No recuerdo el mejor día de mi vida.
Se trata del día de mi boda, que fue hace solo dos años. Es cierto que estaba borracho, pero me emborracho muchas veces y soy capaz de hacer cosas sin problema. Quizá estoy exagerando un poco.
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Recuerdo algunos aspectos, como la fecha, (8 de junio) y sé que la ceremonia fue en el este de Nashville, en el porche de la casa de un diseñador de interiores. Sé que sonaba “The Universal” de Blur mientras mi esposa se acercaba a un altar que podría describirse como pintoresco y artístico. Y sé que mi cuñado adolescente, a pesar de que tenía que poner la canción de Dwight Twilley antes de nuestro primer beso, se distrajo y tuve que darle una patada para hacerle reaccionar. Lo que no recuerdo realmente es qué aspecto tenía todo. Tengo que mirar las fotos de la boda para revivir esos momentos.
Tengo una enfermedad rara conocida como afantasía, un estado neurológico que ha captado la atención de los medios, pero del cual se saben pocos detalles respecto a cómo afecta a las relaciones, ya que el análisis se centra más en cómo el cerebro se adapta y aprende en comparación con el resto de la población. Tal y como me dijo una vez un colega: no tengo “la capacidad de imaginar”.
Mis pensamientos internos solo son sonidos vagos y hechos. No hay imágenes en mi mente; tampoco hay texturas, olores ni sabores. Soy el opuesto del “superhumano” de los programas de televisión baratos, esos que son capaces de memorizar a la perfección el mapa de una ciudad con solo mirarlo unos minutos.
La afantasía es un concepto tan absurdo para la mayoría de la gente que cuando se menciona, la reacción suele ser una combinación de curiosidad y escepticismo
Si os pidiera que evocarais la imagen de un coche, algunos de vosotros os imaginaríais el vuestro. Otros pensarían en el coche de su padre. Algunos podrían incluso ponerse creativos y evocar un coche original totalmente inventado. Si yo tuviera que hacer lo mismo, oiría la palabra “coche” y solo me vendrían a la cabeza conceptos básicos, como el hecho de que un automóvil es el vehículo que usamos generalmente para desplazarnos. Pensaría en los coches que me gustan, y posteriormente escucharía las palabras “Datsun” y “Bentley” resonando en mi mente.
La afantasía es un concepto tan absurdo para la mayoría de la gente que cuando se menciona, la reacción suele ser una combinación de curiosidad y escepticismo, lo que no ayuda a mejorar esa sensación de aislamiento que tengo que soportar, o más específicamente, la idea de que casi todos en este planeta tienen un superpoder menos yo.
De hecho, en el ordenador no solo tengo una carpeta con las fotos de mi boda, sino que también tengo imágenes actuales de mi esposa en una barra lateral de cada ventana del buscador para poder verla cuando no está. Puedo decirte su altura, sus medidas y que es morena y se viste con elegancia, pero cuando cierro los ojos no puedo verla.
Extrañamente, puedo reconocer a casi cualquiera que haya conocido en otra ocasión. Ahí está el tópico manido de “soy malo con los nombres”, que la mayoría utiliza cuando está nervioso. De alguna manera, casi nunca olvido un nombre.
El profesor Adam Zeman, de la Universidad de Exeter, está desarrollando el estudio internacional más significativo (del que formo parte) a este respecto. El propósito principal (o al menos el que mejor se puede vender) es entender que los niños con esta condición tienen que aprender las materias con un enfoque completamente diferente. Unirme al estudio del profesor Zeman y entender por qué he luchado con algunos aspectos de mi vida me ha dado un poco de tranquilidad, ya que ahora descarto hacer esfuerzos que de joven habría intentado llevar a cabo con obstinación.
Desechar actividades e intereses a los que nunca me voy a poder dedicar parecía una derrota al principio, pero con el tiempo he aceptado lo siguiente: a pesar de mis intentos por jugar ajedrez desde que tenía cinco años de edad, soy pésimo porque no poseo la capacidad de ver más allá de un movimiento.
No me gustan las obras de ficción. Los textos descriptivos de escritores como Hemingway o Bret Easton Ellis no significan nada en absoluto para mí. Nunca he visto una película después de leer el libro y me he quedado decepcionado por la precisión de la adaptación. Me han criticado constantemente por no contar con una impresionante biblioteca, o por no tener ningún interés en las galerías de arte. Pertenezco al uno por ciento de los que realmente no pretende de ser un inconformista insufrible cuando dice: “En realidad la obra de Steinbeck me deja indiferente”. Intenta justificar con frecuencia tu vida ante los amantes de la literatura y es posible que te sientas aislado también.
Mi vida se basa en una serie de referentes culturales, lo cual no ha sido del todo desagradable
Respecto al estilo personal al vestir, veo películas y programas de televisión y tomo nota de la indumentaria de los hombres que creo que visten bien. Me he pasado todo el verano vestido como el protagonista de Todos queremos algo, de Richard Linklater, y cuando hay alguna ocasión elegante, me baso en una foto que vi en internet de Harrison Ford en la década de los 70.
Mi vida se basa en una serie de referentes culturales, lo cual no ha sido del todo desagradable. Es mi versión de un álbum de recortes fotográficos y es casi totalmente privado.
Me pierdo casi todos los días. He vivido en mi ciudad desde hace diez años y medio, y todavía me pierdo por las calles tanto si voy andando como en coche. Incluso me pierdo en el súper del barrio. Tengo que recorrer cada pasillo para observar cada producto, porque no puedo recordar dónde están. Recorro el paisaje urbano mientras intento recordar qué calles se cruzan con otras y memorizo el número de calles que hay entre las intersecciones.
Estos son solo algunas cuestiones que considero anecdóticas. No me interesan el ajedrez ni Hemingway. Mi teléfono tiene GPS. Me gusta vestirme como un extra de una serie de televisión de los años 70. El asunto más complicado radica en lo que la mayoría de la gente quiere saber: las relaciones.
No puedo sexualizar a ninguna persona mediante la fantasía. Ni siquiera puedo recordar qué aspecto tenían las mujeres que he visto desnudas en el pasado
Cuando era un más joven, oía decir que los hombres supuestamente pensaban en el sexo cada siete segundos, lo que me hizo sentirme avergonzado y lleno de dudas. No puedo sexualizar a ninguna persona mediante la fantasía. Ni siquiera puedo recordar qué aspecto tenían las mujeres que he visto desnudas en el pasado.
Puedo ver con objetividad que algunas de mis amigas son guapas y radiantes, pero cuando ellas o cualquier otra mujer pasan a mi lado no me parecen atractivas de la misma manera en que podrían parecerle a la mayoría de los hombres. “¿Es por eso que tantas mujeres atractivas te tienen como amigo?”, me pregunta abiertamente mi peluquero mientras me levanto de su silla. “Sí”, bromeo, en el momento en que dos mujeres jóvenes llegan para llevarme a almorzar.
“Hablando con tu ex, ¿eh?” me dice un amigo por mensaje de texto, después de que publicara un tuit sobre una conversación tonta con una exnovia con la que estuve cinco años. Para la gente, mi ex y yo no deberíamos estar “bien”, ni mucho menos seguir en contacto. Hay mucho equipaje que una persona puede llevar consigo de una relación pasada. Sin embargo, no puedo recordar los momentos en que me enamoré de ella cuando tenía 25 años, ni puedo recordar su cara cuando nos decíamos cosas hirientes. No puedo soñar despierto con nuestros últimos encuentros. Mi pasado está truncado. Todo se ha ido. Para la mitad de las personas que disfrutan analizando mi afantasía, eso es casi tan cercano al infierno como la idea del síndrome del enclaustramiento. Para la otra mitad, es una bendición.
No puedo soñar despierto con nuestros últimos encuentros. Mi pasado está truncado. Todo se ha ido
Supongo que, como todo, ser ciego de la mente es una cuestión de actitud. Hay momentos en los que sufro un completo aislamiento emocional y hay otros en los que siento que estoy experimentando la emoción del amor con mi esposa por primera vez. Estoy seguro de que hay millones de personas casadas que pagarían una fortuna por tener una píldora que proporcione esta experiencia.
Puede que no recuerde con precisión el día de mi boda, pero es una suerte para alguien como yo que mi día más feliz fuera también el más documentado.
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