Coronavirus

De 'carapolla' a héroe del pueblo: la increíble historia de José Luis Martínez Almeida

Inesperadamente José Luis Martínez Almeida se ha convertido en el alcalde de España.
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Imagen vía Instagram/@martinez_almeida_

Hay una teoría que llevaba tiempo sosteniendo: Almeida no existe, es en realidad José Mota disfrazado de Almeida todo el rato. Era una teoría extraña, lo sé, pero estaba basada en evidencias empíricas: lo de borrar el grafiti de ACAB en campaña, la explicación chusca que les dio a los niños ante esa falsa dicotomía de si salvaría antes Notre Dame o el Amazonas, su vídeo de los atascos, el balonazo aquel al chaval durante la inauguración de un campo de fútbol en Sanchinarro… Todo parecía apuntar a que, desde que en mayo de 2019 fuera elegido y por los siguientes cuatro años, en Madrid no tendríamos un alcalde. Tendríamos un meme.

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Horas después de su triunfo electoral, la capital de España amaneció llena de pegatinas y de pintadas, de grafitis en los trenes que decían "ALMEIDA CARAPOLLA", el sobrenombre con el que sus detractores convinieron en llamarle. También se crearon filtros de Instagram con su dentadura e infinidad de shitposting con él como protagonista. Pero lo más sangrante fue su apodo. Ese apodo. Carapolla. Su uso se extendió cuando la Policía multó a un ciudadano que lucía una de esas pegatinas descalificativas y, joder, era un mote gracioso, reconozcámoslo, pero era también extremadamente hiriente.

Ni siquiera su predecesora, Manuela Carmena, estaba conforme con él. En un acto público celebrado en Barcelona, una de las participantes llamó a Almeida por el apodo de marras y la exalcaldesa la llamó al orden, para terminar diciendo que "se apartaba de esas declaraciones" y que "le iba a dar un pescozón" como volviera a llamar así a José Luis.

Pero hace semanas que nadie llama carapolla a Almeida. Hay quien, incluso, como mis amigas carmeners en el grupo de WhatsApp, hablan de que "como siga así va a haber que votarle😳😳😳". Las razones: su buena gestión y su eficaz comunicación con los madrileños ante la crisis del coronavirus en la ciudad más afectada de nuestro país. Esta esta es la increíble historia de José Luis Martínez Almeida: de carapolla al alcalde de España.

Todo empezó el día 14 de marzo, que parece que fue hace dos años pero realmente fue hace tan solo quince días. Martínez Almeida decretaba el cierre total de parques y jardines ante las aglomeraciones de gente que se estaban produciendo. Aún no se había decretado el estado de alarma en España y seis días antes el gobierno había animado a hacer vida con normalidad.

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Lo que vino después ya lo sabemos: Sánchez anunciando que nuestros movimientos se deberían ver reducidos al mínimo, los provincianos residentes en Madrid huyendo a sus provincias, los madrileños con segundas residencias en el Levante huyendo a sus segundas residencias del Levante, la disculpa del Gobierno por no haber actuado más rápido y desoir a los expertos, lo del papel del culo en los supermercados, las acusaciones cruzadas de partidismo por parte de los partidos del Gobierno de coalición y los partidos de la oposición…

Y entre todos ellos, ahí estuvo José Luis, adelantándose a las directrices del Gobierno. José Luis pidiendo que paralizaran las obras en la capital, que "podían recuperar el tiempo perdido después" pero que "nosotros no teníamos tiempo que perder". José Luis declarando en sus entrevistas que no era el momento de juicios políticos. "Al margen de las opiniones y las decisiones que se han adoptado y de las que no se han adoptado, en este momento lo que prima es que paremos esta curva de contagios, que frenemos la pandemia. Posteriormente ya haremos un juicio de responsabilidades políticas", comentaba en una entrevista en El Español.

En ella decía, también, que en Madrid no daba tiempo a enterrar cada día a todos los que morían. Y gracias a la razón, que veces se impone, y a que el que más y el que menos es consciente que no debe ser fácil ser el alcalde de una ciudad en la que un pabellón de congresos municipal se ha tenido que convertir en tiempo récord en una UCI y una pista de hielo en una morgue, el espíritu conciliador de Almeida está siendo alabado incluso por los que no son de su signo político.

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"Lo está haciendo muy bien, se está ganando el respeto de la izquierda. Ha dejado de ser el alcalde macarra para ser el alcalde de todos. Es el ejemplo de cómo una crisis es una oportunidad política", decían fuentes del PSOE al Huffington Post en esta pieza titulada El alcalde inesperado. "Durante ocho o nueve meses, antes de la crisis, solo había gobernado para los suyos. Lo tenía clarísimo. No había otra voz en el gobierno municipal que fuera el malo. Él era el bueno, el malo, todo. Y tomaba medidas muy de derechas contra el medio ambiente, atacando directamente a los ecologistas. Era un alcalde muy poco institucional", añadían.

En el mismo artículo la portavoz de Más Madrid, Rita Maestre, explicaba que, ante la situación crítica que se está viviendo en la región desde hace semanas, "el Ayuntamiento se ha diferenciado de la Comunidad: el alcalde está siendo más respetuoso que Ayuso, cuya deslealtad, falta de rigor y mala gestión es grave y preocupante", pero añadía que "es un mérito leve, en todo caso: el deber de todo responsable político en una situación así es ser serio y responsable".

Pero, más allá de su gestión, de su eficacia y de que sea o no su deber -que lo es- gestionar la que nos está cayendo en Madrid, en la increíble historia del ave fénix Almeida hay otro factor: el de la comunicación. Y es que José Luis lleva semanas arengando a los madrileños desde su Twitter echando mano de lo que más nos gusta a los madrileños, se podría decir que de prácticamente lo único que tenemos: el costumbrismo.

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Cogiéndole el testigo a Concha Espina y a Valle Inclán, a Sabina, a Pereza, a todos los columnistas de contraportada de generalista y a todos los quinceañeros que vivimos en la periferia, que siempre le escribimos a Madrid como si fuera una especie de Macondo donde no llueven ranas pero qué bien se está en Comendadoras cuando es agosto y es de noche, Almeida ha dado en el clavo. Ha reconocido que es verdad lo que muchos piensan. Que en Madrid no tenemos nada del otro mundo -con perdón de El Prado-, que no tenemos playa ni monumentos excesivamente turísticos y ni siquiera tenemos un río majestuoso, pero tenemos algo mejor: la costumbre, la rutina. Esa cosa tan de pueblo de juntarse todos en las plazas en cuanto que sale el sol.

O de ir a llorarle al Atleti al bar de la esquina, que tiene la barra de metal y palillos y servilletas por el suelo, o al Wanda si hay suerte, como decía en una carta que le escribió al Marca durante estos días.

Almeida hablaba del Atleti y lo ponía en relación con su madre, de la que heredó lo de ser colchonero, pero también lo ponía en relación con todos nosotros, con los madrileños, que siempre lo somos de adopción, y con la que nos está cayendo. Igual no ha leído a Laclau, pero sabe de populismo y de cómo aplicarlo a la comunicación más que muchos que sí lo han hecho. Igual la clave estuvo siempre en bajar más al bar con barra de metal y servilletas en el suelo. La cuestión es que Almeida lleva ya más de dos semanas, las que dura el confinamiento, siendo un madrileño más.

Un madrileño más que se acuerda de la canción esa cursi de Pereza que escuchaba en Bachillerato y que habla de Madrid, un madrileño más que se acuerda también de los que nos recogen la basura -obviando la privatización y la precarización del gremio, eso sí, fomentadas por su partido-, un madrileño que está deseandito ir al Tempo de Debod a ver el atardecer (aunque él diga que va al amanecer) porque, como no tenemos playa, es lo que nos queda.

Un madrileño más al que le esperanza que en Madrid no pare de llover ni de hacer frío, a ver si así se aplana la curva, a ver si así salimos pronto de esta. Un madrileño más al que le ha tocado llevar la batuta de este Madrid que recuerda, cuando nos ponemos tremendistas, al del poema aquel de Dámaso Alonso, el de "la ciudad de más de un millón de cadáveres -según las últimas estadísticas-," pero que recordará mañana al de sus tuits, al Madrid de los madrileños que "habiendo Alhambra o Mahou, nos da igual todo". Esta es la increíble historia de José Luis. Y la razón por la que, desde hace semanas, ya nadie le llama carapolla.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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