“Antes de empezar, tengo que decirlo: esto no se consigue en Italia”, dice Gianluca, el hombre imposiblemente alto y casi insoportablemente guapo de la heladería y cafetería de Berlín, Eis Lanzarno.
No es broma. Entré, esta tarde sofocante y estruendosa, cruzando los bongos y cigarros de Gorlitzer Park, para aprender cómo hacer el espectacular y novedoso platillo alemán: Spaghetti Eis (Helado de Espagueti).
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Me sorprende poco saber que este helado de espagueti se inventó en Alemania. Se prepara con un machacador de papa, por dios santo. Solo podría ser más alemán si se sirviera sobre una salchicha.
El Spaghetti Eis se inventó, según la leyenda, en la década de 1960 en Mannheim por el chef Dario Fontanella, y ha sido una novedad alemana desde entonces. Descubrí el platillo una densa noche en Berlín mientras a mi novio, estimulado por el azúcar, le surgía ese brillo peculiar en sus ojos que me dice que está a punto de hacer algo espectacular o espectacularmente estúpido.
“Voy a ordenar un Helado de Espagueti”, dijo, mirando con amor el menú resplandeciente sobre el mostrador de Lanzarno. Y así, amigos míos, conocí el Helado de Espagueti.
“Todo empieza con la crema”, explica Gianluca, apilando un Vesubio de crema batida y helada en medio de mi vaso de papel. “Esto hace que las cosas funcionen”.
Yo diría que Eis Lanzarno ha estado en el mismo sitio, con las mismas máquinas, la misma filosofía y la mayoría de la misma decoración desde 1983. Durante los primeros seis meses, el sitio de excelente café y helado casero existió bajo el Muro de Berlín.
De pronto, 1983 parece hace mucho tiempo. Y aún así, se ríe Gianluca, funciona. Su pequeña selección de helados, batidos y preparados al otro lado de una vitrina detrás de mí, es deliciosa. Casi no hay necesidad de alterar el proceso.
Y aún así, lo hacen. Y así es como tenemos el helado de espagueti.
“Aquí pones el helado”, dice Gianluca, levantando un cilindro de acero inoxidable con agujeros en el fondo. Parece un rallador cilíndrico de papas. De hecho, se inspiró en un rallador cilíndrico de papas. Seguramente así es como los alemanes intentan hacer esto en casa.
Afortunadamente, Gianluca tiene una máquina especial.
“Es bastante vieja, probablemente ha estado por aquí desde los 70”, comenta, acariciándola afectuosamente.
Con la cuchara servimos cuatro porciones de delicioso helado de vainilla en el cilindro, antes de presionarlo en la máquina como un barista colocando café recién molido. Luego, rápido como un rayo, presiona un botón y casi cincuenta perfectas hebras de helado, similares al espagueti, salen por los agujeros del fondo, todo sobre el monte de crema. Un graznido escapa con mi risa. Hay algo vagamente indecente, vagamente caricaturesco acerca de esta peluca de fideos cremosos cubriendo mi vaso.
“Después, añadimos la salsa”, dice Gianluca, tomando un tubo de acero inoxidable del refrigerador. “Esta salsa es realmente buena”.
No está equivocado. El concentrado de fresas, parecido a la mermelada, sigue fresco y frutal, con algunas semillas dispersadas como perlas. Se supone, claro está, que parezca salsa boloñesa. Y sí lo parece, un poco: si entrecierras los ojos o eres un poco distraído y miras al hombre que nació a unos cuantos kilómetros de Bolonia, quien en ese momento sirve salsa de fresa en un vaso de cartón con cómicos fideos de helado.
A esto le agregamos, finalmente, un toque de parmesano. Estoy bromeando. Eso sería demente. No, a esta ilusión óptica, la obra maestra de los postres, le añadimos un toque de chocolate blanco.
“Come esto”, dice Gianluca, empujando el plato hacia mí con una de esas miradas italianas que te hacen desear parecerte más a Monica Bellucci y menos, como yo, a un cocker spaniel en shorts deportivos.
Al final de cuentas, ese es el punto del Spaghetti Eis. Es al espagueti de verdad lo que el cocker spaniel al lobo: encantador, dulce y vagamente ridículo. También es, mientras Europa baila al compás de la discordia, un recordatorio comestible de las cosas maravillosas que pueden suceder cuando buscamos inspiración en nuestros vecinos. De las cosas maravillosas que pueden pasar en Europa.
Así que: bien hecho Alemania. Y, de forma indirecta, bien hecho Italia. Pero sobre todo: bien hecho yo, por comer todo el helado en menos tiempo de lo que tardo en decir kartoffel spätzle (pasta de papas).