Artículo publicado por VICE México.
A raíz de la desaparición de varios estudiantes que sucedieron a partir de mediados de marzo en Jalisco, en Guadalajara se han llevado a cabo protestas, marchas y concentraciones. Con un saldo a nivel oficial de 3 mil 088 desaparecidos en Jalisco, según cifras que reporta el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, la gente sale a las calles para pedir al Gobierno que regrese con vida a los desaparecidos y que pare la ola de inseguridad.
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Entre estudiantes y manifestantes de todas las edades, muchas madres volvieron a salir a la calle con las fotos de sus familiares desaparecidos. Otras prefirieron no sumarse. Madres, hermanas, esposas que no dejan de buscar, con la esperanza de un día poder encontrar a sus queridos, para intentar cerrar el duelo, y que le regresen ese pedazo de corazón que le arrancaron sin saber por qué.
Cada manifestación para muchos familiares de desaparecidos es una nueva esperanza, una nueva oportunidad para levantar la voz y dar a conocer sus casos, pero también es volver a abrir una herida. Entre miedo y esperanza, con dolor y valentía, me contaron sus historias.
Thelma Lugo y Eugenia González
Prima y hermana de Joaquín Alejandro González Carabes, desaparecido el 16 de mayo de 2016 a la edad de 27 años, cuando iba rumbo a Ciudad Guzmán, en el Sur de Jalisco.
Salió de casa un sábado al medio día. Iba hacia Ciudad Guzmán a recoger un dinero y nunca más supimos de él. Se levantó un acta de desaparición en la Fiscalía y conectaron con fiscalía de Colima, pero ya no hubo respuesta. Desafortunadamente hay muchos desaparecidos, por eso nos unimos a la marcha, porque “no son tres, somos todxs”.
No hay palabras para describir esto, es algo que no se puede cerrar, vivimos con la esperanza, con un dolor abierto, papás, mamás, hermanos, hijos, amigos, todos. Todo mundo sufre una desaparición. Yo hablo desde la impotencia, ¿cómo sales de tu casa y ya no regresas?, ¿cómo no hay una respuesta?, ¿a dónde vamos a parar? Me acuerdo de la última llamada que sostuve con él, hablaba de todos sus sueños y sus planes y yo me pregunto: ¿dónde quedaron?, ¿en mano de quién?, ¿quién se atrevió a quitar esto? A nosotros, como familia, nos quitaron la paz y un pedacito de nuestro corazón.
La vida sigue, es verdad, es el día a día, pero nos falta algo, nos falta él. A veces platicamos de cómo cerrar este círculo y decimos que hay que tirar una corona al mar, pero ni siquiera nos atrevemos, porque sería como enterrarlo. A veces soñamos que va a volver y le preguntamos: “¿dónde estuviste?” Nuestra familia está lastimada, el subconsciente está lastimado. Ya habíamos dicho que no nos íbamos a sumar a una marcha, porque cada vez que lo hacemos es como cavar y volver abrir este dolor, pero ahora desaparecen estos chavos y tenemos que salir a la calle a señalar “ahí está el problema”, y levantar la voz como sociedad.
Rosaura Patricia Magaña Rivera
Madre de Carlos Eduardo Amador Magaña, desaparecido el 13 de junio 2017 en Tlaquepaque a la edad de 20 años.
Estaba en su trabajo cuando llegaron tres camionetas con sujetos armados, identificándose con gafete de la Fiscalía, porque supuestamente tenían una orden de cateo y sin más, levantaron a cuatro personas del área: un cliente al que estaban haciendo el servicio a su auto, un compañero de mi hijo que estaba de visita; a ellos dos los regresaron, hasta la fecha no han regresado a mi hijo ni al joven Juan de Dios González Gómez, que eran los que trabajaban en el taller. Ese mismo día, a las cinco de la tarde, se hizo la demanda en la Fiscalía y hasta la fecha no hemos tenido avances.
Es una desesperación, una inquietud, un coraje, son sentimientos encontrados que aunque lo explique, no van a entender, mis emociones, mi cuerpo, mi mente, cómo estamos viviendo. Mi hijo tenía 20 años y su compañero 30, una edad en que comienza la vida, en que comienza uno a disfrutar, a tener sueños, a luchar por alguien, a luchar por ti, por lo que quieres, por tus sueños. La Fiscalía no tiene esto en mente, somos las madres las que tenemos que investigar, se le proporcionó información, me dieron mucha confianza, uno es ingenuo y al principio cree que sí lo van a ayudar, que vamos por el camino correcto, pero al correr el tiempo ves que no hay nada.
Las demás madres te ayudan a calmar tu sentimiento, tu emoción, porque ves que ellas sí te van a entender, cómo tú lo estás sintiendo, porque vivimos el mismo dolor, te arrancan de tus brazos y de tu corazón a tu hijo, que es lo que uno tiene más preciado. Y claro que uno tiene miedo, pero la fuerza del amor es superior al miedo, porque si te quedas con el miedo en tu casa, no vas a hacer nada, porque te va a agarrar la depresión, la angustia, pensamientos que no debes de tener, porque te llegan los “hubieras”, pero no existen los “hubieras”. Entonces la asociación es un gran alivio, no hay mejor terapia que uno se pueda dar, porque si no estás bien no vas a poder salir a buscar a tu hijo.
Leticia Vázquez Camarena
Madre de Érika Berenice Cueto Vázquez, desaparecida el 12 de noviembre de 2014 en Puerto Vallarta, Jalisco, a la edad de 39 años.
Desde entonces no tenemos ninguna noticia de ella, estamos siempre exigiendo a las autoridades, llevándoles nosotros información, nosotros los familiares nos tenemos que convertir en abogados e investigadores. Todos los días hay desaparecidos en Jalisco, y Puerto Vallarta es una de las 12 regiones que están en rojo. Hay dos colectivos aquí en Guadalajara, pero allá no hay nada, mucha gente tiene miedo porque es una zona muy peligrosa, pero como es un puerto con mucho turismo, no se le quiere dar promoción para no alarmar a los turistas. Incluso nosotros estamos enterados que han desaparecido a muchos turistas, pero nadie dice nada.
Desde que Erika desapareció nos dedicamos a volantear, hemos estado constantemente trabajando, poniendo espectaculares, todo el tiempo estuvimos buscando por tres años y cinco meses. Fue un proceso muy duro, es algo que no le deseo a nadie, es un cambio total de toda la familia, no nada más de los padres, sino de las demás hermanas, la vida cambia por completo, ya nada es igual. Las navidades cambian por completo, las fiestas ya no son lo mismo, y pues día y noche estamos pensando qué hacer para encontrar a Erika. Nunca flaqueamos, hasta ahorita no, se cansa uno, pero ese deseo de encontrar a mi hija me motiva a salir adelante. Está uno muerto en vida, les digo yo que ya no vivimos, solamente estamos luchando para encontrar a nuestros desparecidos.
Nansi Cisneros Torres
Hermana de Francisco Javier Cisneros Torres, desaparecido el 19 de octubre de 2013 en Tala, Jalisco, a la edad de 30 años.
La noche de sábado en que Javi desapareció, o que lo desaparecieron, estaba en casa. Un vecino, que se hacía llamar amigo, fue quien lo sacó a la calle. Unos minutos después mi mamá escuchó balazos y a mi hermano gritando, salió corriendo porque él estaba pidiendo ayuda, ya estaba golpeado, sangrando y un comando de cuatro uniformados con armas largas lo estaban levantando. No traían las caras tapadas. Mi mamá les preguntó qué había hecho, que por qué estaban usando tanta violencia y les dijeron que su hijo era narco. Actualmente no sabemos quiénes eran, pensamos entonces que eran policías. No le tomaron la denuncia a mi mamá hasta el lunes, porque según le dijeron, la Fiscalía estaba cerrada por el fin de semana. Cuando fuimos a la fiscalía, la carpeta de mi hermano estaba registrada como El Javi, no por su nombre, y todas las demás igual, por apodos.
Lo primero que me dijo el policía investigador es que se lo habían llevado por bravucón, que andaba metido en algo. A mí me molestó porque el trabajo de un servidor público debe ser estricto y no emitir comentarios así. Desde entonces me ha tocado hacer el trabajo a mí sola: ir a fiscalías y al Servicio Médico Forense (SEMEFO) a ver fotografías. Cuando encontraron fosas, cada tres meses, cambiaban de policía investigador, era empezar de nuevo todo. Incluso una vez nos dieron un acta que decía que había desaparecido en otra fecha y en otro pueblo. Se me hizo ridículo que fueran esas personas encargadas de buscar a nuestros familiares. Ahí fue cuando me uní a las asociaciones.
Tala sigue con mucho miedo, después de las fosas que encontraron con restos y los campamentos de entrenamiento de sicarios, muchos familiares no sabían con quién hablar, yo entonces puse un mensaje en Tala Noticias diciéndoles que si necesitaban ayuda que me contactaran mí, y muchos lo hicieron. Mi amor a mi hermano es grande, yo sé que, si estuviera en sus zapatos, él me buscaría igual. A pesar de que en todo este tiempo me dijeron “posiblemente tu hermano está muerto”, está la posibilidad de que esté vivo, y que esté participando forzadamente en algo, existe esa esperanza. Cuando se rescataron las personas de los campamentos de los narcos o las fosas, lo primero que la gente quería saber era quiénes son y poder decir “es el mío, el mío está vivo o está muerto, pero es él”.
Consuelo Elizabeth Velázquez Aldama
Esposa de Rogelio Ruiz González, desaparecido el 23 de noviembre de 2015 en Zapopan a la edad de 47 años.
Una mañana cualquiera salió a trabajar. A las cuatro de la tarde le hablé por teléfono y escuché los gritos cuando lo levantaron. Me alcanzó a contestar, iba con otras dos personas, y hasta la fecha los tres están desaparecidos. Cuando vi eso y que no llegó a dormir, al día siguiente fui a poner la denuncia a la Fiscalía. Me dieron largas y nunca me tuvieron ningún resultado. De ahí no salía, era muy persistente, hasta la fecha me han cambiado de Ministerio Público y de policía investigador unas cuatro veces, el policía investigador no se movió como debía. Entonces me uní a un colectivo y me dieron apoyo. El proceso fue muy difícil porque empecé la búsqueda desde el momento en que él desapareció, con sus amigos, casa por casa, y he sido la única que hasta ahorita lo ha estado buscando, ninguno me ha apoyado, ni de mi familia ni de la de mi esposo. Hacemos búsquedas, ya sea en las cárceles, en SEMEFOs y en la Fiscalía, pero hasta la fecha no he tenido resultados ni avances.
Lo que me mantiene en esta búsqueda ahora es la esperanza de encontrarlo, como sea, y lo hago también por mis hijas, porque no nada más me desaparecieron a mi esposo, desaparecieron la infancia de mis dos hijas, desaparecieron mi hogar, desaparecieron absolutamente todo, mis sueños, me dejaron muerta en vida.
Carmen
Madre de Antonio Blancas, desaparecido el 17 de mayo de 2017, en Zapopan, a la edad de 23 años.
Era estudiante del Tecnológico de Zapopan y trabajaba de guardia de seguridad para mantener sus estudios, me daba para gastos y mantenía a sus hermanas. Él desapareció porque en el Facebook encontró un anuncio de trabajo, donde solicitaban guardias, custodios. Es el caso de Tala (donde a través de falsos anuncios reclutaban a jóvenes para secuestrarlos y adiestrarlos como sicarios para el narcotráfico). Mi hijo no aparece, no lo están buscando porque no se ha hecho tanto ruido como en otros casos, yo ya no pido por el mío, sino por todos los demás, porque todos los días desaparecen muchos. Yo no quería que él fuera a Tala. Ese día me dijo cabizbajo “cuídate”, que ya venían por él, no me dijo nada como que se sentía amenazado y en un minuto cambió todo: me fui a la tienda, y cuando regresé ya no estaba. Esto es tan horrible, hay muchas voces pidiendo ayuda, porque esto te puede pasar a ti o a cualquiera que esté aquí. Es algo como para volverse loco, de verdad. Mi hijo hacía una vida sana, ejercicio, sin vicios, generoso, con muchas aspiraciones, un día espero encontrarlo. Todo cambió, es horrible, ves a un muchacho tirado en la calle y piensas: es el mío.
Adela Mendoza Hernández
Madre de Aron Sánchez Mendoza, desaparecido el 12 de noviembre de 2017, en Guadalajara, a la edad de 25 años.
El día 12 estuvimos toda la tarde juntos. Se fue a su casa, a diez cuadras, y yo me confié en que había llegado. En la madrugada empezó a sonar el teléfono de la casa fuera de lo común, y cuando contesté, un fulano me dijo que era el comandante Marco, y que tenía que entregarle 35 mil pesos para que soltara a mí hijo porque lo habían agarrado con cristal y cocaína. Me amenazó con que no le avisara a nadie, y que saliera sola a darle el dinero, que mi casa estaba vigilada y me estaban esperando. Le dije que no lo tenía, pero nada, o que se lo diera o desaparecían a mi hijo y si salía alguien más, baleaban a la casa.
Junté 15 mil pesos, aunque sabía que mi hijo no hacía nada de eso. Me hablaron otra vez y me dijeron que le diera eso. Salí y se lo entregué a unos muchachos que llegaron en un coche. Me pasaron un celular para que le hablara al comandante. Le hablé y me dijo que ya había cumplido y que en la tarde lo liberaban. Salí a trabajar, vendo papas fritas en la calle, y hablé para saber si había llegado y cómo me lo habían dejado. A las tres me habló otra vez el comandante diciéndome que quería los otros 20 mil pesos. Le dije que él no tenía palabra, que no tenía el dinero, entonces dijo que lo iban a entregar a la Fiscalía. Era lo que tenían que hacer desde el principio. Al siguiente día fui a la Fiscalía a ver si estaba detenido y me dijeron que no, que hiciera una denuncia para secuestro. Di el número con el que me habían llamado. Los policías hablaron al fulano, contestó, dijo tres veces “bueno”, y ellos no hicieron nada, se quedaron mudos, como si fuera una señal. Y desde entonces, y hasta la fecha, el celular está apagado. Ya no supimos nada de él. Son muchas cosas las que piensas, vives con miedo.
Antes veía que pasaban estas cosas y no le tenía miedo, a veces mataban y luego tiraban cuerpos en el panteón cerca de donde vivo, destazados o medio enterrados, pero nunca pensé que a mi hijo le tocara, porque era un buen muchacho. Se va a la prepa mi otro hijo y ya no sé si va a regresar. Soy indígena otomí, de Querétaro, vendo en la calle y él era el mayor, me ayudaba a dorar la papa. Se juntó joven, mi nuera por miedo ya no sale, y dejó a dos hijos. La pequeña, de dos años, no puede vivir sin su papá. La ves hablando y te dice que está hablando con él. A lo mejor ya está muerto, porque la niña dice que lo ve.