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Dejad de darnos la chapa a los que no nos gustan los perros

Salgamos ya de esta espiral del silencio.
Perros
El clásico perro-patada. Imagen vía Wikimedia Commons/ CC BY 2.0

No me gustan los perros. Tampoco es que los odie, simplemente me resultan indiferentes. Su presencia no altera lo más mínimo mi sistema nervioso, ni para bien ni para mal. En realidad no me gustan los animales en general, me gustan tan poco que un día decidí dejar de comérmelos, pero parece que en el caso de los perros la indiferencia es más grave que en el de otros animales. En el caso de los perros es percibida socialmente casi como un síntoma de psicomanía.

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Si no te gustan los perros y tienes la osadía de decirlo en público los más benevolentes te miran raro, pero hay quien directamente te cancela como persona. Quien asume que si no te ríes con vídeos de mierda en los que un chucho se persiguen la cola mientras su dueño se descojona de fondo o no sientes la necesidad de saludar a los perros de otra peña por la calle eres escoria humana. Dicen que a los que no nos gustan los perros no valoramos la fidelidad y puede que sea verdad. Pero también es verdad que nos dais mucho la turra.


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Yo casi nunca digo ya que no me gustan y si no soy preguntada tampoco cuento que de pequeña teníamos uno, El Roly. Era un chucho y estaba tuerto porque un día en el campo se acercó a un rebaño de ovejas y un pastor le tiró una piedra. Cuando llegó a casa me hacía gracia. Yo tendría unos cinco o seis años cuando mi abuela nos lo regaló. Mi película favorita era por aquel entonces 101 Dálmatas y el Roly, aunque era un perro sin raza, era blanco y negro. Pero en cuanto 101 Dálmatas dejó de ser mi película preferida dejé de hacerle caso al pobre animal.

No me nace, como decía Dakota, sentir ese amor desmedido e irrefrenable que sienten otros humanos por los canes. Y no soy la única. Para valorar si escribía o no este artículo, si era la única que consideraba que los perros eran lobos idiotizados y no les sonreía por la calle lancé en el stories de Instagram la siguiente pregunta: "¿Alguien en la sala a quien no le gusten los perros? Tampoco hace falta que los odiéis, con que no os provoquen sentimiento alguno es suficiente".

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Para mi sorpresa recibí unas 10 respuestas afirmativas con sus consiguientes explicaciones. Porque, como sois tan pesados, los que nos atrevemos a dar un paso adelante con esto de que no nos gusten los perros nos vemos en la obligación de dar explicaciones aun conscientes de que excusatio non petita accusatio manifesta, así que igual sí que es verdad que somos unos desalmados, yo que sé.

El caso es que a Jacobo, que tiene 25 años y aparenta ser una persona normal salvo porque utiliza las mezclas estas de cinco quesos rallados para gratinar también le ocurre. "Creo que lo que me pasa es que me parece que eso de que los perros sientan un amor tan incondicional es un síntoma de su estupidez. Les da igual quien los toque, quien los quiera, así que no veo inteligencia en ellos.

Sin embargo a los gatos sí que los veo más espabilados, van más a lo suyo y me suscita mucho más interés su instinto cazador, su mirada o sus movimientos que los de un perro", me explica. Le pregunto que si lo dice en público y me dice que sí, que a veces, pero que la gente le mira muy raro. De hecho a la par que él me está escribiendo para contarme sobre su indiferencia perruna otra persona me responde a la llamada para decirme que "a quien no le gusten los perros se merece tres hostias" y otra que "solo a la gente sin alma" no le podría gustar.

A Lucía, otra persona normal de 26 años tampoco le van mucho y tiene una razón de peso: "Una vez de pequeña estaba jugando en una plaza y de pronto llegó un San Bernardo gigante por detrás, me puso las patas sobre los hombros y me empezó a chupar la cabeza. Entonces me puse a llorar y mis padres tuvieron que llevarme a casa a ducharme porque me daba muchísimo asco, desde niña siempre he sido un poco maniática con la higiene y los olores y esa es otra de las razones por las que no me gustan los perros", me cuenta.

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Igual que vosotros, los amantes de los canes —aparente mayoría social y por consiguiente también mayoría de lectores seguramente indignados por esta pieza— no nos comprendéis, nosotros tampoco os pillamos a veces. No entendemos la manera en la que funciona vuestra cabeza cuando decís que preferís los perros a los bebés, por ejemplo —¿en serio os atrevéis a llamarnos insensibles, joder?—.

O cuando habláis a vuestras mascotas —porque, tenedlo claro, en cuanto a un animal se le domestica se le arrebata su condición de animal y pasa a ser una vulgar mascota— pensando que os entienden. O cuando les abrís una jodida cuenta de Instagram y la gente, encima, la sigue y le da coba, o cuando dormís con un ser que deja vuestra cama llena de pelos, o cuando dejáis que os laman la cara aun a sabiendas de que huelen mierdas de otros perros con asiduidad o cuando decís que "es como vuestro hijo".

"Algo que no me cabe en la cabeza son esos seres humanos que tienen un amor tan desmedido hacia los perros que los quieren más que a las propias personas. Me parece bastante extraño y de me provoca un poco de rechazo, me resulta bastante raro", dice Jacobo. "A mí lo que más extraño me parece de las personas a las que les gustan mucho los perros y además poseen uno es lo de follar. Lo de que puedan follar tranquilamente delante de su perro y de repente estés dándolo todo y te des cuenta de que el pobre animal tiene su mirada clavada en ti. Eso y al revés, cuando los perros follan en los parques y los dueños se ven obligados a hablar de recetas culinarias mientras ellos copulan", dice Sara, que tiene 24 años y que engrosa la lista de seres humanos cuyos sistemas nerviosos no reaccionan a la presencia de un perrete.

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Pero tampoco lo dice casi nunca. Es otra víctima más de la espiral del silencio perruna. "De hecho antes fingía que me gustaban porque escuché en más de una ocasión que la gente a la que no le molaban los perros no eran de fiar. Ahora cuando lo digo mis interlocutores me suelen mirar desconcertados y me dicen cosas como: "¡Pero si son puros e inocentes!".

Hace unas semanas Juana, que tiene cinco años y los ojos más curiosos del mundo me confesó que no le gustaban los perros, que a ella lo que le gustaban eran los conejos. Y eso es lo realmente inocente y puro. Admitir la verdad. Decir que, joder, hay a quienes no nos conmueven las compilaciones de Vines de cachorros. Y no pasa nada. No por ello somos, o no necesariamente somos unos cretinos.

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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