En Irán, los estadios siguen estando cerrados para las mujeres

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Este verano, mientras veía la final de la Copa del Mundo femenina de fútbol entre Estados Unidos y Japón, recibí un mensaje directo vía Twitter de mi amiga Sara. Bueno, en realidad no se llama Sara: no os digo su nombre por cuestión de seguridad.

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Sorprendentemente, a Sara le habían permitido ver el partido: ella vive en Irán, y no pudo disfrutar de la mayoría de encuentros del campeonato. Hablamos un poco sobre ese partido, y le dije también que tuve mucha suerte de poder asistir a varios choques del Mundial en el estadio Lansdowne Stadium, en Ottawa, con mi hija y mi sobrina.

“Espero que un día yo también pueda ver fútbol en un estadio”, me dijo.

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El mensaje de Sara hizo que me doliese el corazón. Sus palabras estaban tintadas de una gran tristeza por una injusticia brutal: un sentimiento que conozco muy bien, incluso en mi país, Canadá.

“Durante años la FIFA me prohibió jugar al fútbol, tanto a mí como a millones de personas. Conservar esta prohibición fue tan doloroso como innecesario, y me mantuvo lejos de disfrutar completamente el deporte que había jugado durante décadas”, me dijo Sara. “Este bonito deporte es una parte muy importante de mi identidad, y me ha inspirado y dado mucha energía y vigor, pero se me impidió volverlo a jugar. Ni siquiera tenía la libertad de poder ir a los partidos en persona”.

Sara vive en Irán, que desde el el 1979 —el año de la revolución islámica— ha prohibido a las mujeres que asistan a eventos deportivos en los estadios en todo el país. Los religiosos más ortodoxos insisten que es inapropiado que las mujeres asistan a los partidos, donde se mezclarían innecesariamente con hombres que no son de su familia, donde los jugadores masculinos llevan pantalones cortos, y donde los clérigos aseguran que se producen comportamientos y lenguajes vulgares.

Sin embargo, las mujeres no iraníes pueden ir a estos estadios, visitar a los equipos y también pueden asistir sin ningún problema a todos los partidos. Y esta es una de las cosas que ha logrado que la ley sobre la prohibición parezca incluso aún más dura para quienes la sufren.

Las jugadoras de la selección de Irán estiran tras un entrenamiento en Teherán en 2011. Foto de Caren Firouz, Reuters.

Durante décadas, esta prohibición se ha concentrado especialmente en los estadios de fútbol, el deporte más popular en Irán. No obstante, las mujeres tenían el permiso de reunirse y ver los partidos en las plazas públicas, hecho que fue bastante popular durante la Copa del Mundo de 2010.

Sin embargo, justo antes de la Eurocopa de 2012 el veto se expandió a los encuentros de lucha libre y vóley, y a cualquier parte de los estadios. Además, a los hombres y las mujeres se les prohibió ver partidos juntos en espacios públicos como cafés y restaurantes.

“Nadie debería poder obligar a la mitad de la nación a quedarse en casa y no poder estar en plazas públicas”, me escribió Sara en un e-mail tiempo después. “Pero sin cambio en la ley esto seguirá produciéndose”.

Prohibir a las mujeres la asistencia a un estadio en un país que ama tanto el deporte como Irán es una forma de exclusión tan perversa que genera un gran rechazo a nivel global. El proyecto Open Stadiums, también conocido como White Scarves (bufandas blancas), comenzó en Irán en 2005 para atacar la desigualdad de género en el deporte y denunciar el hecho de que las mujeres no puedan entrar en los estadios. Sara ha sido una figura central para este movimiento desde Teherán.

Los activistas de Open Stadium han generado un movimiento global de denuncia que ha llegado a las grandes asociaciones deportivas del planeta. A nivel local, dado que está prohibido colgar pósters y llevar pancartas, el grupo comenzó imprimiendo los mensajes políticos que querían transmitir en sus bufandas blancas para evitar cualquier choque con la policía. En 2009, debido al endurecimiento de las leyes iraníes, Open Stadium y sus activistas aliados empezaron a hacerse notar en las redes sociales. Las identidades de los organizadores en Irán están protegidas, ya que pueden sufrir persecuciones.

El problema se ha tratado también en películas como Offside (2006), un filme del cineasta iraní Jafar Panahi. La aclamada película retrata las dificultades de seis jóvenes amantes del fútbol a quienes se les prohíbe asistir a los partidos del Mundial. Panahi grabó la película esperando que ayudara a “empujar los limites en Irán” y que sirviera para “apoyar a las mujeres iraníes”. Casi diez años después, las mujeres iraníes no pueden ni siquiera entrar en los estadios.

Una fan iraní del fútbol mirando un partido en 2006. No mucho ha cambiado desde entonces. Foto de Abedin Taherkenareh, EPA.

El 20 de junio de 2014, la estudiante británico-iraní Ghoncheh Ghavami estaba lista para protestar en el estadio Azadi —que por cierto quiere decir ‘libertad’ en farsi, la lengua más hablada de Irán—, donde se estaba celebrando un partido de vóley masculino. Estuvo detenida por las autoridades iraníes, y después de cien días aislada, se le sentenció a un año en prisión.

El caso fue un escándalo para el mundo del deporte, tanto para los atletas como para sus fans, y llamó la atención de los medios y de ONGs globales como Amnistía Internacional. Una petición para la liberación de Ghavami obtuvo más de 730.000 firmas. Ary Graca, el presidente de la federación internacional de voleibol (FIVB), se pronunció con firmeza el pasado noviembre: “Nunca solemos interferir con las leyes de cada país, pero de acuerdo con la Carta Olímpica, la FIVB está obligada a respetar el derecho de las mujeres a participar en los deportes al mismo nivel que los hombres”. Las acusaciones a Ghavami se levantaron en abril y pudo volver a Inglaterra.

Unos días después, el ministro Abdolhamid Ahmad declaró que Irán permitiría que las mujeres asistir a los estadios, y posteriormente hubo pequeños pasos del gobierno para levantar la prohibición. En 2006, por ejemplo, el antiguo presidente Mahmud Ahmadinejad, reconocido fan del fútbol, escribió a la Iran’s Physical Education Organization y solicitó que permitiera que las mujeres asistieran a los estadios. El mandatario aseguró que la presencia de mujeres mejoraría la atmósfera en los estadios y les daría un contexto más familiar. Fue en vano. Ahmadinejad no recibió ningún soporte por parte de la FIFA.

Las jugadoras de la selección de Irán justo antes de un partido contra Jordania del cual se tuvieron que retirar debido a la prohibición de la FIFA de jugar con velo. Foto de Ali Jarekji, Reuters.

El discurso sobre la prohibición de asistir a los estadios coincidió justo con las negociaciones del programa nuclear en Irán, razón por la cual los activistas esperaron que hubiese un verdadero progreso. A pesar de eso, a las mujeres se les siguió denegando la entrada en el estadio Azadi para ver partidos de vóley. A pesar de la presión de Open Stadiums, la FIVB no hizo más comentarios.

La decisión de dejar a las mujeres sin eventos deportivos causó un gran resentimiento, pero más frustrante aún fue la actitud de los cuerpos del gobierno internacional del deporte, que simplemente no se ocuparon del tema y desaparecieron —o de los líderes de las federaciones, cuyos comentarios no ayudaron en absoluto a resolver estos problemas.

Las mujeres iraníes, sin embargo, tienen unos cuantos aliados entre los altos estamentos del deporte internacional. Moya Dodd, una ejecutiva de FIFA, trabaja sin descanso para que las mujeres puedan asistir al deporte.

Dodd, que es vicepresidente de la Confederación Asiática de Fútbol (AFC) y que por lo tanto tiene jurisdicción sobre Irán, está en una posición más fuerte y puede poner más presión sobre el gobierno iraní que cualquier otra persona. Moya ha querido conocer a muchos activistas iraníes en los últimos años —incluyendo a varios miembros Open Stadium— precisamente en el año de la Copa Mundial de fútbol femenino de Canadá.

“El fútbol es el deporte más popular del mundo y juega un papel importante en establecer las normas de comportamiento en la sociedad”, escribió Dodd. “Excluir a las mujeres del disfrute de este deporte como un espectáculo en vivo no es solo injusto para esas mujeres como individuos: también lo es para el juego del fútbol dado que reduce su audiencia, y para el desarrollo del deporte femenino porque las mujeres no pueden asistir y aprender de lo que ven en los estadios. El mensaje que se desprende, además, es que se puede excluir a las mujeres de uno de aspectos más importantes de la sociedad como es el fútbol. Eso es un claro atentado contra los derechos humanos”.

Las jugadoras de la selección iraní rezan tras retirarse del partido frente a Jordania en 2011. Foto de Ali Jarekji, Reuters.

Cuando la FIFA descalificó, en una decisión calamitosa, al equipo iraní de fútbol por llevar hijabs en 2011, la presión de Dodd fue muy importante. La decisión significó que Irán no pudiera competir en la Copa del Mundo femenina: Dodd lideró una campaña de dos años que acabó con el levantamiento de la prohibición en marzo de 2014.

Sara me dijo que las organizaciones de mujeres iraníes están en contacto regular con Dodd y le agradecen mucho la solidaridad que les brinda. Trabajar con activistas de base y con las federaciones globales es crucial si se quieren conseguir los objetivos establecidos por Open Stadium.

La prohibición de entrar a los estadios, sorprendentemente, no ha evitado que las mujeres iraníes compitan y ganen en campeonatos internacionales importantes. El hecho de que se incite a las mujeres a ganar medallas bajo la bandera iraní pero que no se les deje ver los partidos en directo es una hipocresía que ocasiona momentos incómodos a los líderes iraníes: en los Juegos Asiáticos de 2014, por ejemplo, el presidente Hassan Rouhani escribió un tweet que recibió el desdén y el sarcasmo de la ciudadanía.

A pesar de todo, está claro que el deporte iraní está creciendo. Este año el equipo de fútbol femenino ha entrado en el Campeonato AFC sub-19, y el mes pasado el periódico estadounidense The Wall Street Journal escribió un artículo donde se detallaba que hoy en día hay más de 4.000 mujeres y chicas que juegan en varias ligas en Irán. Esta cifra era cero en 2005.

Niloufar Ardalan celebrando un gol en 2012. Este año no le fue permitido seguir a su equipo porque su marido se lo prohibió. Foto de Jose Coelho, EPA.

Sin embargo, todavía hay muchos obstáculos para las deportistas iraníes. Niloufar Ardalan, a quien se conoce como ‘Lady Goal‘, es una de las mejores futbolistas femeninas de Irán. Ardalan tenía que asistir al Campeonato de Fútbol Sala de Federaciones Asiáticas de Malasia, pero no se le permitió asistir: según la ley islámica, que aún tiene mucho peso en Irán, a las mujeres no les está permitido viajar sin el permiso de su marido o padre.

Aldaran declaró a la agencia de noticias Nasim que su marido, el periodista deportivo Mahdi Toutounchi, no le dio permiso para desplazarse hasta Malasia e incluso firmó la documentación necesaria para quitarle el pasaporte. Toutonchi insistió, en cambio, en que su esposa estuviera presente en el primer día de colegio de su hija de siete años.

“Yo entiendo de que sea una ley, pero nuestra selección nacional me necesita y quiero que nuestro equipo gane los partidos,” dijo Aldaran a la agencia Shirzanan Global, un medio que aboga por las mujeres musulmanas en el deporte. “El gobierno puede autorizar a los atletas profesionales que participen en partidos internacionales en circunstancias excepcionales: por ejemplo, nuestros jugadores masculinos no tienen que hacer el servicio militar. Como mujer, madre y atleta profesional de este país, me gustaría recibir apoyo”.

El derecho básico a la movilidad es un problema para todas las mujeres iraníes, pero lo es particularmente para las atletas que necesitan viajar para competir en campeonatos internacionales. Si las autoridades iraníes no resuelven este dilema, el deporte femenino sufrirá las consecuencias.

La iraní Maryam Rahimi intenta regatear a la portera de Tadjikistán, Rakhmonova Saida. Foto de Muhammad Hamed, Reuters.

La valentía de Ardalan a la hora de hablar en público de su experiencia inspiró mucho apoyo en la red, pero abogar por un cambio significa mucho más que poner un ‘hashtag‘. Las autoridades iraníes deberían poner presión para que todos sus atletas tuviesen acceso a viajar y al deporte internacional, y deberían ayudar a que haya una mediación entre familias para resolver situaciones como la de Ardalan.

Irán tiene una sórdida historia de negociaciones entre activistas y promesas de cambio que más tarde se han negado. Las grandes federaciones, como la FIFA, la FIVB y el COI, deberían pedir consistencia y trasparencia a los gobiernos. Vetar a Irán de las competiciones internacionales no es la solución: hay que insistir en unas políticas de igualdad real.

El hecho de obligar a los gobiernos a que aseguren que las mujeres puedan ir a eventos deportivos sin miedo a ser detenidas es mucho más eficaz que vetar selecciones, y sin duda muchísimo más que quejarse por Twitter y en la prensa. También hay que poner una énfasis especial en los principios de justicia y igualdad que estas organizaciones insisten en apoyar. En realidad, ello va en consonancia con los objetivos globales que la propia FIFA asegura tener en términos de expansión del deporte.

Puede que haya una revolución a este nivel en el deporte femenino en Irán, pero todavía hay muchas batallas que combatir hasta que Sara y los millones de mujeres que son aficionadas al fútbol en el país asiático puedan disfrutar del deporte sin barreras. Según la activista, la campaña debe continuar: “No debemos quedarnos calladas frente a la violación de nuestros derechos, porque estas prohibiciones se están volviendo demasiado frecuentes”.

“Si seguimos callándonos, esto se va a volver mucho más duro para el sector feminista, y va a ser mucho más difícil que la gente se una para evitar la discriminación de género”, prosigue Sara. “No importa que la gente tenga estudios o no: el machismo de todos los días puede producirse en cualquier casa, y es importante que reaccionemos contra él. Es esto lo que despierta las conciencias y mantiene viva nuestra lucha por la igualdad”, concluye.