Este artículo se publicó originalmente en Noisey Reino Unido. Léelo en inglés.
Es de madrugada, la lluvia golpea la ventana: no puedo dormir. Una taza a mi lado reboza con ceniza de cigarro; un sentimiento de tedio infinito; he pasado horas en inercia contemplativa. YouTube me recomienda videos: paso, paso, paso, paso. Luego, como si los dioses del algoritmo se manifestaran en su infinita misericordia, apareció una melodía: “Plastic Love” (escúchala arriba), de la estrella japonesa de pop Mariya Takeuchi, un inmaculado ejercicio de disco ochentero, construido de tal manera que parece gasolina para sinapsis.
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“Plastic Love” es el tipo de canción que, cuando la escuchas por primera vez, como fue mi caso hace unos meses, parece que siempre ha estado allí, marinándose en algún lugar de tu corteza cerebral o latente como recuerdo del útero materno. Esta canción es el río de tu vida, y estás en ella, como si estuvieras sentado en el distrito tokiota de Kabukicho, desconsolado y con el corazón partido, pero también lubricando un apasionado sentido de misterio y aventura, sediento de estímulos y cerveza Asahi. Como dice un comentario en el video de YouTube: “Esta [canción] me da feels de algo que no sucedió nunca”; como si “Plastic Love” fuera una entrada en el diario de una vida pasada.
Hay un hechizo particular en las canciones que actúan como avisos efectistas, que llevan al oyente a un lugar que recuerdan o que nunca visitaron. Por ejemplo, “Personality Crisis” de los New York Dolls (una ventana anfetaminosa a la decadencia de los años 70 en Nueva York); o “Boys of Summer” de Don Henley (para ataviarse con los shorts más cortos bajo la luz más dorada del sol). Con “Plastic Love” de Takeuchi, somos una paloma herida, una sombra oculta en un paisaje de rascacielos:
“Con un beso súbito o una mirada ardiente
No estropees mis programas de amor
Tecleé saludos y despedidas tan cuidadosamente
Todo llega a su fin a su debido tiempo”.
Esta es la traducción del primer verso de la canción. Letras crudas pero exóticas, con imágenes de lujuria y el conflicto siempre presente de la angustia provocada por el desamor pasado. “¡No te preocupes!”, canta Takeuchi, mientras habla sobre “vivir como vampiros mientras desperdicias tu vida en las discos de moda”. A pesar de lo poético de las letras, ––”incluso si tiro un vaso y eso me llena los ojos de lágrimas” es uno de sus picos––, no es necesario traducirlas para comprender el sentimiento central que murmura el tema. No se equivoquen, “Plastic Love” es una oda a un tipo específico de soledad: estar roto pero rodeado de gente, perdido entre zapatos sofisticados y vestidos hermosos; buscar el amor más allá de las luces mientras vas de puntitas esquivando el miedo al compromiso.
El lenguaje, por supuesto, posee un valor inconmensurable. Las palabras nos permiten hacer cosas trascendentales de manera sencilla, como pedir un café de esos muy complicados o decirle a alguien que se vaya a la mierda. Pero las palabras también pueden ser inútiles; por ejemplo en la música, donde pueden ser una especie de escudo para canciones que parecerían estar vacías, pero que son efectivas para detallar una emoción, (incluso si al hacerlo, tienen la misma profundidad que una foto de Instagram). Por lo tanto, en una canción como “Plastic Love” donde inicialmente la letra no significa nada para los hablantes no japoneses, el sentimiento, o momento, o situación, que inspiró la música en primera, se pasa al frente, y el significado previsto lo vemos respirando puramente, a través del tono y el sonido; lo vemos vivir literalmente en el tema.
Las canciones de ambient y electrónica muchas veces no incluyen palabras, por lo que transmiten emociones con el sonido (ahí tienen la delicada “Rhubarb” de Aphex Twin o lo que sea de William Basinski). El pop, sin embargo, es otra cosa; las letras son protagonistas y son importantes para comprender la sensación que existe detrás de las canciones (no por nada The Beatles grabó sus éxitos más famosos en alemán). Hay excepciones a la regla: incluso si estuviera cantada en otro idioma, estoy seguro que “My Heart Will Go On” de Celine Dion seguiría describiendo a detalle la transformación de cualquier crush de secundaria en un melodrama de película. Pero “Plastic Love” de Mariya Takeuchi es una canción rara en ese sentido, ya que no necesita palabras para describir exactamente y con gran destreza un sentimiento específico y definido: uno de lujuria, desamor, amor, miedo, aventura, pérdida, todo atrapado en el remolino efímero de una noche en la ciudad.
Es, por el momento, mi canción pop favorita de todas. Los escasos acordes de apertura dialogan con la soledad pensante. Luego hay una pausa, el brillo seductor de la noche, guiado por el piano ligero, antes de la llegada del bajo y su impulso catalítico por ser puesto a la deriva. A ratos, la voz de Takeuchi es como un intercambio de miradas furtivas; en otros, es una sonrisa que dice “lo siento”. Es un romance sin velas ni flores; un romance de todas las caras anónimas e inexploradas, salpicadas de deseo al amanecer, un réquiem para los desconocidos con los que tienes un vínculo profundo.
Dado que Takeuchi es de Japón, y “Plastic Love” está en japonés, no puedo dejar de pensar que estoy en Japón cuando la escucho. Pero en realidad, podría estar en cualquier lado. De hecho, estoy en mi cuarto, es de madrugada, la lluvia golpea la ventana: no puedo dormir. Una taza a mi lado reboza con ceniza de cigarro; un sentimiento de tedio infinito; he pasado horas en inercia contemplativa. YouTube me recomienda videos: paso, paso, paso, paso. Luego, Takeuchi regresa: “Baila al beat del plástico, otra mañana llega”.
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