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Del accidente nuclear de Three Mile Island al de Chernóbil y del de Chernóbil al de Fukushima. Entre el primero y el segundo pasaron siete años y entre el segundo y el tercero 25. De media, uno cada 16 años.
Y aunque este cálculo queda invalidado ipso facto por falta de rigor científico, hay investigadores que se han dedicado a demostrar que las probabilidades de un accidente catastrófico son mucho más altas que las defendidas por la industria nuclear y los organismos oficiales. Unas conclusiones que explican porque la posible reapertura de la central nuclear española de Santa María de Garoña, en Burgos, esté levantando tantas ampollas.
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Así, el estudio dirigido por Jos Lelieved, director del Instituto Maz Planck de Química y publicado en 2012, detectó un total de 174 accidentes considerados graves [por los altos costes económicos asociados] sucedidos entre 1946 y la fecha de cierre del estudio. En otras palabras, un accidente como el de Chernóbil o el de Fukushima puede producirse, sostiene el trabajo, entre cada 10 y 20 años. Una probabilidad 200 veces mayor a las estimaciones realizadas por EEUU en 1990 y avaladas, muy a menudo, por la industria nuclear.
La central nuclear de Garoña, que empezó a funcionar en 1971 y cuya actividad cesó en 2012 por decisión de Nuclenor, la empresa propietaria participada por Iberdrola y Endesa, es la más vieja y la menos potente de las seis centrales, con un total de 8 reactores, con las que cuenta el parque nuclear español.
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Pero ahora, tras un parón de tres años que no ha tenido ninguna consecuencia en el abastecimiento de la demanda energética española y pese a que el reactor se diseñó para funcionar sólo 40 años, sus propietarios quieren volver a ponerla en marcha. La legislación lo permite, pues aunque la reforma de la Ley de Energía Nuclear, aprobada en 2011 por el Partido Popular y el PSOE, estableció en 40 años el funcionamiento ordinario de una central, el reglamento recoge la posibilidad de ampliar este período atendiendo a consideraciones de interés general.
Así, pese a su vejez del reactor y después del cese de actividad y la prorroga que le concedió el gobierno del PP para que desmantelara las instalaciones de la central, Nucleonor cambió de parecido y solicitó, hace un año, la renovación del permiso de funcionamiento. El ejecutivo también le dio, entonces, su beneplácito y no parece dispuesto a cambiar de opinión, algo que reclama la inmensa mayoría de los partidos políticos con representación parlamentaria ue se opnen radicalmente a la reapertura.
Ahora es el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) el que debe decidir con los informes relativos a los requerimientos que éste órgano supervisor ha trasladado a Nuclenor, si ésta planta está en condiciones de volver a operar. VICE News intentó hablar con el CNS pero fue imposible charlar con ellos pese a haber contactado en diversas ocasiones.
Luego, el Ministerio de Industria, que como Nuclenor no quiso comentar nada a VICE News sobre el proceso relativo a la reapertura, debería dar luz verde.
“El hecho de que lleve más tres años cerrada, sometida a bruscos cambios de temperatura pueden facilitar la aparición de grietas en elementos claves del reactor nuclear como, por ejemplo, el edificio de contención que lo alberga” asegura Antonio Ruiz de Elvira, catedrático de Física Aplicada en la Universidad de Alcalá de Henares y experto en energía nuclear. Si vuelve a funcionar, continua este especialista, pasará del actual enfriamiento causado por el cese de su actividad al extremo calentamiento necesario para la producción la energía.
Además, señala este catedrático de Física, los inevitables cambios de piezas dañadas y obsoletas por otras de nuevas podría producir problemas de encaje “porque las tolerancias de las piezas antiguas aptas [deformadas por las condiciones extremas a las que han sido sometidas durante años] no coincidirían con el de las nuevas”, sentencia.
“Las centrales nucleares son peligrosas, el seguro lo pagamos todos los ciudadanos y se pueden cerrar”, asegura Ruiz de Elvira en relación a las diversidad de fuentes alternativas de producción de energía para abastecer la demanda española.
De la misma manera se expresan organizaciones ecologistas como Greenpeace y el físico y miembro de la Organización Ecologistas en Acción, Francisco Castejón, quien advierte que “Garoña cuenta con 120 elementos de seguridad degradados y detectados por el CSN y, aunque las roturas o complicaciones del sistema primario o de refrigeración del reactor puedan ir parcheándose, los cambios no garantizan que la central nuclear esté en condiciones aceptables para seguir funcionando”.
No todos los expertos comparten este diagnóstico. Lluís Batet, profesor del departamento de Física y Energía Nuclear de la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC), considera que volver a poner en marcha Garoña no implica mayores riesgos.
Este experto asegura que una vez que la central cumpla con los requisitos que le exige el CSN para volver a funcionar será igual de segura o incluso más que las otras cinco que operan en España. En este sentido, sostiene que se trata de una decisión más política que técnica porque las exigencias del consejo nuclear para permitir la reapertura, sobre todo después de Fukushima, son cada vez mayores.
Con todo, Batet reconoce que la seguridad nunca podrá ser la misma que la de las nuevas centrales nucleares, que incorporan tecnología más avanzada y mayores estándares de seguridad. En España la central más joven es la de Trillo, en Guadalajara, que empezó a funcionar en 1988.
Podemos vivir sin energía nuclear
En el informe Renovables 2050, encargado por Greenpeace, se analiza el potencial de las renovables en nuestro país y se concluye que se cuenta con un potencial tal, que sería capaz de abastecer más de 56 veces la demanda eléctrica para 2050 de la España peninsular.
A este estudio, le siguió otro trabajo también impulsado por la organización ecologista que muestra cómo un sistema eléctrico basado en renovables no sólo es técnicamente posible, sino también económicamente factible.
“Hace falta voluntad política y más inversión y, aunque la energía renovable ha contado con primas [que han sido recortadas], debemos tener en cuenta que la energía nuclear cuesta mucho más de lo que se contabiliza”, asegura a VICE News, Raquel Morón, responsable de la campaña nuclear de Greenpeace. Un extremo que también defienden Castejón y Ruiz de Elvira.
“La centrales nucleares son un negocio fabuloso”, asegura Ruiz De Elvira. De acuerdo con el catedrático, la mayoría de las centrales ya están amortizadas, es decir, el coste de su construcción, que en la mayoría de los casos corrió a cargo del Estado, ya se ha recuperado en su totalidad. Además, sigue, el seguro sólo cubre pequeños incidentes pero no accidentes graves, como la fusión nuclear ocurrida en Fukushima, que irían a cargo del erario público.
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En cuanto a los residuos nucleares, los costes relativos a este aspecto lo pagan los usuarios en la factura de la luz y el gasto que va a suponer el desmantelamiento de las centrales cuando tenga lugar no está previsto. El desmantelamiento de la central nuclear de Vandellós I costó 115.000 millones de pesetas en el año 2000.
“Es puro beneficio, porque si hay un accidente lo vamos a pagar todos, por eso lo van a alargar hasta que puedan”, sentencia Ruiz De Elvira.
Aunque todos los entrevistados en este artículo coinciden en señalar que no necesitamos las centrales nucleares para cubrir la demanda española dada la diversidad de fuentes generadoras de energía y el hecho de que, por ejemplo, contamos con más del doble de la potencia eléctrica que consumimos.
En 2015, cerca del 40 por ciento de la generación eléctrica consumida procedía de fuentes de generación renovables como la eólica, la hidráulica, la solar y la térmica renovable.
Con todo, Batet asegura que a corto y medio plazo, si abandonamos la energía nuclear estamos obligados a apostar en mayor medida por el ciclo combinado (gas). “Las renovables son intermitentes, no puedes producir energía sin el sol o el viento y si sólo dependiéramos de ellas no podríamos encender la luz cuando quisiéramos y utilizar la red en la medida y en el momento que deseáramos. Las opciones son dos o abogamos por aumentar la cuota del gas, que emite CO2 y resulta mucho más caro, o cambiamos el modelo energético y, en consecuencia, el modelo de nuestra sociedad”.
Para Morón se trata de ir cerrando las centrales y desarrollando aún más las renovables en términos cualitativos y cuantitativos. Esta activista considera que esto, combinado con la eficiencia energética y el consumo inteligente, que permitiría programar los electrodomésticos para usarlos cuando las plantas fotovoltaicas y eólicas registran una mayor actividad, sería suficiente para no depender ni de la energía nuclear, ni del gas.
Si la pregunta es ¿puede España cerrar las centrales nucleares? La respuesta es sí. La cuestión sigue siendo cuál es la mejor fórmula y hasta dónde estamos dispuestos a avanzar tanto en el ámbito político como desde la ciudadanía.
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