Identidad

El médico fumó durante el aborto y pude sentir todo lo que me hacían

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La pandemia ha dificultado a las mujeres el acceso al aborto. La mayoría de los hospitales públicos en Rumanía consideran que los abortos “no son esenciales” y la ONG Centrul Filia reveló en mayo que, de 112 hospitales rumanos con los que habían contactado, solo 31 públicos y 5 privados llevaban a cabo abortos durante la pandemia.

Para algunas mujeres, esto se traduce en un trauma añadido durante un tiempo ya de por sí difícil. Pero el problema no es nada nuevo en el país, donde, antes de la pandemia, 51 hospitales públicos de 375 se negaban a realizar abortos en las primeras 14 semanas, a pesar de que la legislación rumana lo permite. Otros 36 no los llevaban a cabo durante días festivos religiosos, por creencias o razones personales. Todo esto en un país en el que más de 9000 mujeres murieron a causa de complicaciones durante abortos ilegales bajo el régimen comunista.

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Cristina se crio en un entorno desfavorecido en Bucarest. Nunca recibió educación sexual y, en 2015, se quedó embarazada. Ha decidido compartir esta experiencia tan terrible con la esperanza de que sirva para mostrar al mundo la forma en que las mujeres rumanas son tratadas cuando quieren decidir sobre su cuerpo.

Tenía 18 años y estaba a punto de terminar los exámenes finales. Como ya era mayor de edad, mis padres habían dejado de darme dinero, así que conseguí un trabajo como peluquera.

Por aquel entonces, llevaba un año con mi novio. Cuando nos acostábamos, solíamos hacer uso del método del calendario o el de sacarla antes de eyacular, porque no siempre teníamos dinero suficiente para anticonceptivos. Una noche, tuvimos un accidente, pero no podía pagar la píldora del día después, así que me di una ducha en ese mismo momento con la esperanza de que se solucionara el problema. Al poco tiempo, comencé a tener dolores en los ovarios y en los pechos: una señal de que estaba a punto de bajarme la regla. Pero no fue así.

Me di cuenta de que algo iba mal y pensé que quizás se me habían inflamado los ovarios, así que le pedí a mi jefe que me dejara salir antes del trabajo para ir al ginecólogo. Me dijo que no. A pesar de su buena reputación en la industria, me había tenido esperando todo el mes con la promesa de ofrecerme un contrato. Dejé el trabajo al día siguiente. Me dio 83 euros y me dijo que eso era lo que me había ganado. Como yo no tenía experiencia, lo acepté y me fui.

Mi madre se enteró y lo llamó por teléfono para pedir explicaciones. Le soltó una sarta de mentiras sobre la forma en la que yo trabajaba y después le dijo que estaba embarazada. Lo mejor de todo es que yo ni siquiera lo sabía todavía.

Como no había podido ir al ginecólogo y no tenía ni idea de lo que le pasaba a mi cuerpo. Compré un test de embarazo y el resultado fue lo que tanto temía. Mi novio se quedó pálido y pensé que se iba a desmayar. Yo también estaba asustada, pero traté de disimularlo.

Éramos demasiado jóvenes como para criar a un niño, a pesar de que en mi familia todas las mujeres habían dado a luz siendo muy jóvenes. Mi madre tenía 19 años cuando yo nací. Ella también tuvo un aborto poco después de casarse con mi padrastro, así que entendió la situación.

“Ve a ver a mi doctora y dile que yo no sé que estás embarazada” me dijo. “Puede que pueda mover algún hilo. Y hazte una ecografía, para asegurarte de que no es otra cosa”.

Durante la ecografía, se me cayó el mundo encima. Me dijeron que estaba en la quinta semana del embarazado y que el feto palpitaba. Soy una firme feminista y creo que todas las mujeres tienen el derecho a interrumpir el embarazo. Pero cuando me preguntó: “¿Quieres seguir adelante?”, me agobié tanto que quise gritar. Ahora entiendo la pregunta, pero por aquel entonces, no era nada más que una joven de 18 años que no sabía nada sobre el aborto.

En 2015, casi 10 000 menores de edad dieron a luz en Rumanía. En aquel momento, los colegios decidían si impartir educación saludable o no y a mí no me enseñaron nada ni en casa ni en la escuela.

Llamé a mi madre y me dijo que fuese primero al Hospital Universitario de Emergencia de Bucarest. Allí, me dijeron que me cobrarían 310 euros por el aborto, pero, cuando les dije que no tenía forma alguna de pagar ese dinero, se encogieron de hombros.

Estuve llorando sin cesar durante los dos días que tardé en encontrar un hospital que pudiese pagar. No sabía nada ni recibí una explicación de cómo sería el proceso. Según la traumática experiencia de mi abuela, me abrirían y lo sacarían.

Al final acabé en el centro de maternidad del Hospital Clínico Polizu, donde me cobrarían 103 euros. Solo me quedaban 52 de los 83 que me dieron en la peluquería. Así que mi novio pidió dinero prestado a sus amigos y pude pedir cita para el día siguiente.

Esa mañana, fui la primera en llegar a la oficina del doctor. Pagué y entré a una habitación con cuatro camas que parecía sacada de los años 70. La enfermera me dijo que me pusiera ropa interior limpia, una compresa y un camisón. Cuando le pregunté qué iban a hacerme, me miró de arriba abajo y dijo en tono cortante: “Deberías saberlo, ya que te gusta tanto fornicar”.

Llegó otra paciente de unos 40 años y me dijo que ya había tenido tres hijos y no quería otro a su edad. También había una chica cuyo feto había muerto porque se había expuesto a rayos X sin saber que estaba embarazada.

Llegó mi turno. La misma enfermera me dijo que tenía que pagar otros 41 euros para el médico. Le dije que no los tenía y me puso solo media dosis de anestesia. El doctor tenía un cigarro en la boca. La anestesia todavía no había hecho efecto pero no le importó.

Pude sentir todo lo que me hacían. Sentí como me rajaban por la mitad y lloraba de dolor. El doctor no dejó de fumar en todo el proceso, mientras la enfermera me sujetaba la mano y me decía que tenía que aguantar un poco más. Cuando les dije que sentía todo, me dijeron que así debía ser, como si ese fuera el precio que tenía que pagar por mis errores. Duró unos minutos, pero me pareció que fueron horas.

La anestesia hizo efecto después. Me sentaron en una cama y me dijeron que esperara hasta que se me pasara. Es entonces cuando llegó mi novio.

Diez minutos después llegó el doctor con una receta para antibióticos y supositorios vaginales. Me pidió que me vistiese y me fuera. Me marché del hospital llorando. Sentía como si me hubieran arrancado los ovarios.

Pensé en demandarlos, pero terminaría siendo mi palabra contra la suya. Además, probablemente no me creerían por ser una “pecadora” de tan solo 18 años. Con el tiempo, me di cuenta de que no tuve ninguna otra alternativa. Si me hubiera quedado con el bebé, habría sufrido mis propias frustraciones y las de mi novio. Nadie se merece eso. Pero con 23 años, todavía no lo he superado. Durante mucho tiempo, pensé que le había quitado la vida a alguien.

El 2 de octubre de cada año, el aniversario del aborto, me deshago en pedazos. Después de la operación, desarrollé una depresión y ansiedad, además de muchos problemas de autoestima. Cuando veo mujeres con niños pequeños, pienso en la edad que tendría el mío.

La única persona capaz de animarme o sacarme de ese pozo sin fondo es mi novio. Seguimos juntos y hace poco hemos celebrado nuestro sexto aniversario. El aborto afectó a la dinámica de la relación, nos hizo crecer y nos unió aún más. Un mes después, comenzamos a tener relaciones sexuales de nuevo, pero teníamos miedo de que me quedase embarazada otra vez. Fue entonces cuando comencé a tomar la píldora anticonceptiva. He decidido dejar de tomarla cuando cumpla los 25 y, si me quedo embarazada, no abortaré. Entonces será diferente porque nos hará felices.

Mientras tanto, he comenzado los estudios en la universidad. No voy a permitir que ese episodio arruine mi vida. Me quiere a mí misma más que nunca y me veo como una mujer fuerte. Puede que un día vaya a terapia para dejar este recuerdo en el pasado de una vez por todas.

Está claro que todas las mujeres necesitan protegerse e informarse, sin improvisaciones o remedios de abuela. La mayoría de los adolescentes no hacen caso a los adultos cuando se trata de relaciones sexuales, pero hoy en día hay formas más cercanas de educar a los jóvenes. En algunos casos, podría salvar vidas.