Identidad

Pamela Palenciano, la monologuista que enfrenta a los jóvenes con el machismo

“Esto es un proyecto político de denuncia y no es fácil ver lo que va a hacer y sobre todo os va a incomodar”. La que habla es Celia Garrido, pedagoga especialista en igualdad, mientras presenta a Pamela Palenciano, una superviviente de la violencia machista que plasma su experiencia en No solo duelen los golpes, un monólogo teatralizado que pone en cuestión cómo se viven las relaciones amorosas y coloca un espejo al frente con el que identificar qué son los malos tratos.

Ambas llevan 10 años trabajando juntas y mostrando su taller en institutos, universidades y centros culturales de España. Hoy es un centro educativo de la periferia de Madrid. El público tiene entre 14 y 16 años. Delante hay cuatro filas donde solo se sientan chicos. Detrás se mezclan también chicas. Pamela, de 33, se ha puesto su traje de Antonio, el novio que la maltrató durante seis años cuando era adolescente: pantalones anchos, caídos, y camiseta negra larga, como si fuera uno de los pandilleros con los que trabajó en El Salvador. Se lo explica al público y les cuenta que él también hablará. Comienza el monólogo.

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“Yo tenía 12 años y vi a un tío que bailaba break-dance y cuando el tío me miró sentí un cosquilleo en el estómago”, cuenta la monologuista con tono jovial, feliz, como cualquier otra persona que empieza a relatar el primer momento que ve a quien le gusta y qué es lo que le hace sentir. El público ríe. Hay un tono de humor constante.

Mientras desgrana su historia con Antonio, Pamela va haciendo paradas en el camino para señalar lo que se aprende desde pequeño, lo que está bien que hagan los niños y no las niñas, y cómo esas enseñanzas van sosteniendo las privilegios en las que se asienta el machismo. “El mundo de los chicos está aquí”, y eleva una mano por encima de la otra para señalar su posición superior, un gesto que repetirá a lo largo del taller para ejemplificar las relaciones de poder. “En mi mundo azul”, continúa, “los chicos no pueden llorar porque nos llaman maricón y maricón significa ser una tía”.

Las risas se suceden. Se pone ahora en la piel de la chica. “Ay qué bonito, que se va a hacer vampira por él”, suspira. Más risas. “El vampiro pederasta, que tiene 118 años, se enamora de una chica de 17, y está muy bien, pero ¡si es ella la que se enamora de un chico más joven ya no es tan bueno!”, exclama. Las carcajadas se paran al momento.

Pamela cuenta cómo su ex novio fue apartándola poco a poco de todos sus amigos.

-“Mis amigas están un poco raras conmigo”, le comenta la Pamela adolescente a su por entonces pareja.

-“Esto yo lo veía venir, ¿no has visto cómo me miran? Y tu mejor amiga siempre que digo algo me contesta fatal”, le responde el Antonio ficticio.

Pamela cuenta al público cómo la situación cambia cuando la mejor amiga tiene cuerpo de tío. “Ese amigo que tenéis desde la infancia y que queréis que vuestro novio se lleve bien con él”, dice. Una parte del público femenino asiente reconociéndose en el ejemplo. “Pues como el hombro lobo y el vampiro”.

-“¿Has visto, Antonio? Es como el hermano que nunca tuve”, le dice la Pamela de 13 años a Antonio después de presentarle a Alberto, su mejor amigo.

-“¿Te has dado cuenta de que lo primero que ha hecho ha sido mirarte las tetas?”, le responde su novio.

Lo primero que me quitó Antonio fue mi sonrisa, porque decía que así era cómo ligaba con otros tíos

La joven deja de hablar con Alberto. “Estoy dejando de ser Pamela para convertirme en la novia de Antonio”. Las risas paran y el público se queda mudo. Les cuenta cómo Antonio poco a poco la fue convenciendo para vestir de otra manera. Si la falda era muy corta todo el mundo iba a mirarla. Ella subía otra vez a casa a cambiarse. “Aprendemos desde pequeñas a evitar los conflictos”, dice. Y en su casa tampoco chocaba la actitud de la joven. Solo era una adolescente que cambiaba mucho de opinión. La monologuista se pone seria: “Lo primero que me quitó Antonio fue mi sonrisa, porque decía que así era cómo ligaba con otros tíos”.

Al contar cómo los niños aprenden desde pequeños a ocupar el máximo espacio posible, mientras que las niñas, el mínimo, y para ello lo mejor es cruzar las piernas al sentarse, les dice: “No es biológico estamos entrenados para ello”. Para demostrárselo se transforma en el chico malote. Se pone la sudadera y se cubre la cabeza con la capucha. Se pasea junto al público con andares masculinos. Saluda a los chicos. Les hace comentarios. Luego se acerca a una de las chicas. Y repite lo mismo. “Hola, ¿qué pasa?”. Cuando se quita el personaje pregunta a los chicos qué han sentido. Uno responde: “Fuerza”. Otro: “Dureza”. Cuando interroga a la chica, ella contesta sin dudar: “Intimidación”. “Siempre ocurre lo mismo, no falla”, explica Celia en susurros.

Pamela prosigue escenificando su experiencia con su maltratador. Llega la degradación y lo que parecen bromas pero no lo son. “Ay, ven aquí mi fea, mi gordi”; “Mira cómo te ríes que pareces una burra”; “Si es que tienes manos de mantequilla, que se te cae todo”, le dice Antonio. “El mayor golpe que recibí”, les dice Pamela”, “fue cuando me insultó por primera vez delante de todos sus colegas y no dijeron nada, incluso hubo alguno que se rió”.

La monologuista comienza a escenificar lo que ella llama “el silencio asesino”. Después de insultarla le pregunta que qué le pasa. Pero él sigue a lo suyo con sus amigos. Ella le amenaza con irse. Pero al final se queda. “Porque es lo que nos han enseñado a las mujeres, a esperar”. Cuando después de dos horas Antonio se va con ella no la habla. Ella le pregunta una y otra vez que qué ocurre.

-“¿Que qué coño te pasa?”, estalla ella gritándole.

-“A mí no me grites que nos está mirando todo el mundo”, le responde él impertérrito.

Se pelean. Se pegan y al final ella le acaba pidiendo perdón. “Mira cómo me tratas”, le dice él. Siguen discutiendo. Suena su móvil, ella no lo encuentra. “¡Que cojas el móvil!”, le grita él. Ella no lo encuentra porque el miedo la paraliza. “No es normal tenerle miedo a la persona que quieres”, le dice a los estudiantes. Rompieron. Volvieron. Antonio intentó matarla dos veces: una vez casi la estrangula y la otra casi la tira por un barranco. Estuvieron seis meses sin discutir y hasta que ella vio la oportunidad definitiva al empezar la carrera en otra ciudad.

“Si me ven aquí ahora es porque no tengo hijos, porque si no, a día de hoy me estaría jodiendo la vida a través de mis hijos, como le ocurre a muchas otras mujeres”, les dice. En la universidad comenzó a ir al psicólogo para empezar a recomponerse como persona. También conoció a otro chico. “Lo peor de mi relación con Lolo es que me convertí en Antoñita”, les cuenta. “¿Cómo es que tiene 27 llamadas de Ana Trabajo?”, le gritaba. Él era informático, y su trabajo era responder las llamadas siempre que le requerían.

Pamela termina: “El amor cuando es de verdad no duele, es para sumar y no hay que dejar de ser una misma por el otro”. El público aplaude. La mitad que está sentado atrás se levanta entusiasmada. Tres chicas se limpian las lágrimas. Una cuarta no deja de llorar en silencio mientras Celia y Pamela hablan tras el monólogo. “Todo el mundo nos hemos educado así y no hay nadie de los que estáis aquí que no os hayáis identificado en algún momento”, dice Celia.

Una estudiante le pregunta a la experta cómo se puede ayudar a una mujer maltratada ‘a dejar a su maltratador’. “Tiene que ser cuando ella pueda y a veces los de alrededor nos impacientamos porque vemos lo que está pasando pero es importante no dejarla y sobre todo no juzgarla”, señala Celia. Y añade: “Los chascarrillos y bromas que habéis oído van ejerciendo un poder sobre ella y la van degradando poco a poco”.

Hablan sobre las relaciones de poder, y cómo el miedo marca la diferencia. “Un día le pregunté a Lolo sobre nuestra relación y si en algún momento se había sentido maltratado por mí y me dijo: ‘No te equivoques, Pame, me trataste mal pero jamás sentí miedo”, les cuenta la monologuista. “Acabamos pensando que los privilegios son derechos y eso no es así y debemos cuestionarnos si queremos amar desde los privilegios”, señala Celia, quien añade: “Igual que se aprende se desaprende”.

Al terminar el taller. Son muchos los alumnos que se acercan a Pamela. Una chica se abraza a ella y se echa a llorar. “Es que a mí me pasó hace tres años”, le cuenta. No es la primera vez que se lo dicen.