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Cultură

Estos son los monumentos que también tendríais que estar destrozando

La estatua de Franco expuesta en Barcelona es el monumento que menos nos tendría que estar preocupando ahora mismo.

Imagen vía Twitter

El pasado 17 de octubre de 2016 llegó a Barcelona —de nuevo— Francisco Franco. Pero esta vez lo hacía en forma de escultura decapitada con motivo de la muestra Franco, Victòria, República. Impunitat i espai urbà (Franco, Victoria, República. Impunidad y espacio urbano), una muestra que pretende mostrar "la permisividad con los símbolos de la dictadura a partir de la peripecia de tres estatuas y de la actitud de sus autores, Marès y Viladomat, que habían trabajado para la República pero contribuyeron a la exaltación de la dictadura y fueron reconocidos por la democracia", según fuentes del ayuntamiento de Barcelona. La llegada de esta imagen ha venido acompañada por la de una especie de vandalismo cortés —y casi legitimado por medios e instituciones— que ha ensuciado el monumento con distintos materiales (huevos, pintura y stencils) a modo de respuesta a una supuesta provocación por parte del consistorio.

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Esta absurda situación —en la que casualmente los vándalos coinciden con el ideario de los vandalizados— evidencia una extrema falta de criterio a la hora de seleccionar objetivos a derribar. Es evidente que una estatua de Franco puede parecer ofensiva pero también es nuestro deber como ciudadanos intentar gestionar moralmente los símbolos que conforman las ciudades donde vivimos. El uso que se hace de estos monumentos muta según el contexto; lo que antes se podía entender como la exaltación de un régimen dictatorial ahora debería percibirse como un vínculo directo hacia un pasado que justifica nuestro presente. El olvido de los símbolos es, innegablemente, el olvido de su referente y, en este caso, la amputación de la historia.

Es innegable que la figura de Franco es detestable pero, como esta estatua decapitada que adorna la entrada del Mercat del Born, tenemos una cantidad inmunda de espacios, edificios y estatuas igualmente ofensivas y que ignoramos sistemáticamente cada día. Pasear por Barcelona es, como en la mayoría de ciudades, pasear a través del horror. Puestos a lanzar huevos sobre una estatua que forma parte de una exposición, podríamos también empezar a ensuciar y mutilar otros elementos que se alzan en el espacio público y que diferencia de esta lo hacen de manera permanente. Hagamos un repaso de algunos de estos elementos grotescos y ofensivos que adornan Barcelona y que, quizás, deberían recibir una suerte parecida a la que está recibiendo la maltratada imagen de Francisco.

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Imagen vía Wikipedia

PLAZA ANTONIO LÓPEZ

Este es un clásico. Cerca de la sede principal de Correos tenemos la plaza Antonio López, con su correspondiente monumento al susodicho. Básicamente Antonio López fue un empresario que se dedicaba al transporte marítimo de harina y otros productos desde la península hacia Cuba y viceversa. Su negocio prosperó después de casarse con la hija de un comerciante catalán adinerado y de centrarse en la trata de esclavos.

En Barcelona se conocía popularmente a esta estatua como "El negro Domingo", por lo que sus negocios con la gente de color eran ampliamente conocidos. En 1936 la estatua fue derribada por militantes de la CNT pero durante el régimen franquista se encargó una estatua idéntica que se situaría en el mismo emplazamiento. Esta es la que tenemos ahora los barceloneses.

Si bien en España el "tráfico negrero" estaba prohibido desde 1817, siguió funcionando hasta 1870. Ahora nos escandalizamos pero en ese momento era algo aceptado, como cuando ahora tampoco nos volvemos TAN LOCOS si se dice que un político ha estado cobrándose comisiones de concesiones de obra pública durante varias décadas. En fin, así eran las cosas en el siglo XIX, sin problema.

Dicho esto, puede ser que tanto la plaza como el monumento se merecieran unos cuantos actos vandálicos por parte de ciudadanos ofendidos. Ya puestos también podrían destrozar un poco el Hotel 1898 donde se hospedó Antonio López y donde residía la sede de su empresa de transporte marítimo —la Compañía Trasatlántica Española —o el Palau Moja, que el mismo Antonio adquirió y reformó para convertirla en su vivienda.

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Claro que viniendo de una familia terriblemente humilde es acertado decir que tal monumento está a la altura de la experiencia vital de su modelo. Podríamos tener en cuenta su falta de escrúpulos pero aquí nadie niega que el tipo, de alguna forma, se lo trabajó. Ustedes deciden.

MONUMENTO A JOAN GÜELL

Este tipo fue otro jefe que se enriqueció con la trata de esclavos y que, por lo tanto, mereció tener un monumento en el centro de Barcelona, concretamente en el cruce de la Gran Vía con Rambla de Cataluña. Nadie duda de sus cualidades como emprendedor pero, en pleno siglo XXI, alguien podría sentirse ofendido por sus negocios y decidir pintar el rostro de su monumento con, por ejemplo, heces de serpiente, sería incluso algo comprensible.

MODERNISMO

Podríamos añadir muchos edificios modernistas —si no todos— a la purga que estamos, de algún modo, proponiendo, siendo su belleza y excentricidad floral fruto de los delirios de una burguesía catalana que, en muchos casos, se había enriquecido con negocios turbulentos. Fue un poco como la arquitectura para fardar de los nuevos ricos, delimitando el campo de acción de este movimiento a las iniciativas privadas. Pese a que gran parte del legado arquitectónico modernista fue derruido por los propios dueños —víctima de restructuraciones patrimoniales— siguen quedando resquicios de este arte que provoca oleadas de turistas.

Si algo nos tiene que ofender a los barceloneses es esta megalomanía y opulencia plasmada a base de guirnaldas y virutas triviales. Puestos a destruir sin criterio, animo a esos rebeldes que atacan la estatua de Franco a destruir también la tríada letal que componen La Pedrera, la casa Ametller y la casa Batlló; no nos olvidemos del Parque Güell ni de la Sagrada Familia. En fin, todo aquello que represente de alguna forma el poder de la burguesía catalana, clase social que no tiene que ser mala per se pero que, por lo menos, sí que es enteramente culpable de atraer ese turismo interesado hipócritamente por el arte que lo único que realmente quiere es comprar en el Zara y comer helados de seis euros.

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Imagen vía Wikipedia

MONUMENTO A COLÓN

Hace nada la CUP (Candidatura de Unidad Popular) pidió la retirada de este monumento lingámico por su relación con cierta exterminación y adoctrinamiento indígena. Referencias similares se le achacan a Galceran Marquet cuyo monumento se erige justo en el epicentro de la plaza del Duque Medinaceli, no muy lejos del monumento a Colón.

Uno puede estar más o menos de acuerdo con la acusación de exterminio indígena —no por parte de Colón sino por el imperio español— pero estoy seguro de que otros incluso pueden encontrar loable la misión de este tipo que se lanzó al mar como si ahora un tipo intentara ir a Marte con un traje echo con bolsas de plástico del Lidl a modo de escafandra. El debate está servido.

Imagen vía Wikipedia

LA GAMBA DE MARISCAL

Este simpático tipo que se encuentra al principio del Paseo de Colón —y que en un principio sirvió como reclamo para un restaurante, o sea, era producto de una iniciativa privada— resulta gracioso al principio pero cuando llevas casi 30 años conviviendo con él se torna un ser despreciable.

Es como ese borracho pesado que conoces una noche por el barrio de Gràcia y se te apalanca y empieza a contarte mierdas sobre su fracasada carrera como cómico. Al principio es graciosos pero a las tres horas quieres matarlo y tirar su cuerpo descuartizado en distintos contenedores. Joder, ¿es que cómo se te ocurre salir de fiesta por Gràcia?

Sí, aquí no hay motivos históricos ni nada para odiar a este monumento (¿monumento?) pero su vinculación con los Juegos Olímpicos y esa Barcelona renovada e higienizada ya es suficiente motivo como para cortarle la cabeza.

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Debo reconocer que, personalmente, me genera un extraño sentimiento entre el amor y el odio más extremos. Me gusta como esa sonrisa congenia tan bien con esas dos pinzas cuyo único fin es la amenaza; es una invitación muy educada hacia la muerte, algo que, realmente, no es nada fácil de plasmar. "Hola, muy buenas tardes. No se olvide de dejar la chaqueta y el bombín en el perchero de la entrada, bienvenido sea usted al infierno, donde todo lo que ama será destruido y sus genitales sufrirán todo tipo de vejaciones".

SEDES DE BANKIA

La empresa que, en cierta medida, ha destruido España sigue teniendo su representación terrenal en varios puntos de la ciudad condal. Haciendo una rondeta por internet uno puede encontrar grandes perlitas sobre Bankia.

Lo extraño no es que durante algunas manifestaciones ciertos personajes tildados como "radicales antisistema" o incluso como "secretas" destruyan mobiliario urbano en el que se incluyen sedes de Bankia y otros omnipotentes bancos españoles, lo extraño es que esto no suceda cada día, con cierta regularidad y, por lo tanto, dentro de los límites de lo considerado "la normalidad". ¡Ojo! No estoy animando a destruir sedes de bancos —el que aquí escribe ahora se retracta, COBARDE—, solamente me sorprende que la estatua de Franco, dentro del marco de una exposición, cause más odio que algunas de estas instituciones.

PALAU DE LA MÚSICA

Entre muchas otras barbaridades económicas que rodean la vida política y civil catalana nos encontramos con el pomposo Caso Palau, orquestado por un tal Fèlix Millet, quien un buen día decidió saquear gran parte del patrimonio de la fundación para lucrarse junto a otros colaboradores. El Palau de la Música como símbolo de la catalanidad sufrió un duro golpe del que aún no se ha recuperado. Pese a que no sería lógico atentar contra este edificio —ni los trabajadores ni los materiales que componen dicha edificación tienen la culpa de nada—, es extraño que algún ciudadano ofendido por todo el asunto no haya decidido reventar unos cuantos cristales o esbozar un "Millet fill de puta" en sus paredes.

Imagen vía usuario de Flickr Infollatus

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LAS GRANDES CORPORACIONES… Y 100 MONTADITOS

Existen empresas que, simplemente, dan rabia. Ya sea porque explotan a trabajadores y empresas subcontratadas en España o en países exóticos o porque los jodidos montaditos tienen más pan que otra cosa. El caso es que este odio latente que existe bajo la piel de los españoles va a reventar algún día, y todos estos comercios van a verse inmersos en una extraña guerra de vandalismo organizado. Yo no digo nada, pero si te comportas como un cretino llegará el día en que todos esos kilos de cretinismo que has generado te van a aplastar. Solo para vuestra información, en una botella de litro caben dos toneladas de cretinismo.

COMISARIA DE LOS MOSSOS DE LES CORTS

Ya lo hablamos aquí hace tiempo, todo eso de que hay algunas comisarías de Barcelona que se han hartado de torturar a peñita. Y, claro, si esto ya está contrastado, ¿no es más sano tirar ladrillos hacia estos edificios en concreto que no ofenderse con esa estatua de Franco, que además forma parte de una exposición sobre la memoria histórica?

Dicho esto, es curioso ver cómo la gran mayoría de estas viejas estatuas que tanto ofenden a las gentes de izquierda representan a personalidades cuyos actos, relativizados, tampoco resultan tan grotescos en comparación con lo que hace la mayoría de los políticos contemporáneos. Incluso me atrevería a espetar que quizás tendríamos que dejar de ofendernos tanto por materiales inanimados y empezar a preocuparnos por la gente viva que tiene sangre, pelos, piel y potestad para convertir nuestra realidad en un lago de llamas y sufrimiento.