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Salud

Cosas que he aprendido después de perder mucho peso

Han pasado 10 meses desde que empecé una estricta dieta de 80 días para sacar abdominales. Aquí os cuento cómo me ha ido desde entonces.
Before and after fitness shot
Images courtesy of author. 

Hace cosa de un año, alguien me hizo una foto en una fiesta. Era una imagen inocente de varios amigos y yo en un bar. No era especialmente mala: la luz y el ángulo eran correctos, pero cuando la vi publicada en redes, sentí vergüenza. Estaba más gordo de lo que me habría gustado. La mayor parte de mi vida he oscilado entre los 2,4 y 4 kilos de más, pero por lo visto me encontraba nuevamente en el extremo superior. No tendría que haberme sorprendido porque me veo a diario, pero es increíble hasta qué punto puedes llegar a pasar cosas por alto hasta que ya no puedes hacerlo.

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No sabría decir si aquella foto fue lo que me llevó a meterme en el mayor experimento de mi vida para conseguir abdominales. No lo recuerdo. Lo más seguro es que se debiera a un cúmulo de pequeños momentos que acabaron por apuntar hacia una idea mayor. Quería comprobar si era capaz de gestionar mi peso de una vez. ¿Entregándome al fitness podría superar ese estado en el que me había quedado estancado? Parecía un buen tema sobre el que escribir un ensayo personal y tenía la suficiente motivación externa para llevar a cabo el proyecto.

El resultado se materializó en un artículo de VICE titulado Pasé 80 días intentando conseguir abdominales y mi vida se fue a la mierda. La pieza fue un éxito en muchos sentidos y un fracaso en otros. Perdí el 7 por ciento de grasa corporal pero no conseguí que se me marcaran los abdominales. Fue mi artículo más leído, pero ejerció una enorme presión en mi vida privada. Además, el artículo despertó viejos fantasmas para los que no estaba preparado.


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Las reacciones de la gente a mi artículo fueron muy diversas. Por cada persona que me felicitó por el relato de mi transformación, hubo veinte que me pusieron a parir. Una mujer incluso me dijo que tenía las manos manchadas de sangre, que por mi culpa muchas personas decidirían no intentar ponerse en forma y que yo cargaría con la culpa cuando murieran.

Pero entre todas las reacciones, se produjo algo inesperado. Varias personas me enviaron mensajes privados preguntándome cómo lo había hecho. Habían leído lo miserable que me sentía en esa época y cómo mi experiencia no era un buen ejemplo de cómo perder peso, y pese a todo querían que les explicara con todo detalle la dieta y la rutina de entrenamiento que seguí.

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Una de las razones por las que me sentí tan miserable mientras hacía el régimen de ochenta días era que se produjeron cambios drásticos con gran rapidez. Pasé de ir al gimnasio dos veces por semana a ir dos veces al día. Buscar consuelo en la comida dejó de ser una opción y necesitaba dormir más que nunca en mi vida

Eran mensajes largos y emotivos en los que sus remitentes confesaban que sus cuerpos eran como pesadas cargas para ellos. En aquel momento no sabía muy bien qué contestarles. No era ningún experto en el tema y no tenía nada claro que, una vez terminado el experimento, sufriera un efecto rebote y mis hábitos me llevaran de nuevo a ganar el peso perdido.

Ha pasado un minuto (o 10 meses) desde que salió el artículo de los abdominales y, gracias a varios cambios en mi estilo de vida y los consejos de Geoff Girvitz, propietario de Bang Fitness, en Toronto, he conseguido mantenerme en mi nuevo peso e incluso perder un poco más. El proceso ha sido, sin duda alguna, mucho menos extremo que la experiencia de ochenta días anterior y, aunque sigo sin ser un experto en fitness, sí creo que he aprendido cosas. Lo suficiente como para animarme a hablar de ello, al menos. Con ayuda de Geoff, he elaborado una lista de las grandes y anodinas verdades que he descubierto sobre el proceso de perder kilos y conseguir no recuperarlos.

1. Tal vez haya una diferencia entre lo que tú crees que es comer sano y lo que realmente significa comer sano

Cuando empecé el experimento, estaba convencido de que tenía unos hábitos alimentarios saludables. Casi no picaba entre horas, solo tomaba alcohol una o dos veces por semana, comía verdura… Sin embargo, una de las primeras cosas que me pidieron que hiciera durante el experimento fue llevar un diario de todo lo que comía. Aquello fue realmente revelador.

“Muchas veces, pedir a la gente que lleve un registro de lo que come, incluso aunque no enseñen a nadie su diario, hace que coman mejor”, señala Girvitz. “El hecho de escribir absolutamente todo lo que consumes te aporta un panorama claro sobre el punto en que te encuentras”.

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Hay pequeñas cosas que van sumando en el transcurso de una semana. Las salsas suman. Bebía más de lo que pensaba. Comía demasiados bocadillos y a veces lo que me comía a altas horas de la noche para matar el gusanillo tenía más calorías que una comida completa. El diario sirvió para destacar la diferencia entre cómo comía y cómo debía comer para llegar a mis objetivos de fitness. Pero incluso disponiendo de esta información, romper con la rutina fue más difícil de lo que imaginaba. Me llevó un tiempo hallar estrategias efectivas.

El binomio comida buena / comida mala, por ejemplo, no fue de mucha ayuda. En lugar de eso, intenté pensar en si lo que comía estaba más lejos o más cerca de mi meta. Cada vez que comía, me planteaba si cabía la posibilidad de una elección mejor. Realmente, era muy sencillo: un poco de aceite y vinagre en vez de salsa césar. Café solo en lugar de con leche. Alimentos integrales en lugar de procesados. Este planteamiento básico, unido al registro exhaustivo de lo que ingería, me permitió ir estableciendo un objetivo más definido.

2. La constancia es más importante que el trabajo duro

Una de las razones por las que me sentí tan miserable mientras hacía el régimen de ochenta días era que se produjeron cambios drásticos con gran rapidez. Pasé de ir al gimnasio dos veces por semana a ir dos veces al día. Buscar consuelo en la comida dejó de ser una opción y necesitaba dormir más que nunca en mi vida. Todo aquello me drenó gran parte de la energía mental.

Sin la presión del artículo, habría tirado la toalla muy pronto

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“Estas dietas muchas veces se empiezan pensando en cuánto vas a poder aguantar, y esa es una forma muy triste de planteárselo”, dice Girvitz. “Se supone que el fitness ha de ayudarte a ser feliz. ¿Por qué abordarlo con la expectativa de que va a acabar contigo? ¿Por qué, en vez de eso, no piensas en cuánto ejercicio crees que puedes hacer con regularidad? Suena menos atractivo que lo del “todo o nada”, pero es la forma de acercarte más al éxito”.

Lo que yo hacía no era sostenible. Sin el contexto / la presión del artículo, habría tirado la toalla muy pronto. Cuando empiezas una nueva dieta, siempre se tiende a ir a saco, pero si eres de los que se marean cuando se ponen de pie demasiado rápido, a lo mejor te lo tienes que tomar con más calma. Con los horarios que tienes, ¿qué objetivos realistas te puedes marcar? ¿Cómo convertir esto en una prioridad? Ahora mismo, me he comprometido a entrenar cuatro días a la semana, idealmente en el gimnasio, pero si por alguna razón no puedo ir, tengo pesas en casa. A veces incluso salgo a correr.

3. El ejercicio por sí solo no basta para cambiar drásticamente tu mentalidad

La cantidad que puede comer una persona sin ganar peso varía. Pero al fin y al cabo, lo de perder peso —salvo casos médicos extremos— se reduce a quemar más calorías de las que ingieres. No hay más. Por lo general, solemos dar demasiada importancia a la cantidad de calorías que perdemos durante el ejercicio, lo cual puede llevarnos a estancarnos, por muy duro que entrenemos.

“Me di cuenta enseguida de que no solo no estabas siguiendo el régimen nutricional, sino que tampoco estabas en condiciones de cambiar, siquiera de escuchar. Estabas demasiado estresado”, me dijo Girvitz. “No fue hasta mitad del experimento que empezaste a entenderlo”.

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Si quieres cambiar tu cuerpo vas a tener que cambiar tus hábitos alimentarios, lo cual no significa necesariamente que debas comer menos. Yo ahora como más que antes de empezar el proyecto, solo que he cambiado el tipo de comida. Tengo que comer un montón de ensalada para que me sacie lo mismo que un trozo de pan, y hace falta mucha más pechuga de pollo para obtener el mismo contenido calórico que el de una hamburguesa.

Todas mis comidas son variantes de proteínas y verdura. ¿Y los aperitivos? Una pieza de fruta. Frutos secos. La clave, nuevamente, es la constancia: con dietas radicales puedes llegar donde quieres, pero si no cambias también tus hábitos, no te mantendrás.

4. Establece un objetivo, un plan. Registra tu evolución. Es un proceso aburrido

Las fotos del antes y el después pueden llegar a asustar. Los números de la báscula se pueden convertir en tu peor enemigo. Llevar un diario de todo es un fastidio. Pero sin toda esa información, no hay forma de saber qué has estado haciendo o si tus esfuerzos están sirviendo de algo.

“No puedes disfrutar de un progreso profesional con una planificación de aficionado”, señala Girvitz.

Cuando empecé el experimento, era muy ingenuo. Había supuesto que estaba, no sé, solo a 4-7 kg de conseguir el cuerpo de un superhéroe. Cuando perdí ese peso, me sorprendió y decepcionó descubrir que me había convertido simplemente en una versión ligeramente mejorada de mí mismo

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También ayuda marcarse un objetivo cuantificable, algo más específico que querer tener mejor aspecto cuando estás desnudo. Podría ser perder X kilos o determinado porcentaje de grasa. Lo que sea. No es que todo deba girar en torno a esa cifra, pero son mesurables, a diferencia de otras cosas. La información es útil y precisa: 500 g son 500 g.

Si no sabes por dónde empezar y te lo puedes permitir, investiga un poco y contacta con un experto (entrenador o nutricionista) para que te ayude. Si no, también tienes muchos recursos gratuitos en internet.

5. Mantener tus objetivos de fitness es un estilo de vida

La diferencia entre la primera y la segunda foto al inicio de este artículo son trece meses y 14 kilos. A decir verdad, la postura, el bronceado y la iluminación también son mejores en la segunda foto… pero puedo asegurar que no hubo Photoshop ni deshidratación. La foto me la hice en un día normal. Cuando empecé el experimento, era muy ingenuo. Había supuesto que estaba, no sé, solo a 4-7 kg de conseguir el cuerpo de un superhéroe.

Cuando perdí ese peso, me sorprendió y decepcionó descubrir que me había convertido simplemente en una versión ligeramente mejorada de mí mismo. Lo mismo pasó cuando alcancé mi siguiente objetivo de pérdida de peso, los 9 kg. Fue posteriormente, mirando las fotos, cuando me di cuenta del cambio radical que había experimentado.

Después del experimento, tenía que tomar una decisión. Podía volver a comer / entrenar como antes, lo que habría echado por tierra todo lo que había conseguido. Podía intentar seguir con el experimento y proponerme tener una tableta a corto plazo, aunque la dieta de los ochenta días había hecho que me cagara encima en dos ocasiones.

O podía tratar de encontrar un nivel de mantenimiento que encajara con el resto de mi estilo de vida. Por suerte, ahora estoy más en forma que cuando acabé el experimento, aunque sigo sin tener la figura esbelta que había imaginado. Pero al menos, si me propusiera someterme a una nueva transformación, esta vez partiría de una base mejor.

“Hay muchos caminos que llevan a la cima. Lo que yo recomiendo es plantearse qué es lo que te cuesta menos trabajo de aplicar mentalmente”, sugiere Girvitz. “Tampoco hace falta hacer calistenia mental. Si es sencillo, probablemente te vaya bien. Si usas un plan que encaje en cómo tienes estructurada la vida, más probable será que lo lleves a cabo. Una vez el plan esté integrado en tu vida, siempre puedes hacer ajustes”.

Graham Isador es escritor y vive en Toronto. @presgang

Geoff Girvitz es escritor y profesional del fitness. Síguelo en Twitter.

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