Ahora que España (no sé quién elige esto así que me referiré a ese ente como “España”) ha decidido enviar de nuevo a una representante a Eurovisión Junior, creo que es el momento de recordar el que fue sin lugar a dudas el mejor programa infantil de la televisión española de los últimos 20 años.
Y aunque han pasado más de 12 años desde que Televisión Española decidiera retirarse del concurso, consciente o inconscientemente, el impacto del programa fue tan grande que cambió la forma de pensar de toda una generación que crecimos en el mundo grotesco y cañí que fue la España de los 2000, porque ante todo era un programa de niños y para niños. Fue después cuando llegaron los programas de niños que parece que en el fondo estén dirigidos a los adultos, como Masterchef Junior o La Voz Kids, por mencionar algunos de los más recientes, que solo buscan reeditar el éxito de los programas para adultos con concursantes más pequeños.
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En los años 2000, España comenzaba a adentrarse en el mundo del reality show: comenzaba Gran Hermano y un año más tarde Operación Triunfo, que fue el precedente de la creación en 2003 de la versión infantil. Además, después del bajón de natalidad en los 90, estaban naciendo cada vez más niños, y eso se notaba también en la televisión, que llenaba la parrilla con programas para nosotros.
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A mí desde que era pequeña me fascinaba hacer cosas, estar en constante movimiento. Creo que como a cualquier niño, realmente. El caso es que por eso mi madre me apuntaba a las actividades extraescolares que mi cole ofrecía por las tardes: baloncesto, un poco de balonmano, ballet e informática. Aún así, recuerdo que eso del entretenimiento vespertino no funcionaba para eliminar de mi cabeza el deseo de llegar a casa para poner la televisión y ver Eurojunior. Después de que Parchís lo petara en el país desde los 70 hasta los 90, las nuevas generaciones debían tener algo a lo que agarrarse como mi madre había hecho en su momento. Supongo que por eso estaba tan feliz con mi fanatismo por Eurojunior.
Justo en 2004, el año en el que se presentó María Isabel al programa, yo tenía nueve años, la misma edad que ella, por fin tenía un referente de mi misma edad. Con esto, entenderéis que para mí este programa no fue algo más, sino que dejó una huella demasiado profunda debido a la que nunca más recuperé el amor incondicional por algo emitido en televisión (aunque Rebelde Way y Ana y los Siete casi estuvieron a la altura).
“Salir con Diego, fijarme en el estilismo de Irune o querer pertenecer al grupo Trébol, esas eran mis intenciones cuando tenía ocho años, porque lo de ser veterinaria ya se vio que no iba a ninguna parte”
En la primera edición del programa, los trece participantes se dedicaron durante tres galas a cantar y bailar en actuaciones que aunque en ese momento viéramos cool, se acercaba bastante a lo ridículo, aunque (y aquí está la principal diferencia con lo que vemos ahora) no eran para nada presuntuosas. Y ahí estaba la gracia de todo, que era ridículo, pero inocente como la mayoría de las cosas que los niños creemos que son muy importantes: salir con Diego, fijarme en el estilismo de Irune o querer pertenecer a Trébol, esas eran mis intenciones cuando tenía ocho años, porque lo de ser veterinaria ya se vio que no iba a ninguna parte.
La ropa merecería un artículo a parte: botas blancas de cowboy, pantalones piratas, camisetas de rayas con colores chillones, tops llenos de brillantes… En las fiestas de fin de curso bailábamos sus canciones vestidos como ellos. Al fin y al cabo, los niños quieren ser como los mayores y esa ropa era la versión mini de lo que llevaban los adultos en una época en la que todo era estridente y hortera. Nosotros, al menos, teníamos la excusa de que no éramos demasiado conscientes de todo ello.
Pero además con Eurojunior aprendimos muchas cosas que, sin saberlo, acabarían por marcarnos a todos: ahí estaban Irune y María José formando un dúo dedicado a decirle a las niñas que bailaran sin importarles nada más. “Mueve el ombligo, muéve-lo-oh-oh-oh”, decía uno de sus hits. Pero es que además, lo de estas dos niñas nos enseñó que no existía competencia entre amigas. Solo hay que ver cómo mira la primera a la segunda en esta actuación.
Por otra parte, también entraban en este juego el grupo de tres al que más tarde llamaron Trébol. Úrsula, Sara y María José representaron a las Chicas Malas españolas, pero cantando sobre el amor en la adolescencia, siempre desde la visión inocente de unas niñas de trece años. Todos sabemos que el feminismo no nació ayer, pero está bien recordar dónde encontramos algunas nuestros primeros referentes. En mi caso, así es como empecé a entender lo que debía ser una niña en el año 2003.
“Esta visión tan enternecedora de la vida, sin ningún ápice de maldad, ahora mismo estaría canceladísima, pero era inconsciente y, sobre todo, era mejor que ver cómo premian a niños con ordenadores para consolarles una vez les han expulsado del programa”
Pero las buenas intenciones no siempre se correspondían con las acciones más adecuadas, no éramos tan woke y aprendíamos sobre los problemas de los países en desarrollo y el hambre en el mundo con una canción grupal de 2004 en la que Sergio decía algo así como “hoy te he visto en las noticias otra vez” con una sonrisa de oreja a oreja mientras detrás de él pasaban imágenes de niños del tercer mundo en situación de necesidad. Esta visión tan enternecedora de la vida, sin ningún ápice de maldad, ahora mismo estaría canceladísima, pero era inconsciente y, sobre todo, era mejor que ver cómo premian a niños con ordenadores para consolarles una vez les han expulsado del programa.
Fue con la irrupción masiva de internet cuando estos problemas empezaron a ocupar un segundo plano (como en el resto de la vida, vaya) y la importancia se le dio a la red, añadiendo referencias a ella en, literalmente, cada estribillo. “Navegando por la Red” de Trébol fue la pionera, pero fue “Qué calor”, de Alba y Carolina, la obra maestra de este género, hablando de la sobrecarga de los ordenadores cuando se liga en la red. En esa época yo apenas sabía usar los ordenadores que funcionaban con Linux, pero me fascinaba tanto la idea de ligar por internet, que fue entonces cuando comencé a crear mis cuentas con nombres que contenían números y barras bajas en mi nick.
La mecánica de Eurojunior era sencilla, los niños practicaban y salían a cantar. No lo hacían perfecto, pero esa era la gracia. Pero poco a poco, los programas para niños se volvieron cada vez más exigentes: los niños tenían (teníamos) que hacer las cosas perfectas, que ser ultracompetitivos, que estar preparados para las exigencias del mundo de los adultos desde pequeños y la forma edulcorada que tenían de decírnoslo era mediante esos programas en los que niños repelentes sabían de todo, sabían hacer todo y lo hacían igual o mejor que la mayoría de adultos que conocíamos.
Quizás era lo que requería el nuevo mundo al que nos estábamos abocando. Pero el formato de Eurojunior nunca se intentó cambiar, no se lo quiso convertir en algo más novedoso, directamente se canceló en 2006, con una última edición de una gala en la que se notaba que el programa no daba para más. Quizás fuera lo mejor.
La versión original, Operación Triunfo, que funcionaba con otra mecánica, siguió acumulando un éxito descomunal, siendo el programa más visto durante esa década y el más premiado. Primero como programa de entretenimiento y más tarde como reality. Algo que refleja muy bien el cambio televisivo que intento explicar aquí. Eurojunior, por su parte, también obtuvo el premio a mejor reality en 2003, como seguía el formato de lo que era OT, pero si lo analizamos, nunca fue un reality.
El formato que seguía Eurojunior correspondía a lo que imaginamos cuando se habla de “versión kids”. Una adaptación de los programas originales a las necesidades y anhelos de los niños, no eran versiones copiadas en cada movimiento, cada actuación. Por eso no los encerraban en una casa durante tres meses, ni había un seguimiento de 24 horas.
“Estaba destinado a que comprásemos sus discos y quisiésemos ser como ellos, pero representaba lo cutremente increíble que era ser niño, lo casposo que es realmente el mundo del espectáculo y divertido que era no querer impostar lo que no se es”
La actuación de Nico en la edición de 2004 con su hit “Bambino” era ridícula, no medía más de medio metro e intentaba bailar ligándose a dos bailarinas del programa que le sacaban cuatro cabezas, pero eso era la esencia del programa, la evidencia del ridículo. El casting de cada edición también fue un punto a favor del programa, ya que aunque había ciertos niños que destacaban más que otros, se decantaron por seleccionar a los que mejor voz y carisma tenían. No quiero recordar lo que fue la primera gala de la vuelta de Operación Triunfo en 2018 cuando solo seleccionaban a gente que parecía tener eso a lo que llaman “potencial”.
No sé si estas serán las claves para entender lo que sucedió después. Todos los fans seguimos cómo la formación de 3+2 se disolvió, en primer lugar, porque Blanca no quería continuar en la música, algo que entendí hace poco con su entrada en política. Poco tiempo después también pudimos ver cómo ese 3+2, se quedaba solo en Juego De Dos, aunque tampoco funcionó y con el surgimiento de la versión española del fenómeno directioner (si como yo no sabías de dónde había salido Auryn, dos de sus componentes, Dani y Blas Cantó, formaron parte de Eurojunior en distintas ediciones) explotó eso a lo que llamaban reality.
A pesar de que muchos de ellos han rehecho sus vida, unos mejor y otros peor, los niños de Eurojunior nunca se han ido del todo. Por mucho que ahora intenten vendernos el formato renovado (curiosamente coincide con el retorno exitoso de OT) y a Melani, la nueva representante española para Eurovision Junior, no son más que productos perfectamente manufacturados para cumplir la función que se les ha asignado.
Y sí, claro, Eurojunior siempre fue un producto, cualquier programa de la tele lo es. Estaba destinado a que comprásemos sus discos y quisiésemos ser como ellos, pero representaba lo cutremente increíble que era ser niño, lo casposo que es realmente el mundo del espectáculo y divertido que era no querer impostar lo que no se es. Y eso es algo que la televisión de los últimos años ha olvidado completamente.
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