Una caravana de 25 mujeres centroamericanas que buscan migrantes desaparecidos en México es organizada cada año por el Movimiento Migrante Mesoamericano, y recorre la ruta hacia el norte para recabar pistas de los que faltan. En los 14 años que llevan, han localizado a 301 personas en México.
Merza y Leticia, hija y madre, volvieron a verse en Tapachula después de 13 años de no hacerlo. Pasaron la noche hablando y al día siguiente no tenían sueño. El origen de la pérdida fue un secuestro:
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Merza fue secuestrada junto a las personas con las que cruzó la frontera entre México y Guatemala por la zona montañosa de Chiapas. Ella todavía no sabe por dónde estaba, pero sí sabe que escapó ante el descuido de su captor. Uno de los del grupo los desató a todos y se fueron.
Caminaron durante tiempo porque estaban retirados de la civilización. Cuando llegaron al primer pueblo que encontraron, Merza se quedó dónde volvieron a tratarla bien. Al poco tiempo quedó embarazada y hoy la acompaña su hijo mayor, de 13 años.
“Cuando veníamos por las montañas, yo le hablaba por teléfono a mi mamá pero cuando nos secuestraron perdí contacto. Yo me sabía de memoria el número pero cuando escapamos, le hablé y ya no caía la llamada”, relató Merza al grupo de periodistas que acompaña la Caravana de madres.
La encontró gracias a las redes sociales. Primero halló a su hijo mayor, aunque no sabía que era él: ella le habló a un muchacho hondureño con el mismo nombre que su hijo. Le dejó un mensaje que decía que ella también era de Honduras y buscaba a su familia. Cuando revisó los contactos del joven, encontró su propia foto —con 15 años menos— como avatar de uno de los amigos de su hijo. Era la cuenta de su madre.
“Yo buscaba a mis tías porque nunca pensé que mi madre tuviera face”, dijo Merza riéndose con su madre al lado. Leticia Martínez pudo entrar a México gracias al Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM) y a la Caravana de madres.
“No estaba previsto que Doña Leticia participara”, contó Ruben Figueroa, coordinador del MMM, pero agrega que al haber hallado el contacto, se unió y viajó a México.
Como Merza estaba indocumentada, a pesar de ser madre de dos niños mexicanos que le dan derecho a la residencia, no podía salir de México. En la bolsa de su madre viajaron sus partidas de nacimiento, para que ella pueda finalmente regresar y ver a sus hijos mayores.
Sara Meléndez, de Honduras, hizo lo mismo. Ella y su “viejo” —como llama a su esposo— viajaron varias veces a Tegucigalpa para sacar las partidas que su hijo necesita. Ahora, mientras viaja en una carretera chiapaneca, mira dulcemente la foto del hijo al que cada vez le falta menos tiempo y distancia para recuperar, y cuenta que los encontraron gracias a que un vecino escuchó en la radio Progreso que su hijo los buscaba y les avisó:
“La esposa de mi hijo llamó a la emisora. Nosotros fuimos y allí ellos nos dieron un papel para comunicarnos con Cofamipro”, el Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos de Progreso, al noroeste del departamento de Yoro, en Honduras.
“Lo vi ese día, me mostraron su foto en la computadora y sí, ´ese es mi hijo´, les dije. Qué contento estaba el viejo con su hijo”, contó Sara.
El tercer reencuentro fue gracias a Ruben Figueroa. Marta recurrió a Figueroa en Jaltenango, Chiapas, dónde vive hace una década. Marta es originaria de Nicaragua y migró cuando tenía 20 años; ahora tiene 50. Mientras estuvo en Guatemala, mantuvo contacto con Juliana, su madre y los dos hijos que le dejó a su cargo. Pero vivió situaciones de violencia con su pareja en ese entonces y se escapó con una amiga hacia México. Allí perdió el contacto con su madre, diez años atrás. Fue Figueroa el que halló a Juliana en su casa en Nicaragua y le llevó la noticia de que su hija la estaba buscando.
Cuando días más tarde, las madres se reúnan en la Ciudad de México con la autoridad encargada de la búsqueda (la Unidad de Investigación de Delitos para Personas Migrantes, a cargo de Javier Pérez Durón) esta tarea cobrará mayor dimensión.
Desde el 2016, la Unidad especializada que depende de la Procuraduría General de la República —y ahora también, de la nueva Fiscalía de búsqueda de personas desaparecidas— han recibido 150 denuncias de migrantes desaparecidos en México. Cualquiera de las organizaciones de madres que llegaron al país tiene registro de más casos.
Hasta el año pasado, para que el gobierno mexicano aceptara la denuncia las familias tenían que llegar a México a hacerla. Pero muy pocas tenían los recursos para ello o simplemente, era muy difícil que lograran la visa que se les exige a todos los centroamericanos para entrar al país.
Como respuesta a la presión ejercida por las madres que reclamaban por un mecanismo trasnacional de búsqueda, los consulados mexicanos en Guatemala, Honduras y El Salvador habilitaron el mecanismo de apoyo exterior (MAS) por medio del que ahora sí toman las denuncias. Cada tres meses, Pérez Durón —titular de la unidad— y su unidad visitan estos países para llevar los avances de las investigaciones. Sin embargo, las madres denuncian dilaciones en el seguimiento de las pistas y errores en los expedientes.
“El titular visita el país cada tres meses. Llegan con copias de los expedientes, con oficios que parecen el mismo, que mandaron a las fronteras preguntando si ahí pasó el migrante. Pero, ¿cómo una frontera va a pasar el aviso de que un migrante llegó, si se supone que van por puntos ciegos? Definitivamente no va a pasar a registrarse”.
COMO BUSCAN
Parte de la búsqueda implica ir siguiendo la ruta migrantes, buscar en las cárceles, en las zonas de tolerancia del trabajo sexual y en lugares de trabajo de centroamericanos, como las grandes quintas de frutales en Tapachula que emplean migrantes. El mecanismo que acostumbran es extender las fotos y pedir a la gente que las mire.
María Torres es una joven guatemalteca de 22 años, que viajó desde su aldea La Fortuna, en el municipio de Nentón, departamento de Huehuetenango, Guatemala, en busca de su hermano Juan Hernández Torres.
“Llegando a Phoenix, Arizona, llamó la última vez. Dijo que ya había cruzado, pero un señor lo vio dónde quedó él y nos dijo que lo sacaron bien golpeado. Entonces yo tengo la esperanza de que a lo mejor está vivo y que como lo golpearon, no sabe quién es”, contó María.
Es la primera vez que sale en búsqueda de su hermano, que tiene una década desaparecido. “No sólo vengo por él, sino que venimos por varios desaparecidos que sus mamás los andan buscando”.
María se emocionó durante la actividad en la chacra de frutales, porque reconoció que algunos de los trabajadores hablaban Chuj, San Mateo, su lengua madre, un derivado del maya que se habla en el altiplano occidental guatemalteco y en su zona vecina de Chiapas.
“Puse ahí las fotos y pregunté si no conocían mi hermano, entonces yo escuche que estaban hablando en mi dialecto. Me acerqué a ver de qué hablaban y me dijeron que venían de San Mateo Ixtatan, entonces yo me sentí muy contenta, emocionada de platicar con ellos, porque andaba yo con algo de tristeza, pero sentí que no ando sola aquí”.
Frontera Comalapa fue el segundo punto de la Caravana, luego de dejar atrás Tapachula. En la plaza central del pueblo, Filomena está nerviosa. Cuando estuvo en Comalapa el año anterior con la Caravana de madres, una persona reconoció la foto de su hija. Kenia Cristina Cruz Gómez tenía 18 años y 4 meses cuando salió de su pueblo en un pequeño municipio del departamento de San Miguel, al sureste de El Salvador, en mayo de 2016.
“La persona que me dio el dato aquí no sabía dónde perdí el contacto con ella. Yo siento que esa pista es real”, contó Mena, como la llaman.
Ella mantuvo comunicación con Kenia durante los 2,500 kilómetros que la niña recorrió desde su casa a la frontera estadounidense. Fue en McAllen, Texas, dónde la madre recibió el último contacto.
“´Ya pasamos el río bravo, mamá´ me dijo ella, ´ahora nos van a sacar a caminar para pasar una garita´. Sus primos llegaron pero ella quedó en el desierto. Yo sé que mi hija vive, que alguien la recogió y la tiene secuestrada. Ella no murió ahí”.
Doris Meza trae una playera que dice “Unión Nacional de Comités de familiares de migrantes desaparecidos de Honduras”. ¿Cuántos comités hay? , le pregunto, mientras Reyna Cruz, que coordina el de la Guadalupe, de la zona norte de Francisco Morazán, se une a la charla. Ahora hay cinco funcionando, pero eran más. El más antiguo y el más grande es el ya mencionado Cofamipro, de El Progreso, Yoro, que tiene 600 casos de desaparecidos. Uno de ellos es el de Marvin Leonel Meza Zavala, hermano de Doris, que tiene 30 años desaparecido, desde 10 de Octubre de 1988, en que se perdió su rastro en el desierto de Caborca, Sonora. Tiene varios primos desaparecidos en la misma zona.
Las mujeres hondureñas hablan de cómo la desaparición enferma a las familias, cómo de repente se les despierta diabetes o hipertensión, pierden la memoria o desarrollan enfermedades psicológicas. Hablan de las dificultades que tienen las familias para lograr que la autoridad les haga caso y cómo la organización les da la fuerza en la voz y en las acciones.
“En todas las oficinas, incluso las de derechos humanos, llega la familia y les dicen: ´váyase a otra parte´, o les dan números para llamar que no existen o donde nadie les contesta. Entonces buscamos hacerlo como comité, pero también es bien frustrante cuando no nos atienden, porque somos nosotras las que trabajamos con las familias”, contó Reyna.
Pero nada de lo que hacen es en vano, y eso se vio cuando llegaron a la Cumbre Mundial de madres de migrantes desaparecidos. La opinión fue unánime entre las mujeres llegadas de Senegal, Túnez o Argelia: querían saber cómo habían hecho las centroamericanas para organizar sus búsquedas, a pesar de la desidia institucional.
“Unificamos nuestro amor, dolor y lucha a todas las madres, familiares y aliados que buscan a sus seres queridos. Reivindicamos el papel indispensable de las madres indígenas, campesinas y urbanas, en la búsqueda de sus hijos y de la justicia”, escribieron juntas en el manifiesto que le dio nacimiento a una red mundial de madres de migrantes desaparecidos, como conclusión de la cumbre mundial.
“Hemos reemplazado nuestras lágrimas por la movilización y la esperanza, hasta encontrar a nuestros hijos e hijas. Nuestra lucha está sustentada por el amor inquebrantable, que intenta crear otro mundo en el cual se comparte con cariño y sembrando vida en lugar de muerte”.