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Éxodo urbano: ¿tiene sentido continuar viviendo en las ciudades?

Ester en su huerta

Ya no tiene sentido vivir en la ciudad, me repetía una y otra vez desde hacía meses tras el confinamiento. Esa urbe que amé y que con tanta pasión había defendido se me volvía gris y me hacía sentir prisionera de un estado de producción agresivo en el que pasaba toda mi jornada laboral entre las mismas cuatro paredes en las que dormía. Mi única ilusión era que llegase el fin de semana para ir a la zona de montaña más cercana de Barcelona. Hasta que caí en la cuenta: ¿por qué no mudarse precisamente allí, a las afueras de mi ciudad, donde me levantaría cada día viendo la naturaleza por la ventana y no un sinfín de departamentos y vecinos, todos pegados, casi encima de mí?

Las veredas estrechas, las carreteras invadiendo a los transeúntes, el humo constante y la imposible integración de la naturaleza con el asfalto: ¿tiene sentido el urbanismo actual de las ciudades? Contacto con Víctor Vázquez, arquitecto en Od’A Arquitectura, quien me da algunas claves sobre mis dudas: “Las ciudades nunca han estado preparadas para vivir la experiencia individual de la comuna o de lo social. El capitalismo ha generado un espíritu de crecimiento del individuo versus la comunidad. Es por eso que se han visto fracturadas ideas urbanísticas en las que tenía más peso el espacio común que el individual”. Parece, pues, que el capitalismo feroz y voraz es el causante indirecto de una arquitectura urbana demasiado pensada a la producción. Pero me quedo con una frase que me hace pensar en si hay fin al afán de construcción en el que no se fomenta la conexión real del ciudadano: “Lo que me preocupa más es la mentalidad acelerada e individualista que el urbanismo en sí mismo. Una no funciona sin la otra: la arquitectura es el músculo y el esqueleto de la ciudad, no solo el vestido que le pones encima”, asegura Vázquez.

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Ya entendía que el individualismo genuino de nuestra sociedad había acabado por motivarnos a muchos a dejarle de encontrar sentido a la ciudad y marcharnos a otros paisajes. Pero ¿quién había dado ya ese paso y me podía ayudar a transitar de espacio? Mi sorpresa fue encontrarme con un montón de personas que en España ya habían hecho el cambio al campo, y algunos hasta lo habían puesto por escrito. Es el caso de la periodista Beatriz Montañez, quien en su libro “Niadela” (Errata Naturae, 2021) recoge su aislamiento durante cinco años en una zona rural de Valencia y el despojo de su yo anterior con su nueva persona gracias al contacto directo con la naturaleza. No era algo nuevo de la pandemia, sino que ya muchos años atrás, muchas personas han sentido la necesidad de abandonar la ciudad, quizás de huir de ella, o simplemente vincularse más a la tierra.

“Veinte años más tarde sigo pensando lo mismo: cuando estaba reformando la casa, pensé que estaba demasiado lejos de la gente, pero al poco ya pensaba que estaba demasiado cerca”.

huir de la ciudad
Fotografía cortesía de Marcos

Las ganas de Marcos (se ha cambiado el nombre), de 48 años, de volver a la ciudad, al mudarse a un cortijo del desierto de Almería, España, son realmente inexistentes. Tras vivir en grandes ciudades como Londres, acabó quemado de compartir departamentos diminutos, el transporte público y, en general, de la gente. “Muchos piensan que los museos, los conciertos y la vida social son una ventaja de las ciudades, pero yo hace mucho tiempo que no lo veo así. La ciudad en sí es una desventaja y hace mucho que a mí no me compensa”, agrega. No echa de menos nada, dice, y siente que ha ganado mucho más: “No tengo vecinos de los que preocuparme y los vecinos que sí tengo son gente con la que puedo contar. Para mí, lo único que me quitó el confinamiento fue bajar a la playa”.

Todo son ventajas, pero ventajas de aventajados: es un privilegio de clase media que, o bien teletrabaja, o bien consigue un trabajo en el lugar donde va que le permite subsistir.

huir de la ciudad
Foto de Antonio

No cualquiera lo puede dejar todo de un día para otro. Me cuenta Antonio de 28 años, que se mudó de Madrid a Villalba de Duero en Burgos, España: “Para poderme instalar aquí ha sido esencial la disponibilidad de una vivienda familiar, puesto que no siempre es fácil encontrar vivienda en alquiler en el mundo rural, la implementación de fibra óptica en Villalba –imprescindible para teletrabajar–, la cobertura de todos los servicios básicos y la cercanía a Aranda de Duero”. Él se mudó en agosto de 2020 gracias a que su empresa implementó el teletrabajo tras el confinamiento. Se siente un privilegiado porque “todos estos factores no suelen darse en la mayor parte de los pueblos de la España Vaciada”, nombre con el que se conoce a la mayor parte de pueblos y zonas del país que han sido paulatinamente abandonados por sus habitantes, mayoritariamente jóvenes, para ir a las ciudades.

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Ester Serraz

“Tengo el privilegio de poder desarrollar un trabajo en remoto”, me cuenta Ester de 34 años, diseñadora que se mudó hace dos años con su pareja a un pequeño pueblo de la Rioja, España. ¿Pero no echa nada en falta? ¿El cine, los museos, los bares y cafeterías, un poco de movimiento de gente? “Estoy aprendiendo muchas cosas y no me aburro en absoluto”, me contesta. Aunque pensemos en el campo o un pueblo como una escapatoria, a mucha gente no deja de gustarle la ciudad: simplemente quiere probar algo nuevo. Ester tiene claro que no escapa de nada, sino que vive su vida de manera distinta: “No vinimos a un pueblo porque huyéramos de la ciudad sino porque queríamos vivir de otra manera. Nos interesaba un lugar tranquilo en el que poder explorar y sentirnos más libres”.

La mayoría, sin embargo, ve –vemos– el campo como una escapatoria de un paisaje urbano impuesto, no natural, para el humano. Patricia de 35 años es una chica muy nerviosa, así que mudarse de Madrid a Ayerbe, un pueblo de 1000 habitantes de Huesca, España, solo le hizo bien: “El ser humano tiene que vivir en consonancia con la naturaleza y estar cerca de ella aporta bienestar. Vivir pegado al asfalto no suma y creo que a la larga te acaba enfermando”. Atención: vivir en un pueblo o en el campo puede ser igual de estresante que vivir en la ciudad si tienes un trabajo agobiante u otras preocupaciones personales que te carcomen por dentro. Pero el entorno pacífico y silencioso puede ayudar a suavizar una ansiedad y, al menos, no intensificarán los nervios, como puede pasar con el ritmo de la ciudad.

“Vivir pegado al asfalto no suma y creo que a la larga te acaba enfermando”

Huir de la ciudad
Matthew, fotografía de Karen Montero

“¿Y si luego quiero volver a la ciudad?”, me preguntaba mientras empezaba a vender muebles y empaquetar. No pasa nada –de nuevo, si tienes la posibilidad y el privilegio de volver–. Hablo con Matthew de 35 años y con Santi de 27 años, quienes hicieron el camino de vuelta a la ciudad tras pasar una temporada en el campo. “Era alrededor de 2016 y tuve una crisis, me encontraba realmente deprimido. Me desperté un día con la urgencia de salir de la ciudad y de dejarlo todo. No tenía mucho dinero, así que lo poco que tenía lo invertí en una tienda de campaña, un hornillo y agua. De un día para otro me mudé a Collserola, sierra cercana a Barcelona. Y me dio exactamente lo que quería: el primer día que me desperté allí me sentí aliviado, vivo de nuevo”, cuenta Matthew. Su experiencia duró dos meses, ya que vivir en medio de la montaña conlleva muchos sacrificios, especialmente si tienes que ir y venir varios días a la ciudad o también para la comida e higiene.

Huir de la ciudad
Santi

Santi se encontraba con la misma inquietud, la misma nube negra de depresión tras dejar su trabajo. Pero conoció a un chico que le dijo que podía unirse a una comunidad en el campo cerca de Valls, Tarragona, España. “Nos fuimos allí durante un año: no tenía móvil ni dinero para comprar uno nuevo, no había internet ni tampoco ordenador. Fue la época más feliz de mi vida por la paz que sentí y la desconexión. Ahora soy feliz, pero entonces era feliz en la mínima expresión de lo material”. En conversación con él y con Matthew, cuestionan hasta qué punto disfrutamos de lo material en nuestro día a día. Y me doy cuenta que lo esencial para mí ya no es estar cerca de mi bar favorito, de mis amigues o no perderme ninguna de las exposiciones de mi ciudad, sino abandonar el estrés y sentir que tengo el control de mi vida y puedo dirigirme hacia donde realmente quiero.

Huir de la ciudad
Sergi Cameron. Fotografía de Marina Jover.

“No es que vivir en el campo o en la montaña te asegure estar más conectado con la vida, ni vivir en la ciudad es garantía de convertirte en un zombi, pero abrazar el neorruralismo es tener más números para sentir que tienes un poco más de control sobre tu vida”, me cuenta Sergi Cameron de 33 años, director de cine que se fue a vivir al Empordà, al norte de Catalunya. En un contexto pospandemia y, por tanto, de nueva crisis económica a escala mundial, quizás lo más importante para toda una generación que no ve muchas perspectivas laborales a corto y medio plazo es sentir que algún día van a poder tomar las riendas de su vida. La ciudad ya no es la tierra prometida del progreso, como comenta Sergi: “Tenemos esta idea muy interiorizada, especialmente en España, pero yo veo un futuro en el que los jóvenes repoblemos el campo”. Y ahora, ya recién mudada a mi nuevo hogar, viendo la montaña por la ventana y respirando calma, siento que sí, que volví a un lugar al que tendría que haber llegado hace tiempo.