Artículo publicado por VICE Colombia.
Hace cerca de tres años, y en medio de una borrachera, Daniel borró casete. Era Semana Santa y junto a tres amigos, dos hombres y una mujer, decidieron irse de vacaciones cuatro días a Villa de Leyva, a la casa de los papás de uno de ellos. Faltaban días para que varios de ellos entraran a su primer semestre en la Universidad de los Andes: cualquier pretexto para celebrar era válido. Mariana, la amiga que los acompañaba, llevaba cerca de tres meses saliendo con Daniel. Habían tenido algunos acercamientos sexuales, pero no habían tenido sexo como tal. Ella tenía 16 años en ese momento. Él, 17.
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Ese día, después de hacer planes turísticos entre todos, Daniel se emborrachó con sus amigos. Contagiados por el entusiasmo del territorio, tomaron Aguardiente Líder en el pueblo desde las nueve de la noche, y cuando el alcohol les empezó a opacar los sentidos, se fueron en un carro hacia la casa en la que se estaban quedando. En el carro, Daniel y Mariana se tocaban mutuamente, se besaban. Al llegar a la casa, Daniel no recuerda mucho: aún retiene la imagen de Mariana diciéndole que se pasara a su cama estando en el mismo cuarto, y luego la imagen de ella semidesnuda encima de él.
Mariana, por su parte, guarda el recuerdo de él preguntándole si quería que lo hicieran, y ella aceptando. También recuerda la sangre correr por su entrepierna, mientras Daniel le preguntaba si le estaba doliendo. Ella asegura que los dos fueron al baño para comprobar si, efectivamente, estaba sangrando: era su primera vez. Luego, Mariana asegura que se quedaron dormidos hablando sobre literatura que ambos habían leído.
Daniel dice que no se acuerda de casi nada de eso. “Al otro día me desperté con mucho guayabo”, es de las pocas cosas que recuerda. Poco a poco, este estudiante de tercer semestre fue armando pedazos minúsculos de aquella noche. Por ejemplo, que ese polvo había sido la primera relación sexual de Mariana. “Ella me dijo al día siguiente que habíamos tirado, pero para mí todo eran lagunas”, confiesa.
Daniel ahora tiene 20 años y es estudiante de Artes en la Universidad de los Andes. Accedió a contarnos esta historia que, hoy en día, ambas partes consideran de presunto abuso porque siente que puede ser común para otros hombres el relacionar estos episodios con relaciones de una noche. Así lo recordaba él al otro día: como un polvo. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo, se dio cuenta de que lo sucedido estaba lleno de zonas grises que limitaban con el consentimiento y los estereotipos de género que hacen pensar que a los hombres no los abusan, y si los abusan estos no deben decir nada, sino aprovechar. Además, esto le sucedió hace más de tres años, cuando todavía estaba en su tránsito del colegio a la universidad y no tenía contacto o conocimiento sobre temas de género. Hoy su aprendizaje sobre el tema está cubierto en gran parte por un colectivo de género de su misma universidad.
“Sé que si hubiera pasado al revés, es decir, si yo hubiera estado más consciente y ella no, yo podría estar en la cárcel sin problema”.
El grupo al que Daniel se refiere ha centrado su trabajo en señalar y cuestionar la naturalización de la violencia sexual en las aulas de clase. A través de campañas en redes sociales basadas en testimonios de estudiantes acosados y de actividades pedagógicas que delimitan y conceptualizan el terreno del acoso, este colectivo tiene como objetivo que quienes hacen parte de él puedan enseñarle a otras y otros estudiantes herramientas relacionadas con las desigualdades de género. Los diferentes tipos de violencia sexual universitaria son un ejemplo de esto último.
“Yo soy amigo de unas chicas de este colectivo y gracias a su amistad me di cuenta de que lo que pasó esa noche había sido abuso”, explica Daniel. 2Tanto Mariana como yo pensábamos que habíamos tirado borrachos y ya. Y yo me eché durante mucho tiempo la culpa porque como era su primera vez, me sentí responsable”.
Pero hace relativamente poco, y con el conocimiento aprendido, Daniel empezó a cambiar su propia narrativa de lo sucedido y sintió que no debía sentirse más culpable. “No estaba bien que la pusiera a ella de víctima y no pensara en lo que pasó: yo estaba inconsciente cuando tiramos. Sé que si hubiera pasado al revés, es decir, si yo hubiera estado más consciente y ella no, yo podría estar en la cárcel sin problema”, sentencia.
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Hace seis meses Mariana se unió a este mismo colectivo. Siempre había querido hacer parte de un colectivo feminista, por lo que aplicó a la convocatoria de entrada para luego ser aceptada.
“En el proceso de selección nos hicieron unas entrevistas que tenían como objetivo conocer qué tanto sabíamos sobre temas de género”, explica. Las pruebas del colectivo, liderado por una profesora, indagan por los temas de interés de las estudiantes (solo se admiten mujeres en el colectivo) y sus escritoras feministas preferidas. “Ese mismo día me mandaron un correo diciéndome que había pasado. Se presentaron más o menos seis o siete personas y entramos cuatro chicas nuevas”, afirma Mariana.
Cada inicio de semestre, las estudiantes hacen una charla general sobre los temas que les gustaría tratar y los eventos que les gustaría hacer, sin ninguna metodología específica para llevarlos a cabo. Los temas surgen, según Mariana, por inquietudes personales o preocupaciones que se dan de formas muy orgánicas.
“Me he dado cuenta de muchas prácticas que he normalizado en mi día a día que son reproducciones de actividades machistas y en las que vale la pena ahondar, reflexionar y por último, cambiar”, admite Mariana. “Y claro, he aprendido sobre los elementos que conforman un caso de abuso sexual, que muchas veces van mucho más allá de lo evidente”.
La conversación
Tres meses después de entrar a este colectivo, nos contó Daniel, Mariana y él hablaron abiertamente de esa noche. Él le confesó que por mucho tiempo se había sentido mal consigo mismo y con ella porque su primera vez, suponía él, debía ser un “momento especial”. Daniel finalmente llegó a la conclusión de que algo no estaba bien con esa noche.
“Durante la conversación, ella me dijo que siendo activista no entendía cómo había hecho eso, que sabía que había estado muy mal”, recuerda Daniel. Mariana fue clara con él, diciéndole que, para ella, nadie debería hacer nada estando tomado: ‘Ni siquiera besarse. Uno se puede querer mucho y ser muy amigo del otro, pero cuando está tomado no toma las mismas decisiones que cuando se está sobrio’, recuerda Daniel que le dijo Mariana.
¿Será que sin cambiar nada de la ecuación, e invirtiendo los papeles de Mariana y Daniel en esta historia, la narrativa y la visión de esta serían diferentes?
Ella, por su lado, admite que ambos estuvieron de acuerdo en que lo que había pasado era muy grave, al punto de que se cuestionara su propio lugar dentro del colectivo al que había ingresado. “Cuando hablamos, Daniel me dijo que había estado en un estado de intoxicación mucho mayor al mío y que, por lo tanto, no estaba consciente de lo que estaba pasando, mientras que yo sí”. Luego de lo aprendido, Mariana reconoce que, de cierta forma, ella estuvo en una posición de poder sobre Daniel esa noche. “Tuve más capacidad de tomar decisiones y estuve más lúcida viendo la situación”, confiesa.
“En ningún momento usamos la palabra violación. Yo la evité por completo”, cuenta Daniel. “Se me hacía muy densa en el momento porque pensé que eso era acusarla de algo muy grave. Ella solo me pedía perdón, y de repente, se puso a llorar y muy triste me dijo: ‘¡Marica, yo te violé, yo te violé!’”.
Zonas grises
Desde esa conversación, Mariana admite que se ha debatido internamente si hubo abuso o no. Para ella hay dos factores principales en la historia: los hechos en sí y el contexto.
Por una parte, siento que definitivamente es una situación de abuso”, afirma. “Si tú estás con una persona y esa persona está mucho más tomada que tú, así ambos tomen decisiones ‘conscientes’ debes saber que tú tienes más poder que la otra persona porque tienes más control. No hay una relación horizontal. No lo voy a negar”. Por otro lado, Mariana es consciente de lo mucho que quiere a Daniel. “En ese momento no estaba pensando en hacerle daño”, asegura. “Es lo que menos he querido hacer, él es una de las personas más importantes de mi vida. Yo pensaba que estaba actuando desde el cariño, el aprecio mutuo. Nunca sentí que mis acciones vinieran desde un lugar negativo”.
¿Será que sin cambiar nada de la ecuación, e invirtiendo los papeles de Mariana y Daniel en esta historia, la narrativa y la visión de esta serían diferentes? ¿Será que, a pesar de que sucede en una mucha menor cuantía, cuesta todavía reconocer la violencia sexual contra los hombres cuando sucede en situaciones que ya están identificadas para cuando pasa con las mujeres?
Para Cindy Jeanet Caro, integrante del Observatorio de Asuntos de Género y Maestra en Estudios de Género de la Universidad Nacional, hablar del acoso sexual en hombres implica una visión muy sesgada del panorama. “Claramente hay una estructura de género que desfavorece a las mujeres en el sentido en que somos víctimas de mayor violencia en razón de ser mujeres”, explica. “A veces esas visiones maniqueas invisibilizan la estructura jerárquica en la que estamos. Hay hombres violentados, claro, hay hombres humillados, sí, por supuesto, pero hay que verlo en su justa proporción”.
¿Si Mariana estaba más consciente que Daniel en ese momento pero es mujer, una población histórica y estructuralmente oprimida por la sociedad en razón de su género, el abuso sigue siendo el mismo?
“Cuando escuché la palabra ‘violación’, yo pensé: ‘marica, técnicamente, sí’. No tengo que buscarle ‘peros’”, confiesa Daniel. “Si a una amiga mía le hicieran algo así, yo estaría completamente del lado de ella, y le creería totalmente. Lo hemos venido hablando, pero es muy difícil aceptar que alguien que te quiere te violó”, nos dijo Daniel.
La posición de Nicolás Duarte Almonacid, un psicólogo de la Universidad del Rosario, y la Universidad de Bologna, vinculado actualmente a un programa de prevención de violencia juvenil en la Secretaría de Seguridad, Convivencia y Justicia, sin embargo deja ver otras dimensiones de la discusión.
Para él, los movimientos feministas han venido cambiando para “convocar a las nuevas masculinidades, minorías o personas que se encuentran en la frontera del status quo, y es difícil para cualquiera hablar de este tema, pero en especial para los hombres”. Para él, los hombres han aprendido a “defender lo vulnerable y amurallarlo, limitando cualquier expresión emocional”, explica. “Los movimientos de #MeToo o de #TimesUp ayudaron; el maltrato a las mujeres se hizo cada vez más visible. Ellas empezaron a hablar, a identificar la violencia y a pensar en ella. Pero los hombres (víctimas de abuso sexual) siguen del otro lado de la orilla, viendo cómo ocurre eso. No saben hablar del tema”.
¿Si Mariana estaba más consciente que Daniel en ese momento pero es mujer, una población histórica y estructuralmente oprimida por la sociedad en razón de su género, el abuso sigue siendo el mismo?
Para Nancy Prada, filósofa de la Universidad Nacional de Colombia y Mágister en Género, Identidad y Ciudadanía de la Universidad de Cádiz, este caso en particular está enmarcado dentro de un terreno escabroso, y la respuesta a si este episodio denota violencia de género no es tan sencilla. “Al consentimiento hay que leerlo a la luz de las relaciones de poder; cuando hay dos jóvenes este tema debe verse a la luz de la jerarquía social que existe entre hombres y mujeres”, explica Prada. “Yo creo que en este caso, si los dos están tomados, el muchacho está borracho, casi inconsciente y le pregunta a ella ‘¿tú quieres?’, ella le dice que sí, lo hacen, y luego el análisis es que hay abuso, entonces hay una lectura equivocada. No hay una relación de poder de por medio. Sería distinto si hubiera ocurrido a la inversa por el papel que ocupan hombres y mujeres en la sociedad”.
Para la filósofa este tipo de violencia se configura por sus causas. Para ella, un ejemplo de esto es que cuando golpean a un hombre no necesariamente hay violencia de género. “Podría haberla, sí, pero habría que ver si las razones de la violencia obedecen al género de la persona. Así es cómo se determina si hay violencia de género: por sus propias causas”.
Masculinidades frágiles
Al preguntarle a Mariana si creía que el caso hubiera sido diferente al invertir su papel con el de Daniel, ella afirma que sí.
“Claro. El tema del abuso sexual a los hombres es un tema que sigue siendo un tabú muy grande. La gente no sabe cómo reaccionar al respecto, mientras que con las mujeres ya hay unas pautas sociales que indican cómo deben hacerlo”, afirma ella. “Yo personalmente no he hablado de este tema con mucha gente, pero con quienes lo he conversado no conciben que el hombre también sea víctima de abuso”.
Nicolás Duarte cree que la primera dificultad a la que se enfrentan los hombres es la falta de espacios y redes de apoyo para expresar su incomodidad: “Con sus amigos no tienden a hablar de lo que sienten o de sus vulnerabilidades, por el contrario, intentan sobresalir, mostrar sus fortalezas y buscar admiración”, explica. “El tema es que hay dolores que son más válidos o aceptables por la cultura. Y ahí va otra dificultad y es qué tan dispuesto está el hombre de aceptar esto como una herida”.
“Después de esa noche en Villa de Leyva, yo les conté a mis amigos cercanos todo lo que había pasado y solo me decían riéndose como: ‘Uy, te hicieron la vaca muerta’”, recuerda Daniel. “Nunca he sentido que haya un espacio para ahondar sobre temas de género para nosotros, los hombres. Y no es que yo haya sentido la necesidad de tenerlo, pero después de que lo pensé me di cuenta que no existía en absoluto hasta el punto que ni siquiera se me ocurrió”.
La falta de denuncia
“Una amiga del colectivo me dijo que nunca había llegado un chico a denunciar acoso o abuso. Yo tampoco denuncié”, responde Daniel ante la pregunta de por qué decidió no denunciar lo sucedido. “No me hubieran tomado en serio y se hubieran burlado. Creo que hay miedo de que si hablas, te van a joder”, dijo Daniel.
El abogado penalista experto en delitos sexuales, Julio César Mora, concuerda con Daniel en que no es común hablar de delitos sexuales con hombres mayores de edad o menores de 14 años; en sus X ha trabajado con casos que, en su mayoría, han sido de mujeres o precisamente jóvenes por debajo de los 14 años.
“El hecho de que una persona acceda a salir con otra persona y acepte compartir unas bebidas embriagantes no lo convalida a accederlo o a quebrantar su voluntad. Y eso es lo que se castiga”.
El artículo 212 del Código Penal es el que se refiere al acceso carnal en Colombia, el cual se entiende como “la penetración del miembro viril por vía anal, vaginal u oral, así como la penetración vaginal o anal de cualquier otra parte del cuerpo humano u otro objeto”. Según este código, entonces, el caso específico de Mariana y Daniel no representaría acceso carnal violento, pues no hubo una penetración forzada de ninguna de las partes.
Sin embargo, Mora explica que lo sucedido esa noche debería ser analizado con los artículos que tratan sobre la libertad de integración y formación sexual. “El artículo 207 nos habla del acceso carnal o acto sexual con persona puesta en incapacidad de resistir”, explica el abogado. “La incapacidad de resistir tiene unas condiciones penales y este artículo determina que pueden ser sustancias embriagantes, alucinógenos o algún medicamento que bloquee la capacidad de la voluntad de la persona para consentir o no el acto”.
La regla general, según Mora, es que las relaciones sexuales deben ser consentidas a través del consentimiento de la voluntad de la persona. “El hecho de que una persona acceda a salir con otra persona y acepte compartir unas bebidas embriagantes no lo convalida a accederlo o a quebrantar su voluntad. Y eso es lo que se castiga”.
La situación fáctica es lo difícil de corroborar, asegura Mora. “Hay que analizar la situación para buscar la solución jurídica, es decir que los hechos que relata la víctima encajen efectivamente en un comportamiento prohibido por el legislador que se encuentra en el Código Penal”. Para el abogado, eso es lo más difícil de los delitos sexuales: probar la incapacidad de resistir. “Ahí es donde viene todo un debate probatorio de la Fiscalía y la defensa, y también puede participar el representante judicial de la víctima buscando evidencias o material probatorio para demostrar o fortalecer la versión de la persona”.
Cindy Caro, quien desde el Observatorio de Asuntos de Género de la Universidad Nacional está al tanto de las denuncias estudiantiles por acoso dentro de esta institución, explica que la falta de denuncia por parte de los hombres estudiantes se debe a la misma problemática de género en las instituciones educativas. “A los hombres los catalogan de estúpidos al denunciar que están siendo acosados”, afirma. “Además la creencia de que se supone que ‘eso es rico’, o una situación que deberían aprovechar, convierte este tema en un análisis de género bien complejo”.
Paralelamente, desde la psicología, Duarte complejiza la discusión, afirmando que “los mismos hombres se burlan de las emociones de otros hombres. Así, vulneran su capacidad de expresar y ponen en duda su sexualidad”. Nicolás está seguro de que en la sociedad colombiana todavía estamos “muy crudos” para hablar de acoso o abuso sexual a hombres. “Colombia es profundamente machista. El silencio es más seguro y aún existe la creencia, no solo en este tema, de que las heridas que no se ven, no duelen”.
Daniel, quien afirma siempre haber estado metido en causas activistas, rodearse de un ambiente progresista, y ser bisexual, siente que puede hablar con tranquilidad de estos temas. Y lo más importante: siente que puede reflexionarlos. Sin embargo, reconoce, si no ocupara todas estas categorías sociales, no sabría cuál habría sido su reflexión luego de esa noche.
¿Acoso o negación del placer?
Después de tres años, Daniel y Mariana están de acuerdo en que esa noche fue la alarma que les indicó que tenían que alejarse y tomar un descanso de la relación que tenían para ver las cosas desde afuera y evaluar comportamientos que tal vez nunca habían estado bien y que ambos habían normalizado. “Daniel y yo estamos muy metidos ahora en temas de género y feminismo”, cuenta Mariana. “Cuando uno se pone en la tarea de escuchar a la gente que ha estudiado más el género y que ha leído más, empieza a mirar sus propias experiencias de una forma crítica”, afirma.
Y esta reflexión ha implicado culpa, y otras dificultades. “Constantemente me arrepiento de haberle hecho daño a Daniel”, reconoce Mariana. “Antes de aprender del tema, yo decía ‘esto es imperdonable’’ Y cuando lo entendí yo solo pensaba, ‘¿cómo voy a hacer que Daniel me perdone si esto es algo que bajo los discursos feministas más tradicionales no se puede perdonar?’”.
“Esta sensación del mundo que apuesta por la negación de las libertades individuales, de los placeres, la sexualidad y el cuerpo, se está configurando en una alianza perversa entre movimientos sociales feministas y salas de derecha que niegan al cuerpo y los placeres”.
Mariana habló con una integrante del colectivo que la convenció de quedarse y aprender más sobre acoso, resaltando que ‘todos somos personas en construcción’. “Me dijo que con tal de que estuviera dispuesta a aprender y a tratar de mejorar en mi misma todos los días, era muy bienvenida al grupo. Y tenía razón, he aprendido mucho”, reconoce la estudiante.
Sin embargo, para la filósofa y maestra en género, Nancy Prada, este caso le hace preguntarse hasta qué punto una historia como esta tiene que ver con acoso y hasta qué otro con la negación del cuerpo y su placer. “Si ambos asintieron, no hay una relación de poder de por medio”, afirma Prada. “Sería distinto si hubiera ocurrido a la inversa por le papel que ocupan hombres y mujeres en la sociedad”.
La filósofa no entiende la conclusión mutua que tanto Daniel como Mariana sacaron de esa noche. “¿Desde qué línea argumental de los estudios de género están afirmando tal cosa? ¿Él se había tomado cinco cervezas y ella tres? ¿Cómo se mide que ella esté menos consciente que él?”, pregunta Prada.
Según ella, si ese es el rasero con el que se mide el consentimiento, este nunca sería posible en una relación sexual. “Siempre va a haber un perturbador del consentimiento”, explica Prada. “Siento que esta sensación del mundo que apuesta por la negación de las libertades individuales, de los placeres, la sexualidad y el cuerpo, se está configurando en una alianza perversa entre movimientos sociales feministas y salas de derecha que niegan al cuerpo y los placeres”. Para ella esa argumentación, llevada al extremo, nos llevaría a decir que toda relación sexual es una violación. “Eso ya pasó en los setenta en Estados Unidos. Y es nefasto porque es negar la sexualidad en sí misma”.
Mariana, por su parte, afirma que la cultura popular ha normalizado específicamente este tipo de abuso cuando el trago está presente: “Hay una noción de que si dos personas están tomadas, entonces van a tomar decisiones que no tomarían sobrios, y estas además van a ser las mejores decisiones de sus vidas”, alega.
El consenso, en su caso, va mucho más allá de que la persona diga ‘sí’. “Puede que esta no esté en un estado emocional adecuado para tomar decisiones, o puede que esté tomada. Es muy cultural pensar que tomar es un sinónimo de relajarse y pasarla chévere. La verdad es que la persona puede disfrutar y estar feliz conscientemente”, agrega.
Al preguntarle por su estado emocional después de lo sucedido, Mariana responde que la terapia le ha ayudado a lidiar con la sensación que le produjo sentir que le estaba haciendo daño a alguien importante. A pesar de saber que Daniel ya la perdonó, Mariana piensa que lo que hizo no estuvo bien y que son cosas que, mientras ella esté consciente, no se van a volver a repetir jamás en su vida.
*VICE cambió los nombres de los protagonistas de esta historia para proteger su identidad.