Fotos de la comunidad más inaccesible del grafiti mundial

En cada capital Europea hay un grupo de gente que, noche tras noche, estudia las entradas a las cocheras de los metros. Los horarios de los seguratas. La disposición de las cámaras de seguridad y hasta dónde está la comisaría más cercana. Son los escritores de metro, una de las comunidades más inaccesibles y perseguidas del grafiti.

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Y Enrique Escandell, valenciano, fotógrafo y escritor de grafiti desde los 11 años ha querido documentar esta hermética escena no solo en España. Para ello ha recorrido las cocheras de metro y los finales de línea de ciudades como Atenas, Milán, Barcelona, París, Valencia, Amsterdam, Bruselas, Madrid, Roma o Berlín, buscando documentar esas noches en vela, esas incursiones en las criptas urbanas que, en más de una ocasión, acaban en detenciones, multas e incluso cárcel.

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El resultado es Subterráneos, un libro en el que se contraponen las imágenes de estos safaris suburbanos y la visión policial, documentada con capturas de cámaras de seguridad, multas o pruebas aportadas en juicios contra escritores.

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VICE: Qué hay, Enrique. ¿Cómo nace este proyecto, por qué decides retratar el movimiento de los escritores de metro en distintas partes del mundo?
Enrique:
Porque es parte de mi vida, probablemente soy fotógrafo un poco por eso. Los escritores que se cuelan en el metro hacen fotos cada dos días, y tienen que entender un poco de fotografía porque para llegar a ella, para llegar a fotografiar la pieza final en un vagón han sufrido mucho. Así que nada puede salir mal. Al final creo que este proyecto ha sido una forma de explicar toda la energía dedicada al graffiti. Ha sido como seguir pero cambiando la bolsa de pintura por una cámara.

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Eres escritor de grafiti desde hace mucho tiempo, desde que eras un crío, pero, ¿cómo hiciste para contactar con tanta gente que pintaba metros en tantas ciudades del mundo?
Hace años, antes de las redes sociales, cuando empezabas y viajabas a otra ciudad con un amigo y sin contactos lo primero que hacías era ir a comprar pintura y luego estudiar los finales de línea para intentar pintar en ellos. Si lo conseguías solía (y suele) haber sitios estratégicos para hacer foto de la pieza en circulación, y en estas estaciones podías encontrar otros escritores esperando para ver sus piezas.

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Otras veces encontrabas a alguien fichando una cochera, y entonces estaba claro que eran escritores de metro. Ellos, al verte las pintas, también lo sabían. Podías entablar conversación y normalmente acababas pintando con ellos, te daban casa, comida y luego hacías lo mismo cuando ellos venían a tu ciudad. Sigo teniendo buenos amigos de esa época a los que he seguido visitando para hacer el libro. Después de eso, si tengo un amigo en Milán y al tiempo voy a Roma, los más probable es que tenga amigos allí y pueda presentármelos. La red se va formando así, aunque ahora ese tema es más sencillo con Instagram y demás redes.

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¿Cuál es la diferencia entre un grafitero y un escritor, por qué os llamáis a vosotros mismos así?
Los grafiteros no existen. Al menos no es un término con el que se identifiquen. Esto es un debate mucho más complejo, pero se podría decir que el graffiti son letras y por lo tanto se escriben, lo que pasa es que parece que la herramienta es lo que socialmente define qué es. El pensamiento erróneo de que si se hace con spray, es graffiti. Lo mismo pasa con la palabra graffiti, que en español es grafiti pero deliberadamente la usamos con “ff” como forma de resistencia a la definición dada en la RAE. Hay dos autores que han escrito sendos textos en mi libro, Alberto Feás y Javier Abarca. Y ambos escriben graffiti, con dos -f, de forma muy consciente.

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¿Por qué el metro, por qué esa fijación de ciertos grupos de escritores por lo imposible? ¿Es una especie de juego de rol, algo que trasciende a la propia pieza, al resultado final?
Supongo que es herencia de las Tortugas Ninja, ¿qué niño no ha soñado con explorar las entrañas de la ciudad al ver los dibujos animados? Algo muy parecido a lo que narra Italo Calvino en El barón rampante, una especie de “subsociedad” al margen del mainstream con su propio espacio, arriba en la novela, abajo en el metro. Al principio, a finales de los 70 y principio de los 80, en Nueva York, la gente pintaba en el metro para que su pieza circulase por toda la ciudad, era un muro en movimiento. Luego esto llega a Europa.

Hoy en día casi ningún metro circula pintado, las medidas de seguridad son mucho más duras, sobre todo con la paranoia terrorista, y que no se vaya a ver, que no circulen pintados es lo que lo hace más interesante. Se da una mezcla de reminiscencia de lo que fue en origen y lo que ha tenido que ser en Europa: algo difícil para lo que hay que estudiar mucho, saber cómo entrar, conseguir saltar la valla, pasar sin que pite el sensor, sin que te vea la cámara… Yo siempre digo que pintar metros es como una especie de videojuego de pantallas pero en la vida real, y creo que eso explica gran parte de la adicción que genera.

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¿Cuál es la situación más jodida en la que te has visto envuelto por pintar vagones o por fotografiar cómo los pintaban?
Nos han disparado en Nápoles y en Buenos Aires también. Y lo de Buenos Aires eran perdigones, pero lo de Nápoles no. De todas formas, creo que donde más miedo he pasado ha sido pintando en un país que no puedo nombrar por si quiero volver y hubiera algún problema, pero que no tiene una democracia tal como la concebimos en Occidente. No sabía qué me podía pasar si me pillaban, así que fue muy tenso.

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Y, ¿qué respondes cuando te dicen que es vandalismo, que limpiar vagones de pintadas es un gasto que pagamos entre todos los contribuyentes?
Que tienen razón. Luego habría que ver quién lo dice: probablemente le esté pagando yo con mis impuestos alguna otra cosa, o no. Quizá cuesta más en sanidad su mala dieta y una vida sedentaria que los metros que se pintan. No lo sé. Lo ideal sería que no sucediese ninguna de las dos cosas. Otro aspecto a tener en cuenta es que este gasto, el de limpiar vagones, está penado por ley, mientras que otros muchos no.

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¿Merece la pena jugársela? ¿Cómo es la sensación de estar pintando un vagón de metro, con qué la compararías?
Imagina la típica película en la que se planea un gran robo y al final se llevan el cuadro o el diamante. Pues algo parecido.

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Aparte de pintar el vagón, como curro previo está el averiguar cómo colarse en las cocheras, el horario de los guardias… ¿cuál ha sido la labor más profunda de “investigación” en la que has participado, lo más loco que ha hecho alguien para pintar en el metro o en unas cocheras.
Le tengo especial cariño a una en el metro de Moscú en la que yo era el único extranjero, íbamos con sierras de sable, cizallas y muchas baterías. Estuvimos muchas horas dentro, bajando pisos, pasando puertas. Aquello no tenía fin, para mí era muy exótico todo. Túneles y habitaciones distintas a lo que había visto en otros países, era todo muy bonito, carteles soviéticos, puertas muy grandes, espacios con maquinarias, distintos niveles de túneles conectados… un mundo inmenso. Cuando llegamos a cierto punto, no consiguieron abrir la puerta, nos dimos la vuelta para salir por donde habíamos entrado pero nos estaban esperando arriba.

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Algunos se entregaron y otros volvimos a bajar hasta los túneles donde corríamos mientras oíamos a la policía perseguirnos. Acabé con un ruso en escondido en la parte de arriba de un ventilador gigante, esperando hasta que se hiciese de día y volviese a haber circulación en las vías, momento en el que sabes que ya no hay nadie buscándote. Corrimos entre hueco y hueco mientras no pasaban metros hasta que llegamos a una estación, salimos llenos de mierda y nos paró la policía (había policía en vez de seguridad). Hablaron con el ruso, así que yo no me enteraba de nada pero sabía que estaban muy enfadados. Al final no sé cómo lo hizo pero nos dejaron ir.

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Los escritores de metro, ¿sois gente normal? ¿Tenéis vida, familias y trabajos además de pasaros noches enteras en ventiladores gigantes en el metro de Moscú?
Hay de todo pero muchos sí. Los que llevan años tienen su “otra vida” hecha en paralelo que podríamos decir que es normal.

Puedes seguir a Enrique Escandell en Instagram y comprar aquí su libro ‘Subterráneos’.

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