Con un ruido ensordecedor, cae un enorme mazo dentro de un contenedor metálico profundo. La primera imagen que se forma es la de un herrero trabajando en su taller, forjando una espada con metal ardiente, golpeando el yunque con un martillo. Pero un vistazo al fondo del recipiente disuelve esta imagen, puesto que hay una masa blanca y amorfa. Esto no es una herrería, sino una fábrica de helados. Y bajo las manos expertas del heladero los golpes no suenan agresivos, sino musicales.
El hombre que maneja el mazo lleva una playera tipo polo de color blanco y un gorro del mismo color, es el encargado de trabajar la masa con golpes firmes. Estos golpes suenan como una melodía rítmica que desprende un perfume aromático inundando toda la habitación, un perfume de orquídeas que recuerda a la vieja ciudad de Damasco. Niños con peinados extraños miran el espectáculo y aprietan la nariz contra el cristal que protege el contenedor metálico.
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El hombre del mazo se llama Mohammed. Con tan solo 17 años escapó de Siria hacia Jordania; en su país natal deben cumplir el servicio militar a los 18 años. Pero él no quería ser enviado al frente: “No quería matar inocentes. De manera que dejé todo atrás, también mis estudios”.
Su socio, también llamado Mohammad, tiene 28 años y también escapó de Damasco debido a la guerra: “Tenía tres opciones: morir, porque no quería entrar al ejército; me despedazaban en la guerra; o me arriesgaba a escapar. Me decidí por la última opción. El ejército es una mafia”, cuenta sin rastros de emoción.
En Bakdash, la filial jordana de la famosa heladería de Damasco, ubicada en Amman, siete de los 13 empleados son sirios. La crueldad del régimen de Assad los dejó marcados. Ésta los expulsó de su país, lejos de las armas, los uniformes y las explosiones, pero al final de su camino encontraron una delicia helada reconfortante.
Hamza Ahmad, un hombre grande de 23 años, prefiere trabajar con mazas para hacer helado en Bakdash, que ir al ejército: “En 2012 escapé a Jordania. El régimen sirio reclutaba a todos los chicos de 16 años. Como el ejército en mi distrito no había terminado la inspección, mi familia y yo escapamos en auto hacia la frontera jordana. Ahí, sobornamos a unos soldados para que nos dejaran pasar”, señala él.
Él es el único que antes había trabajado como heladero. Pero eso fue en Siria, en el Bakdash de Damasco, ésa había sido su vida antigua. Ahí aprendió a tocar la melodía única de los heladeros: “Este ritmo es típico del Bakdash en Damasco. Le enseñé a los demás cómo debe sonar”.
Todos los sirios y los refugiados conocen el sabor de este famoso helado: a almáciga, a vainilla y salep, un polvo extraído de las raíces de orquídea. En cuanto la mezcla está lista, cubren los heladeros su creación con pistaches y por un dinar jordano ($1.40 USD) más, pueden poner extra chocolate o miel encima.
“Antes traíamos todos los ingredientes de Siria, la mezcla base venía directamente del Bakdash en Siria. Pero tres meses después de la inauguración la empezamos a preparar nosotros. El camino de Siria a Jordania era demasiado peligroso para nuestros congeladores. Desde entonces tenemos una pequeña fábrica donde podemos generar nuestras propias mezclas, pero siguiendo los técnicas sirias”, cuenta con voz grave Ahmad Ababneh, gerente de la filial jordana.
Se aparta de la máquina con su playera negra y su estatura delicada. Este viernes —los viernes son día de descanso en Oriente próximo— vendrán numerosas familias en busca de helados: “Casi el 40 por ciento de nuestros clientes son sirios”, calcula el gerente. En Jordania hay más de un millón de refugiados sirios. “Uno de los hijos de la familia Bakdash [los fundadores de la heladería] llegó en 2012 y nos quedó claro que Jordania también debería tener su propio Bakdash. Ya no tenemos contacto con ellos, porque ya no les compramos las mezclas. Pero debido a la guerra cerraron en Damasco”, lamenta el gerente.
Son casi las 9 PM y el lugar está lleno. Tres sirios están sentados en una mesa y disfrutan su helado: “Nos hace falta nuestra tierra. Huimos por la guerra y ahora no podremos regresar en mucho tiempo”, opinan los tres amigos conmovidos.
Los tres abandonaron Siria hace cinco años. Cinco años llenos de dolor y con un solo punto de reunión: el Bakdash. Uno de los tres —quien prefirió mantenerse bajo el anonimato— dice: “Venimos tan seguido como podemos. Es algo de mi patria y cuando estoy aquí me siento como en casa durante unos minutos. El helado sabe un poco diferente al de Damasco, pero se acerca lo suficiente”.
Ninguno quiere hablar sobre Baschar al-Assad o el ejército.Uno de ellos se levanta pronto con manos temblorosas y se dirige al mostrador para pedir helado. “Conocemos el Bakdash desde hace cuatro años. Aquí nos sentimos como en casa. ¿Ves ese mosaico? Es como en la antigua ciudad de Damasco”, me cuenta otro de los amigos.
Entra una familia siria. Ahmad (26) vino con su esposa e hijos. Para ellos es la primera vez aquí. Conocieron la heladería por rumores entre sus conocidos sirios. “Llegué hace cuatro años a Jordania para huir de la guerra. Vengo de Damasco, conozco estos helados y quiero volver a probarlos. Extraño mi patria y espero poder regresar pronto”, dice sonriendo.
Este artículo originalmente fue publicado en MUNCHIES Alemania