Música

El lobo está acá: Cárcel para Pity Álvarez, el último cantor del rock argentino

Para muchos latinoamericanos familiarizados con el rock argentino existe una genealogía que puede comenzar con Charly García y Luis Alberto Spinetta hasta alcanzar a grandes rasgos, a Andrés Calamaro, Adrián Dárgelos y Gustavo Cerati. “Ya no hay grupos argentinos como antes”, se escucha, sobre todo entre quienes vivieron los 80 y 90. ¿Y después? Así como las generaciones nuevas cambiaron de piel; el sector discográfico, en plena reconversión al negocio digital, y los medios de comunicación, calibrados aún por la estética del milenio anterior, no supieron construir tótemes como los mencionados.

Eso no significa que no hubiera voces emblemáticas al margen de las aduanas de la industria cultural. Cristian “Pity” Álvarez fue una de ellas. Uno de los rockeros populares de una época en la que “rock” y “popular” parecían términos separados por la atomización del algoritmo y el recalculando del mainstream. Alguien que no logró convivir entre el filo de los márgenes que tan bien supo describir y que, en su máximo éxito, ya avisaba: “Sé que muchas veces dije que el lobo venía / pero está vez el lobo está acá”.

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Ayer nomás

Una vez un joven crack del tango bonaerense me dijo: “Fijate cómo los argentinos estamos tan influidos por Gardel, que hasta los que nunca lo escucharon ni saben nada de tango llevan su impronta. Ese aire de calle, de sonrisa como suficiente, de farol, de códigos de barrio, de oficio de la noche”. En los músicos arriba mencionados hay, como ADN, una ecualización de los caracteres gardelianos: hablamos de cantantes capaces de caminar la ciudad, achinar los ojos para captar la calle y escribir una canción que le hable a todas las vidas que se cruzaron en el recorrido. Lo ves en “Ayer nomás” de Los Gatos, en “No soy un extraño” de Charly, en “Carismático” de Babasónicos y, por mencionar alguna, en “Lo Artesanal”, de Viejas Locas, banda con la que Cristian Gabriel Álvarez Congui apareció en la música popular argentina.

Eran los 90, la etapa rollinga del Pity, y de una considerable parte de la juventud argentina. La influencia de los Rolling Stones y de bandas más hard como AC/DC fue la nave que encontraron muchos adolescentes de entonces para armar el entorno de identificación donde aquí me pongo a cantar, como arranca el Martín Fierro. Álvarez fue un avatar de ese tiempo: un pibe de Lugano, del sur picante de Buenos Aires, un barrio de monoblocks que los turistas desconocen, los clasistas esquivan y las familias habitan con código propio. Si fuera solo por eso, la historia de Álvarez sería una de las tantas de chicos que prendieron guitarras para contar qué pasaba en sus zonas, pero el cantante que hoy está en el pabellón psiquiátrico de Ezeiza esperando ser juzgado, tenía algo distinto.

O mejor: era distino. Tildado de vulgar por gran parte de los medios masivos e incluso de varios músicos contemporáneos, el “rock barrial” que integraba Viejas Locas fue reducido por la crítica a anécdotas de vulgares sin conciencia ni mañana. Aún hoy en Argentina, mucha música producida desde los márgenes es despreciada por quienes tienen las herramientas para hablar desde los medios masivos. En el caso del Pity, la mayoría de los medios eligió enfocarse en letras sobre alcohol y drogas, sin permitir que su radar descubriera que alguien capaz de hacer un tema como “Homero”, tiene una sensibilidad popular inmensa. “Aprendemos a ser felices así”, cierra ese himno de pobreza y sacrificio de 1999.

No es que el Pity haya sido un crooner. No salen crooners de Lugano y no hay épica en el sufrimiento propio y provocado por alguien con problemas de adicciones que nace en un contexto duro y se encuentra, en pocos años, al mando de una de las bandas más exitosas de su país. El Pity fue un hombre que seguía, conscientemente o no, la tan latina tradición de cantar las historias de su gente. Y con un oficio y antena fenomenal. Esto es lo que no vieron antes y no ven hoy quienes, más allá de la sentencia que la justicia le dé, condenan su música.

Intoxicados, la consagración y la enfermedad

Para cuando Viejas Locas se separó, tenía una considerable cantidad de público, un lugar protagónico en el entonces llamado “rock barrial”, varias fechas teloneando a los Rolling Stones y, lo más importante, hits sonando en las fiestas argentinas en la que se bailara rock —canciones que cualquiera entre los 0 y 99 años pone y disfruta.

Con este capital musical y con 30 años, Cristian Álvarez armaría en 2001 una banda con la que lograría algo muy complejo para cualquiera jugando en la tradición del rock argentino: traspasar fronteras de tribus urbanas y clases sociales, despegarse de las etiquetas de los géneros y crecer tocando una variedad de influencias. Intoxicados le permitió a Pity convertirse en uno de los máximos referentes de una generación que incluye a Adrián Dárgelos y Andrés Ciro Martínez.

Para el rock stone, para el reggae, para la balada, para el hip hop, cuando lo más cercano en los medios era la parodia ylo grotesco, para el R&B, para el funk, para la psicodelia. Intoxicados tenía lugar para todo y todo lo hacía bien. Disco a disco, Pity parecía afinar la pluma, volviéndose cada vez más multitudinario, capaz de hablarle a más gente, ampliando un contrato de lectura que empezaba en los monoblocks de Lugano y terminaba en cualquier punto del país. Así lo atestiguaron los sold outs en el Luna Park, los festivales encabezados por la banda, y los ejemplares agotados de su disco más emblemático, Otro día en el planeta Tierra.

Pero al mismo tiempo, las drogas que Cristian conocía desde Viejas Locas ahora se habían multiplicado e intensificado. Y año a año al músico se lo iba comiendo ese personaje que empezaba a tener incidentes extraños, y que la televisión no tardó en explotar.

En una entrevista televisiva en 2006, Pity contaba: “La pasta base es el único problema que tengo en la vida. No tengo otro. Cuando hablo estas cosas, lo hago desde lo más bajo, de verdad. Son vacaciones terrenales le digo yo, porque no estás. Desaparecés. Es una droga tan rica y adictiva que la odio. A los pibes que le digo que no la toquen, caen. No sé si callarme para no avivar giles. Es una cagada, no conozco a nadie que haya podido salir”.

Y así como antes la música de Viejas Locas había sido encasillada como vulgar, para la radio y la televisión el músico terminó por convertirse en un junkie divertido y “bizarro” que hacía o decía locuras. Que un día comía arroz en mal estado en cámara, otro día le “robaba” un auto a un taxista, otro le disparaba accidentalmente a su manager, otro consumía 40 comprimidos de rivotril y saltaba por una escalera… Ni siquiera cuando dos mujeres que trabajaron en un show y denunciaron que las había golpeado, o cuando su demora de horas provocó incidentes masivos en un recital, se apagó su imagen de fisura divertido. Imagen pintoresca que vino a reventar de cuatro balazos cuando, según declaraciones judiciales de su novia y otro testigo, asesinó a un vecino hace unas semanas.

Intoxicados quedó atrás con un último disco de 2009, El Exilio de las Especies, donde la mente del cantante le daba un beso final a la cordura en varias de las letras de esa especie de ópera conceptual malviajada que fue el disco. Lo mismo con Viejas Locas, grupo reflotado por Álvarez que lanzó un álbum quemado en 2011, dio algunos buenos shows cuando su frontman estuvo bien, y después fue más noticia por los incidentes de sus recitales que por su música. Seguramente a la luz del tiempo los discos del Pity se valorarán más por esa capacidad de auscultar el mundo con canciones para todos y todas en cualquier momento de su vida, sobre todo en una década en la que no se avisoran músicos naturalmente predispuestos para el calor de las masas, como cantó Cerati. Eso sí, hay algo que tenemos que tener en claro y es lo siguiente.

Buscar y aceptar ayuda

Este artículo comienza marcando una distinción: hay músicos que por razones de la propia configuración del mercado en el país, de las “aduanas” discográficas que exportan artistas y también por características propias, no llegaron a trascender fronteras como quienes sí crearon un patrón para la historia del rock argentino visto desde el exterior. Señalamos entonces que Adrián Dárgelos y Babasónicos tuvieron un proyecto de internacionalización, pero que en el caso de Álvarez no hubo un management con ese plan. Finalicemos con otra diferencia importante para el caso: si Charly García sigue con nosotros se debe también a que tuvo personas que ayudaron para mejorar su salud y comunicadores que tuvieron la humanidad y deferencia de no hacer de su vida una sección bizarra de un portal, show de TV o programa de radio.

En el caso de García, es reconocido que el cantante pop de los 60 Palito Ortega fue y es fundamental en el proceso que hoy lo encuentra de este lado de la vida y de las rejas. El Pity Álvarez no tuvo esa posibilidad. Ojalá todos los que la necesiten la tengan.

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