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dinero

Los españoles no aprendemos y volvemos a pedir créditos como locos

Nos encanta deber dinero.

Supongo que las cosas tienen un precio por dos motivos. El primero, y el más evidente, es que se utiliza el valor económico para diferenciar de calidad entre varios productos, ya sea de sus materiales, de su funcionalidad o del posicionamiento social que aportan. El segundo motivo, y más divertido, busca resaltar esa evidencia de que hay ciertas cosas que los pobres nunca podrán obtener.

Con este planteamiento, la salvación de la humanidad —al menos de la felicidad temporal de las clases bajas a partir de la obtención de bienes materiales— viene servida por la capacidad de acceso a los créditos bancarios. Estos planes de financiamiento han hecho que cualquier individuo —al menos casi cualquier individuo que no llame “hogar” a cuatro cajas recicladas apoyadas en la entrada de un parking— pueda adquirir un producto que hasta ese momento le era inalcanzable.

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En La posibilidad de una isla de Houellebecq, uno de los personajes protagonistas dice que el único principio en el que se basa la sociedad occidental es el de aumentar los deseos hasta lo insoportable y a la vez hacer que satisfacerlos resulte cada vez más difícil. Las empresas endulzan la mirada de las clases humildes con sus productos y estrategias marketinianas y estas caen como moscas en la trampa y ofrecen su vida para poder disfrutar de un televisor enorme, unas vacaciones en Corea del Sur o una segunda vivienda construida con un desasosiego y una falta de profesionalidad evidentes —“al fin y al cabo esos tipos subcontratados ni tan siquiera hablaban español”, te repites—.

Para los Españoles, esta dificultad —este precio a pagar—, no supone ningún tipo de problema moral ni existencial, pese a que cada vez el sacrificio sea cada vez más alto: con más intereses bancarios, más plazos de pago y más dependencia de un trabajo fijo que cada viernes amenaza con escurrirse. Resultaría lógico decir que los españoles, tras haber pasado por la peor crisis contemporánea del país causada por una burbuja inmobiliaria respaldada por las instituciones, han aprendido la lección y que no quieren volver a enzarzarse en una relación incómoda con los bancos, una que les puede destruir la vida.

Pero no, pese a que la crisis llevó a mucha gente a endeudarse hasta la más absoluta miseria, en 2017 las familias han vuelto a acreditarse porque sus rentas no han sido lo suficiente acaudaladas como para afrontar las necesidades de consumo y vivienda e, incluso, están generando el nivel más alto de firmas de hipotecas desde la crisis.

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Parece que nos importa más bien poco hipotecarnos y no poder pagar la deuda y que nos echen de nuestra casa

En España conocemos muy bien el poder del dinero prestado. Al fin y al cabo vivimos en un país en el que se ha normalizado el hecho de que te fíen el anís que te acabas de tomar en el bar o hacer eso de pedir un cigarrillo a un desconocido en la parada del autobús. Somos unos profesionales del pedir, del “mañana te lo doy”. Sí, hemos estado un tiempo un poco jodidos pero la verdad es que ya le teníamos ganas a eso de deber dinero a una entidad financiera, pues es nuestro estado natural.

Porque en España lo raro no es que podamos acceder a casi cualquier cosa, lo raro es que no esté todo disponible, que aún haya cosas que se nos escapen de las manos pese a disponer de préstamos bancarios. Es extraño que aún no podamos acceder todos a torres de marfil alzadas en rocosas tierras lanzaroteñas o que no podamos comprarnos un elefante y tenerlo aparcado en un garaje mientras lo alimentamos de ganchitos. Nuestro sueño es poder financiarlo TODO.

Al fin y al cabo el precio que tenemos que pagar para poder acceder a todo lo que existe parece que nos importa menos que los mensajes de actualización de la base de datos de ese antivirus gratuito que nos bajamos hace tres años. Parece que nos importa más bien poco hipotecarnos y no poder pagar la deuda y que nos echen de nuestra casa. Parece que nos importa poco tener que pedir otro crédito para poder pagarle el crédito a ese tipo verde y peludo (Cofidis) que nos prestó dinero para comprarnos una muy necesaria cinta de Correr modelo Woodway Curve (10.000 €).

Y no nos importa porque nos lo ponen en bandeja, nos obligan a desear esos enormes televisores planos y nos obligan a coger esos malditos créditos. Y si nos obligan a esto, no puede ni deber ser malo. ¿No?

No tendremos ningún problema en endeudar a nuestra familia durante tres generaciones; hipotecas de 200 años, tener hijos solo para que alguien siga pagando tu deuda

Sigamos siempre adelante, sin aprender de nada ni nadie. Hipotequémonos a 40 años por un piso en el que viviremos una vida de sufrimiento y en el que observaremos como se nos cae todo el pelo de la cabeza por el estrés de tener que pagarlo y tener que comer solo lentejas y no poder ir a un restaurante a cenar a lo largo de 40 años.

¡Qué diablos!, no tendremos ningún problema en endeudar a nuestra familia durante tres generaciones; hipotecas de 200 años, tener hijos solo para que alguien siga pagando tu deuda. Los españoles lo vemos así, si tenemos acceso a todo el dinero del mundo, incluso nos podríamos comprar al planeta Tierra entero y llamarlo ESPAÑA. Luego ya veríamos cómo lo pagamos.