Cuando éramos adolescentes, mis amigos y yo pasábamos mucho tiempo en internet. Navegábamos sin un objetivo definido, sin usarlo nunca para nada útil. A veces, nuestros deseos colectivos pervertidos nos llevaron a aguas turbias en Google Images. Nunca olvidaré el día en que buscamos “Krokodil” allí.
Si hubiéramos estado familiarizados en ese momento con artistas como Sarah Sitkin o Felix Deac, podríamos haber ido a una galería de arte para satisfacer nuestra búsqueda de sensaciones vertiginosas y repugnantes. Tanto Sitkin como Deac se dedican a crear esculturas que son a la vez repulsivas y de excelente calidad. Actualmente, no son los únicos artistas que aprovechan la incomodidad en su práctica escultórica. Otro escultor que sigue esta misma tendencia es Matteo Ingrao, un hombre de 31 años que vive en Bruselas y quien desde finales de la década de 2010 ha estado haciendo algunas de las obras de arte más extrañas y desconcertantemente físicas que existen.
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La fisicalidad es fundamental para el arte de Ingrao y su trabajo está lleno de detalles corporales: todo son dientes, poros y venas. Recompone y reelabora el cuerpo humano, haciendo alteraciones de pesadilla en las partes que damos por sentadas, creando así rostros y formas que no podrían existir en la realidad.
Su proceso cambia según el medio con el que esté trabajando en ese momento. Con sus esculturas físicas y después de moldear las partes del cuerpo, Ingrao reúne diferentes elementos para evocar el mayor nivel de detalle posible. La “carne” de su trabajo está hecha de silicona, “la cual reproduce la suavidad de la piel de manera bastante realista”, como él mismo dice.
Al preguntarle a Ingrao por qué el cuerpo es un elemento tan frecuente en su trabajo, responde que todo es a causa de sus manos. “Me cautivaron las texturas y los colores de las manos. En general, me impresionan las arrugas, los pliegues, las huellas dactilares, todos esos hermosos detalles. De cerca, las manos pueden parecer paisajes áridos o mapas salpicados de ríos. Tenemos como un pequeño mundo en nosotros mismos”.
En cuanto a sus esculturas digitales, también parte de una base humana, pero le da mucha más importancia a aspectos como la posición, la expresión, la luz y el detalle del vello. De cualquier manera, “las esculturas son unidas pieza por pieza”, dice. “Realmente no tengo una forma final específica en mente”.
Trabajar dentro de marcos físicos y digitales le permite ser flexible acerca de cómo presenta su pieza final. Él cree, por ejemplo, que algunas de sus esculturas físicas no adquieren ningún significado ni encuentran su forma real hasta que no son captadas por la cámara.
Es por eso que, a diferencia de otros artistas que están más felices de trabajar en el circuito bastante cerrado de las galerías, los museos y los centros artísticos, Ingrao decide exponer principalmente en línea: piensa en internet como una especie de exposición permanente. Su distanciamiento de los circuitos del arte tradicional puede deberse también al hecho de que no tiene una formación formal en el campo: sus títulos son licenciatura en traducción y maestría en comunicación multilingüe.
A continuación, encontrarás una selección del trabajo maravillosamente extraño de Ingrao. Si tienes una predilección por la excentricidad escultórica puedes ver más de su obra en el Instagram del artista.