Si alguna vez has tomado anticonceptivos orales, probablemente estarás familiarizada con el concepto de las píldoras de placebo: una semana entera tomando pastillas sin efecto alguno al final de cada mes. Como no contienen hormonas, al tomarlas se desencadena lo que se conoce como “sangrado por deprivación”, que imita una menstruación y viene acompañado de divertidos síntomas relacionados con la regla como calambres y diarrea. Probablemente también te habrás preguntado, al menos una vez, si podías saltarte esa semana y pasar directamente a las píldoras hormonales de la semana siguiente, ahorrándote el sangrado para preservar la inviolabilidad de tus sábanas nuevas o tus inminentes planes vacacionales en la playa.
De hecho, aunque la mayoría de marcas de anticonceptivos orales incluyen píldoras inactivas en sus envases, no existe ninguna justificación médica real para ello. Los ginecólogos llevan años afirmando que el sangrado por deprivación es médicamente innecesario. Así que, para muchas mujeres que toman anticonceptivos hormonales, surge una pregunta completamente válida: ¿por qué diablos sangro cada tres semanas si no tengo que hacerlo?
La respuesta, sorpresa, se encuentra en la Iglesia Católica. La iglesia considera que los anticonceptivos son pecado, con una importante excepción: “Una pareja casada no estaría pecando… Si el marido y la mujer supieran que existen motivos naturales que impiden que tengan hijos”, según explica Jonathan Eig, un periodista que ha escrito un extenso artículo sobre el desarrollo de la píldora. Bajo el dogma vigente de la iglesia, el “método del ritmo” ―según el cual las parejas casadas llevan un seguimiento del ciclo de ovulación y practican sexo sin fines procreativos durante los “períodos seguros” en que la mujer no está ovulando— sí que es natural en este caso.
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Esta creencia bizantina y ligeramente confusa es importante porque uno de los científicos que contribuyó al desarrollo de la píldora anticonceptiva, John Rock, era un católico devoto. Se convenció, aunque ingenuamente, de que la iglesia aceptaría la píldora como forma de anticonceptivo “natural” si se presentaba bajo la luz adecuada: como la píldora contiene progestina ―una hormona que se libera naturalmente tras la ovulación, durante el “período seguro”― Rock la consideraba como una especie de extensión científica del método del ritmo.
Pero, a fin de que resultara digerible para la iglesia, sabía que tenía que parecer natural. Y si las mujeres tomaban la píldora de forma constante, sin períodos de deprivación, podrían pasar meses y meses sin experimentar sangrado menstrual, cosa que escandalizaría a todo el mundo. Rock y su colaborador Gregory Pincus decidieron entonces que la píldora debería tomarse en ciclos de cuatro semanas, consistentes en “tres semanas tomando la píldora y dejando el fármaco (o tomando un placebo) durante la cuarta semana, para permitir que se produzca [el sangrado por deprivación]”, escribió Malcolm Gladwell en un artículo para el New Yorker publicado en 2000. “Pero no había y no hay razón médica alguna para ello”.
En 1960, la píldora fue aprobada por la Administración Norteamericana de Alimentos y Fármacos (FDA, por sus siglas en inglés). Ocho años más tarde, el Papa rechazó públicamente el argumento de Rock, declarando toda forma de anticonceptivo “artificial” como contraria a la doctrina de la iglesia. Sin embargo, llegados a ese punto ya no importaba demasiado lo que pensara la iglesia: el período de deprivación se había convertido ya en parte integrante del régimen anticonceptivo. Y, aun a día de hoy, la píldora es fundamentalmente “un fármaco diseñado según los dictados de la Iglesia Católica, gracias al deseo de Rock de hacer que este nuevo método anticonceptivo pareciera lo más natural posible”, según explica Gladwell.
Cuando la píldora apareció por primera vez en el mercado bajo el nombre de Enovid, no venía en el envase circular que ahora asociamos con los anticonceptivos. Se vendía en viales, como cualquier otro medicamento, y no contenía píldoras de placebo. En lugar de ello, venía con instrucciones que aconsejaban a las mujeres dejar el fármaco durante cinco días, cada 20 días, para permitir el sangrado por deprivación.
Aunque estas instrucciones eran bastante directas ―20 días de pastillas, cinco días de descanso, repetir― a algunos consumidores al parecer les preocupaba que las mujeres las encontraran confusas o que las olvidaran por completo. En 1961, un padre de cuatro hijos residente en Illinois llamado David Wagner empezó a buscar algún tipo de solución cuando su esposa Doris empezó a tomar la píldora. “Vi que estaba tan preocupado como Doris por si se había tomado la píldora o no”, explicó más tarde a Patricia Gossel, historiadora de la ciencia.
“Estaba constantemente preguntándole si se había tomado ‘la pastilla’ y esto desembocó en cierta irritabilidad y un par de discusiones matrimoniales”. Después de un par de “modificaciones improvisadas” sobre el diseño, como él las denominó, dio con una versión ligeramente más compleja del dispensador redondo que conocemos hoy, que ofrece a las mujeres una indicación visual clara de si se han tomado la pastilla correspondiente el día que toca.
Hacia mediados de los 60, las empresas farmacéuticas habían empezado a vender la píldora en envases circulares, con indicaciones precisas que ilustraban cuándo se suponía que debía comenzar el sangrado mensual por deprivación. A partir de este punto, el espectro de “olvidos” de las mujeres quedó tozudamente vinculado al discurso en torno a los anticonceptivos. Toda una serie de anuncios dirigidos a los médicos fomentaban un enfoque paternalista, representando a las mujeres como “despistadas, incompetentes y necesitadas de orientación”, escribe Gossel. Un anuncio de 1964 del anticonceptivo Ortho-Novum mostraba el eslogan: “El envase que recuerda por ella”. Otro, de la misma marca, decía, “Fácil: para ti de explicar y para ella de usar”. Un anuncio de 1969 de la marca Lyndiol instaba a los médicos a “proteger a la nueva paciente de sus propios olvidos”.
En 1965, una marca llamada Oracon se convirtió en la primera en incluir pastillas de placebo en sus envases. El motivo más documentado tras la decisión de Oracon de incluir píldoras de placebo era ayudar a las mujeres a asegurarse de que se estaban tomando las pastillas correctamente: las píldoras inactivas significaban que ahora las mujeres tomaban una píldora todos los días, instalándolas en un sistema más rutinario y haciendo que fuera más fácil que se dieran cuenta si se habían saltado una. Por supuesto, los ingenieros de las pastillas podrían haber incluido fácilmente una semana extra de píldoras activas para que las mujeres siguieran tomándose una al día. Sin embargo, eso habría significado que las mujeres ya no sangrarían una vez al mes y los años 60 no estaban demasiado preparados para eso.
Esta fórmula ―tres semanas de píldoras hormonales seguidas de una semana de deprivación que provocaba el sangrado pertinente― permaneció inalterada durante más de 40 años. Entonces, en 2003, la empresa farmacéutica Barr lanzó Seasonale, el primer anticonceptivo oral que ofrecía a las mujeres la opción de prescindir del sangrado mensual por deprivación. Contenía 84 píldoras hormonales y siete píldoras de placebo. Las mujeres que empleaban este método experimentaban el sangrado por deprivación solo cuatro veces al año (o una vez por estación, como sugería el nombre del medicamento, ya que “season” significa “estación del año” en inglés). Cuatro años más tarde, la FDA aprobó Lybrel, el primer anticonceptivo oral que ofrecía píldoras activas continuadas sin descansos para el sangrado por deprivación.
Con el lanzamiento del denominado “supresor menstrual”, anticonceptivos como Seasonale y Lybrel desataron encendidos debates sobre la seguridad y la política de suprimir los períodos. Algunos expertos se mostraban preocupados y advertían de que no había datos fiables sobre los efectos a largo plazo de la supresión menstrual. “Sigue habiendo mucha gente que piensa que no es saludable. Algunos, cuando se comercializó ese fármaco, dijeron, ‘Mira, nunca hemos tenido una gran población de pacientes que tomaran este fármaco… Es como si todas las personas que toman Seasonale formaran parte de un experimento médico o farmacéutico. Simplemente desconocemos cuáles son los riesgos a largo plazo”, explicó a Broadly la Dra. Andrea Tone, profesora en la Universidad McGill y autora de Devices and Desires: A History of Contraceptives in America (Dispositivos y deseos: historia de los anticonceptivos en Norteamérica). “Y luego hay personas del otro lado que dicen, ‘Si damos a las mujeres una píldora que suprima la menstruación durante el resto de sus vidas reproductivas, eso es algo positivo. ¿Por qué deberían las mujeres experimentar 400 ciclos menstruales?’”.
¿Por qué deberían las mujeres experimentar 400 ciclos menstruales?
En sus campañas de marketing, ambas compañías destacaban la libertad que proporcionaría a las mujeres el hecho de tener menos menstruaciones al año. Los anuncios de Seasonale mostraban a una mujer bailando, viajando y montando en bicicleta vestida completamente de blanco y con eslóganes como “Un aplauso por tener el período solo cuatro veces al año” y “Menos períodos, más posibilidades”. Sin embargo, los críticos dijeron que estas empresas restaban importancia al hecho de que muchas mujeres que tomaban la píldora experimentaban graves pérdidas o manchados y, en 2005, la FDA envió a la empresa responsable de Seasonale una carta de advertencia condenando sus anuncios por pasar por alto este efecto secundario.
A nivel filosófico, Seasonale y otras píldoras que prolongaban el ciclo encendieron un debate sobre lo que significa tener el período y si nuestra ansia por suprimir la menstruación es el reflejo de nuestra interiorización de determinadas fuerzas patriarcales. En 2006, una cineasta llamada Giovanna Chesler tocó este sorprendentemente controvertido tema en un documental titulado Period: The End of Menstruation? (Período: ¿el final de la menstruación?). “Las mujeres no están enfermas”, dijo al New York Times en una entrevista concedida al año siguiente. “No necesitan controlar su menstruación durante 30 o 40 años”.
Un elocuente grupo de activistas feministas estuvieron de acuerdo con esta afirmación e indicaron que suprimir el período es antinatural y que comercializar productos para la eliminación de la menstruación envía un mensaje equivocado a las niñas: que hay algo malo en menstruar. “Estos mensajes insinúan que las funciones naturales de las mujeres son un defecto, algo disfuncional que precisa de intervención médica”, indicó en 2010 a la revista Ms. Chris Bobel, profesora de estudios femeninos y escritora, resumiendo impecablemente esta línea de pensamiento. “¿Qué tiene eso de feminista?”.
Otras mujeres tienen un motivo menos político para desear mantener su sangrado menstrual por deprivación: muchas lo emplean como forma de saber si están embarazadas, un método cuya fiabilidad ha sido confirmada por los ginecólogos (aunque advierten de que el sangrado no es infrecuente durante el primer trimestre de embarazo).
Quienes estaban a favor de la supresión menstrual ―incluyendo muchas feministas― argumentaban que permitir que las mujeres eligieran si querían tener períodos o sangrado por deprivación era un paso largamente esperado en la dirección correcta, especialmente dado que los efectos secundarios apenas difieren de los de las píldoras anticonceptivas normales. Este grupo también detestaba la idea de equiparar la menstruación y la femineidad, porque lo consideraban como un esencialismo de género totalmente limitador. Parece que una mayoría de personas que menstrúan está a favor de esta idea: una encuesta sobre supresión menstrual realizada en 2006 por la Asociación Norteamericana de Profesionales de la Salud Reproductiva reveló que “muy pocas mujeres sienten una conexión emocional con su menstruación” y que solo el ocho por ciento de las mujeres “disfruta de algún modo con su período”.
Actualmente esta opción anticonceptiva está más asentada, aunque todavía no se ha realizado ningún estudio a largo plazo sobre el uso continuado de anticonceptivos orales. Pero, basándose en datos sobre el uso a largo plazo de píldoras anticonceptivas que no prolongan el ciclo menstrual ―que químicamente son iguales a las píldoras anticonceptivas que sí lo prolongan―, los ginecólogos han llegado a la conclusión de que su uso es seguro. “Llegados a este punto no creo que ningún ginecólogo o tocólogo tenga problema [con los anticonceptivos que prolongan el ciclo menstrual]”, afirma la Dra. Lauren Naliboff, miembro del Congreso Norteamericano de Obstetras y Ginecólogos.
Un estudio llevado a cabo por la organización Cochrane descubrió que las mujeres que tomaban píldoras que prolongan el ciclo menstrual “presentaban mejores resultados en términos de cefaleas, irritación genital, cansancio, inflamación y dolores menstruales” que las que tomaban píldoras con descanso mensual. Un artículo revisado por expertos y llevado a cabo por Acta Obstetricia et Gynecologica Scandinavica reconocía la falta de estudios a largo plazo, pero concluía en última instancia que el uso continuado de anticonceptivos orales no mostraba ningún efecto secundario exclusivo más allá de un incremento del manchado que, aun así, daba como resultado menos “días de sangrado” que las píldoras anticonceptivas de uso no continuado.
Dejando a un lado los debates filosóficos y científicos, quizá la mayor barrera entre las mujeres y su derecho a decidir si desean sangrar o no es la falta de información. Muchas mujeres no son conscientes de que eliminar continuadamente el sangrado por deprivación es una opción para ellas y mucho menos que existan las píldoras que prolongan el ciclo, o que la supresión menstrual también puede conseguirse con el DIU, el anillo vaginal NuvaRing y con las inyecciones y los parches anticonceptivos.
La invención de la píldora fue uno de los avances más significativos en la lucha por la independencia reproductiva. Nos permitió, como sociedad, redefinir drásticamente el concepto de sexualidad y de relaciones de género. Al mismo tiempo, nuestra relación con esta innovadora tecnología médica ha sido modelada y restringida por nuestra idea de lo que es “natural” y lo que define a una mujer. Avances similares para la liberación reproductiva y sexual dirigidos a los hombres ―la Viagra, por ejemplo― no han provocado debates similares sobre lo que significa ser un hombre o tener una erección “antinatural”. Y mientras que la Viagra está cubierta por el seguro, la Dra. Naliboff afirma que, a día de hoy, la mayoría de compañías de seguros no cubren la contracepción que prolonga el ciclo menstrual, ni siquiera en aquellos casos en que las pacientes toman la píldora por problemas médicos como insuficiencia ovárica primaria o endometriosis.
La discrepancia entre la información y el acceso asequible nos dice que la normalización de las píldoras de placebo y el consiguiente sangrado por deprivación significa que incluso en 2017 muchas mujeres no saben que existen las píldoras que prolongan el ciclo menstrual y mucho menos que la supresión del período es una opción segura. Si lo combinamos con el hecho de que el porcentaje de escuelas que enseñan a sus alumnos acerca de la contracepción se ha reducido drásticamente desde el año 2000, eso significa que hay muchas probabilidades de que las mujeres sigan ignorando cuáles son sus opciones a la hora de elegir si quieren sangrar una vez al mes o no.