El boxeo femenil nacional le debe mucho a dos guerreras del ring, Jackie «La princesa azteca» Nava y Ana María «La guerrera» Torres. La última vez que las vimos juntas en el entarimado intercambiado golpes fue hace cinco años, un 30 de julio de 2011, cuando se enfrentaron en su segunda pelea que pintaba para una trilogía sin precedentes en el ámbito boxístico femenil. Para nuestra pena, aquel tercer enfrentamiento nunca se daría.
Sin embargo, nos bastó verlas enfrentarse dos veces para darnos cuenta de que algo se había hecho bien arriba y abajo del encordado. Si bien es cierto que en la actualidad es mucho más fácil encontrar una oferta boxística protagonizada por mujeres, es raro encontrar boxeadoras de la calidad de Nava y Torres.
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La calidad técnica y entrega de ambas por este deporte traducidas en emocionantes peleas fueron los factores que las catapultaron a la fama. Gran parte de su éxito se debe a que los fanáticos encontraron en ellas un estilo similar al boxeo varonil. Con esto no quiero decir que éste último sea mejor, sino que ha estado por mucho más tiempo en la memoria colectiva del espectador y, por lo tanto, ha servido como el estándar de lo que bueno y malo en el boxeo. En otras palabras, al aficionado no le pareció un espectáculo ajeno, distanciado de las normas: técnica, dinamismo, valentía, voluntad, sangre, dramatismo.
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Cuando se enfrentaron por primera vez un 16 de abril de 2011, nadie creyó que su pelea trascendería de la forma que lo hizo porque, por más desafortunado que suene, el machismo sigue imperando en la mayoría de los deportes con más audiencia; el boxeo es definitiva y lamentablemente uno de ellos.
Con esto en mente, el público esperaba ver una función más de boxeo, en la cual las protagonistas no serían más que un par de boxeadoras que no tenían mucho qué enseñarle a su contraparte masculina, pero que podrían entretener a la multitud. Cero aprendizaje y mucho cotorreo es lo que se rumoraba.
Los dos primeros minutos de la contienda derrumbaron todo tipo de especulaciones para abrir paso a un clásico del boxeo nacional.
Cada asalto —cómo hubiésemos querido que duraran tres minutos— fue una cátedra de boxeo puro; jabs, ganchos, uppers, movimientos de cintura y de cabeza, excelente juego de pies. El público presente, los comentaristas y, por supuesto, los televidentes se dieron cuenta de la calidad de boxeo desplegado en el World Trade Center de Boca del Río, Veracruz. Aquello visto esa noche no podría quedarse en sólo un encuentro; habría que exigir un segundo episodio.
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La importancia de las dos guerras que «La princesa» y «La guerrera» sostuvieron queda claro en la actualidad. Gracias a su pulcra actuación, el boxeo femenil pudo despojarse, aunque sea por un tiempo, precisamente de ese adjetivo, «femenil», que va casi siempre acompañado de estereotipos y que en la actualidad resulta innecesario.
El hecho de etiquetar o encasillar algo, lo delimita y por ende lo restringe. Si en realidad se busca que los deportes practicados por mujeres alcancen la igualdad dentro de la percepción del espectador, entonces busquemos que una pelea de campeonato de «x» o «y» división entre mujeres no sean noticia —como si las mujeres estuviesen limitadas a sólo practicar algunos deportes—; este tipo de encabezados colmados de retórica que tratan a las mujeres de una forma delicada, por así decirlo, —»guantes rosas», «damas del ring», «las guapas pugilistas», entre otros— hacen más daño del que se imaginan.
Lo que Jackie Nava y Ana María Torres nos enseñaron fue dejar de lado el trato diferente cuando se trata de discutir una pelea entre mujeres. Nos enseñaron a todos, desde expertos hasta aficionados, que se tiene que criticar, señalar, debatir y analizar las cosas como son, sin adornos, ni concesiones, para poder hablar sólo de boxeo, sin ningún calificativo que le acompañe.
El destino nos negó presenciar un tercer combate entre estas dos magníficas boxeadoras. Jackie Nava se vio forzada a retirarse por un tiempo al quedar embarazada de su primer hijo; su alegría se duplicaría poco tiempo después con la espera de su segundo hijo, lo que la retiró casi por completo del pugilismo. Después en 2015 emprendería su camino como diputada del PAN representando al estado de Tijuana, de donde es oriunda. En una entrevista en octubre del año pasado, «La princesa azteca» aseguró que su objetivo es ayudar al deporte ahora que posee las herramientas para hacerlo, «Me quiero enfocar mucho en el tema del deporte; como boxeadora me voy a lo deportivo. Como deportista uno no puede hacer mucho por el deporte».
Por su parte, Ana María Torres anunció en 2012 que se retiraría un tiempo del boxeo ya que también había quedado embarazada. En la actualidad, «La guerrera» es la Directora Ejecutiva del Comité Femenil del CMB.
La rivalidad Nava-Torres nos dejó un legado que va más allá de un excelente espectáculo. Su trascendencia yace en su capacidad para subvertir las barreras del género que tanto afectan al deporte y a la sociedad en general. No cabe duda alguna que nos gustaría ser testigos del nacimiento de una rivalidad similar en la actualidad.