Artículo publicado originalmente por VICE en inglés.
Al crecer como la mayor de tres hijas chinas en Malasia, mis padres esperaban que fuera obediente, sumisa y siguiera un modelo de vida estándar: estudiar mucho, encontrar un buen trabajo y casarme con un buen hombre. Un hombre chino.
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Pero luego conocí a Josh en la iglesia a mis 18 años. Era amable y me prestaba mucha atención. Se fijaba en detalles como mi gusto por el té verde y los libros que disfrutaba leer. Me hacía feliz, pero sabía que decirles a mis padres que estaba saliendo con alguien de ascendencia india sería un problema. Salí con él de todos modos. Fue la primera vez que abandoné la imagen de “chica china recatada” que mis padres esperaban de mí. Envidiaba a las personas que hablaban con sus padres sobre sus relaciones, porque yo ni siquiera podía decirles: “Mamá y papá, voy a salir con mi novio en una cita”, simplemente porque la persona que amaba no era de la raza “correcta”.
Llevábamos saliendo tres meses cuando decidí contarles a mis padres sobre nuestra relación. Un domingo, Josh vino a casa conmigo después de la iglesia, les entregó a mis padres una caja de chocolates y les dijo: “Me gusta mucho su hija”. Mis padres no provocaron una escena ni le pidieron que se marchara, pero las cosas rápidamente se pusieron intensas. Mi madre se agarró el pecho y se soltó a llorar mientras mi padre hervía en desaprobación en un rincón.
No estaban preocupados porque fuera 10 años mayor que yo o porque condujera una motocicleta y tuviera un piercing; sus prejuicios eran mucho más profundos. A lo largo de mi confesión emotiva, seguían refiriéndose a Josh como un “keling gwai”. “Keling” es un término cantonés despectivo para describir a los indios en Malasia, mientras que “gwai” significa “fantasma”.
Mi madre me advirtió que no debíamos estar juntos porque somos “de diferentes culturas”. También me dijo que se sentiría avergonzada si sus amigas me vieran con mi novio en público. Asumió que Josh tenía un problema con la bebida, olía a humo y “podía ser miembro de una pandilla”, todos los estereotipos comunes que los chinos de mayor edad suponen de los indios. No podían ver más allá del color de su piel y, lamentablemente, no me sorprendió.
“No podían ver más allá del color de su piel y, lamentablemente, no me sorprendió”.
Mis padres no son abiertamente racistas. Como la mayoría de los habitantes de nuestro país multiétnico, son amigos de chinos, malayos e indios. Pero los muros invisibles entre razas y culturas son tan comunes como estos diversos grupos de personas. Están en todos lados. Los chinos son ridiculizados por comer cerdo en un país de mayoría musulmana y los malayos son vistos como perezosos o incompetentes por otros. Algunos propietarios se niegan a alquilar propiedades a determinadas razas, mientras que los solicitantes de empleo de Malasia y la India tienen problemas para conseguir puestos en el sector privado. Apenas el mes pasado, una escuela del estado de Johor separó a sus estudiantes en diferentes actividades extracurriculares en función de su raza y género.
En muchos sentidos, este racismo sistémico comienza en el hogar.
Según mi experiencia personal, los chinos de mayor edad tienden a distanciarse de cualquiera que no sea como ellos: negros, blancos, morenos e incluso otros asiáticos. Declaraciones como, “¿Por qué no tienes más amigos chinos?” y “No confíes en los indios” son tan comunes que la mayoría de la gente piensa que son inofensivas y no se molestan en decirles a sus padres que están equivocados. Pero estas formas sutiles de discriminación dejan una marca.
Al igual que la película clásica Adivina quién viene a cenar, imagino que mis padres se sorprendieron bastante cuando descubrieron que su hija se había enamorado de un indio. Pero seguí saliendo con Josh, en contra de los deseos de mis padres. Después de unas semanas de salir discretamente, mi novio comentó con suavidad: “Son un poco racistas, ¿no?”.
Yo sabía que eran racistas, pero no había tenido el valor de confrontarlos. Era más fácil dejar pasar los comentarios racistas en lugar de iniciar una pelea en la mesa. Nunca sentí la necesidad de educarlos porque no me afectaba personalmente.
Enamorarme me hizo entender que no debía quedarme callada.
“El hecho de que Josh sea indio no significa que sea un gánster que fuma y bebe. Los chinos y todos los demás también hacen esas cosas; no sean racistas”, les dije a quemarropa.
Mis padres no estaban contentos de que los hubiera confrontado por su racismo. Amenazaron con desheredarme y entre lágrimas dijeron que mis palabras los habían herido. ¿Por qué estaba tan empeñada en lastimarlos por un chico?, me preguntaron.
Pero a partir de entonces, me propuse alzar la voz cada vez que hicieran comentarios racistas casuales. Como cuando veíamos noticias sobre un crimen y mis padres inmediatamente señalaban la raza del perpetrador. “No, sucedió porque la persona es mala, no por su raza”, les decía, pero ellos solo le restaban importancia a mi explicación y me contestaban que solo lo había mencionado porque estaba encaprichada con un keling gwai. Ese término. De nuevo.
Es difícil herir a las personas que amas. Algunas noches de insomnio, repetía en mi cabeza cada conversación con mis padres, preguntándome si había hecho o dicho algo malo. Me preocupaba distanciarme de mis padres, especialmente cuando dejábamos de hablarnos durante días, hasta que alguien (normalmente yo) cedía y se disculpaba.
Estaba enojada con mis padres y sabía que sería un proceso largo y difícil desaprender los prejuicios transmitidos por sus padres y avivados por una sociedad injusta.
“Estaba enojada con mis padres, pero también sabía que sería un proceso largo y difícil desaprender los prejuicios transmitidos por sus padres y avivados por una sociedad injusta”.
Pero también sabía que el cambio comienza en el hogar. El racismo no es natural, sino un proceso de pensamiento aprendido que se transmite de una generación a otra. Las conversaciones serán difíciles y enmendar las relaciones podría tomar años, pero confrontar a los seres queridos, sin importar cuán difícil sea, es el primer paso para romper con el ciclo.
Lo único que lamento es no haber intentado educar a mis padres antes. Si lo hubiera hecho, tal vez hubieran estado a mi lado cuando me casé con Josh, apenas una semana antes de mi cumpleaños número 22.
Soy la primera persona de mi familia en casarse con alguien de otra raza. No les conté a mis padres que seguía saliendo con Josh después de sus amenazas. Luego de cuatro años de frecuentarnos en estacionamientos abandonados por todo Kuala Lumpur y citas ocasionales para almorzar en un centro comercial sucio, decidimos casarnos.
Firmé mi nombre junto al suyo el 8 de febrero de 2018 e inmediatamente viajamos a las montañas, a un centro turístico que se encuentra a unas tres horas en automóvil de la ciudad. Nadie podía encontrarme aunque quisiera. Les conté a mis padres sobre la boda tres días después y luego me separé de toda la familia.
La buena noticia es que las cosas mejoran y la gente puede cambiar. Después de un año de silencio, mi tía se acercó y nos invitó a Josh y a mí a cenar. Mi abuelo y mis tíos estaban allí. Le preguntaron a Josh sobre el idioma tamil y se enteraron de que, al igual que algunos indios malasios, solo habla malayo e inglés. Mi abuelo pasó algún tiempo hablando con Josh y lograron congeniar gracias a su gusto compartido por la lucha libre y el fútbol en la televisión. Hemos tenido innumerables cenas como esta desde entonces y cada ocasión es mejor que la anterior. Ahora mi tía cocina un plato de curry cada vez que Josh y yo la visitamos, una forma de demostrar que es bienvenido.
Todavía estoy distanciada de mis padres y no he estado en casa para el Año Nuevo chino en los últimos cuatro años, pero mis familiares nos han enviado ang pows (sobres rojos) llenos de dinero. Este año llegaron acompañados de los mejores deseos para nuestro bebé, que nacerá pronto.
Yo también tengo mi propio deseo: que mi hijo crezca en un mundo mejor y más compasivo.
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