Drogas

El mercado del cannabis en Colombia ahora está en manos de las corporaciones, no de los cárteles

Colombia Corporate Cannabis Close

SAN VICENTE, Colombia – Los productores de marihuana de Daniel Tobon mantienen esta parcela de seis hectáreas limpia e impecable.

Cada dos o tres minutos, se rocía agua en cientos de plantas de cannabis en el invernadero a las afueras de Medellín, la ciudad que una vez se vio envuelta en la violencia y disputada por los capos de la droga.

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Sin embargo, este cannabis no está controlado por ningún capo.

Primero lo llevan a un laboratorio. Luego, extraen las flores secas y las envían a Estados Unidos, donde la compañía biofarmacéutica de Tobón, NuSierra, utiliza el aceite de cannabis para su línea de productos farmaceúticos.

El negocio de las drogas es ahora un terreno fértil para los inversionistas corporativos, el cumplimiento normativo y las declaraciones de pérdidas y ganancias. San Vicente, junto con otros municipios agrícolas en Colombia, se están convirtiendo en el centro de un nuevo negocio de exportación: el cannabis medicinal.

Desde que el gobierno de Colombia legalizó el cannabis en 2016 para su uso medicinal, han entrado millones de dólares al país. Cinco años después, las empresas que cotizan en bolsas de valores extranjeras se jactan de sus negocios y potencial de crecimiento en las presentaciones para los inversionistas.

A las plantas de cannabis les encantan las 12 horas diarias de luz solar que Colombia ofrece durante todo el año, y a las empresas los costos de producción por gramo, que son de aproximadamente cuatro centavos de dólar estadounidense. En Canadá, cuesta más de un dólar por gramo cultivar marihuana medicinal. La mayoría de las exportaciones de cannabis de Colombia contienen niveles bajos de THC y están diseñadas para medicamentos y tratamientos, no para uso recreativo.

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Juan Carlos Montoyo, agrónomo en las plantaciones de cannabis de la empresa NuSierra en San Vicente, Colombia, que produce y exporta cannabis de grado farmacéutico. Foto de Wes Michael Tomaselli para VICE World News.

NuSierra, la compañía que Tobon fundó hace tres años, es parte de una granja corporativa y de un equipo farmacéutico. Para dirigir un negocio de cannabis medicinal en Colombia, NuSierra necesitaba instalar cámaras de seguridad de alta tecnología a lo largo del perímetro de la granja, bombas de riego de alto voltaje y una enorme sala de secado, ejerciendo una gran presión sobre el sistema eléctrico de la ciudad.

“Para cumplir con todos los requisitos, tenemos unos deshumidificadores gigantes para secar las flores y vaya que absorben mucho jugo”, dice Tobon.

“Literalmente, tuvimos que modernizar la red eléctrica de la ciudad”.

Los deshumidificadores industriales sudan la humedad de las flores de NuSierra antes de enviarlas a un laboratorio impecable donde químicos vestidos de blanco montan un extractor de CO2 de acero inoxidable. Los aceites medicinales que se filtran de esta máquina llenan tinas de 5 litros, que luego se ponen en aviones en el aeropuerto internacional de Medellín.

Y no hay necesidad de ocultar estas drogas: las etiquetas blancas que detallan el contenido químico lo explican todo para que los moderadores de contenido lo verifiquen en ambos lados de la frontera.

Los exportadores de cannabis medicinal de Colombia ganaron alrededor de 4.5 millones de dólares el año pasado, y esperan muchas más ventas en 2021. Khiron Life Sciences, una compañía biofarmacéutica canadiense con sede en Bogotá, quiere exportar materia prima de cannabis a México, donde luego producirá productos medicinales de cannabis para tratar la epilepsia, reducir el dolor y ayudar con los trastornos del sueño. Clever Leaves, una empresa de cannabis que cotiza en Nueva York, comenzó a crecer en Colombia antes de expandirse a Portugal y ya está exportando a varios países.

NuSierra está conformada por 30 hileras de invernaderos. Al interior, el agrónomo Juan Carlos Montoyo inspecciona los cultivos en busca de hongos y rastrea los volúmenes de fertilizante por microgramos. Los datos que recopila entran en una hoja de cálculo de Excel, que luego envía a los jefes e inversionistas que viven en Canadá, Estados Unidos y Brasil.

Las prácticas corporativas de agronegocios exigidas por las regulaciones del cannabis del país requieren millones de dólares en capital inicial. Pero en Colombia, décadas de luchas civiles e igualdad económica han desnutrido a algunos pequeños agricultores hasta el punto de agotar sus recursos financieros.

Las leyes sobre el cannabis de Colombia intentaron resolver este problema al incluir a los pequeños productores en una especie de acuerdo de reparto de cultivos en el que las empresas tendrían que comprar una determinada cuota a los cultivadores marginados.

Pero las licencias y otras regulaciones para producir marihuana medicinal en Colombia son tan estrictas, que es casi imposible que los pequeños productores puedan obtenerlas. En algunas partes de Colombia, como el Departamento de Cauca, vender marihuana en el mercado negro sigue siendo la única opción para ellos.

“Las leyes sobre el cannabis aquí actúan como una especie de filtro”, explica Santiago Ciurlo, cofundador de Huicanna, una mediana empresa de cultivo medicinal ubicada en las afueras de Bogotá.

“No todos los cultivadores de cannabis del Cauca pueden obtener una licencia comercial porque es muy cara o quizás existen restricciones de uso de la tierra. Eso básicamente cierra la puerta a los pequeños productores del Cauca que quieren ingresar al mercado médico legal. Así que son dos sectores totalmente diferentes: el medicinal y el recreativo”.

“Colombia no exporta cannabis recreativo”, dijo Ciurlo. “Solo cannabis medicinal”.

Legalizar el cannabis en términos más generales podría ayudar a sacar a los productores de bajo volumen de los violentos mercados negros donde los capos de la droga aún controlan el mercado.

Al menos, eso es lo que espera Tobon.

En los 80 se dio cuenta de que su familia dejaría Colombia cuando un día llegó a su casa y estaba vacía. “Nos mudaremos a Estados Unidos. Sé que es un gran cambio, pero pasará”, recuerda que le dijeron sus padres.

Incluso antes de que Colombia se convirtiera en sinónimo de la palabra “cocaína”, esta nación sudamericana ya era la meca del cannabis. En la costa caribeña en las décadas de 1960 y 1970, los agricultores comenzaron a cultivar marihuana que se pasaba de contrabando a Estados Unidos.

“Creo que la legalización al 100 por ciento es la manera de ponerle freno a la violencia”, argumenta Tobon.

“Siempre que haces algo ilegal, creas artificialmente escasez y eso aumenta la demanda. Lo único que estás haciendo es subsidiar el mercado negro al permitir que establezca un precio más alto para ese producto”.

Hasta entonces, el cannabis en Colombia seguirá siendo otro tipo de cultivo agroindustrial y las grandes compañías farmacéuticas seguirán allanando el camino. Eso significa que los pequeños productores se quedará fuera del boom por ahora y se verán obligados a seguir alimentando el mercado negro de marihuana.