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Cada vez que digo que nunca haré algo, es como si el universo me lo mandara directo a la cara, por eso cuando vi que el tipo que conocí andaba en moto recordé las muchísimas veces que había dicho y me había dicho: “nunca en la vida voy a salir con un man que ande en moto”. En principio, eran mis estereotipos los que hablaban, luego era la rabia la que hablaba (claro, yo como conductora de carro odiaba a todas las motos que siempre se atravesaban por todos lados) y últimamente era mi cabeza calculadora y probabilística la que me hacía convencerme de que eso, desde ningún punto de vista, iba a ser una buena idea.
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Y digo esto último porque con solo ver que el año pasado la mitad de los muertos en accidentes de tránsito fueron personas que iban en moto: 3,418 de los 6,812 muertos (como 22 Transmilenios llenos, pero sin sobrecupo) y sin pensar si quiera en la cantidad de peatones que mueren atropellados por estos vehículos, al menos yo la pensé dos veces antes de ponerme el casco y subirme en esos 675 centímetros cúbicos de adrenalina y vulnerabilidad. Antes de ese momento investigué y vi que las personas que menos mueren en estos accidentes son los “patos”, también vi que se accidentan menos las motos de alto cilindraje (en parte porque suelen tener mejores equipamientos de seguridad) y además confiaba en la compasión que pudiera tener este man por mí en una primera cita, sin embargo, eso no quería decir que no pudiera ser una más de las 22.000 lesionadas y lesionados que terminan al año en un hospital, muchas veces con un pronóstico peor del esperado.
Sin embargo, confiaba en el piloto, un tipo que había recorrido Suramérica en moto y que además había corrido en el autódromo, eso me hizo volver a calcular probabilidades en mi cabeza y pensar que entonces la probabilidad de riesgo era menor de lo que podía creer. Sin embargo, la experiencia fue un cúmulo de emociones que iban del miedo a la euforia y de la alegría al pánico, pero, sobre todo, de una constante pregunta en mi cabeza: “¿qué hago yo trepada en esta moto?”.
Y es que las historias son fatídicas, cada día son más los conocidos, amigos o familiares que se han accidentado en una moto y esto pasa por varias cosas: primero, porque hasta el año pasado se tenían registradas en Colombia casi seis millones y medio de motos y su aumento es sistemático año a año; segundo, porque hay graves problemas con la infraestructura vial que los hace aún más vulnerables de lo que ya son; tercero, porque hay imprudencia de muchos lados, al final no son las motos estrellándose solas, (aunque sí hay un número importante de caídas, resbaladas y estrelladas contra objetos fijos) sino que en la mayoría de los casos está involucrado un vehículo particular, otra moto, una bicicleta, un bus de servicio público o tristemente un peatón; y cuarto, lo que sí podemos trabajar cada uno de los que montamos o conocemos a alguien que ande en moto: disminuir el altísimo incumplimiento de las normas de tránsito por parte de los motociclistas, que el año pasado dieron lugar a 349,693 comparendos, 43% más que en 2015 (pero imaginen todas las que no se registran).
Según el informe de la Agencia Nacional de Seguridad Vial las principales normas que incumplen los motociclistas cuando se ven involucrados en accidentes fatales son el exceso de velocidad (40,1%), no respetar las normas y señales de tránsito (28,9%) y conducir en estado de embriaguez (9,7%), y es curioso ver cómo todas estas razones junto con el hecho de que quienes más mueren en este tipo de accidentes son los hombres jóvenes, terminan describiendo lo que hemos llamado el problema de los “machos machitos”, un tipo de hombre que no solo existe en Colombia, sino que es bastante común en toda Latinoamérica. Y es que muchos de los problemas de convivencia de la vida diaria terminan teniendo de fondo este problema de representaciones de lo que significa ser hombre en una sociedad tan tradicional, en la cual comportamientos como consumir alcohol indiscriminadamente, meterse a “defender” a sus parejas y a sus amigos en peleas, celar a sus parejas porque “eso es amor” o andar en moto o carro a velocidades por fuera de la ley son los que hacen que algunos hombres se consideren bien machos, que se muestren como alguien sobresaliente dentro de su grupo de amigos e incluso puede ser lo que los haga más atractivos con algunos grupos de mujeres.
Pero el fenómeno del “macho machito” no es un tema solo de los hombres, y tal vez eso era lo que más pensaba después de esa cita, ya cuando estaba en mi casa dando gracias a la vida por no haber aparecido al otro día en el periódico como protagonista de una noticia terrorífica, y es que dentro de esa iconografía de lo que deben ser los hombres las mujeres tenemos un papel fundamental y es ayudar a empezar a entender que el que más toma no es el más macho, el que pelea por uno no es el más valiente, el que lo cela a uno no es el que más lo quiere y también, el que más acelera, zigzaguea y se salta las normas de tránsito no es el más vivo, es más, puede ser el que menos cerca esté —justamente— de seguir vivo.
Así que señoritas: al igual que yo, no dejen de treparse en esas motos, no dejen de sentir el viento en la cara cuando se va andando, no dejen de aprovechar para abrazar al conductor, pero eso sí dejen saber que ustedes no necesitan que las descresten, al menos no acelerando y pasando carros, porque al final al que ustedes quieren es al man que está montado en la moto, no al man que quiere mostrarse como un macho por andar sobre ella.
Para los que quieren saber el final de mi historia: el tipo fue un caballero en su forma de conducir, pero puse algunas reglas para volver a andar en moto, así que seguramente los paseos seguirán pasando y yo seguramente les seguiré contando…
*Directora del Observatorio de Cultura Ciudadana
**Fuentes usadas para escribir esta columna: Instituto Nacional de Medicina Legal, Agencia Nacional de Seguridad Vial y Sistema Integrado de información sobre multas y sanciones por infracciones de tránsito.