Dinero

Vivir con tus padres durante la universidad es lo contrario al sueño universitario

Todo sigue más o menos igual que donde lo has dejado justo al acabar la selectividad.
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Ilustración por África Pitarch

Existe algo muy siniestro en el imaginario de nuestra sociedad, algo que se acentúa conforme nos acercamos a los 18. Ese algo es "la maravillosa experiencia universitaria" y nos intenta vender la universidad del mismo modo que nos vende el espíritu navideño y las romcoms adolescentes; como si fuera un cuento de hadas al que todos deberíamos aspirar.

Nos dicen que no solo se trata de ir a clase, sino que también haremos amigos para toda la vida, que cambiaremos un montón, que maduraremos, que disfrutaremos de esa ansiada independencia de la mayoría de edad, que no nos agobiaremos ni nos asfixiaremos con los trabajos porque estaremos estudiando lo que nos gusta, que saldremos cada día y hasta que follaremos más. Vamos, los putos mejores años de nuestra vida.

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La verdad es que un poco sí, pero mucho que no. No ir a la universidad no te priva de los mejores años de tu vida, ni hacerlo te regala una cesta de navidad de experiencias educo-etílico-festivas. En definitiva, es más humo que otra cosa.



Pero debo admitir que yo me lo quise creer. Me subí al tren de la fantasía educativa. Fui una de esas persona que tuvo la suerte de que sus padres pudieran permitirse llevar a la niña a la universidad. Y digo suerte porque recordemos que a día de hoy en España ir a la universidad sigue siendo un privilegio ya que las tasas universitarias han subido 12 veces más que los sueldos en estos últimos años. Y como yo, otros tantos cayeron.

Pero, unexpected, mi vida no se convirtió en una película plagada de atractivos universitarios vestidos de Urban Outfiters: ni viví en un piso enorme y luminoso de techos altos y suelos hidráulicos, ni tuve unas prácticas remuneradas en algún sitio de molar que me permitieron llevar el tren de vida de influencer que todos merecemos. En definitiva, todo siguió más o menos igual que donde la había dejado justo al acabar la selectividad.

Como la gran mayoría de gente que se ha criado en una ciudad con una gran oferta universitaria, acabé en una uni de mi misma área metropolitana. En un principio esto debería parecer una ventaja porque no había que desplazarse y además así me ahorraba toda la tralla de buscar el primer zulo de joven adulto.

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"Cuando no tienes ni un duro, ni una forma de ingresos mínimamente decente y tus padres no están para consentirte pijadas lo de exigir abandonar el nido roza el absurdo"

Aún así, esta experiencia de abandonar el nido forma parte del jodido sueño universitario. Y yo, obviamente, también quería abandonar el nido. Es más me merecía abandonar el nido. Pero la verdad es que cuando no tienes ni un duro, ni una forma de ingresos mínimamente decente y tus padres no están para consentirte pijadas —como pagarte un piso a dos manzanas de donde ya tienes tu maldita habitación— lo de exigir abandonar el nido roza el absurdo. Así que no. Ni mis colegas, ni mis bullies de confianza, ni yo, logramos dejar atrás nuestras queridas habitaciones de toda la vida con vistas a un patio interior.

Nos quedamos en casa, en nuestro barrio. No salimos de la ciudad. O lo que vendría a ser lo mismo: pasamos la universidad viviendo con nuestros padres.

Tus padres no dejarán de preparar la cena ni de incluir tu ropa en las lavadoras, no te librarás de poner el friegaplatos mientras sigues con ese trabajo mal pagado de entrenadora de un equipo infantil o de dependiente de fin de semana. Las dinámicas de adolescente se mantendrán en un extraño estatus quo en tu casa al mismo tiempo que tu quieres disfrutar de todas la movidas universitarias. El hecho de no poder permitirnos la independencia o ganar nuevas responsabilidades durante esta etapa hace que eso de madurar nos vaya un poco más lento, y al final la experiencia universitaria solo sea una prolongación amorfa del bachillerato.

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Pero la cosa está en que nos engañaron con tanta idealización. Nos hablaron de toda este descubrirnos a nosotros mismos. Pero cuesta bastante si lo tienes que hacer en la misma habitación con muebles a medida que tus padres y tú escogisteis cuando tenías 8 años. Como explica la psicóloga María Fornet, pensar en la realización personal y la felicidad cuando aún vives con tus padres es como preocuparse por cortarse las uñas teniendo un brazo roto . ¿Cómo pretenden que demos nuestros primeros pasos de adultos si no podemos ni desprendernos de las pegatinas de Pokemon que hay enganchadas en nuestras estanterías? No tenemos espacio-tiempo para ello.

“De una manera verbal dices querer ser independiente y autosuficiente pero tus actos siguen indicando dependencia”

Y luego toda esa presión por vivir al máximo esos mejores años. Tienes que salir, socializar, pillarte un pedo, follar con regularidad, estar siempre disponible pero a la vez llevarlo todo al día y saltarte clases e ir de empalme y todas esas locuras. ¡Somos jóvenes! ¡Ya descansaremos cuando estemos muertos! Pero haz el puto favor de decir por el grupo de "family:)" si vas a ir o no a cenar que luego te están esperando y, si se enfría, la verdura no vale una mierda.

Así que aceptas los dos roles: el de hijo dependiente de sus padres y el de joven adulto universitario. Como dice Fornet, “de una manera verbal dices querer ser independiente y autosuficiente pero tus actos siguen indicando dependencia”.

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De golpe te encuentras haciendo malabares para poder ser un hijo más o menos decente mientras que intentas seguirles el ritmo a tus amigos recién llegados del pueblo que lo flipan con todo.

Que bueno, por lo menos el haber caminado, bebido, ligado y sufrido resacas por esas mismas calles los últimos 18 años nos da un cierto nivel de conocimiento. Sabes dónde ir para impresionar a los de las provincias —tipo bares baratos y las discotecas no muy lamentables, hasta rincones instagrameables— y eso te hace un poco más respetable. O no, pero con algo nos tendremos que flipar antes de volver a ayudar a nuestras madres a doblar las sábanas un jueves por la tarde.

Y lo peor de todo es que no hay manera de desconectar. La gente que vive con sus padres en la ciudad ha de vivir si o si en la eterna dicotomía hijo/universitario. Mientras tanto, la gente que se ha mudado temporalmente disfrutar de apagar y encender cada una de estas personalidades. Os pongo un ejemplo.

¿Sabéis esa gente que se presenta a la última clase de la con su maletita y siempre sale 10 minutillos antes para no perder el tren? ¿Los que parecen a punto de sufrir un ataque cardíaco a cada golpe de manecilla del reloj? La misma que durante las semanas de entregas no les ves el pelo porque se han ido al pueblo a desconectar. Pues bien, esa gente se está preparando para desactivar su función de universitario y volver a ser hijo de. Se van a montar en el tren y no van a mirar atrás (por lo menos durante las próximas 48 horas).

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"Había días que se podía palpar la tensión en el ambiente de casa y no había tren que te librará de eso"

Van a dejar todo el agobio y estrés que le da la universidad y cuidar de sí mismos para entrar en el cálido vientre del hogar. Van a que sus padres les arropen y les den amor, probablemente en forma de tuppers. A que les hagan su comida favorita y les digan esa frase bendita de “tranquilo, no hace falta que hagas nada, debes estar muy agobiado con las clases”. El puto cielo. Y encima cuando vuelven legan relajaditos para montarse buena jarana en sus pisos compartidos.

No voy a negar que sentí mucha envidia durante esa época. Y no hablo de envidia sana. Digo envidia de la mala, de la de pensar "uff ojalá se te pare el tren porque están robando el cobre de las vías y te tengas que pasar dos horas encerrado esperando a que lo arreglen para llegar a casa cuando empieza un puente".

Porque las familias de ciudad no condensaban el amor para unos días concretos. Para nada. Si tu estabas agobiado por el trabajo de la uni y tú curro de mierda, imagina tus padres que hacían más horas que un reloj y habían ido a hacer la compra sin ti porque querías ir a hacerte unas birras con los colegas. Había días que se podía palpar la tensión en el ambiente y no había tren que te librará de eso.

Con suerte y tiempo aprendes a crear dinámicas con tus progenitores para que nadie acabe tirando al otro por la ventana. Asumir que tu hijo empieza a ser independiente pero te sigue gorroneando fuerte debe ser también complicado.

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Así que durante esta convivencia más o menos pacífica acabas perdiéndote perlitas de la juventud como poder poner tu la casa para el botellón, beber 6 días a la semana, traer a quien quieras cuando quieras —sí me refiero a poder follar con alguien sin que tengas que calcular a qué hora vuelve tu madre—, no tener que justificar a qué hora vas o vienes y poder pasar de ir a clase sin tener que dar ninguna explicación cuando ven que llevas 2 días seguidos sin quitarte el pijama. Vamos, esas cosas que se supone que se hacen en los locos años de la universidad para que luego resultes una persona adulta más o menos funcional.

"Por mucho que no viviéramos esas experiencias que se supone que te regala la uni, al final todos salimos más o menos igual de perdidos que los que alojaban en sus casas los afters de las primeras fiestas de la carrera"

Y oye, también nos salvamos de otras no tan divertidas. Porque admitámoslo, no entusiasma mucho tener que ir a hacer la compra en pleno diluvio porque lo llevas retrasando semana y media y solo te queda medio brick de leche y unas salchichas caducadas en la nevera. O lo jodido que es tener que lidiar con que tu propietario no te quiera arreglar la lavadora o tener que discutir con tus compañeros sobre quien ha sido el guarro que no ha recogido el potado de la noche anterior.

Pero como dice la misma Fornet, “la felicidad no es cuestión de sensaciones agradables. Trata de vivir de acuerdo con los valores que son importantes para ti. Y en ese momento la independencia que te otorgan estas pequeñas movidas, la realización personal que conlleva superarlos, son los valores según los que crees querer vivir”.

No tuvimos la necesidad de abandonar nuestro hogar así que nunca nadie lo vio como una prioridad. Aun así siempre nos quedará la espinilla clavada de no haber vivido a nuestra puta bola durante la universidad. Y por mucho que no tuviéramos ese espacio-tiempo que se supone que te regala la uni para una idónea maduración, al final todos salimos más o menos igual de perdidos que los que alojaban en sus casas los afters de las primeras fiestas de la carrera. Al fin y al cabo, de todo se sale, incluso de casa padres.

Sigue a Eva en @evasefe .

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