No es novedad que los alimentos orgánicos están de moda. El mercado orgánico de Estados Unidos ha crecido enloquecidamente en los últimos años y eso significa que los campos de Baja California, México, han trabajado a marchas forzadas.
El suelo fértil en la zona árida del brazo de México es ideal para la agricultura libre de pesticidas, por lo que la gran mayoría de los alimentos orgánicos que vende Estados Unidos son producidos en estos terrenos. Recientemente hice una visita a Baja California Sur con el fin de entender el fenómeno de la alimentación orgánica, tan sólido, sobre todo en la frontera.
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Vail Ross eligió Todos Santos, un pueblo en Baja California Sur, en el 85 para instalar la primera huerta orgánica en el estado y convertirse en el primer productor de albahaca del país. Entre el clima y los encantos del mar de Cortés, dejó sus plantaciones de Santa Bárbara, en los EEUU, y se enfocó en germinar en la Baja. Hoy, su empresa agricultora, Sueño Tropical cuenta con 100 hectáreas, 10 especies aromáticas y 10 verduras diferentes.
En Los Cabos, BCS, la mayoría de los letreros no tiene traducción al español. Los menús y las tarifas de hotel están expuestas en dólares y no es hasta que preguntas que te dan la conversión a pesos. Todos Santos es, probablemente, el pueblo mágico con el menor grado de mexicanidad en la República. El cuchicheo de fondo en los restaurantes, en las playas alrededor y otros lugares públicos está dominado por los «like, ummm», los «really?», y los «oh my God!». De pronto brota un «gracias» o un «por favor», pero casi siempre en acento anglosajón. La influencia norteamericana no solo ha permeado el idioma, sino las costumbres agrícolas.

Los estándares exigidos por Estados Unidos a los agricultores orgánicos mexicanos se rigen por el reglamento de certificación orgánica estadounidense, no por el mexicano. Los productores siguen procesos muy específicos para lograr los estándares de calidad y estética que requieren sus compradores, por lo general grandes supermercados como Whole Foods. En las tiendas mexicanas se quedan las frutas y las verduras que los gringos no quisieron: las piñas redondas, las sandías pequeñas, las calabazas deformes. No son igual de bonitas, pero sí igual de sabrosas.


Los chefs y los restauranteros han explotado este boom orgánico. Desde hace 10 años no dejan de brotar por todo el estado restaurantes seguidores del precepto implementado por Alice Waters en los 70: Farm-to-Table (de la granja a la mesa), es decir: que sirven los productos que fueron cultivados (o engordados) en la misma granja, a unos pasos de la mesa donde te sientas a comer.

Igual que Ross, dejó su vida en California para entrar al mercado orgánico en la Baja, pasó de ser gerente en un negocio de alimentos y bebidas a dueño de lo que él llama un «paraíso natural y gastronómico». En su restaurante-huerto también da clases de cocina, con especial énfasis en la tendencia agroecológica, organiza eventos culinarios y a veces monta un mercado de alimentos —orgánicos, claro—.


Pero no es broma. El amor hacia lo orgánico está derivando en una avalancha de autosustentabilidad y producción propia de alimentos. La fiebre es tal, que Emily tiene amigas que se levantan a las 4 de la mañana a hornear su propio pan.

No sabemos en qué derive esta fiebre. No sabemos cuánto durará, ni hasta dónde llegará. Sabemos que Baja California Sur es el reino de las delicias orgánicas de México, y que aunque la mayor parte de la producción sea exportada a Estados Unidos, es bueno para el crecimiento agrícola del país.
Estes artículo se publicó originalmente en mayo del 2016.
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