La Semana Santa en la ciudad de México, particularmente en el barrio de Iztapalapa, es un drama bien armado.
Desde el jueves por la noche y hasta el domingo al medio día, Iztapalapa ofrece un grandioso espectáculo que recuerda los últimos días de Jesucristo. Cada año, desde hace 172, el Cerro de la Estrella se convierte en la Montaña del Calvario y Jesús de Nazareth, interpretado por un actor que se considera a sí mismo “afortunado”, muere crucificado, mientras miles de nazarenos mexicanos observan y rinden homenaje a la representación de la Pasión de Cristo más grande de México.
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La jornada comienza el jueves por la noche, con la representación de la Última Cena interpretada por actores cuidadosamente escogidos por la comunidad, quienes se preparan para la gran función durante meses.
La “Casa de los Ensayos” es uno de los escenarios, a unos metros del Jardín Cuitláhuac. Desde hace 70 años esta casa alberga a los actrores y las dueñas, doña Lourdes Cano y su hermana, alimentan a todos los que intervienen en esta gran fiesta popular. Las calles, se abarrotan con séquitos de apóstoles, romanos y demás personajes bíblicos: la Virgen María, Judas, Dimas, Poncio Pilato… todos están ahí. Más de 2 millones de civiles del Siglo XXI llenan las calles esperando ser parte del acto. Algunos observan con periscopios caseros, hechos con cajas de cartón recicladas y vendidos en la calle a 10 pesos, y otros más cargan con la ardua labor de proveer alimento a los fanáticos. Hay de todo: cazuelas de barro llenas de guisados; chapulines y acuciles asados para comer con sal, limón y salsa Valentina; tacos de bistec y cabeza de res; pollos rostizados; manzanas con caramelo y una larga lista de antojos dispuestos a calmar el hambre y los nervios por la muerte —y peor aún, la resurrección— de Cristo.
Daniel Agonizantes fue el actor de este año en la Pasión de Cristo de Iztapalapa. Antes de llegar a la cruz, recorrió cerca de dos kilómetros zigzagueando entre las calles de los ocho barrios de Iztapalapa, cargando y arrastrado cien kilos de madera en forma de una cruz de seis metros de largo, bajo el calor de un día en el que, curiosamente, no llovió. Después de la representación, iría a comer después de 15 horas de no probar alimento.
Uno de los fieles a la tradición, enfundado en su disfraz, carga la cruz que le encomendaron. Los fieles que se postulan como actores de la procesión tienen la creencia de que hacer esta representación les permitirá limpiarse espiritualmente de sus pecados.
Por ser Viernes Santo, el pescado es el alimento más consumido, ya que la carne está prohibida. Los fieles creen que dejar de comer carne es una forma de rendir una ofrenda a Jesucristo, en honor al recuerdo de su muerte. El curiel adobado es uno de los platillos de pescado más vendidos en la calle durante la representación. Se adoba con chiles rojos (pasilla, ancho y guajillo) y se asa en la parrilla o a las brasas al momento. Es uno de los alimentos que se sirven en la mesa de los actores, en la “Casa de los Ensayos”.
Sin embargo, la carne no falta. Muchos visitantes pasan por alto la manda de evitar el consumo de carne y prefieren continuar con la tradición de los tacos callejeros. Los más comunes son los de bistec y chorizo, acompañados con nopales, papas, verdura fresca (rábanos, cebolla y chile habanero) y salsas distintas —el guacamole, la verde cruda y la roja de jitomate—.
Aunque también están los típicos tacos, ya sean de cabeza de res al vapor (ojo, lengua, cabeza o cachete), o de suadero y tripas fritas (bofe, nana, intestinos, sesos, etc.) que nadan en aceite hirviendo dentro de cazuelas de cobre.
La cabeza de una res, lista para ser vaciada en tacos por los que la gente hace filas largas.
Los periscopios artesanales hechos con un pequeño espejo pegado en cajas de tinte para el pelo o de pasta de dientes. La gente no se pierde de nada durante la función. Los venden por 10 pesos en la calle.
Entre las botanas, hay de todo. De los más gustados son los chapulines y los chinicuiles tostados en comal de barro y sazonados con sal y chile piquín. Se comen con jugo fresco de limón y, a veces, con salsa Valentina.
Hay de todo en Iztapalapa, alitas de pollo a la leña, raspados, limonadas y hasta cervezas y micheladas (a la venta solo en ciertos puestos, lejos de la vista de los policías del Distrito Federal).
La botana popular: Dorilocos, hechos con Doritos y mezclados, dentro de su bolsa, con zanahoria, jícama y pepino frescos rallados, cacahuates japoneses, limón, salsa Valentina y Miguelito en polvo.
Hacia el final del día, los puestos más solicitados eran los de los tamales, los del pan y los de los buñuelos, merengues y otros dulces típicos. Este es “el pan de pueblo”, hecho con esencia de flor de azahar y sabores diferentes, desde nuez, hasta vainilla, amaranto y rellenos de cajeta, etc.
Clásico dulce de Semana Santa: pencas de maguey enmieladas con piloncillo y miel de agave.
Calles más delante de la escena protagonizada por Cristo (Daniel Agonizantes) Judas se ahorcó, después de dar un discurso más político que bíblico. “Se ha traicionado a los gobiernos, a la familia, a los amigos y a los hermanos. Año tras año, día tras día van naciendo los más célebres traidores”, dijo.
Buñuelos quebrados con miel de piloncillo, la venta nocturna.
En el acto final, cuando el Cristo de Daniel Agonizantes murió, el tenor Fernando Mora interpretó el Avemaría de Franz Schubert y todos los asistentes siguieron la fiesta a unas calles de ahí, donde la comía siguió sirviéndose y la cerveza corrió con rapidez entre rosarios de colores que se vendían, para llevar como recuerdo.
Este artículo se publicó originalmente en marzo del 2016.