavut, que lo administra como una plataforma para investigadores, visitantes y el personal de Parques de Canadá, la agencia gubernamental que supervisa todos los parques del país.

La segunda forma de entrar es a través de una organización privada llamada Campamento Barnoin River, que queda a unos 1.500 kilómetros al norte de Montreal. Cuando Chase envió un correo electrónico a los funcionarios de Campamento Base y no obtuvo respuesta, se contactó con Vicki Storey, una agente de viajes de aventura que había estado reservando excursiones a las Torngat durante años. Storey puso en contacto a Chase con Alain Lagacé, el dueño de Campamento Barnoin River, quien había estado al frente de las expediciones de pesca y viajes por estas montañas durante décadas.

“Los osos polares continúan preocupándome”, escribió Chase en uno de los correos electrónicos que le envió a Lagacé antes del viaje. “Tengo experiencia con los osos negros y pardos, pero no con los polares”.

Lagacé dijo que necesitarían bengalas, gas pimienta y cercas eléctricas portátiles para protegerse mientras dormían.

“En materia de seguridad, lo tenemos todo”, escribió Lagacé. “El arma de llama de magnesio calibre 12 está funcionando muy bien, además tenemos el gas pimienta y la cerca eléctrica portátil. Estos implementos nos han funcionado siempre, pero de todas formas hay que tomar ciertas precauciones. Nunca cocinen alimentos en la carpa, no dejen basura alrededor de la zona donde se encuentren, eviten acampar en la orilla de un lago, etcétera”.

Antes, Chase y Gross habían leído que Parques de Canadá recomendaba a los visitantes de las Torngat contratar a un guardia local, pues estos están autorizados a portar armas dentro del parque y además están entrenados para enfrentar situaciones con osos polares. Sin embargo, dicen que cuando confirmaron su ruta de excursión y le hicieron saber al gobierno que harían su viaje a través del campamento de Lagacé, que no empleaba guardias expertos en seguridad en contra de osos, nadie de la agencia les mencionó que contrataran uno. Los únicos requisitos para emprender la aventura eran registrarse en el parque y ver un DVD sobre cuestiones de seguridad en caso de encontrar osos polares, que en teoría sería enviado al campamento de Legacé por un empleado de Parques de Canadá.

En lugar de un guardia armado experto en osos, Gross empacó dos cercas eléctricas del Sierra Club: una para rodear su campamento y otra para proteger el área donde iban a cocinar y almacenar los alimentos. Las instrucciones no estaban incluidas, así que con la ayuda de un amigo electricista, practicó instalándolas en el jardín de su casa en San Francisco.

Cada cerca medía aproximadamente 80 centímetros de altura y constaba de tres cables paralelos suspendidos en postes de un poco más de un metro de alto. Los cables parecían débiles, pero tenían de cinco a siete kilovoltios de carga, que aunque no es suficiente para lesionar a un oso gravemente, sí lo es para mandarlo a correr.

Antes de su viaje, Gross le envió a Castañeda-Méndez un correo electrónico con la foto de la cerca que había instalado en el jardín de su casa. “¿Qué se supone que va a hacer el oso polar con eso, morirse de risa?”, recibió como respuesta.

Este oso polar observó al grupo de Dyer por varias horas. Algunos creen que este es el oso que lo atacó. Fotografía por Marilyn Frankel.

En el campamento Barnoin River, Lagacé, un hombre de mediana edad con bigote gris, le dio al grupo unas indicaciones. Les mostró los baños, la cocina y las cabañas. Más tarde, luego de que el grupo se instalara, Gross comenzó a probar los equipos. Cerca a las aguas cristalinas del río Barnoin, sacó una pistola de bengalas. Lagacé había alquilado dos armas de fuego Géminis calibre 12, pero Gross nunca había disparado una y quería sentirse cómodo usando un arma. Cuando apretó el gatillo, hubo una explosión de luz y una llamarada naranja salió disparada hacia adelante unos 130 metros hasta que tocó el suelo.

Marilyn Frankel, fisióloga de 66 años, proveniente de Oregon, séptima y última integrante del grupo, vio los destellos del disparo de Gross desde un cobertizo donde estaba organizando y empacando los alimentos que iban a llevar a las caminatas. Después de ver la explosión de la llama, pensó que eso sería más que suficiente en caso emergencia.

Entre las 5:00 y las 6:00 p.m., el grupo se dirigió a una de las cabañas principales del campamento para comer. Chase y Gross habían acordado que sería entonces cuando proyectarían el DVD sobre seguridad y osos polares, pero para la hora de la cena, según aseguran que les dijo Lagacé, el video no había llegado (en una entrevista, un representante de Parques de Canadá afirmó que el DVD había sido enviado al campamento). Si lo hubieran visto, hubieran aprendido que el número de interacciones entre osos polares y humanos está aumentando, que el lugar más común para encontrar estos animales es la costa, que es importante no cruzar ciertos límites y, sobre todo, que no hay que dejarse llevar por una sensación de falsa seguridad.

En lugar del video, Lagacé compartió lo que había aprendido en materia de seguridad tras décadas de guiar a las personas por las Torngat (cuando entrevisté a Lagacé sobre el video, dijo que se lo había mostrado al grupo y luego se negó a responder más preguntas).

Según los excursionistas, Lagacé les dijo que tenían que estar atentos y preparados en todo momento. Los osos polares no eran como los osos pardos con los que él había tenido contacto antes, advirtió. Eran cazadores y y viajaban a lo largo del agua, así que los excursionistas debían asegurarse de acampar lejos de la orilla del fiordo. Lagacé le dijo al grupo que, mientras durmieran en el perímetro de la cerca eléctrica, estarían bien.

Durante las últimas décadas, la temperatura global ha venido aumentando y el hielo del Ártico se ha ido derritiendo rápidamente. Desde 1979, de acuerdo con el científico de la NASA Claire Parkinson, se han perdido alrededor de 695.000 millas cuadradas de hielo marino, un área equivalente al conjunto de los estados de California, Nevada, Oregon, Washington, Arizona, Utah y casi todo Idaho.1 En el estrecho de Davis, donde se encuentran las montañas Torngat, hay algo así como 15 días menos de heladas cada década, y 50 días menos que en 1979. Durante dos meses del año en los que normalmente se veía hielo cubriendo el estrecho y el mar de Labrador, ahora se ve agua oscura.

Este color oscuro calienta aún más la tierra, ya que absorbe una mayor cantidad de luz del sol. Pasa lo mismo que cuando uno se pone una camisa negra en un día soleado: se siente más calor que si se tuviera una blanca.

En la tarde del 21 de julio de 2013, el grupo viajó rumbo al oriente en una avioneta hacia las aguas azules del mar de Labrador y el Parque Nacional Montañas Torngat. La aeronave aterrizó sin problemas en el fiordo Nachvak y avanzó hasta la orilla para que todos los pasajeros pudieran salir sin mojarse los pies. Castañeda-Méndez se aferró al pontón de la avioneta mientras el resto del grupo descargaba su equipaje. El piloto se despidió rápidamente y el ruido de los motores se desvaneció en la distancia, dejando a los excursionistas a solas con el sonido del agua golpeando la orilla.

Chase y Gross abandonaron al grupo mientras buscaban un lugar para poder montar el campamento. Lagacé les había advertido que no debían acampar en la playa y que lo mejor era encontrar un lugar alto para dormir, porque los osos polares llegaban hasta la orilla del fiordo.

Sin embargo, cuando Chase y Gross encontraron un área que cumplía con todas las recomendaciones de Lagacé, un lugar elevado a 400 metros de donde estaban, se dieron cuenta de que este no tenía acceso a agua potable. Más abajo, más cerca de donde habían aterrizado, encontraron un lugar que parecía ideal: lo suficientemente plano para poder montar las carpas y la cocina, y además con fácil acceso a fuentes hídricas. Era un poco más cerca de la orilla que el primer lugar que habían encontrado, pero aun así estaba a por lo menos 140 metros de distancia de la boca del fiordo. Evidentemente era un sitio en el que se había acampado antes, pues el grupo encontró estacas para las carpas y un montón de piedras agrupadas. Según dijo Judy Rowell, el superintendente del parque, ellos nunca se imaginaron que el espacio que habían escogido para empezar su aventura estaba justo en el medio de una “autopista de osos polares”.

El fiordo Nachyak, donde acampó el grupo de Dyer.

—¡Hey! —gritó Castañeda-Méndez al amanecer de la mañana siguiente. Eran las 5:40 a.m. y el grupo estaba durmiendo cómodamente dentro del perímetro de la cerca eléctrica. Había salido de su carpa para orinar y en ese momento vio cerca de la orilla un enorme objeto blanco, algo así como un cruce entre un perro grande y un muñeco de nieve, vagando cerca al borde del agua—. ¡Oso polar en la playa! —Una madre y su cachorro se paseaban por toda la orilla, en plena luz de la mañana. La osa levantaba el hocico para olfatear a sus vecinos.

Chase fue a acompañar a su marido afuera de la carpa. Dyer y los demás cogieron sus cámaras. Tenían enfrente de sus narices a uno de los depredadores más violentos del mundo y, sin embargo, la escena era abrumadoramente pacífica. Dyer casi llora de alegría al ver a los dos osos caminando por la playa, el cachorro justo detrás de su madre.

Solo más tarde, mientras miraban las fotos y hacían zoom en los osos, pudieron detallar el estado físico de los animales. Un agujero cóncavo se dibujaba entre los afilados omoplatos de la mamá oso. Tiempo después, algunos expertos que examinaron las fotos confirmarían que la madre estaba baja de peso. Adicionalmente, un guía nativo le diría al grupo que hace unas semanas creía haber visto a la misma mamá, pero con dos cachorros, lo que podía indicar que uno de ellos había muerto.

Las madres oso y sus crías son los que más sufren debido al cambio climático, según el biólogo Charles Robbins. Estudios señalan una relación directamente proporcional entre la ruptura temprana del hielo marino y los pocos cachorros que sobreviven. Cuando la bióloga Elizabeth Peacock estudió los osos polares en el estrecho de Davis, que incluye las montañas Torngat, halló que mientras la población seguía siendo grande, el número de camadas era menor que en cualquier otra parte del mundo y menos crías estaban sobreviviendo hasta la edad adulta. También descubrió que la salud general de los osos estaba en declive, una señal de que una caída en la población podría ocurrir pronto.

Peacock descubrió que en la región viven osos polares en abundacia, pero no hay suficiente hielo marino —su hábitat natural— para mantenerlos. Un año en el que el hielo se rompa de forma temprana y se vuelva a congelar tarde podría ocasionar que el número de osos hambrientos incremente significativamente.

Esa mañana, afurtanadamente, ni los excursionistas ni los cambios que ha sufrido el hielo marino les habían abierto el apetito a la madre y su cachorro. Los osos apenas olfatearon el aire mezclado con el olor de los humanos y, finalmente, se alejaron. Dyer y el grupo estaban maravillados de lo cerca que se sentían de la naturaleza, y de la suerte que habían tenido en ese momento “National Geographic”, sin llevar siquiera un día completo en su viaje.

Dyer horas después del ataque. “Probablemente iba a ahogarse en su propia sangre”, dijo un médico que ayudó a rescatarlo. Fotografía por Marilyn Frankel.

Luego del avistamiento, el grupo desayunó avena, alistó las mochilas y se preparó para una caminata en lo profundo del terreno. Gross puso cuidadosamente una de las pistolas de bengala en su mochila y Chase tomó la otra.

Se dirigieron al oriente para explorar el área alrededor del fiordo. El clima era impredecible: nubes pesadas, mucho viento y la lluvia comenzaba a caer sobre su campamento. Mientras caminaban, Castañeda-Méndez tomó la delantera, disfrutando momentos a solas y permitiéndose cierta distancia del grupo. Ocasionalmente Gross le gritaba: “¡Despacio, espera!”. Gross, Rodman e Isenberg iban en la mitad, mientras que Dyer, Chase y Frankel cerraban la marcha. Bromeaban alegres mientras caminaban a través de un paisaje que relativamente pocos humanos habían visto y que por su naturaleza misma, el frío extremo y la lejanía, era inhóspito para la vida humana.

A eso de las 3:30 p.m., cuando estaban caminando de vuelta al campamento, alcanzaron un arroyo. Se sentaron en las rocas y se quitaron las botas. Y entonces Dyer miró hacia arriba y vio a una criatura acercándose a ellos.

—¡Oso polar! —gritó.

—¡Vuelve aquí!, ¡vuelve aquí! —le chilló Chase a su esposo—. ¡Hay un oso!

El animal estaba a unos 140 metros de distancia y se acercaba cada vez más. Castañeda-Méndez se devolvió rápidamente por el agua, y todos permanecieron juntos, siguiendo el protocolo que Lagacé había ensayado con ellos antes de que partieran del campamento Bernoin River: “Permanezcan unidos. Háganse ver grandes. Hagan ruidos fuertes, especialmente metal contra metal, como el estruendo de sus bastones”.

El oso era más grande y tenía más pelaje que la osa que habían visto antes. Poco a poco caminó hacia ellos, con la nariz en el aire y la lengua afuera, como si estuviera tratando de evaluar a esas criaturas bípedas que tenía enfrente.

A pesar de los ruidos y gritos del grupo, el oso se acercó más. Castañeda-Méndez disparó con su cámara y Gross disparó una de las armas de bengala. El animal siguió moviéndose hacia ellos. Sin embargo, cuando la bengala aterrizó frente al oso, provocó una segunda ráfaga, y el animal se volteó y comenzó a correr.

El grupo aplaudió, todos golpearon sus bastones de excursionistas y celebraron la victoria.

Pero el oso no se había ido muy lejos. Se asentó en un filo a poco menos de 300 metros de distancia y se quedó allí en silencio, mirando al grupo regresar a su campamento.

La lluvia caía fuertemente cuando llegaron a su terreno, asegurado con la cerca eléctrica, alrededor de las 4:00 p.m. La mayoría del se instaló en sus carpas para descansar hasta la hora de cenar, pero Dyer se sentía incómodo. No podía relajarse mientras el oso estuviera sentado en el filo.

A medida que la lluvia disminuía, Dyer salió de su carpa y, apoyado en sus bastones de excursionista, se puso a ver cómo los observaba el oso. Castañeda-Méndez dijo que Dyer parecía uno de los guardias del palacio británico. Se quedó mirando al oso durante más de una hora, empapado bajo el triste cielo gris, hasta que la tarde se desvaneció.

Finalmente, el oso y la lluvia lo vencieron. Dyer le preguntó a Gross y a Isenberg si estaban viendo al oso desde sus carpas y ellos le dijeron que sí. Luego Dyer se retiró a su refugio, escapando entre Hojas de hierba, el único libro que había llevado al paseo.

Después de leer un rato, Dyer caminó a través de la llovizna hasta la carpa de al lado, donde Chase y Castañeda-Méndez descansaban. Solo quedaba a unos pasos de distancia, pero mientras caminaba, vio que el oso seguía allí. Dyer acababa de leer un poema tan oportuno, que sintió la necesidad de compartirlo. Les leyó “Me Imperturbe”, de Walt Whitman: “De pie en la calma de la naturaleza / Maestra de todo, o dueña de todo, confiado en medio de las cosas irracionales…”.

A las 6:00 p.m., los excursionistas comenzaron a caminar a través de la franja rocosa que los separaba del área de cocina para preparar la cena. Arriba en el filo, el oso ahora parecía estar descansando. Usando el zoom de las cámaras, lo vieron rodar sobre su espalda y luego acostarse sobre su vientre, descansando su cabeza sobre los brazos cruzados. Frankel lo veía como un perro grande; los otros, como una amenaza.

Al atardecer, el oso seguía allí, y Dyer seguía inquieto.

—¿Por qué no ponemos un reloj? —le preguntó a Gross después de la cena. Podían hacer turnos de dos horas.

Pero Gross no estaba preocupado. “Para eso tenemos la cerca”, le dijo a Dyer. Después de todo, Gross había hecho su investigación y había hablado con los expertos, quienes le habían asegurado que iban a estar bien. Para estar más seguro, chequeó la cerca de nuevo esa noche, asegurándose de que los cables estuvieran firmes y la batería encendida.

Dyer accedió, pensando de nuevo en la orientación que habían recibido en el campamento Barnoin River. El abogado recordó a Lagacé diciéndoles: “Si el oso polar toca eso, ustedes no tendrán que preocuparse”.

Dos días después, Dyer vio dos brazos gigantes que llegaban a la parte superior de su carpa. Eran las 3:30 a.m. Todo el mundo estaba dormido y él también lo había estado hasta segundos antes, cuando se despertó por alguna razón inefable. El oso lo sacó de la carpa, y con la mandíbula sujetó rápidamente su cráneo. Cuando fue arrastrado lejos del campamento y sintió las fauces del oso hundirse en su cabeza, pensó: “Esto es todo, vas a morir ya”.

Este reportaje fue realizado junto a InsideClimate News. Para averiguar cómo sobrevivió Matt y aprender más sobre la ciencia detrás del cambio climático y los osos polares, descarga el libro ‘Meltdown’ en www.InsideClimateNews.org y ve el documental ‘El hombre oso polar’.