Era uno de los mejores partidos que podemos ver a día de hoy en la Liga MX. Los irreverentes Tuzos comandados por Diego Alonso visitaban a unos Tigres que bien podríamos catalogar como uno de los conjuntos más trabajados del balompié nacional; el equipo del ‘Tuca’ tiene la vida resuelta: sabe a qué juega, cuenta con automatismos para llevarlo a cabo y goza de dos animales del área ávidos de devorar la red. Si alguien podía poner en aprietos al respetado tigre de la Sultana, era precisamente la rebeldía de un tal Hirving Lozano.
A Lozano le queda pequeña la liga. La semana anterior, frente a Pumas, ya demostró que acariciar la pelota con su botín es sinónimo de jugada de peligro. Dijo Galeano alguna vez que el secreto de la conducción de balón en Lionel Messi era que el astro argentino se guardaba la redonda dentro del zapato; así era imposible que se la arrebatasen. El acabose ocurre cuando, además, el ’10’ blaugrana muestra una facilidad absoluta para decidir y ejecutar a máxima velocidad. Lozano es lo mismo. Hirving transita con el balón a máxima velocidad y no le duele, en cualquier momento, dar el pase decisivo. No necesita frenar; lo hace todo sin chistar.
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Pero frente a él no tenía poca cosa. El dominio que André-Pierre Gignac ejerce sobre la liga nacional es tiránico, en especial cuando salta a la grama del Volcán. Si Lozano adelantó a los blanquiazules, el artillero francés no tardó en poner paridad en el tanteador; bajó la pelota con elegancia en el corazón del área, permitiendo que el defensor rival se fuera de bruces al césped. Le faltó la reverencia al celebrar.
El segundo del marsellés cayó minutos después, ridiculizando de nuevo al rival. Gignac quebró la cadera del enemigo para firmar la pintura en mano a mano con el Conejo Pérez. Dichosos aquellos que lo gozan en su equipo; dichosos nosotros que podemos, una vez al año, verlo visitar nuestra trinchera.
Ismael Sosa, escudero de Gignac que sería primera espada en cualquier otro proyecto, no quiso quedarse atrás y se agenció dos conquistas que cerrasen el encuentro. La dupla conformada por argentino y francés quita el hipo; uno no sabe si sonreír al verles juntos o sufrir que no defiendan nuestro escudo.